Albada 298



VERDAD DE SOBRA
(1 de julio de 2012)

Sobre todo era sincero. Eso decía siempre él cuando avisaba al que, atónito, le escuchaba (a uno se le pone cara de tonto ante semejante advertencia) “y que conste que te lo estoy contando con total sinceridad, por tu bien, y porque ante todo siempre soy sincero… le caes muy bien, te tiene mucho cariño, pero…”

¡Los dioses nos libren de esos individuos que van soltando por ahí sus verdades!, añadiría yo.

El asfalto de la avenida reluce al mediodía, parece una pista de patinaje gris y ardiente. Hace tanto calor que pronto lloverá. Mientras conduzco te veo en el espejo del retrovisor. Disimulo porque no quiero que tú te des “demasiada” cuenta de que te miro (¡me moriría de vergüenza!) “Demasiada” no, pero un poco desde luego que sí. Quizás sean suficientes estas señales que te envío para que te convenzas de una vez por todas de lo que me gustas, de lo loca que me tienes.

¿Cuánto hace que me dura esto? ¿Cinco, seis meses? Dicen los expertos que lo del enamoramiento tiene fecha de caducidad… ¿Cuánto me queda a mí?, ¿cuánto me durará este deseo compulsivo por descubrirte, esta obsesión por unirme a ti?... Cuando al alba consigo dormirme, agotada de tanto pensarte, de tanto recrearte, creo que es el único momento en que estoy libre de ti; pero no me vale el sueño, esa otra realidad de la que no somos dueños y que, además, me aleja de ti (¡todavía no he conseguido soñar contigo!). No, no es por el descanso, la sensación física de bienestar que siento al despertarme es sólo porque pienso que “ya” te voy a ver, que “ya” voy a estar de nuevo a tu lado. Juntos bajo este verano plomizo, de esta ciudad plomiza, con este trabajo plomizo... Se aceleran mis latidos a cada paso hacia el trabajo. Soy feliz., como lo soy al sentir el viento en mi cara cuando voy en tu moto de vuelta a casa. “¿Te llevo?”, me preguntas, volviéndote hacia mí, siempre con una sonrisa, siempre justo en el último momento y en el último escalón del Banco. Y a mí, que he estado esperando por segundos infinitos esas dos palabras, se me seca la garganta, me queda apenas voz para lograr articular un soso: bueno, vale.

“Qué quieres que haga, es mi natural ser así de sincero, por eso te lo digo, por eso tenía que decirte con sinceridad que…” Y entonces, lo más que esperas del tipo aquel es algo así como un tremendo pisotón, una sacudida eléctrica, incluso hasta una sonora bofetada… nada bueno, desde luego, nada que te haga bien de verdad, sólo lo que más te fastidie el día o, por qué no, lo que más te estropee la vida… “Te quiere, claro, pero…”

Hoy les he dicho a los cinco de la oficina que les invito a tomar algo, que es mi cumpleaños. A “todos”, a los cinco, ¡qué más quisiera yo que haber pasado de ésa, de ése, de la otra y del otro también, y que fueras tú el único sentado en mi coche, aquí en el asiento de al lado, sonriéndome de perfil!
A cada parada de semáforo alguien dice una nueva tontería, todos ríen. Te vuelvo a mirar a través del retrovisor y me encuentro con tus ojos.
La comida ha sido divertida. Y yo casi hubiera jurado que tú sólo has estado pendiente de mí, que me has mirado sólo a mí Quizás, me digo, has entendido mi pregunta urgente y muda.

A la vuelta, he ido parando en cada calle, en cada plaza, justo para dejaros uno a uno lo más cerca de vuestra casa. Aún así os empapáis. La fina lluvia, al final de la tarde, se ha convertido en aguacero de verano. Tú al salir del coche te has acercado hasta mi ventanilla y me has vuelto a desear feliz cumpleaños. Nuestras mejillas cruzándose en aquel marco de cristal, y los dos besos casi tropezados en tan poco espacio… me das también la mano, es un gesto tan formal que no siento hasta el final el papelito doblado entre nuestras palmas.

Aquel, el compañero cargado con su sinceridad fatal, ha sido el último que ha quedado en el automóvil. Carga las armas y comienza su combate…. No le he preguntado nada. Nunca pensé que se me notara tanto, que la gente comentara…. Ni siquiera había parado el motor del coche para despedirle. Yo sólo quiero que se baje rápido del asiento de copiloto y se aleje, solo deseo conocer el secreto arrugado en el hueco de mi mano.

Mientras el sincerísimo entrometido sigue hablando, yo ya no le oigo, casi ni le escucho mientras suelta (vomita) sus verdades. “De verdad, de verdad de la buena, yo te digo, con sinceridad eh?, que te quiere, ¡claro!... te quiere como amiga, pero desde luego no está enamorado de ti… de verdad, yo no te engañaría nunca”. Sube el ruido del parabrisas, sólo oigo el ris-ras pasando una y otra vez delante de mi cara. La lluvia de fuera no mojaría tanto mi cara como las lágrimas que caen en el coche. Incapaz de esperar más, he desplegado el papel. Reconozco tu caligrafía en el azul del haiku: “Dos con un paraguas, el más enamorado se moja, y yo estoy empapado”. Ya ni me incomoda que aquel siga hablando. Las demás verdades me sobran.









2 comentarios:

  1. No se quien eres. Te he encontrado por causlidad. Gracias por el texto y por emocinarme la mañana.


    Andrés.

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  2. Gracias a ti por tu generosidad al compartir en este blog un trocito de esa emoción. Te deseo toda la suerte del mundo, Andrés. Un abrazo desde Teruel. Ana

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