Albada 289

(La bella principessa, Bianca Sforza)


HORMIGUITA EN BLANCO Y AZUL

(22 de abril de 2012)

MARYBELL COIFFURE. Salón de peluquería”. El cartel es muy sencillo: un neón de fondo blanco y letras pintadas en azul, con una tijera y un peine cruzados en forma de aspa a la izquierda del texto y algo parecido a un secador a la derecha. Es pequeño, justo lo que ocupa la puerta sobre la que está colocado, pero se distingue bien en la anaranjada fachada de ladrillos. Marybell, sonríe; todavía no se acostumbra a ver su nombre en el anuncio. ¡Su propia peluquería y en su viejo barrio de toda la vida! Lo mira con disimulo todas las mañanas mientras se acerca por la acera de enfrente, cruza la calle, sube la persiana metálica… Vuelve a dirigir la mirada hacia arriba sin levantar apenas la cabeza y luego se queda pensativa un par de segundos antes de entrar. Se lo tuvo que decir más de dos veces a los de la tienda de rotulación, escribirles finalmente cómo quería que pusieran su nombre, con esa “y” griega en medio y las dos “eles” al final. Luego fue a ella a quien tuvieron que “explicarle” de nuevo el precio de los rótulos, porque que desde el principio elegía el modelo más caro del muestrario: el multicolor, el de las letras sueltas de diseño en vinilo translúcido. “—Perdone, pero ese letrero se aleja mucho del presupuesto que nos ha indicado, y más si quiere que también grabemos sus iniciales en las cristaleras...”.
El reloj que colocó presidiendo la pared frontal marca las siete y veinticinco; apenas media hora para abrir. Las clientas son tan madrugadoras como exigentes. La tratan con amabilidad pero no le excusan el más mínimo descuido. les debe parecer que el ser tan joven está reñido con hacer las cosas bien, ¡qué equivocación!”, piensa Marybell mientras despide, sonriendo, a su última clienta del día con un “—buenas tardes señora, hasta la próxima vez que usted quiera”.
A veces se le duermen los brazos. “—Eso, cariño, sólo pasa al principio, le dijo una peluquera en la última reunión del sindicato, luego lo que te dolerán de verdad serán las cervicales, procura hacer ejercicio y cuidarte o por la noche no podrás dormir de dolor. ¡Este oficio nuestro es matador para las varices y la espalda!”
Marybell hace caso a tan malos augurios y antes de que la contractura muscular se haga crónica se apunta a un gimnasio. Todas las tardes al salir de la peluquería lleva al hombro la bolsa de deportes con las mallas negras y la sudadera naranja.
“—¡Pareces de la selección holandesa!”, le dice aquel calvito simpático que hace abdominales sin aparente esfuerzo en el banco de musculación vecino.
“—Marybell, me llamo Marybell, con y griega y dos eles al final, le contesta ella cuando se despiden en la puerta del gimnasio. A pesar de su insistencia no ha querido acompañarle a la cafetería. “—Es tarde, mañana hay que madrugar de nuevo”, se excusa.
De regreso a casa tiene que pasar delante de su peluquería. El anuncio ilumina un trocito de la calle y ve su nombre de un blanco azulado reflejado en el pavimento. “¡Lástima de cabeza, si al menos hubiera tenido algo de pelo podría haberle dejado mi tarjeta…”, va pesando mientras el toc-toc de sus tacones se aleja sobre la acera.

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