INSTANTES
(DdT 23, de Mayo de 2010)
Hay instantes que tienen toda la esencia de la vida detenida. No les sobra ni les falta nada. Son perfectos e inmejorables del mismo modo que los tres elementos: esfera, silencio y sonrisa inesperada.
Como si se tratara del más perfecto haiku, de la más hermosa fórmula matemática, si tenemos la fortuna de “saberlos”, la consciencia de estar viviéndolos, nos podremos considerar el más feliz de los mortales, el más sabio de los dioses, que es lo mismo.
Al final, resulta que lo mejor de la vida está hecho de esos presentes lúcidos en que comprendemos y sentimos que vivimos.
Desde la terraza ve los tejados del Teruel más viejo. Océano vertical de olas de tejas anaranjadas, al que le han salido flores azules, lunares de líquenes esmeralda, gatos que parpadean metafísicos, lagartijas perezosas y petirrojos jugando al escondite.
Al fondo, el cielo repleto de gritos de vencejos y el hilo del brillo del Turia, silueta agazapada, bordeando el perfil más bajo de la ciudad.
Siente, más que imagina, la agitación de los chopos que ya verdean, movidos por esa brisa primaveral de la ciudad.
Sacude la ropa al aire y el ruido sordo llena todo el espacio. Es el chasquido familiar de la tela mojada, estirada con ímpetu antes de tender. Arpegio antiguo que interpretó su madre y la madre de su madre.
Estás, lo sabes, en la mañana más honda de tu vida. Estás, lo sientes, tendiendo la ropa bajo el sol. Las pinzas, artefacto perfecto con cinturón engañoso de metal, te obedecen abriéndose y cerrándose en un incansable abrazo sobre la cuerda de tender.
Las manos se te han contagiado de la suavidad de la ropa. Te ha impregnado toda la piel ese olor a limpio y a bienestar, perfume de lo cotidiano a jabón de lavanda y hierbabuena.
La joven madre tiende las sábanas al sol más blanco, el de las mañanas.
A su lado, el pequeño juega con las pinzas de plástico. Hace trenecitos de vagones de colores mientras las viejas pinzas de madera suspiran, si supieran, por la caricia tierna e inexperta de sus dedos.
Estás, lo sabes, lo sientes, viviendo el instante: el aire agita las sábanas tendidas y el sol se cuela para tocarte. Estruendosos estorninos y luz cristalina, azul, de mi Teruel.
Tu hijo escucha; sus ojos redondos son dos universos: esferas, silencio y sonrisa inesperada.
He vuelto a mi niñez, cuando mi madre tendía en el corral al sol mientras mi hermana y yo jugábamos al pille pille.
ResponderEliminarSiempre que tienda mi ropa me acordaré de este bello escrito y de ti.
Teresa
son luces antiguas que de pronto se te cuelan en el alma; o quizás han estado dentro siempre, latiéndonos, estando sin estar.
ResponderEliminarGracias Teresa, gracias por ser como tu eres.
Ana