BURBUJAS
(publicado en el Diario de Teruel el 7 de marzo de 2010)
Esta madrugada nieva de nuevo. La nave que ha transportado al grupo de humanos soñolientos casi con mimo les arroja ahora al frío del asfalto sin ni siquiera un chasquido de despedida de sus anaranjadas bocas de metal; por el contrario, los ha soltado en silencio, con la certeza de que al anochecer volverán a su vientre; con la misma seguridad con la que se mecen los barcos de los piratas esperando frente a la bahía.
Esta madrugada nieva de nuevo. La nave que ha transportado al grupo de humanos soñolientos casi con mimo les arroja ahora al frío del asfalto sin ni siquiera un chasquido de despedida de sus anaranjadas bocas de metal; por el contrario, los ha soltado en silencio, con la certeza de que al anochecer volverán a su vientre; con la misma seguridad con la que se mecen los barcos de los piratas esperando frente a la bahía.
Antes del mediodía uno se encuentra en su mesa trabajando con Nuevas hipótesis sobre el universo del físico inglés Thomas Wright. Según el sabio “el espacio infinito está lleno de universos jerarquizados e intrincados mutuamente, con estructura en forma de burbujas”.
El libro, de formato en octavo y fechado en 1750, está escrito con la novedosa tinta ferrotónica. A uno la mezcla del sulfato de hierro y el ácido gálico se le pega a los dedos y a la nariz. Al registrarlo en el inventario se siente afortunado: aquel es el olor que se ha puesto de moda en las bibliotecas de los más acomodados ilustrados; nadie que se precie de tener cierta cultura y un más que considerable poder adquisitivo puede dejar de tener al menos media docena de libros con esa letra picuda y olorosa que él contempla ahora arrebolado.
Al atardecer la tierra se ha dado ya la vuelta y cruje el vacío del tren. Mientras le acercan a casa, uno no puede olvidar las palabras del autor inglés que aún no ha escrito, de ese tal Wright que ni siquiera ha nacido. Deduce que según sus teorías lo que le sucederá de inmediato bien pudiera ser un salto al infinito desde su burbuja personal. Es eso lo que más teme: saltar al exterior del desde-donde de todos los regresos y porvenires.
Uno mira por la ventanilla pasar como una exhalación el cielo oscuro y siente el mismo vértigo que Pascal ante el espacio eternamente silencioso de la infinitud. Puede que el riesgo de fuga, de escape, la posibilidad de que un pinchazo explote toda la seguridad de lo finito contra una vertical asombrosa e inacabable se haya producido ya; puede que en realidad uno ya no sea uno y haya comprendido así, en el pasado, todo el espectro del tiempo que le queda.
Cada día al irse de casa da una galleta a su perro. Antes de cerrar la puerta del jardín uno siempre se siente observado por cientos de ojos redondos y oscuros. Aunque él no lo sepa ocurre que en las otras burbujas los gorriones esperan a que se marche para comer las migas de galleta caídas en el suelo. El día que uno se olvida, los gorriones esperan inútilmente muchas horas.
Tenía razón aquel viejo Thomas Wright: el espacio infinito está lleno de universos intrincados mutuamente. Sólo hace falta que caiga de su esfera, y que como un Pablo de Tarso cualquiera, uno vea.
Y en la relación de pareja UNO más UNO son tres (o así debería ser): el mundo de A, el mundo de B y el mundo de A junto a B. Escribes muy bien, querida Ana. Un beso.
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