Albada 316


ENIGMA
(11 de noviembre de 2012)

Érase una vez, cuando en el mundo no existía la tristeza, un valle encantado. Se escribió en papel antiguo que estaba rodeado de todos los deleites inimaginables: un dulce lago donde navegar junto a los cadenciosos cisnes, jardines colgantes de olorosas flores y la suave sombra de frondosos árboles; íntimos, recoletos cenadores para los amantes, bellos templetes de columnas jónicas en los cuales poder escuchar las más exquisitas melodías mientras se contemplan las estrellas, cientos de torreones con estandartes de colores ondeando en el cielo azul... y, como es debido y nunca debe faltar en todo sueño que se precie, una hermosísima y sonriente princesa cantando en la ventana del más magnifico palacio.

Sobre el dintel de su gran puerta dorada, grabadas en piedra, las palabras del poeta Khayyam: “olvida que ayer debían recompensarte y no lo hicieron. Sé dichoso. No eches de menos nada. No esperes nada. Lo que deba ocurrirte está en el Libro que ojea al azar el viento de la Eternidad”.
Y una vez se atraviesa el umbral, justo en frente de la entrada, otra puerta más pequeña coronada por un delicado friso semejando la espuma de las olas bajo el que se podía leer, también grabada en piedra, una única palabra cuyo auténtico valor y profundo significado sólo conocían los sabios y libres de espíritu que, felices, habitaban ese Parnaso de inmortales.

De aquel hermoso paisaje, que alguien llamó una vez Paraíso, donde vivían Naturaleza y Cultura en la más absoluta armonía, no quedan más que las huellas del laberinto que anunciaba su presencia al comienzo del valle. Cuentan que si algún valiente consigue atravesarlo, una vez rodeado el dintel áureo que yace partido sobre el suelo, sólo le aguardan un montón de ruinas silenciosas de las que se ha apoderado la Nostalgia. Además, dicen también, unos seres grises y anodinos pueblan ahora los vergeles y palacios amenazando con asfixiar el alma de cualquier incauto visitante.

Como en un espejo oscuro la imagen de aquella Arcadia feliz se refleja hoy en su lago transformada en erial y desolación. Tiempos malos, éstos, para edenes y jardines; tiempos difíciles para la Cultura y la Dignidad cuando la Mediocridad, señora de casi todo, campa por sus fueros y se hace grande sólo por lo que es capaz de destruir.

Ya no se oyen cantar a hermosas princesas: danzan locas en las habitaciones más oscuras del castillo; tampoco la brisa de los cisnes hace ondas en el azul. La misteriosa palabra grabada bajo el dintel de agua marina es ahora trozos de un rompecabezas bajo la hiedra. Ya sé, ya sé que alguno de ustedes aún la conoce, que todavía unos pocos saben la respuesta de este enigma. Y mientras el viejo Borges todavía me sonríe, esa es mi esperanza y la fortuna que plantea esta incógnita

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