Albada 341




LE MÉTÈQUE
(26 de mayo de 2013) 




Es domingo y el tiempo le ha dado una pequeña tregua que ella quiere entender que es a su libertad o incluso a la buena marcha de su salud “mental”. Ha sido una semana de trabajo penosa, enclaustrada entre paredes y prohibiciones absurdas, en que apenas ha tenido tiempo de mirar hacia arriba y respirar el cielo. Se sienta junto a la ventana y al abrir el suplemento del periódico encuentra una foto (¿de los años 90 quizás?) y su antiguo nombre, Giuseppe Mustacci, en grande. Se le agolpan los recuerdos. Adoraba las letras de sus canciones, le gustaba su voz contenida, bien timbrada, toda suavidad. Descubrió y se aficionó a la “chanson française” gracias a sus Ma liberté y Ma solitude y nunca agradecería bastante ese hermoso encuentro que le haría compañía durante su juventud en una ciudad pequeña reina de páramos, sembrada como ella misma de sueños y desafíos que nunca parecían decidirse a nacer.

Griego, italiano, judío, francés, enamorado del Mediterráneo de su infancia en Alejandría (“respirar el olor salado del viento, aventurarse con la barca entre los barcos de guerra inmóviles, explorar calas lejanas, arrancar mejillones de las rocas, mirar furtivamente el cuerpo de las chicas que se desnudan en las playas…”) y del Brasil tropical y exótico en su madurez, viajero incansable que amaba empaparse de la Vida… ese era Moustaki… apasionado, seductor, comprometido… ciudadano del mundo que nunca se sintió realmente “extranjero” en ningún sitio, porque para él las fronteras eran solamente líneas de humo trazadas en el aire, ese era/es el autor de Le Métèque, el himno de los desterrados y apátridas. Todo eso y aquella melena y barba descuidada (que sin embargo le daban un aire de hombre bondadoso “que nunca defraudaría”) le vienen esta tarde de domingo a la memoria. Acaba de enterarse de que ha muerto y se da cuenta de que hace mucho (demasiado) tiempo que no le ha vuelto a escuchar. Recupera de entre sus viejos discos de vinilo aquel Lp que se compró en Barcelona. “Por haber dormido tan a menudo con mi soledad se ha convertido casi en una amiga, en una dulce costumbre. No me deja ni un momento. Fiel como una sombra me ha seguido por todas partes, por los cuatro rincones del mundo. No, nunca estoy solo, con mi soledad”… vuelve a oírle cantar y se baña toda la habitación de su voz tan tierna como profunda e irrebatible. Cabe todo un mundo interminable dentro de estas cuatro paredes que ya no son más que  barandas por donde inclinarse al infinito. La buena música, los buenos hombres como George Moustaki, tienen esas cosas… abren límites, derriban fronteras… incluso rompen en mil pedazos el desagradable recuerdo de una semana difícil. Sólo hay que dejarlos sonar y no olvidarlos nunca demasiado.







Albada 340






PETER
(19de mayo de 2012)


De día trabajo, y, por las noches, bebo, escribía Philip Larkin; me despierto en la oscuridad y, en la oscuridad, miro, seguía el poema. La noche puede ser tan larga que a veces no termina nunca aunque esté blanco como arcilla, el cielo. Despertar de la noche puede que te lleve toda una vida, o puede que toda la vida lleve la noche cosida a tus talones y nunca llegues a ver los muebles que habitan este cuarto absoluto y definitivo, funda gris de lo cotidiano. Él, de momento, sólo sabe que cada día se va haciendo más mayor, la niñez es un recuerdo que resbala por encima de su cabeza rala, y al acostarse reza a Peter para olvidarse de las pesadillas diurnas.

Y un anochecer va Peter y se le aparece con su flauta de Pam, con la sombra recobrada y ese gorrito con pluma roja; y le propone volar a Nunca Jamás y él, entonces, le dice que le lleve.

Y Teruel se va volviendo cada vez más pequeñito mientras distingue a través de tejados, transparentes como el cristal, a su jefa dormida a pierna suelta, repantigada entre almohadones y edredones a cuadros comprados en Ikea; y se fija en su tendero de siempre haciendo cuentas sobre la vieja mesa del almacén, y ve a la vecina chismosa dormida con el mando de la tele sobre regazo; y al alcalde, también dormido, en la parte de atrás del coche oficial que le lleva y le trae de cualquier viaje; y descubre a dos amantes juntos y despiertos, y a un enfermo también despierto, y a un niño que tiene pesadillas llamando a gritos a su madre… y Teruel… ¡Teruel ya casi ni se ve!

Y se alejan cielo arriba, los brazos extendidos, las piernas estiradas, rozándose con los vencejos que duermen acunados por el aire; y se pierden más allá de la primera estrella, y luego de la segunda y después de aquella otra, la de la esquina más lejana. Y Peter, que va volando delante, de vez en cuando vuelve la cabeza para hacerle un guiño mientras le habla de Los Niños Perdidos o de como asusta el garfio de plata del Capitán Hook.

El vuelo dura tanto, o quizás tan poco, que no sabe contar el tiempo que ha pasado cuando le saluda el suave tintineo. Campanilla es más brillante, más hermosa y mucho más pequeña de lo que hubiera imaginado: apenas alcanza a sujetarse de su oreja y susurrarle que le siga ahora a ella… el sonar de las campanas se va dibujando más fuerte, más ingrato hasta convertirse en un desagradable timbre que desaparece cuando su mano derecha alcanza al fin el despertador: el trabajo espera. Van de casa en casa carteros y médicos terminaba el poema de Larkin.

Albada 339




AHORA
(12 de mayo de 2013)

 
Para recordárselo y con la idea de que sea lo primero que vea al despertar ha escrito la frase en una cartulina y la ha pegado en la pared frente a la cama. No es que sea olvidadizo, al contrario, como corresponde a una de sus mayores preocupaciones, siempre ha procurado llevar al día la “lista de las cosas pendientes” para no dejar nada ni a nadie sin lo que se espera de él. Martín ha sido desde niño alguien ejemplar, lo que se dice “una persona como debe de ser”.

Últimamente se le han complicado tanto las cosas que no llega ni a la mitad de esa “lista” y ve que la vida es muy frágil, que toda una existencia repleta de empeños y perseverancia se derrumba tan fácilmente como un castillo de naipes (cuanto más alto y delicado es el castillo, cuanto más tiempo ha costado construirlo, más fuerte y estrepitosa es la caída).

Las preocupaciones se le agolpan en las sienes y un nudo le oprime el pecho casi constantemente. Pero hoy, ahora, está Martín en ese breve intervalo del “casi”: el aire tibio penetrando en los pulmones, cada uno de los sentidos funcionando con precisión… está en paz con su cuerpo y, por una vez, hasta con su alma: no piensa, sólo siente; se deja invadir por la curva sinuosa de la verdeante ladera, por el canto del jilguero y la calandria, por la sombra del nogal ya en flor. El campo, después de las lluvias y la nieve inesperada de abril está esplendido. Como si nada hubiera sucedido antes, ni problemas, ni preocupaciones, como si no hubieran existido volcanes, ni miocenos, ni pleistocenos, como si el viento de febrero y la helada de marzo fueran un sueño. Los campos sembrados son cuadraditos de verde- limón y verde-esmeralda y Martín piensa que fuera de allí, de aquel ahora que no alcanza a terminar, está la tormenta y que el camino es el camino amorosamente trazado, que el árbol es el árbol y crece con todas sus ramas en armonioso orden, que las piedras son piedras nada más porque ya cumplen con serlo, que los pájaros cantan porque es lo que se quiere de ellos, que todo esta en su sitio, donde debe y donde se espera. Es el AHORA y es su ahora, es el ahora de todos los instantes, lo único que existe.

“No conozco la clave del éxito, pero se que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo” Desclava la frase del W. Allen de la pared frente a la cama. Ya no la necesita, tiene el instante.

Una glorieta sonora






 

UN GLORIETA SONORA

(11 DE MAYO DE 2013)

Al amanecer no queda ya quien me recuerde tal como fui en el principio; pero pese a tantos cambios aún me reconozco en el color sepia: la explanada soleada, la sempiterna carretera plegando en el abrazo de su curva el Este festivo y marinero sobre el Norte silencioso, las siluetas de los paseantes como lunares flotando en esta pecera mágica llena de tiempo suspendido que es una foto antigua… nostalgia. Pero me la espanto pronto: y al mediodía vuelvo a mirarme hermosa en el espejo de otra fotografía: los últimos destellos del caprichoso Modernismo no me han olvidado y me han regalado un sutil templete de tejados ondulados y columnas de hierro… en su barandilla, forjadas amorosamente, las notas del himno que el maestro Bretón dedicó a Teruel. En la imagen, de nuevo, mis hijos me recorren cadenciosamente sorteando las farolas que emergen de sus bancos de mosaicos multicolores o se refugian bajo la sombra de las resistentes acacias; a su espalda la fachada del antiguo Convento de Santo Domingo alberga ahora el Gobierno Civil, la Delegación de Hacienda, el Banco Hispano Americano, la Jefatura de Obras Públicas... creo que definitivamente me he convertido en un espacio importante para la ciudad. Mi nombre resulta sonoro y prometedor: Glorieta. La Glorieta de Galán y Castillo, tan sonoro como los bailes que albergaba mi flamante pabellón junto a la carretera o el jolgorio que traía la brisa de la concurrida terraza del Hotel Aragón, en el vecino Paseo de la Infanta Isabel frente a la Escalinata. Recuerdo bien que era tiempo de tertulias, de conversaciones apasionadas sobre revueltas políticas, viajes tentadores, inventos asombrosos… Teruel bullía “a la hora del vermut” y familias enteras aprovechaban cualquier hora de asueto para salir a la calle y disfrutar de la risueña primavera.

La tarde nos sorprendió a todos con la feroz contienda fraticida. La batería de cañones desde la “Casa del Barco” apuntó directamente hacia mí y acertar no fue difícil, apenas nada quedó de lo que antaño había sido. Quizás esa farola rota del medio. De aquellos días aciagos sí que permanecen todavía miradas que lo vieron todo, manos que se estremecieron y que ahora, apoyadas en un bastón, me siguen recorriendo.

Del amasijo de escombros y ruinas el Servicio Nacional de Regiones Devastadas hizo tabla rasa y trazó con tiralíneas mis nuevos jardines. Me volvió a dar un templete, menos airoso eso si aunque solemne y contundente, con sus diez arcos de medio punto y debajo el bar Nido, donde los paseantes compraban gaseosas y se sentaban en su terraza a tomar aperitivos los domingos por la mañana. La vida, poco a poco, me a abrió paso y la verdura de árboles y parterres me convirtieron en la prometedora selva de los chiquillos: la tierra polvorienta de mi suelo fue el paraíso de las combas y del “churro va”. Las rodillas con mercromina me recorrían veloces jugando al “tú la posas” mientras en las esquinas se oían incansables los tute, retute y guá… Me cambiaron el nombre: por suerte no tenía aún su “estatua” y todavía podía ofrecer conciertos y bailes a los turolenses. Fue a principios de los setenta cuando llegó el busto del “Generalisimo” y más estatuas bordeando una absurda fuente de luces… y un suelo de piedra blanca con extraños rombos rojos que nadie entendió… y me quitaron el templete y la música… y la vista infinita a la Muela del Pinar tapada por un anodino edificio... sólo me quedó esconderme en las coquetas pérgolas de ladrillitos rojos que se emboscaban bajo las enredaderas que se olvidaron quitar.

Anochece y de nuevo estoy aquí, en mi tercera y espero que no definitiva “reforma”. Después de tantos y tan movidos años me consuelo pensando que este color gris, que este vacío que me cubre ahora serán sólo pasajeras, que volveré a estar más guapa, que mis hijos turolenses se enamorarán de nuevo bajo la sombra de las acacias, que la música y la dulce compañía me recorrerán otra vez de uno a otro lado.

Me consuelo al pensar en otros muchos lugares emblemáticos de Teruel que también saben de desafortunadas mudanzas. Me digo que es normal; que no debo asustarme; que al fin y al cabo distintas sensibilidades dan un resultado muy diferente dependiendo de la época y los intereses. Me digo eso y muchas cosas más, mientras espero que me crezcan las rosas y que alguien me plante un árbol, o dos o tres… mientras aguardo que me pinten una sonrisa y un arco iris…








Albada 338


COMIDA
(5 de mayo de 2013)

Resulta que a pesar de haber adelgazado tanto a costa de apretarnos el cinturón ya no podemos comernos ni un Huesito. Por lo menos un Huesito de los de “siempre”, made in Aragón. Porque si lo que quieres es uno de los de toda la vida, uno de esos de barquillo crujiente bañados en chocolate con leche que idearon e ininterrumpidamente se han venido haciendo en la aragonesa Chocolates Hueso de Ateca, muy pronto ya no los vas a encontrar fabricados por nuestros paisanos. Ahora en esta tierra nuestra, como nos está pasando con muchos otros productos y con muchas otras fábricas, empresas y talleres, nos quedaremos también sin poder producir la famosa “ambrosia–praline de chocolate” ideada en 1975 en las instalaciones de Ateca: con eso de la deslocalización se llevaran su elaboración a Polonia; allí las ayudas y la mano de obra a la multinacional que desde hace unos años gestiona su producción (2010) le deben resultar mucho más “apetitosas”, casi hasta el punto de producirle un empacho si se descuida. La misma multinacional que compró la empresa que allá por 1862 fundará Francisco Hueso se llevará también fuera (en este caso a la más cercana Valladolid) los conocidos caramelos “Respiral”.

A nosotros, y especialmente dolorosos para Ateca, nos quedarán los 120 nuevos parados, en aras del capitalismo feroz que tiene en la globalización una de sus más fervientes aliadas, el instrumento eficaz que no sabe de pueblos que se tambalean ni de familias que se hunden… sólo de cifras, convenientemente maquilladas que resultan más que nutritivas ya que engordan a placer los bolsillos de unos accionistas que en sus paraísos nada saben de un pueblo “antiguo” a orillas del Jalón y del Manubles.

La sombra de las multinacionales es demasiado alargada, extremadamente poderosa y la crisis, que favorece muchos desmanes “legales”, no sólo va aumentar la cuantiosa lista de parados: muchos otros, variados y graves, serán sus efectos. La producción de alimentos (tanto como el agua), se va a convertir pronto en uno de los problemas capitales de la humanidad, ya lo es realmente, aunque muchos no seamos todavía capaces de distinguirlo y prever sus consecuencias.

En Norteamérica estudiosos hay que empiezan a medir la pobreza de una población con la distancia que ésta tiene que recorrer para adquirir verdura y fruta. Eso si, la comida rápida, la comida basura, la tienen nada más abrir la puerta de su nevera; de nuevo se hace patente el poder que tienen las grandes multinacionales y la globalización, capaces de llegar a cualquier rincón de nuestras casas. Parece baladí pero no lo es en absoluto: cada vez más “gente” (y no sólo los habitantes de los extrarradios de las grandes urbes americanas) tiene que recorrer tal cantidad de Kms. para encontrar un establecimiento que le proporcione “comida de la buena”, un sitio donde adquirir vegetales, hortalizas, productos frescos… que su economía no le permite desplazarse en el coche hasta las mismas: “esa clase de comida” se ha convertido en un lujo, en alimento para ricos. La gordura, sin embargo, el colesterol y la grasa serán cada vez más patrimonio de todos, agrandarán nuestras caras y achinarán sonrisas entre mofletes rechonchos… es lo que tienen la comida basura que “cunde mucho”.

“Cunden” también las explotaciones de otros alimentos como las gambas. Para la creación de estas “granjas” se talan los manglares, se desforesta la selva, aumenta la salinización y la contaminación, desaparecen los deltas que regulan el aumento del nivel del mar… se planta el caos a cambio de conseguir un producto que nunca hemos comprado tan barato. Es la especulación, el dinero rápido y fácil para unos pocos a costa de todo, aunque este “todo” sea la supervivencia de nuestras regiones más fértiles. “Cunden” también, las mono-plantaciones de aceite de palma, responsables de uno de los mayores desastres ecológicos del momento que se está llevando por delante bosques y selvas enteras…

La lista de atropellos sería larga. Pero volviendo ahora a nuestras queridas galletas de chocolate, los ricos Huesitos que la multinacional de turno se lleva a otro país, sólo se me ocurre, además de lamentarlo profundamente, que quizás la vuelta al consumo propio, a la fabricación local controlada y de calidad (actualmente contenían algo de grasas hidrogenadas) podría ser un futuro (el futuro para este dulce aragonés y también para la mayoría de los alimentos cotidianos que tendríamos que empezar a buscar mucho más cerca), abrir un camino, aunque sea al principio pequeño, que no deje a esa hermosa tierra bilbilitana sola esperando junto al Jalón y el Manubles