Albada 335



LA NOVIA VIETNAMITA
(14 de Abril de 2013)

Hacer un buen bacalao al pil-pil tiene su aquel. “¡No te descuides que ligar la salsa como lo hacemos aquí requiere de ese toque de muñeca tan especial que es precisamente por el que se nos reconoce entre cientos!” le dice el dueño. Lleva soñando toda la noche con el dichoso movimiento circular del brazo que hace única a la famosa salsa del restaurante donde trabaja. Bajo la ducha canturrea la última canción que ha escuchado en la radio. Cuando salga, en el aire del ascensor permanecerá unos segundos un suave aroma a cedro, musgo y sándalo, las notas de fondo de aquella colonia que le regaló su novia vietnamita.

Aún después de llevar 3 años, la vida allí le sigue pareciendo un mundo aparte. Dicen que la moto es una extensión del cuerpo de los habitantes de Hanoi. Él también ha terminado sucumbiendo y tiene una roja y blanca que utiliza sobre todo para llevar hasta el lago Hoan Kiem a la dulce Yanlu, la vendedora de colonias que compuso personalmente para él su nuevo perfume. Para trabajar no usa la moto a no ser que tuviera que acercarse hasta el barrio de los rascacielos Keangnam, ya a las afueras de la ciudad; Le gusta arriesgar y jugar peligrosamente a sortear por las aceras a los motoristas que cruzan sin importarles sitio ni gente; tropezarse con transeúntes despistados es lo menos grave que podría ocurrirle cuando todas las mañanas va andando de casa al trabajo: las motos, son verdaderos kamikazes que aparecen y desaparecen sin norma alguna, son las reinas de la calle y también de las aceras.

Yanlu trabaja en la tienda al lado del restaurante. Es un comercio grande, muy iluminado, calcado a esos occidentales que te puedes encontrar en cualquier ciudad europea: venden colonias y perfumes colocados por marcas con sus probadores a un lado, al otro extremo los productos de maquillaje (decenas de marcas europeas, carísimas) y al fondo un apartado de droguería con productos como peines, champús o cuchillas de afeitar; allí, al fondo de aquella impersonal tienda, fue precisamente donde la conoció, cuando hace (hoy exactamente) dos primaveras entró a comprarse algo para su cara irritada; un altershave, algo hidratante no importa qué, le dijo cohibido a la pequeña dependienta (entonces todavía no era Yanlu). Mientras hablaban se fijó automáticamente en los carteles de propaganda que les rodeaban: aparecían hermosas mujeres de labios rojos y ojos azules, nada parecido a la vietnamita de ojos rasgados que le escuchaba atentamente con la cabeza algo inclinada y las manos apenas cogidas a la altura de la cintura.

Los fogones del restaurante se encienden pronto por la mañana y no paran hasta más allá del mediodía. Qué cómo un restaurante español ha podido llegar a alcanzar tanta fama entre los asiáticos se le escapa hasta a su mismísimo jefe, un vasco criado junto al Bidasoa: no acaba de creerse que la lista de espera para comer la tenga ya comprometida para varios meses, y temiendo que el sueño acabe tan rápidamente como comenzó (hoy hace dos primaveras exactamente), no dejar de arengar a sus cocineros para duplicar esfuerzo e inventiva.

La novia vietnamita está ahora en la trastienda repleta de colorines y aromas de la vecina gran superficie; a través de la oculta ventana que da al patio interior, si se sube al taburete, alcanza a verle trajinando entre sartenes y grandes cazuelas.

Sonríe la oriental mientras vuelve a sus probetas y prueba con un poco más de cinamomo y dos gotas de esencia de regalíz.





1 comentario:

  1. me inspira la cotidianidad oriental
    gracias por escribir
    tq

    ResponderEliminar