(1 de agosto de 2010)
El tema en cuestión no era nada personal pero le afectaba como si lo fuera. Aunque Uno no pensara lo mismo que ellos, aquella tarde se quedó también callado, tan silencioso como últimamente lo venía haciendo.
El tema en cuestión no era nada personal pero le afectaba como si lo fuera. Aunque Uno no pensara lo mismo que ellos, aquella tarde se quedó también callado, tan silencioso como últimamente lo venía haciendo.
Mientras les oía hablar, dirigió la mirada al fondo de la barra, las botellas del último estante brillaban alternándose en hileras perfectas: blanca ginebra, whisky tostado, vodka azul... Entornó entonces los ojos como si estuviera pensando “intensamente” en lo que acaba de oír y dejó que pasara el tiempo: un segundo, dos, diez segundos, un minuto… quizás ya ni le preguntarían y con un poco de suerte no tendría ni siquiera que asentir… alguien volvería a repartir las cartas y todos aplicarían los cinco (¿?) sentidos en la próxima jugada. Había observado que sobre el tapete verde desaparecían todas las consignas, y las directrices, una y otra vez repetidas, se quedaban flotando sobre la luz, ambarina y horizontal, que se colaba al atardecer dentro del bar.
Cada vez le resultaba más difícil. Si antes fingía y se unía al coro haciéndose pasar por otro más, ahora Uno notaba un cansancio infinito que le dejaba sin fuerzas para disimular. Odiaba cada tarde de partida y sin embargo sabía que era ese rato con sus antiguos amigos el que le garantizaba la mejor de las “impunidades”, el certificado de “su normalidad” absoluta.
Si los compañeros le resultaban insoportables, tampoco él se hacía mucha gracia cuando ya de vuelta recordaba cómo al quedarse de nuevo mudo había aseverado con su silencio hueco. Al fin y al cabo no era muy diferente a los demás, se dijo mientras abría la puerta.
En casa a Uno le parecía a veces sentirse más seguro, pero sólo a veces.
Besó a su mujer que le sonrió al saludarle, acarició al gato, se puso las zapatillas y se lavó las manos; fue a la habitación de la niña y en la penumbra la adivinó en la cuna ya dormida… al fondo del pasillo, en el salón, oyó la risa del hijo mayor viendo el concurso de turno en la televisión... la cena -con los alimentos convenientes y aprobados- ya servida en la mesa, armonía en los rostros... todo correcto, todo conforme se esperaba del modelo... a un paso del uniforme se dijo mientras desplegaba ya la servilleta.
Antes de dormirse, como de costumbre recitaron todos las últimas instrucciones. Chicos y grandes de cada casa de cada barrio de cada ciudad repitiendo las indicaciones, especialmente las nuevas prohibiciones (empezaban a ser tantas que se había hecho necesario este ejercicio de memoria colectiva).
Antes de dormirse, como de costumbre recitaron todos las últimas instrucciones. Chicos y grandes de cada casa de cada barrio de cada ciudad repitiendo las indicaciones, especialmente las nuevas prohibiciones (empezaban a ser tantas que se había hecho necesario este ejercicio de memoria colectiva).
Todos menos uno, Uno al que la noche y un cansancio infinito le habían sumido en un profundo sueño, todo lo profundo, personal, inconveniente y trasgresor como sólo los sueños pueden llegar a serlo.
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