Albada 202

(Dalí. "El farmaceutico de Figueras que no está buscando absolutamente nada"


LA CAMA
(8 de agosto de 2010)

Su mujer sólo se lo dijo una vez. La verdad es que no hizo falta que lo hiciera más veces ni que empezaran una de sus interminables discusiones: bien sabía él que la cama no cabía en ninguna de las habitaciones del piso de Barcelona. Y respecto a la idea de convertir el salón en dormitorio principal, que se le pasó entonces como un chispazo por la cabeza, ni se le ocurrió comentarle tal disparate. Definitivamente se tendría que conformar (por el momento), mientras no les fuera posible cambiar el moderno y ultrapreparado piso del estupendo barrio de Sant Gervasi (del que aún estaban pagando la hipoteca), por uno de esos “elegantemente decadentes”, ésos con habitaciones grandes y cuadradas, de techos altos y balcones con puertas de madera, con chimeneas apareciendo de pronto en rincones imposibles, con cocinas con despensa y soleados patios de luces… uno de esos decimonónicos pisos que los progres pudientes (políticos nuevos, la mayoría) se estaban “arreglando” en la Barcelona vieja, en los mismos barrios hasta hace poco nido de okupas, desheredados y bohemios que ahora alcanzaban precios imposibles Ni pensar en traerse la cama pues (de momento), sólo esperar los puentes y el ansiado mes de vacaciones.


En el pueblo, la cama estaba en el cuarto más alejado del centro de la casa, el que daba al poniente justo frente a la sierra de la Albera. Hasta allí no llegaban las voces de los veraneantes sentados en la terraza del bar de la plaza, ni las carreras de sus nietos jugando por los pasillos, ni la risa chillona de la cuñada riéndole las gracias al memo del marido… ni la televisión, ni los ruidos de las cucharillas endulzando las tazas de café del gran comedor familiar… ni siquiera el timbre de la puerta si llamaban.

La cama fue suya desde que recordaba; era suya por derecho de nacimiento, eso le dijo desde el principio su madre, mientras contaba a todos los de la casa cómo, para no variar el temperamento futuro de aquel hijo que siempre viviría con prisas, él vino a vivir al mundo allí, en la gran cama familiar, sin esperar a que le llevaran al vecino hospital de Girona, ni siquiera aguardando a que el padre volviera con el médico.

Algunas noches, de niño, en la casa de piedra del Alto Ampurdán, sentía aquel escalofrío y corría a su cama tapándose los ojos con la colcha granate de la abuela. Acariciaba las iniciales bordadas de la almohada mientras notaba que llegaba el sueño y la Tramontana que azotaba las persianas se olvidaba de asustarle y continuaba su camino para chocar al fin al amanecer contra los acantilados.

La cama era su barco seguro, refugio para leer, colchoneta para saltar de pequeño, después lecho de lujo para hacer el amor, isla de descanso y de sueños ahora que le pesaban más los años… su solaz de puentes y mes de vacaciones…
Sabía más que presentía que la historia de su madre tenía el final que nadie le decía y que algún día se unirían puente y barco y navegaría en su cama para siempre.

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