ISOLINE O LA CASA ENCANTADA
( 16 de mayo de 2010)
"Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité" (En todas partes donde voy, traigo la Felicidad y la Prosperidad).
"Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité" (En todas partes donde voy, traigo la Felicidad y la Prosperidad).
La tarjeta-talismán tiene escrita la dirección. Se lee claramente: 42 bis, Avenue de Suffren, Paris.
Y está aquí: justamente en la misma acera donde Clarisse espera que termine aquel aguacero repentino.
La fachada con huecos pareados, recubiertos sus balcones de metal forjado. El arco del portal, 42 bis, con vegetación de piedra mórbida rodeándolo todo. La gran escalera y el pasamanos quizás de roble, del roble más suave que nunca ha tocado... y girar, girar, y dar la vuelta con cada peldaño alrededor del mástil dorado hasta terminar, ya mareada, justo a la altura de los ojos frente a la gran bola de cristal.
En el rellano, la puerta abierta. Vestíbulos, salones, sillones tapizados de terciopelo y cinta de pasamanería. Alfombras de lana, lámparas con pantalla y una atmósfera cada vez más palpable, táctil, como si se pudiera acariciar el aire.
Bañados por la luz, dragones, flores, insectos, pájaros de colores y sirenas. En cada pared los dibujos de la seda bordada parecen cobrar vida, una vida sin sol, tamizada por vidrieras ambarinas y cortinas quietas.
Por fin, en la habitación de techos redondeados, recostada sobre la chaisse longue, ella: Isoline, le sorcière.
La misma mujer, la misma bruja que se anuncia con foto y con promesa (Passé, Present, Avenir) está ahora mirándola a los ojos.
Le pesa en la boca su sonrisa de postal. Son como dos en un espejo, o una sola en un espejo. Una de las dos, quizás las dos, no miran. Ya.
La fachada con huecos pareados, recubiertos sus balcones de metal forjado. El arco del portal, 42 bis, con vegetación de piedra mórbida rodeándolo todo. La gran escalera y el pasamanos quizás de roble, del roble más suave que nunca ha tocado... y girar, girar, y dar la vuelta con cada peldaño alrededor del mástil dorado hasta terminar, ya mareada, justo a la altura de los ojos frente a la gran bola de cristal.
En el rellano, la puerta abierta. Vestíbulos, salones, sillones tapizados de terciopelo y cinta de pasamanería. Alfombras de lana, lámparas con pantalla y una atmósfera cada vez más palpable, táctil, como si se pudiera acariciar el aire.
Bañados por la luz, dragones, flores, insectos, pájaros de colores y sirenas. En cada pared los dibujos de la seda bordada parecen cobrar vida, una vida sin sol, tamizada por vidrieras ambarinas y cortinas quietas.
Por fin, en la habitación de techos redondeados, recostada sobre la chaisse longue, ella: Isoline, le sorcière.
La misma mujer, la misma bruja que se anuncia con foto y con promesa (Passé, Present, Avenir) está ahora mirándola a los ojos.
Le pesa en la boca su sonrisa de postal. Son como dos en un espejo, o una sola en un espejo. Una de las dos, quizás las dos, no miran. Ya.
Un viento gélido arrastra papeles junto a la casa modernista de la Avenue de Suffren. Chantal ha recogido la vieja postal del suelo. Bajo un matasellos de 1900, la foto de una mujer y una dirección.
Y está aquí. Justamente en la misma acera donde se ha parado a contestar la llamada perdida del móvil.
“Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité". Isoline, le sorcière.
Y está aquí. Justamente en la misma acera donde se ha parado a contestar la llamada perdida del móvil.
“Partout où je pénètrerai, j'y apporterai le Bonheur et la Prosperité". Isoline, le sorcière.
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