SÍNTOMAS
(3 de Abril de 2011)“Insomnio”. Pues de eso ando yo sobrao. En la televisión siguen hablando del cambio de hora, del cambio de estación: “Astenia Primaveral” y la presentadora pronuncia la “s” muy larga, inacabable, excesivamente silbante; la palabra se me antoja entonces peligrosa y me viene a la cabeza la imagen de aquella cobra que vi de pequeño en el safari-park… Te mira fijamente, te ¿sonríe?, nunca sabes cuándo te atacará, aunque estás convencido de que si aguantas un poco más delante de ella lo va a hacer, sólo es cuestión de segundos. Cuando aquel día me solté de la mano de mi padre y salí corriendo en dirección contraria, me gané una buena… pero no me importó, ni siquiera lloré; evité y salvé a todos de un disgusto seguro, aunque ellos ni se enteraron. Repito en silencio para acordarme de lo que tengo y luego mirarlo en internet: asstenia, assstenia, assssteniaa primaveraal!!!... ¡Pero qué le pasa a este crío que ni come ni dice nada, todo el día tumbado en el sofá! oigo gritar a mi madre. Acaba de salir de la cocina, ha visto el plato sin tocar sobre la mesa. Y se lo pregunta a mi padre, no a mí que ni la miro... y los dos, mi madre y yo, hacemos como si estuviera hablando de otro que no estuviera allí, y, por supuesto, yo ni le contesto; mi padre, que hace más de diez minutos está perdido felizmente en su siesta dentro del viejo butacón de orejas, parece despertar pero sólo remueve un poco los pies sobre el puf. Ella no espera respuesta de ninguno de los dos; es más, tampoco ha sido una pregunta. Tal vez, me digo, sabe algo, quizás se ha dado cuenta de mi ansiedad; adivina, con ese sexto sentido que tienen las madres, esta congoja que se me ha metido dentro, justo a la altura del comienzo del estómago… que me llena tanto, que me baila como un saco repleto de mariposas y no me deja espacio para comer, ni ganas para hablar... este sinvivir que me ha convertido en un alma en pena. No te vas a ir de aquí sin comer al menos el segundo, esta vez sí, esta vez sí me lo me lo dice a mí, y me mira a la cara, me señala con el dedo… ¡No tengo hambre, mamá, no me entra nada, además tengo que irme ya, que he quedado…! Salgo volando del comedor y llego hasta la puerta de la calle antes de que me alcance… Déjale al chico, mujer… no ves que ya es mozo y está en la edad de festejar… ay, los amores… pero si tú a sus años también… Es la voz de mi abuela y sus historias, pero mi portazo me deja la frase sin terminar.
“¿Estás a gusto?” le he dicho cuando he vuelto de la barra con las dos coca-colas. Y me he sentado al fin frente a ella, la mesa de fórmica blanca y su sonrisa más blanca aún entre los dos… y… y… y yo creo que esta vez ya no me ha temblado la voz, aunque de pronto me hayan entrado así como unas pocas ganas de echar a correr, como aquella vez… aquella vez cuando el safari ese… pero sólo fue un momento, un chispazo apenas, porque su risa ha detenido todo lo de fuera y ha dejado colgados a cámara lenta mis latidos de a mil por hora… ¿Tendrá razón la abuela y tendré algo más que “el mal de primavera?”
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