Albada 299

EL ÁRBOL
(8 de julio de 2012)

El árbol crecía despacio porque se asustaba de las nubes, sobre todo de esas blancas que tienen alma corredora y atraviesan el cielo a grandes zancadas, sin dejar apenas huella. También tenía miedo del sonido que hace el viento cuando, algunas noches, agita las copas de sus hermanos mayores y todas las hojas del bosque temblaban a la vez. Si la tormenta hacía estallar el rayo en el horizonte se agazapaba más, se retorcía acurrucándose en la tierra tierna y mullida por la lluvia.
Antes que alzarse y columpiar al aire, antes que husmear al sol e ir en busca de los hermosos cantos de los pájaros, que retener su peso ligero y agitado sobre las ramas, el árbol prefiere bajar a sus raíces y contemplar, iluminado por la luz verdosa que la sabia transporta, el trabajo ordenado de las hormigas…ver relucir, cimbreándose sobre la seda plateada, a la araña o acunar el silencioso despertar de la oruga a mariposa.
Asustado, se encoge cuando los pasos estremecen el suelo. Como un eco equivocado o mentiroso, las pisadas se oyen cada vez más poderosas y cercanas y es entonces cuando le cambia el color, se vuelve gris, opaco… se desfigura entero en una sombra como el humo y la agonía que anuncian la presencia del humano.
Aquel pequeño árbol tiene madera de cobarde. Lo sabe él y lo saben sus tres vecinos más cercanos, dos pinos jóvenes de un verde chillón cuajados de piñas aún cerradas, y la vieja encina azul, tronco rugoso, trenzado de cientos de venas arenosas, una por cada primavera que ha visto nacer. Lo saben también el musgo empapado y el topillo que esconde su descanso entre los guijarros de su base. Lo saben hasta las golondrinas que sortean al atardecer su silueta, haciéndole burla con sus suicidas filigranas de acróbata.
Al abrazar a un árbol, si es que sabes escuchar, dicen que él te cuenta sus secretos. Y este proyecto de árbol delicado y vulnerable, podría confesarte todo el temblor del mundo en su saludo. Como un Peter Pan inmóvil, que se rebela dejándose querer por el sol naranja que le estira y le estira para subirle a sus alturas; como un niño chico, mecido en el halda de la vida sin sueño ni deseo de reposo, el árbol te hablará del miedo tierno de su alma vegetal, tan parecido al nuestro, tan fiero y salvaje y a la vez tan desvalido su miedo, nuestro miedo…
Si es que lo sabes entender, si es que, por fin, has conseguido sacar el humo de la recamara de tu cabeza y logras percibir su palpitar entre tus brazos, te contará misteriosos amaneceres, te dirá secretos que sólo la luna y el bosque conocen …
Y cuando el árbol pequeño y miedoso se atreva un día a rasgar esas nubes vagabundas, tú te irás con la certeza de que esa gota en la camisa es mucho más que el zumo maduro de sus frutos.



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