Albada 212

(Jean Jacques Sempé, La fèe du Logis)


LA CURIOSIDAD...
(24 de octubre de 2010)

Cuando se encontró la agenda llovía suavemente en la ciudad, y en la calle no había un alma. La primera intención fue pasar de largo, dejarla abandonada en medio de los charcos que ya se empezaban a formar entre las baldosas rotas de la acera. Pero no pudo ser: tuvo que recogerla del suelo, limpiar con el pañuelo las tapas oscuras y guardarla en el bolsillo del abrigo.
Al entrar a casa, el gato negro sobre la escalera verde le miró fijo y silencioso como el del dibujo del cuadro de Sempé colgado en el comedor. Sentado en el sofá, observado por aquellos cuatro ojos finos como el papel, pasó la primera hoja en blanco –vacío el hueco del propietario–, y la segunda, en blanco también. En la tercera vio, por primera vez, aquella letra un poco picuda, como antigua, pero vigorosa y muy clara, que enseguida se le hizo familiar.
Teléfonos anónimos, nombres desconocidos; listas de tareas extrañas escritas cada una tras un punto, como si se tratara de un guión a seguir; el dibujo de la fachada de una casa, con el número 29 pintado sobre la puerta; y un poema en francés que no entendió.
La curiosidad devora rápido y breve: repasó de nuevo los nombres, los pronunció en voz alta, paladeó gustoso su sonido devuelto por el ligero eco de las cuatro paredes... alguno hasta quería “sonarle”... Sonrió al preguntarse qué relación tendrían todos los tipos de esas listas entre ellos y por qué el dueño de aquella agenda había rodeado en rojo un par de ellos. Leer la vida de los otros, espiar sus idas, sus venidas, saber sin ser descubierto… Fuera ya llegaba la noche y, tras la ventana iluminada, la silueta seguía asomada a las páginas; inclinada se empapaba de la vida de un desconocido que lo era cada vez menos, con esa satisfacción envuelta de condescendencia enfermiza que da el saber que tienes literalmente una vida entre tus manos…
Anotaciones aparentemente inconexas, frases cortas, direcciones, más nombres y más nombres, más tareas... Aquella letra picuda ordenándolo todo: sitios donde ir, cosas absurdas que comprar, llamadas urgentes que hacer, citas, reuniones a las que no había que faltar… todo tan minuciosamente transcrito tras sus correspondientes puntos, que de pronto llegó a darle miedo tanta previsión…
Y pánico, claro, sobre todo cuando ya de amanecida, y después de que hubiera decidido tirar la agenda, vio en la última de las listas las letras de su nombre en el centro del círculo rojo... un semáforo con las luces de “peligro” encendidas cuando recordó –más bien reconoció– el número encima de su puerta.

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