Albada 194

ELEGIDO
13 de Junio de 2010


Se ven a lo lejos, justo detrás de las últimas casas. En el descampado grande, frente a las eras, el grupo de chicos está quieto. Sólo dos de ellos parecen hacer equilibrios sobre un hilo inexistente en el suelo: echan suertes. Oroo. Plataaaa. Orooo. Plataaa. Orooo… ¡monta y cabe!…
Frente a los dos, los otros nueve esperan expectantes. Las cuentas no fallan, son once y el último que quede sin elegir no jugará. Siempre ha sido así, lo saben todos los chavales; es equitativo, sin blandas compasiones ni falsas concesiones de mayores. Cuando el número no “cuadra” a alguien le tocará quedarse fuera.
Sin necesidad de explicaciones, con esa justicia a veces tan dolorosa como incontestable, los capitanes van eligiendo uno a uno, en voz alta, señalando, haciendo cada vez más pequeño el corro de los que aguardan en silencio, y más numerosos a los que esperan saltando, pasándose la pelota, respirando ya a risotadas.
Definitivamente hay uno que sobra, uno que se quedará mirando como los demás juegan.
Lo más duro sin embargo no es no jugar; lo peor son los segundos eternos en que los capitanes van escogiendo, sentenciado.

Apoyado en la valla de madera escucha los gritos mientras se pasan el balón. El aire del atardecer lleva pedazos de sus voces hasta el pueblo. En la plaza los pequeños se han cogido de la mano y giran. En el alboroto, todos se sueltan del corro y se buscan de nuevo… Al pavo pavito pavoo… Las cuentas no fallan, son número impar y alguno se quedará solo. Sin pareja a la que abrazarse, y más niño que nunca, aguantará las burlas de sus compañeros: ¡pavoooo!.
Lo más duro sin embargo, lo que más le ha dolido, no será oír sus chanzas ni las risas, sino esas punzaditas de miedo sobre la sien mientras giraba al compás de la absurda canción.

Hoy ya se olvidó de contar hasta cien jugando al escondite. Se olvidó de posarla siempre, de ser el menos rápido de todos en el correquetepillo, de nunca esquivar la pelota en el balóntiro, de no encestar ni una…ya se olvido, piensa.
Casi tras las últimas casas, hay ahora una gran carpa sobre el césped. Delante del flamante “Restaurante Las eras” el grupo de invitados baila. La música lo envuelve todo.
La mira, y así vestida de blanco radiante, su sonrisa le hace revivir el pasado. Ella, la más deseada por todos, la chica de sus sueños a la que nunca se acercaba, ha elegido también.
Y se lo dice a él, sólo a él en medio de toda aquella algarabía de la orquesta, despacio, casi al oído: camarero, tomaré un poquito de cava, por favor…

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