Albada 319

                                                                                                 (Ilustración de Jesús Cisneros)



CABIZBAJO
(2 de diciembre de 2012)

Lo de que todos somos contingentes y sólo uno es necesario en estos tiempos de crisis ya se encargan precisamente los susodichos “unos” de recordárnoslo con reiteración y contundencia. Y claro, como luego está esa dichosa vulnerabilidad (que tan bien describía Raquel Fuertes la semana pasada en este mismo Diario: "nos hemos convertido en seres tan frágiles, tan dependientes de lo que podemos dejar de tener que esa debilidad nos lleva a sucumbir fácilmente a los vaivenes de un mundo que navega sin rumbo"), pues… por si acaso…¡eso!, que mejor nos quedamos “quietos-paraos”, calladicos y con la cabeza bien gacha, que siempre es pronto para pasar a formar parte de las dos únicas clases sociales que los malos augurios vaticinan para los ciudadanos de este país: la de Callejeros y la de Españoles en el mundo.

Pero, además del grupo de los parados y de los emigrantes, en esta época en que si hablas de lo mal que te lo están haciendo pasar hasta en el sindicato te dicen ¡shhh, mejor te callas, qué al menos tienes trabajo!, faltaría añadir esa otra tercera categoría, precisamente la de los “unos” (que aún faltándoles la “h” un rato bárbaros sí son sí); a menudo seres incapaces pero que al ocupar puestos de poder se convierten en “altamente peligrosos” por los destrozos irreparables que ellos solitos son capaces de provocar

Y mientras el españolito pisoteado calla y obedece mansamente; cruzando los dedos para que nadie se fije demasiado en él (que el que no se resigna ahora la pifia y ningún compañero va a mover un dedo por ayudarte) intenta mantener en lo más hondo de su corazón al menos un poco de dignidad en todo este conformismo; piensa, quiere creer, que algún día caerán máscaras y se evaporará como por encanto tanto desatino. Puedes engañar a todo el mundo durante un tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo, decía Abraham Lincoln, pero a él le cuesta hacer su lema de frases tan redondas; es más: le escuece el tiempo, le duele la paciencia. Tanto, que cuando entra por la puerta del trabajo al que le parece oír es al mismísimo Dante en su bajada a los infiernos. Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! le dice la voz cavernosa del florentino. Afortunadamente le dura poco el fantasmal susto al agónico cabizbajo porque le vienen enseguida a la mente las palabras del médico en Amanece que no es poco: “nunca había visto a nadie morirse tan bien; ¡qué irse!, ¡qué apagarse! "
Al menos habrá que erguirse, mantener la figura, piensa levantando la cabeza; y se sonríe sólo ante su ocurrencia. Aún nos queda el sentido del humor. El humor es lo único que al final nos salva; pero…ssshhh qué no lo sepan, sshhh… qué no se lleguen a enterar de que la risa nos hace fuertes y al fin invulnerables ante tanto desencanto… ¡qué a lo peor también vienen, la cogen y nos la estrellan!... disimulemos, disimulemos y levantemos la cabeza.



 

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