Albada 188



DIARIO
(DdT 2 de mayo 2010)


Cuando en la calle han terminado de pasear a todos los perros y se han ido apagando las luces de la casa de enfrente, él todavía escribe. Inclinado sobre el cuaderno parece inmóvil, como un mínimo árbol deforme respirando en medio del salón.
Escribe pequeñas cosas antes de acostarse. A veces le sucede algo importante y también lo escribe; como aquella vez que la chica del autobús le pasó un papel doblado; esa noche él anotó en su diario que el invierno había sido muy lluvioso; que se había quedado de pie hasta que vio alejarse aquella cara dentro mirándole tras la luna sucia del cristal; que le envolvió el ruido sordo de las gotas sobre el metacrilato de la parada, que le quemaba el papel arrugado dentro de la mano… aquella noche la tinta azul emborronó toda la hoja.

Jueves, 29 de abril: Los vencejos han llegado hoy a Teruel, los he oído al salir del trabajo; he podido verlos cruzando el Viaducto, volando alocados hacia la estación y el río. He contado quince.
Y en el verso de la hoja, Miércoles, 28 de abril: Esto se va al carajo. He comprado Bsch a 9,01, vendí a 11 y pico el año pasado. Cae a plomo. Si sobrevivo y salimos de ésta, ganaré un buen margen en unos años. Y si no, pues da igual.

Escribe. Escribe cosas pequeñas y cosas importantes; como que hoy de regreso a casa ha cambiado de itinerario porque una vez más estaba cerrada la Perimetral, y que ha descubierto lirios en flor sobre la tapia de una calle en San Julián. Lirios morados que nadie ha plantado, lirios salvajes, de perfume oscuro, creciendo milagrosamente hacia el cielo por encima de coches y contenedores.
Escribe. Escribe sin falta todas las noches un diario. Anota esta semana que, en la oficina, el amigo Pep se le ha enfadado cuando comentó sonriendo que al final no iban a jugar a Madrid; que le ha mirado mal cuando le ha dicho que se alegraba; que al parecer no había entendido que hablaba de algo más que fútbol, o quizás sí, quizás le había calado desde el principio.
Sábado, 1 de mayo: La bandera, nueva, ondeando suavemente esta mañana sobre el monumento. Nubes y claros sobre los Pozos de Caudé.
Y en el reverso de la hoja: Domingo, 2 de mayo: Llamé a mamá. Hoy he vuelto a ver a la chica del autobús. Bajamos la mirada. Ese novio nuevo, imbécil y gritón, la abraza tanto que no la deja respirar.
Anochece el primer domingo de mayo y junto a los negros muros de la ciudad él todavía escribe.








Albada 187




CLAVADOS
(DdT 25-4-2010)

Aquel dios parece que despistó a Teseo y ya lleva bastante tiempo viviendo con nosotros. Al parecer el fabuloso rey de Atenas nunca consiguió ajustar en la diminuta cama al ático gigante como cabal castigo por sus tropelías.
Disfrutaba Damastes con el robo y el engaño, pero sobre todo con la persistente extravagancia de adaptar a sus huéspedes a las medidas exactas de las dos únicas camas de su posada. Claro está que no era porque buscara su bienestar; por el contrario, como era un condenado bromista, siempre hacía trampa: ofrecía la más larga al visitante de estatura menor para después sin más preámbulos estirarle brazos y piernas hasta el consiguiente deceso; y, como no, brindaba la pequeña al espigado para cortar, también sin más, todo aquello que sobresalía del fatídico lecho pensado para descansar, sí, pero no tanto…
Él se excusaba con los del Olimpo diciendo que no era su finalidad robarles sino que al amoldar al huésped a la longitud de la cama lo hacía porque amaba la “paz y la concordia”: que de todos es sabido que no hay nada más tranquilizador que la uniformidad y la semejanza porque el detalle discordante, la diferencia, la más exigua diversidad, afea y es origen de rebeldías que terminan en discordias…
Pero no nos asustemos: Damastes, ya ha olvidado sus crueles artimañas y se ha adaptado a nuestro tiempo. Nadie sabe exactamente en que trabaja pero luce bien alimentado y parecido.
Procusto, como le llaman los amigos más cercanos, ha conseguido utilizando métodos sutiles y refinados que nunca ha revelado, ese hombre gris perfecto, el ser anónimo y uniforme que buscaba en su posada de Eleusis. Ha logrado (multiplicado por millones, que para eso es hijo de los dioses) el trabajador obediente, el currito con hipoteca, deportivo y novia; ése que en un partido político, no importa cuál, aplaude y asiente fielmente a sus líderes, ese que asiente y aplaude a su equipo de fútbol, no importa cuál ni tampoco que jugada.
A Procusto le va tan bien, tan estupendamente bien con nosotros, que hasta él mismo se ha echado novia y le ha pagado una sesión con el cirujano.
Será que aún no se le han olvidado del todo sus viejas aficiones, pero le ha salido del quirófano como nueva: con esa narizilla redonda y diminuta, con esos labios regordetes como esbozados por tiralíneas, con esos pechos también redondos y regordetes trazados de una vez con el compás.
Procusto bebe cerveza y mira en el televisor a una presentadora igual que su noviadedespuesdelaoperación. La clon de su novia y de las novias de todos los del bar habla sin parar de un volcán de nombre impronunciable. Al parecer, dicen, la vida, la rica y diversa vida, amenaza con romper moldes mientras Teseo, unas banquetas más allá, toma café y espera.

Albada 186

(Faro de Leuret. José Manuel Ubé)

FARO

La habitación es exagonal. En la pared del fondo, el pintor ha dibujado la cama de colcha azulada; en el centro, la mesa con la botella y el vaso, un cuaderno abierto -tal vez un diario-, y el sextante; siete, diez libros apilados en las estanterías, algún atlas, y papeles desordenados sobre la única silla; en primer término, con nitidez, un jersey grueso de lana gris y un chubasquero amarillo colgados de la percha; apoyadas, a la izquierda, dos cañas de pescar, y un lío de redes junto a las botas de agua.

A él lo ha pintado a la derecha, medio cuerpo inclinado sobre el alfeizar de la gran ventana, una rodilla sobre un taburete, la otra pierna firme sobre el suelo de madera. Está casi de espaldas, en un escorzo difícil, apenas se le adivina la sonrisa tras la barba blanca, las manos que sujetan el catalejo y el humo de la pipa. El capricho del artista le ha pintado dentro de la estancia con el gorro marinero calado hasta las cejas. No hacía falta: todos teníamos ya las pistas para saber que él era el viejo farero y que tras la ventana abierta, aunque nosotros no lo viéramos, estaba el mar.

La pintura es mala, la perspectiva desajustada, pero para una niño la fantasía corrige y embellece todo, aunque ese todo fuera un souvenir playero, un kitsch cualquiera, traído por alguien que ya ni se recuerda, hace mucho tiempo.
Él ha crecido con ese cuadro y ha hablado en sueños con el hombre que mira por la ventana. De su obsesión infantil le ha quedado una magnífica colección de miniaturas, faros diminutos, perfectos, casi tan reales como los que coronan cada uno de los cabos que ha visitado. Tan grande es su fascinación por los faros como su incomprensión hacia los fareros y su amor por la soledad. Él teme a la soledad.

Sube, cada atardecer, a lo más alto de su adosado de la Fuenfresca. Mira al sureste y adivina el mar: hay días que el viento atraviesa muy rápido el horizonte y trae hasta Teruel, casi intacto, un poco de aire salado, un trocito de ese mar añorado al que cantaba Labordeta; mira al norte amigo, al oeste cómplice… Entonces, como se siente muy pequeño en su torre de vigía, se acerca el horizonte con el catalejo.
Cada noche aquel aprendiz de farero se pierde en su propia oscuridad y resbala un poco más hacia dentro de sí mismo. Una noche, en la más profunda soledad lo comprendió todo. No tiene ya miedo, ni desamparo, ni siquiera una pizca de melancolía: el sonriente viejo del cuadro le ha contado ya el secreto: al final no es la luz del faro la que nos guía sino esos segundos de oscuridad los que revelan el camino.

Albada 185


La otra
(DdT 11 de abril2010)

En los estantes todavía quedan seis botes de mermelada del año pasado. Son seis frascos de color rojo intenso.
Tras el amanecer, donde ayer había sombra de olmos invernales, hay ahora reflejos encarnados: el sol, después de colarse por la ventana sin cortinas, resbala sobre los tarros de la confitura.
La estancia es el interior de un gran calidoscopio en el que se mueven lentamente luces escarlatas, reflejos brillantes, a ratos violáceos, a ratos púrpuras. Desde lo más alto hasta el suelo la habitación se va envolviendo en destellos.
Fuera, el aire agita árboles en flor. Como si lloviera desde el fondo de un espejo, resbalan por los cristales cientos de pétalos tintados, diminutos, inaprensibles, apenas transparentes y rosados.
Cerezas confitadas, jalea de cerezas y sobre la mesa de la alacena, a medio acabar, una botella de licor rojo brillante.
Revolotea el insecto sobre su cuello empapado de almíbar. Sin prisa, perezosa, la primera mosca de la primavera es la reina de la cocina silenciosa. Su compañera, la polilla voraz, mariposa nocturna devoradora de bibliotecas y roperos, no quiere dulces y prefiere dormitar en el rincón más oscuro del armario.

No hay nadie allí desde que empezaron los fríos. Al cerrar el portalón la mano helada, resonó por última vez la risa del nieto y la tos seca del abuelo. Desde entonces sólo deambulan por el pasillo el azul lunar y el polvo suspendido en un oblicuo rayo amarillo.
El edificio entero aguarda. Sueñan los manteles desplegarse, las camas deshacerse y enredar sus púas los tenedores del primer cajón. Toda la casa y la lagartija quieta esperan atentas el definitivo chirriar de ruedas sobre la gravilla del jardín.
Hoy, al fin, con la llegada de los pájaros del sur, la casa de los días largos y las noches acunadas por el canto de los grillos; la de la piscina, los columpios y la hamaca frente al porche,
la otra, despierta del letargo mientras florecen, dentro y fuera, las cerezas.



Albada 184



IR

(Publicado en el Diario de Teruel 4 de abril de 2010)

A veinte kilómetros escasos de la capital, dirección noreste, visitar la Laguna del Cañizar debería estar entre “esas cosas que sin falta hay hacer aprovechando estos días de vacaciones”.
Al menos eso: “ir a verla”. No escribo conocerla, recorrerla una y otra vez en las cuatro estaciones, al atardecer o bajo el sol brillante, participar en su recuperación y difundirla, protegerla y disfrutarla… porque tengo la certeza de que cuando la visitemos estos pensamientos, estos deseos, nos van a brotar con tanta facilidad como sus aguas emergen ahora de las hermosas tierras del Alto Jiloca.


Poco a poco se han ido superando los prejuicios y las reticencias (lógicas muchas veces porque todo lo nuevo a menudo alarma) y se ha ido viendo como, efectivamente, es posible conciliar agricultura y ganadería extensiva con la existencia de este humedal de aguas dulces (uno de los más grandes de la Península); que sus aguas no suponen un descenso del riego de los campos; que no son un riesgo sanitario para las explotaciones de las granjas intensivas, ni peligrosa molestia para la población.


Si todos siguen, si todos seguimos, apoyando y mejorando la idea, puede ocurrir que la vida (que termina por abrirse paso, maravillosa, asombrosa siempre) nos ofrezca de repente un regalo. Volver a escuchar de nuevo el canto del avetoro, ese pájaro huidizo y en grave peligro de extinción que nos abandonó hace más de trescientos años, ha sido el presente del pasado mes de marzo. Su vuelta al humedal turolense es más que una alegría: es garantía de que las cosas van por buen camino.



A nadie se le escapa que el trabajo es largo, que llegar a ser referente en un espacio tan exigente y riguroso como es el turismo medioambiental requiere esfuerzo e imaginación y sobre todo que nunca decaiga la ilusión. El que comience a repercutir en la economía de la zona lleva también más tiempo que apostar por espejismos (pan para hoy, hambre para mañana) de crecimientos súbitos y engañosos, mucho más fáciles y rápidos, pero que no son más que meras fantasías que destruyen lo mejor de nuestro hábitat.


Y es que dar una oportunidad a la NATURALEZA para que genere un turismo de calidad es un acierto y un ejercicio de talento.
El nombre de Villarquemado y Cella son cada vez más sinónimo de las cosas bien hechas, resultado de una apuesta inteligente, consecuente y constante, por el mejor futuro.
Felicitémonos todos pues, y este domingo de fiesta, esta primavera, siempre, visitémosles y hagámonos amigos de su/nuestra Laguna del Cañizar.