Albada 331





PECES

(3 de marzo de 2013)


Creo que, todavía (y ¡cruzo los dedos!), puedo darte algunas cosas pero por lo que más quieras no me pidas consejos porque no te los daré; no te los daré porque no los tengo y además ¡ni siquiera sabría dónde ir a buscarlos!

Manuel, por supuesto, no le dice nada de lo que está pensando a su hijo y sólo le sonríe un poco desde su sillón mientras él le sigue explicando lo que le han dicho en clase.

Intentar aparentar interés, no le cuesta nada; es más lo que le sobra es interés, en estos momentos de su vida nada le importa más que sus hijos, pero teme tanto las preguntas que tiene prisa porque aquel adolescente, que tanto se parece a él, se de la vuelta y se entretenga con cualquier cosa. El desconcierto cree que se le nota demasiado así que mejor que la conversación se quede para otro día.

Ahora que de pronto se ha hecho tan difícil aconsejar a un joven hacia dónde dirigirse, qué estudiar, cómo orientarse, padres e hijos están ante la misma incógnita sin apenas luz que les aclare nada. Elegir siempre es lanzarse un poco a la aventura pero el hacerlo sin ningún atisbo de red deja a cualquiera sin palabras a la hora de contestar el ¿qué te parece que sería mejor que estudiara papá? o el más temido “y ahora que he terminado ¿qué?”

En la casa de al lado, la familia del amigo del hijo de Manuel tiene, además de la preocupación por el incierto futuro de los chicos, una situación angustiosa llamada paro. Se vive al límite y a la espera de no se sabe bien qué cambio, qué noticia, porque el trabajo se ha convertido en un lujo y hablar de los derechos y la dignidad de los trabajadores es como mentar al diablo (si tienes trabajo no te quejes que ya eres un afortunado, te dicen, así que tú…¡chitón, si te explotan esa suerte que tienes que cobras a fin de mes, sería un desaire, un atropello hacerlo además ante alguien que pueda estar sin trabajo…y así, con el miedo y sin quererlo, se abren más y más puertas a la injusticia).

El primo del hijo de Manuel está en Alemania desde hace unos meses ¡Qué suerte tenéis, al menos ha encontrado algo!, les dicen los conocidos a los padres, y ellos se callan porque ya resulta cansino hasta quejarse y tratar de explicar la situación “real” en que se encuentra gran parte de nuestros hijos que está trabajando en el extranjero: en unas condiciones que duelen en el alma, y que laceran todavía más sabiendo que han sido buenos estudiantes, trabajadores y valientes por salir de las comodidades de su casa; al menos ha encontrado algo y aprende el idioma, y se labra un futuro y es que como aquí no hay nada van como perdidos y… les dicen a los padres de los hijos emigrantes y ellos callan porque además de penoso resulta hasta “incomodo” dar explicaciones… que – como decía antes – quejarse da miedo… que ya es como si tentaras al destino y ¡siempre pueden venir peores!…

Pero volvamos a la casa de Manuel. El más pequeño de la familia, que todos creen dormido a esas horas, ha escuchado tras la puerta la conversación de los preocupados padres. La tele está encendida y el presentador desgrana uno a uno lo que ya parece un vía crucis para España, un auténtico calvario del que además no conocemos el número de estaciones ni como será la cruz que nos espera tras la ruinosa subida. El niño escondido sonríe: el comentario enfadado de la madre ante las noticias le ha dado la solución, aunque – piensa – ¿cómo puede ser que a ella tan lista, a ella que todo lo resuelve siempre en casa, no se le haya ocurrido antes? Y, después de mirar un rato el acuario que tiene en su cuarto, se atreve al fin a ir junto a sus padres. Tiene prisa por contarles su descubrimiento: mamá, lo que dices, eso de que sólo se salvan los peces gordos… pero si es tan fácil, nosotros también tenemos en casa… y abriendo con mucho cuidado el cuenco de sus manos les enseña a sus padres al más grande de la pecera.






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