Albada 196

(Foto Arturo Bobed)



SUR DE CALIFORNIA
(20 de junio de 2010)

En aquellas mañanas de veranos interminables al emular a Albert Hammond con lo del It never rains in sourthern California apenas el índice le llegaba para la cejilla del acorde. Trasteaba las cuerdas de la guitarra como trasteaba su mal inglés, pero las pestañas de las niñas ya le acariciaban en aquel rincón de La Glorieta y despertaban en él las primeras sensaciones de placer inconfesable.
El aire lleno de sol y los discos dedicados en la radio del tercero subiendo por todo el patio interior de la casa hasta el cielo azul cruzado a rayas por los tendederos. La hora de comer con la hermana pequeña bendiciendo la mesa y el termínate todo que sino no sales. La abuela esperando la hora del serial de Lucecita y las tardes de siesta leyendo tebeos cambiados una y otra vez en Casa Ros o en la Tropela
Y luego a las seis y media, cuando bajaba el calor, salir para encontrarse con los amigos mientras las calles del centro quedaban tomadas por decenas de pequeños con la merienda en la mano, jugando a las cuatro esquinas - esquinas mágicas del centro de un Teruel sin coches- a tres navíos en la mar, a churro va, a la luneta, la cuerda, las tabas, los pitones… Más allá, en los bancos de piedra de la Placeta de las Monjas, un grupito intercambiando los cromos de Vida y Color y otro jugando con las barajas de las familias (familia bantú, familia de tiroleses) y encima de todos y de todo los vencejos del verano: los vencejos amigos de cada verano chillando y haciendo piruetas sobre las torres.
Tenía razón Fernán Gómez las bicicletas son para el verano, y también para el atardecer en el camino del Carburo arreglando con parches rojos la rueda pinchada. A las ocho la partida en los futbolines de la Bolera de la calle San Andrés o el encuentro con el resto de la panda en el Electroter de la calle Salvador.
Una caña mojada en el Goya (una sola y a veces compartida, por que no había pesetas para más) y los más atrevidos bajar a la Casa de Los Condes por si algún fantasma…
El Un, dos, tres en la televisión y conseguir después de rogar un poco (lo que te diga tu padre decía siempre la madre, más blanda, más cómplice) que te dejaran salir de nuevo, al menos hasta la una. Estrellas sobre los tejados de Teruel, calles repletas de voces familiares, vecinos en los balcones de tertulia a la fresca de la noche. Sensaciones. La calle de todos siempre con el carnet en el bolsillo por si la pareja daba el alto (lo de correr delante los grises llegaría algo después en Zaragoza).
Ha pasado la tarde con el borrador de la ordenanza. El otrora jovencito enamoradizo de la guitarra, hoy serio señor con corbata sólo en los actos oficiales, repasa el texto. El título octavo de la esperada ordenanza dice que regula locales juveniles, encuentros festivos en la calle y exige “condiciones y requisitos” en pro de la “seguridad, salubridad e higiene”, en pro de la “convivencia ciudadana”. Documentación, horarios, garantías…sanciones, folios, más folios.
Ya en el crepúsculo cierra la carpeta. Bajo el soñoliento cansancio mira de reojo a su hijo adolescente: tirado en el sillón, puntea suavemente la vieja guitarra, las manos más grandes, más expertas que las suyas a su edad…
Quizás por la ternura que le sobreviene, quizá porque Albert Hammond le enseñó que nunca llueve al sur de California, piensa de pronto que para ser justos no estaría mal que a la rigurosa ordenanza la acompañase de una vez por todas algo más que promesas oportunistas en época electoral o titulares periodísticos ad hoc para nuestros jóvenes. Puede que ellos también exijan algún día ese otro título octavo de nuestros compromisos y que terminen por sancionarnos también con rigor las promesas de mayores que nunca se han cumplido. Locales para ensayar música, teatro, danza o simplemente para reunirse y hablar y reír; centros y ofertas permanentes de ocio y cultura, lugares al fin para socializarse y crecer como personas y ciudadanos respetados y respetables de esta ciudad, Teruel, que es tan suya como lo es de sus mayores.

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