CUANDO LAS ALAS YA NO AGUANTAN
(30 de mayo de 2010)
Es tarde, casi las tres. El tic-tac del viejo reloj hace tiempo que se me ha llevado el sueño. Frente a la ventana, la luna llena del pasado jueves ha ido menguando poco a poco, pero pese a su perfil mordido, aún recuerda la que fue. Acabo de terminar la revisión de mi pequeña intervención en el curso multidisciplinar que sobre las brujas ha organizado la UNED para mediados de Junio. Lo he titulado Las brujas, entre la inspiración y el pretexto; un recorrido por el mundo del arte y de cómo los artistas han tratado a estos seres, la inmensa mayoría mujeres indefensas e inocentes, y las menos (una minucia si comparamos con las miles de personas-¿sesenta mil?- que fueron torturadas y quemadas) hermosas malvadas y celosas, viejas horripilantes, aterradoras y en definitiva locas.
Sumergirse en la historia del fenómeno de la caza de brujas es bucear en la gran facilidad del ser humano para tergiversar y emponzoñar las cosas, en la habilidad de cambiar la historia de la cultura y el progreso con poco menos que un gesto; es ver cómo unos cuantos son capaces de llevar al paroxismo a unos muchos; es volver a ver que ese pequeño manotazo que inclina la primera ficha puede arrastrarnos a todo el dominó de una manera y a un ritmo tan predecible como irreparable.
Asombra siempre, pese a que en Historia es una de las primeras cosas que aprendes, comprobar cómo los intereses de unos pocos (que curiosamente siempre están arriba), son el origen de auténticos disparates, causa egoísta que hunde en la desolación a toda una generación. Está bien, pues, reflexionar sobre lo que fuimos para evitar repetir errores, o al menos para entenderlos y entendernos, que a veces es lo único que nos queda (saber y ser capaces de disentir con criterio, aunque sea en el silencio).
Está bien, pues, este curso de la UNED de Teruel, y más porque va a tener como escenario el mismísimo Jabaloyas, nuestro hermoso pueblo de las brujas.
Como esta noche ya he terminado definitivamente mi exposición, y como el sueño no llega, me he distraído con los libros de pintura. Me he detenido en uno de ellos, contemplando la imagen que ilustra el título copiado en esta albada (la imagen me trae de inmediato el recuerdo de algunas de las caras que vi este jueves en el Congreso). El grabado de Durero, Melancolía, acapara toda una página. Es poco para semejante densidad de objetos que, minuciosamente trazados y aparentemente caóticos, rodean al personaje: un ángel sentado. Ángel que ya no vuela, con la cabeza apoyada en la mano y ojos terribles en la mirada perdida. Desparramados alrededor, cada objeto es un mensaje, un grito silencioso y condensado que nos ha trazado con maestría el buril del enigmático alemán. Una vez tienes las claves y comienzas a descifrar su significado, se te abre un mundo y comienzas a entender.
Al melancólico todo se le presenta como una interrogación obsesiva, sin el orden que le permitiría actuar. Al melancólico todo se le antoja sin salida. Dice el texto que acompaña a la imagen de Durero que casi todas las épocas “melancólicas” en la historia de la humanidad, se han caracterizado por una situación social compleja en las que cuesta orientarse y actuar en consecuencia.
Inquietud, tenebrosas visiones, confusión, aturdimiento… ¿indicios de que también nosotros estamos en plena fase melancólica, aunque la dichosa palabra ya no esté de moda? ¿Es este nuestro tiempo de melancolía, de hastio y atonía cuando las alas ya no vuelan?…
Miro por la ventana: la luna continúa en lo más alto, y me ha parecido –será el sueño– que una figura quizás ángel, quizás bruja, la ha partido con apenas el oscuro destello en dos. Es tarde, casi las seis. Apago la luz para intentar dormir la escasa hora que me queda. Quizás, si hay suerte, aún pueda soñar con las brujas buenas de Jabaloyas.
Ana gracias por recordarme a Durero y sobre todo por llevarme a Jabaloyas, cuántos años sin ir por allí, a ver si este fin de semana me puedo escapar un rato, seguro que me inspira algún relato.
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