Albada 324

 

LA NUEVA CUÑADA
(13 de enero de 2013)

Estas Navidades  hemos estrenado cuñada y todos estamos tan contentos. Guapa, con un rostro interesantísimo,  una mezcla curiosa entre Carlota, la hija de Carolina de Mónaco y nuestra  propia princesa Letizia.  Aquella vieja foto en cuestión nos la hizo un tipo bajito y gordo que pasó por allí justo en el momento en que mi cuñada  nos decía a voz en grito: ¡poneos todos juntos,  vamos sonreíd,  a ver más juntos, qué salen cortados los de los lados! No fue  una instantánea, posamos pacientemente todos. Estábamos  en la calle,  a punto de volvernos cada uno a  nuestra casa; los coches con las maletas  dentro, las despedidas con sus abrazos y besos  de rigor  hechas, la vista y el ánimo ya más pendientes del camino de regreso y de la prisa por  la vida que continuar. Alguien, no recuerdo quién, mencionó lo de la foto y que sería un buen recuerdo para mamá. La estrafalaria mujer de mi hermano mayor sacó entonces  del bolso la máquina y  comenzó a organizarnos. Es cierto que estábamos todos. Rara vez coincidimos, pero esas navidades habían sido especiales, eran las primeras en  las que no estaba papá  y ninguno quisimos faltar.
 Aquel hombre que  pasó en ese preciso instante, inevitablemente debió escucharla (ella gritaba siempre, no hablaba), se nos quedó mirando y con un mero gesto de la mano derecha se ofreció a hacernos  la foto.  Mi cuñada, encantada, le cedió sin pensárselo dos veces la cámara y vino a  unirse rápidamente al impaciente grupo que ya llevaba demasiado rato con la sonrisa puesta para el objetivo. Qué no se ponga a mi lado, por favor, qué no se ponga a mi lado, murmuré entre dientes cuando la vi cruzar la calle como un obús con collares y avanzar corriendo hacia nosotros, una inevitable y certera  bola de nieve,  una tarta pringosa y rancia a punto de estallar en plena cara. Afortunadamente se colocó entre mi hermano Vicente y Raúl, el más pequeño de los sobrinos (casi un bebe). El  gordito  amable fue rápido  en su misión  de perpetuarnos para la historia familiar y pronto cada uno estuvimos inmersos, como islas  flotantes con horizontes diferentes, en medio del tráfico frenético de la autovía. Anochecía, los faros de los coches pasaban rápidos a nuestro lado y todo quedaba ya atrás, todo excepto nuestra imagen en negativo en la película 100 ASA   de la cámara de una cuñada plasta.
Convenientemente enmarcada,  mi madre recibió aquella foto y le concedió el privilegio de presidir la habitación más importante de la casa. Desde la vitrina del aparador con espejos biselados   del salón-comedor, quince caras sonrientes la saludan  cada vez que saca  brillo al marco de plata. La decimosexta cara no sonríe, o si lo hace es imposible que la veamos porque está girada hacia un lado: es como ese rostro de mujer vuelta a lo oscuro del famoso cuadro La Familia de  Carlos IV.  
En cada fiesta la foto ha sido siempre objeto de algún comentario y ha pasado de mano en mano durante aniversarios y cumpleaños. Raúl al que  le está cambiando ya la voz y  ha empezado a afeitarse, la mira y le da la risa, sobre todo porque a su lado, la tía Pilar  vuelta por completo hacia él, sujeta con una mano el grueso collar de perlas y con la otra aparta de él  los bracitos del sobrino revoltoso (antes deshacerse el grupo de la foto, ya se oyó el ruido de las cuentas  rebotando una a una sobre el suelo, deslizándose como un brillante río de colores calle abajo).   
Estas Navidades, a la foto le ha salido una cara. Mi cuñada harta de no tener rostro y de los comentarios jocosos de alguno de la familia  ha aprendido a manejar el Photoshop. Se ha apuntado a un curso completo e intensivo en su Residencia “SeniorSoldeluxe”  y es toda una experta.  A la antigua foto escaneada  le ha pegado un hermoso rostro sonriente. Sobre sus hombros girados, la nueva cuñada  aparece más radiante que ninguno de los que estamos allí fotografiados; más joven, más guapa, de ninguna manera  es ella aunque “la tía Pilar”  afirma (o más bien grita) que lo es y para probarlo señala  en la nueva  foto su famoso  collar de perlas minuciosamente pintado sobre el cuello. En todo caso, como decía al principio  nadie se ha quejado y todos seguimos (esta vez también la tía Pilar) tan contentos.   




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