Albada 307



INSIGNIFICANTE
(2 de septiembre de 2012)

Érase que se era… no sé por qué la historia de mi vida siempre debe comenzar así.
Si con una leve seña hubiera sido suficiente seguro que la habría hecho; habría llevado el dedo índice a la comisura izquierda de mi boca tras señalarle sus labios (evidentemente, con el debido disimulo requerido en estos casos). Habría hecho la señal, o incluso la hubiera repetido tres veces o hasta la saciedad, qué su destinataria bien creía yo que lo merecía; pero pronto me di cuenta de que era inútil: cualquier gesto, cualquier guiño o ademán de aviso que yo hubiera hecho nunca sería visto por Ella. Y es que Ella seguía y seguía hablando sin parar, nada existía para la Bella excepto su propia borrachera de voz que sin previo aviso, sorprendiéndome, la había abducido, la había arrancado de nuestra mesa para llevarla a no sé que extraño espacio, a un cuasi universo hecho tan sólo del aluvión de sus palabras.
Ya no era Ella; de pronto era un torrente, una inundación de locuacidad que me dejó tan perplejo como suspenso de sus labios. De sus labios doblemente además porque allí, precisamente a la izquierda de su hermosísima boca, sobre su dulce y deseada boca que no cesaba de abrirse y cerrarse discurseando sin orden ni concierto, también, suspenso y ahíto como yo, reposaba el maldito trozo de guisante.

Pegado al cálido borde, orillando el rojo escarlata turgente y codiciado por mi, que hasta hacía unos segundos sólo bebía de la sonrisa silenciosa que entre bocado y bocado me dedicaba la diosa, un pedazo de Pisum sativum, de la familia de las Leguminosas, y más concretamente miembro de la subfamilia de las Papilionoideas, en un imperdonable descuido de la bella mientras daba cuenta del suculento plato, se había apropiado con total plenitud de toda la hermosura de su cara.

De cómo y el porqué una minúscula migaja, apenas un átomo, un insignificante trocito de guisante es capaz de apoderarse y transformar así toda la esencia de un ser humano, de cómo una sola partícula es suficiente para hacer que mi bella no fuera tan bella, ni su sonrisa tan silenciosa, es un misterio al que no sabría responder.

Sólo cuento lo que sucedió y como sucedió lo cuento. Durante el resto de la cena mi atención sólo la acaparó aquel resto del vegetal. No fui capaz de mirar ni atender a nada que no fuera aquella insignificante mota verdosa en la cara de la Deseada

A la salida del Restaurante me confundí entre la gente y nunca más supe de Ella, tampoco supe si al llegar a casa el espejo le diría la causa de mi huida.

Dice el rey, mi señor padre, que a este paso no vamos a encontrar princesa que desposar ni futuros nietos que coronar.

Para calmar su enfado mi madre y augusta reina le ha hablado de su nuevo plan y no cesa de encargar plumas para colchones, montones de colchones, ¡Será por guisantes!, ha dicho.

Será lo que será, érase lo que se era…pero esa ya es otra historia.

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