Albada 183


CRI-CRI
(Publicado en Diario de Teruel 28 de marzo 2010)

Nos decían estos días los titulares de prensa que el 15,7 % del total de la plantilla de las empresas públicas aragonesas (hay unas 100 según los últimos datos publicados en el 2008) son altos cargos, es decir consejeros, directivos o similares. Si las cosas fueran proporcionales, podríamos estar contentos. Quiero decir: si la relación entre cargo y eficacia o nómina y validez, si el nexo entre autoridad y operatividad fuera cuando menos equilibrado y consecuente, las cosas nos pintarían genial a los curritos de a pie; no podríamos más que felicitarnos ante semejante suerte.



Porque si un jefe lo es (según nos enseñaron) por su probada capacidad para gestionar y buscar soluciones a las dificultades, ¿cómo no vamos a estar seguros y contentos teniendo tantos “jefes” en Aragón? ¿Acaso, incluso, no tendríamos que empezar a plantearnos seriamente considerar este hecho como digno de estudio? (Me explico: el que tanto cerebro privilegiado y espíritu servicial se nos reproduzca con tanta exhuberancia y en tales proporciones en nuestra querida y fecunda tierra).

Y si a estos altos cargos unimos los otros “cargos”: los viceconsejeros, los “jefes y vicejefes” de las comarcas, los de las administraciones en sus diferentes niveles, los asesores, jefes de área, directores generales… ¿cómo no dar saltos de alegría ante nuestra buena estrella, ante semejante cohorte, ante esta Aristocracia aragonesa, este gobierno de los mejores, de los más capacitados, trabajadores y honestos administradores, elegidos y designados por ser los mejores candidatos, por ser nuestra nueva nobleza del siglo XXI?

Y es que como somos tan chulos aquí, por qué no decirlo, no nos andamos con chiquitas. Nosotros hemos sabido ir mas allá de lo que pregonaba Aristóteles y hasta el mismísimo Platón: no sólo tenemos a “unos pocos, los mejores” gobernándonos y buscando nuestro bienestar; nosotros tenemos a un buen “puñado” acompañándoles allá arriba bajo la nube gris, moviéndose afanosos entre la niebla dorada que envuelve a los que mandan, cuidando de nosotros como en un Olimpo moderno (un Olimpo a rebosar, eso sí, que hay muchos favores que hacer y clientelismo que atender).

Pepito Grillo no ha esperado estos días para irse de vacaciones. Hace mucho que está en paro y le hemos perdido de vista. Ojalá que alguna noche se acercara a la oreja de esas cabecitas privilegiadas que dormitan en la blanca y blanda almohada y les susurrara la pregunta: ¿Me gano yo lo que me pagan? Pero a la que otrora llamaban “conciencia” no hay manera de encontrarla. Debe estar dormida en algún remoto país o protagonizando algún que otro cuento de pinochos mentirosos. Mientras, aquí, el canto de los grillos no despierta ya a nadie.

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