(22 de agosto de 2010)
La pereza es dulce como el chocolate con leche. La pereza es infatigable porque no se cansa nunca de perdurarse a sí misma ni de estancarse dentro de su propio regocijo. La pereza no ama los cambios, ni los inventos porque a la larga nadie ha demostrado nunca que supongan un trueque al final definitivo que a todos nos termina. La pereza no es más que la respuesta inteligente o quizás la desesperación tranquila del que ve que nada va a alterarse, y que la puerta hace tiempo estaba ya cerrada.
La pereza es dulce como el chocolate con leche. La pereza es infatigable porque no se cansa nunca de perdurarse a sí misma ni de estancarse dentro de su propio regocijo. La pereza no ama los cambios, ni los inventos porque a la larga nadie ha demostrado nunca que supongan un trueque al final definitivo que a todos nos termina. La pereza no es más que la respuesta inteligente o quizás la desesperación tranquila del que ve que nada va a alterarse, y que la puerta hace tiempo estaba ya cerrada.
El jardín después de la tormenta es más azul y huele a espliego. Sentado en la hamaca observa a Maruska. Le ha puesto nombre ruso porque la primera vez que la vio fue sobre la pared, en aquella mancha de humedad con un asombroso parecido a la antigua URSS, o quizás en realidad lo hizo porque de siempre le había apetecido conocer a alguien llamado así.
-¡Maruska!, ¡Marusketaaa! le dice con diferentes tonos cuando la ve salir.
-¡Maruska!, ¡Marusketaaa! le dice con diferentes tonos cuando la ve salir.
A la arañita, un ejemplar joven de la familia Argiopidae, no le llega la voz del humano, no por ser tan pequeña, desde luego, sino porque no tiene oídos, ni membranas timpánicas, ni nada parecido… la araña cuando siente vibrar el aire a cada golpe de voz de aquella criatura enorme corre hacia el borde de la tela… el humano se sonríe satisfecho y engañado casi la susurra: ¡Maruskitaaa, tú me oyes!
Si hay un ser que no conoce la pereza es la araña. Construye mil telas y las repara sin cesar. Es uno de los pocos animales que pone trampas. Eso le fascina al hombre: cómo un ser tan diminuto construye celadas mortales con la seda… eso y su afán de cazadora incansable, aún en la sombra del acecho antes de saltar sobre la presa.
Mientras Maruska está formando nuevas hebras y salta de una a otra ramita del rosal estirando el hilo, formando puentes de los que tender el resto de la telaraña, el humano perezoso y recostado, ya casi adormilado, cuenta los días que le quedan de vacaciones: apenas una semana, se dice.
Y le cuenta a la araña que le da una pereza enorme volver... volver a la oficina, volver a obedecer al jefe, volver a la pantalla y a la señal parpadeante del ordenador… volver a oír a los compañeros, escuchar sus interminables, aburridas, historias de familia, recibir decenas de correos electrónicos cargados de sus fotos en la playa, o bajo el Big-Ben, pereza de los días cada vez más cortos, pereza de las interminables sesiones invernales frente al televisor, y ni un sueño al que aferrarse… ¡me da mucha pereza Maruskilla, tener que volver a la vida y aparentar creerla!...
La pereza es suave como el filo de una ola. La pereza es no querer desperezarse nunca… sobre todo si millones de hilitos de seda, en una espiral pegajosa y transparente, te han envuelto al fin, rodeándote entero, mientras observas, pura delicia, cómo la diminuta araña se mueve en redondo sobre ti, afanándose incansable, ligando hebra con hebra con exactitud milimétrica. Mortaja de seda y sueños en espiral, dulces como una siesta en el ocaso del verano.
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