Albada 334











AFORTUNADAMENTE
(7 de Abril de 2013)



Ver pasar la vida a tu alrededor desde luego puede ser una opción, ¿por qué no si hay muchas personas que lo hacen casi de continuo? Sin embargo, a priori, a nadie le gustará reconocerlo: pocos afirmarán haber elegido esa “manera de existir”, haberse conformado con semejante “planazo” para el resto de sus días. Afortunadamente también está el otro verbo, el de “mirar”; más cansado, más arriesgado desde luego, pero mucho más estimulante porque conlleva siempre una aspiración, una intención concreta: orientar, enfocar la mirada hacia una dirección responde a un propósito por muy leve que éste sea (saciar nuestra curiosidad, por ejemplo); “algo” buscamos al mirar y “mirar por algo” o por alguien requerirá por nuestra parte de un catálogo de cuidados y atenciones a menudo extenso y laborioso. Mirarse a los ojos tiene mucho de encuentro, bastante de abrir el alma, un punto difuso de entrega e incluso el peligro (maravilloso) de quedar para siempre prendado, atrapado por una mirada.

Este domingo terminan unos días de fiesta esplendidos para habernos “fijado” en la Vida (con mayúsculas) y encontrarnos con su cara más amable. Salir de lo cotidiano favorece nuestro mirar, nos reconocemos anhelos, nos descubrimos afanes y aficiones, estrenamos flamantes horizontes… y es que la fiesta, las emociones o simplemente lo extraordinario (aún siendo éste doloroso) es “el paraíso de la mirada”.

Y ya de vuelta del dulce paréntesis al quehacer corriente, al despertador y a las prisas habituales lo que mañana, lunes, nos pide el cuerpo es ponernos las gafas de sol o aguantar, con los ojos cerrados, la que se nos viene encima. Quizás la solución para este abatimiento sea redoblar el ánimo y poner dos letras delante del verbo mirar: practicar el sano ejercicio de “admirar” podría curarnos un poco del desencanto que nos rodea, ofrecernos, al menos, la dosis mínima de ilusión… el problema estaría ahora en encontrar el objetivo, reconocer el referente que cada día parece escasear más.

Leía estos días un artículo de Manuel Vicent, titulado Fontanería, que hablaba de los pequeños actos felices que constituyen la Felicidad en abstracto: “Me levanto cada día con la necesidad de admirar a alguien, y puesto que los políticos ya han sido convertidos en carne para albóndigas y los intelectuales están todos en el bingo, busco en las páginas amarillas a los héroes del momento… me conformo con un carpintero que haga una buena silla… con un panadero que fabrique con amor un pan románico…. Prestar los servicios más simples con honradez, poner un tornillo a conciencia, acudir a un cita puntualmente constituye la máxima categoría mental de un individuo desarrollado… un país se puede permitir que sus políticos sean unos ineptos, pero no que lo sean sus fontaneros”

No se puede decir más claro y termino por darle la razón al escritor; quizás, añadiría yo, no estaría nada mal (sería hasta conveniente) llegar a admirarse uno también a si mimo, al menos un poquito, precisamente por idénticas razones: por hacer las cosas bien. Los héroes del XXI en nuestro país barren aceras con esmero, arreglan bien los coches, curan enfermos, venden excelente género y te dan en sus clases todo lo que saben; los héroes de hoy, dignos de mirarlos y admirarlos te tratan con amabilidad y paciencia y además consiguen solucionarte el problema de tu móvil nuevo que parece que se ha vuelto loco o te regalan una sonrisa cuando te venden el periódico… tantos héroes cotidianos hay todavía, afortunadamente, en esta España nuestra, que la mirada se vuelve golosa sólo de imaginarlo. Afortunadamente todavía.



                                          siempre, siempre, siempre




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