Albada 210

(Remedios Varo)


ZGZ
(8 de octubre de 2010)

Está ya la vecina Zaragoza en plenas fiestas. No es difícil imaginarse a la hermana mayor vestida de celebración: la calle Alfonso más transitada que nunca y ese aroma de las miles de flores que a partir del martes se hace hasta tangible a medida que te acercas al Pilar; el Paseo de la Independencia abarrotado, tanto que cuesta pasar entre los grupos que bailan frente a las pantallas gigantes o avanzar a través de los que se paran frente a los puestos de los vendedores ambulantes; las cafeterías llenas, los bares a tope… el cierzo a veces, los árboles de sus calles siempre (felizmente Zaragoza conserva aún bastante bien su vegetación urbana, no como nosotros), las obras del tranvía (ese tranvía cuya razón nunca he entendido), los escaparates engalanados…
Hasta lo que yo recuerdo, han cambiado bastante estas fiestas. Antes, puede que bastante antes, en los Pilares no había mucha marcha, ni tampoco la clase de animación que ahora se ve. Pero poco nos importaba no tener tantos conciertos ni bailes, ni vaquillas, ni siquiera interpeñas en el Actur: en aquellos años en que yo cruzaba el campus varias veces al día, subía y bajaba las escaleras de Filosofía o bordeaba el estanque hasta la quinta planta del vecino edificio de Interfacultades, Zaragoza era –fueran o no fueran Pilares– un universo por descubrir para cualquier joven que viniera por primera vez desde Teruel (lo de pasarte por el Pilar y eso no contaba porque a lo sumo eran viajes de ir, comprarte adoquines y piedrecicas del Ebro y volver en el mismo día).
Zaragoza: tan cerca y a la vez tan lejos… Claro que entonces no veníamos cada semana a casa, sino de vacación a vacación o de puente a puente, que no estaban las economías para tanto ir y venir; y luego, además, estaba lo otro… lo de las interminables horas de autobús, y los atascos mucho más interminables cuando ya creíamos que llegábamos… Estaban aquellos domingos, de noche, muy de noche, aunque apenas eran las ocho de cualquier invierno, y veías o más bien adivinabas a través del humo del tabaco y la ventanilla empañada la serpiente encendida de la caravana de coches entrando a la ciudad tras el fin de semana, las siluetas de las naves pegadas como adosados del polígono industrial, las primeras urbanizaciones de chalets, las gasolineras… y el autobús avanzando lentamente hasta el primer semáforo, en rojo por supuesto, y te fijabas un poco estremecida en aquel edificio con garitas fantasmales que parecía un cuartel –Valdespartera–, la Casa Grande, el campo de fútbol… y… y ya te estirabas un poquito, te desentumecías lentamente los músculos, y se desperezaba por dentro todo el autobús Fernando el Católico adelante, presintiendo en las gargantas el agarrarse de aquel olor a gasoil de la vieja cochera de Juan Pablo Bonet, de salida y entrada imposibles; el desbarajuste de los portaequipajes, el hasta luego al compañero, y el perderse al fin cada uno por una calle, andando rápido con la maleta a cuestas, enfocadas las piernas intermitentemente por los neones de los escaparates y los faros de los coches hasta el piso de estudiantes y el definitivo clic del flexo de tu habitación.
Hoy seguimos yendo a Zaragoza los de Teruel, un poco mas cómodos y más rápidos, pero no lo suficiente (ese tren, por favor, esas vías, por favor…) y sean pilares o no, sigue teniendo la ciudad un algo por descubrir que nos atrapa. Y siguen sin venir –como entonces y como siempre– los de Zaragoza a Teruel. Esto es así, mal que pueda pesar a alguno o a muchos, y por muy mal que quede el escribirlo.
Por aquel entonces cuando en algún festival cantábamos todos aquello de “los de Huesca y de Teruel, como los zaragozanos…” nos recorría ese escalofrío suave por la piel… la fraternidad, el corazón caliente de la juventud, no sé… aunque luego aquellas fiestas las solíamos terminar los de Teruel casi siempre bebiendo junto a sorianos, riojanos y, cómo no, con los vascos, que por algo tardábamos en llegar a casa casi el mismo tiempo que ellos, aun siendo de otra región.
Era así y sigue siendo más o menos así. Nombrar a Zaragoza aquí, en Teruel, es nombrar todavía (poco hemos cambiado) aquello de que vienen llorando y se van llorando, y, funcionarios aparte, también escuchar lo del centralismo, lo de zaragón… o aquello otro de que nos conocen y nos quieren más los del Reino…
Pero estos días Zaragoza está de fiesta. La ciudad del viento, la vecina poderosa, la hermana mayor tan sospechosa como sospechada, tan querida como recelada está de enhorabuena. Felicitémosla pues, brindemos con ella.
Quiero a Zaragoza: en ella he vivido algunos de los mejores momentos de mi vida. Es la ciudad de personas muy importantes para mí a las que quiero mucho.
No sé lo que el futuro deparará a Aragón, a Teruel, a las provincias hermanas. Mucho habrá que imaginar, mucho que trabajar para aquello de “estrecharnos las manos, puestos en pie…” Mientras tanto no dejemos de soñar… soñar por ejemplo que ese tranvía alocado que cruzará Zaragoza sigue, sigue, sigue y sigue… hasta nuestro Teruel, convertido, claro está, en un tranvía de alta velocidad…

1 comentario:

  1. Te deseo que la Madre del Pilar te aporte mil bendiciones y que pases un día muy felíz.
    Un saludiño

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