Albada 195



JUNIO
(20 de junio de 2010)
En Junio terminan las clases. Fin de curso. La Selectividad es ya sólo espera de notas que cuadren y nervios destrenzados. Los estudiantes ocupan las estaciones con sus maletas más llenas y se alejan. La ciudad desaparece, aunque nunca lo hacen, por mucho que se distancien, la luz sobre los tejados y ese olor a violetas.
Si alguien volviera aquí, justo en ese preciso instante en que el tren acaba de perderse tras el envés del horizonte, vería que es verdad: la ciudad no existe, pero de su presencia ausente queda la luz con el perfume. La claridad fragante y el alrededor con la estremecedora nada abrazándolo todo.
P. ha vuelto al colegio de la infancia y no hay una sola ventana por la que asomarse; del instituto ni siquiera el testimonio del primer escalón donde se sentaba con C. y L. para jugar a las canicas, esperando sin ganas a que el conserje abriera.
Del viejo cine: aire; de los árboles talados de la plaza: sombra color de regaliz. Eso queda mientras P. frunce la vida en una sonrisa congelada.

Junio, mes de las despedidas, algunas para siempre, las definitivas. Son ésas, las últimas veces que nunca supimos que lo fueron hasta mucho tiempo después, las que más vacío dejan, las que ahondan hasta el escondido rincón del recuerdo.
La última vez que… la última vez que… la última vez que… ¡y ni lo sabías TÚ que ya no habría más veces!
Levantaron casas, ensancharon aceras, y el esplendor que se alzó hizo estallar secretos antiguos y emborronó memorias. Los años que han pasado construyeron el vacío que conjuró la única huella que a P. le quedaba.

Junio, que lleva nombre de diosa madre y de infancia protegida. Junio el de las despedidas de adolescentes que sólo sabrán cuando el reloj de arena gire mil veces que los adioses del mes de primavera hacen más daño cuanto más lejos se quedan.
Ahora que ha recogido despedidas que no supo que lo fueron, P. busca recobrar una ciudad que sólo existe en su corazón; ahora, cuando el tren dobla el reverso del horizonte, P. va a encontrar un mar silencioso de luz malva. Como un Peter Pan cualquiera desesperado por el deseo de volver. Lo que más duele, decía Pessoa, es el ansia de cosas imposibles…
en el fondo del alma hay una congoja intensa e invisible, una tristeza como el ruido del que llora en un cuarto oscuro.
En Junio, cuando florecen las violetas.

1 comentario:

  1. Casi siempre que te leo me despiertas añoranzas de mi tierra, pero en esta ocasión no solamente ha sido eso, me han llegado recuerdos de despedidas definitivas que ahora sé que lo fueron.
    Gracias Ana por llevarme a mi tierra y a mi pasado.

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