ALBADAS 171-

(ilustración Yevgenia Nayberg)


PATIO


27 de diciembre de 2009


Si se piensa bien el patio de luces recuerda a un enjambre: decenas de abejitas sin alas, torpes pero diligentes, apurándose en sus respectivos pisos.

El edificio tiene doce plantas, tres viviendas en cada una; en total hay treinta y seis ventanas ordenadas en filas miméticas, milimétricamente colocadas unas encima de las otras: si se mira bien son agujeros abiertos en un interior hueco de cemento enlucido en blanco, uno más de la ciudad que es una ciudad más. Y si se escucha bien, se oye el zumbido suave de la cotidianeidad, la seguridad de lo acostumbrado, la tranquilidad de lo habitual y la certeza del rito y del calendario que ascienden rebotando en cada una de las esquinas del alto claustro sin columnas.

La vida en espiral crece allí al segundo, mientras el viento arrastra el humo que sale por los sumideros. La noche ha sido febril: entrechocar de cazuelas, agua bullendo, turbinas de hornos obedientes, motores de batidoras sobre frutas de colores y espumas a punto de nieve, lavavajillas empapados con olor a limón, lavadoras locas que bailan, freidoras crepitando, platos que se tocan y tintinean, vasos que se rompen de improviso sobre el fregadero; ruidos de cacharros, voces de madres y de chefs aficionados… a las cocinas se les escapa la prisa y la emoción por el borde de las ventanas.

El humo de los treinta y seis extractores va repleto de sentimientos hacia el cielo. El patio estuvo así desde el atardecer. Después, mucho después, se han ido apagando las ventanas y el silencio se apodera de aquel alto cuadrado. Bajo la luna creciente que consigue colarse, las tuberías festonean sus muros dibujando sombras extrañas en los desconchones. Los tendederos de la ropa, imposibles esqueletos de fantasma, añoran el abrigo que pronto les cubrirá de blancos manteles de organza, afanes de finas y finadas costureras, o quizás prefieran las livianas servilletas rojas compradas en los super. Desde el tejado, el fondo aparece oscuro, hosco, y pesa más que nunca; pesa sobre todo la nada en su suelo mojado, por eso aspira la claridad que resbala por las paredes para atraparla y hacerla suya bajo las capas del moho verde.

Cientos de sueños se han colado al patio por las rendijas de la treintena de persianas, y aún se columpian entre los hilos de los tendederos. Mientras despiertan sus dueños, en las cocinas suspiran las raseras por los cazos, descansan las sartenes del aceite y un frigorífico rumia su intermitente queja al interruptor de la luz que le hace estremecer cada vez que se enciende. Pronto olerá a tostadas y café. Voces infantiles abriendo regalos envolverán al patio por fin de luces.

Hoy es otra vez Navidad.

1 comentario:

  1. Al leerte me he acordado de aquel poema de Blas de Otero. Gracias Pamirh

    "Entonces y además
    Cuando el llanto, partido en dos mitades,
    cuelga, sombríamente, de las manos,
    y el viento, vengador, viene y va, estira
    el corazón, ensancha el desamparo.

    Cuando el llanto, tendido como un llanto
    silencioso, se arrastra por las calles
    solitarias, se enreda entre los pies,
    y luego suavemente se deshace.

    Cuando morir es ir donde no hay nadie,
    nadie, nadie; caer, no llegar nunca,
    nunca, nunca; morirse y no poder
    hablar, gritar, hacer la gran pregunta.

    Cuando besar una mujer desnuda
    sabe a ceniza, a bajamar, a broza,
    y el abrazo final es esa franja
    sucia que deja, en bajamar, la ola.

    Entonces, y también cuando se toca
    las dos manos el vacío, el hueco,
    y no hay donde apoyarse, no hay columnas
    que no sean de sombra y de silencio.

    Entonces, y además cuando da miedo
    ser hombre, y estar solo es estar solo,
    nada más que estar solo, sorprenderse
    de ser hombre, ajenarse: ahogarse sólo"

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