ALBADAS 162-166



Manzanas


El manzano que plantaron juntos el día de la partida, apenas es ahora una rama esquelética y azul surgiendo entre los terrones agrietados del abandonado jardín. A su lado, tan absurdo, tan sin sentido como un mástil sin enseña, está el otro, el manzano casi centenario que dejó de dar fruto la madrugada en la que el viento se coló por cada rendija de la casa. Tras esa helada tardía de primavera nunca volvieron a tener manzanas en la mesa. Nunca hasta aquella mañana -alguien diría que maléfica- en que se llenó la fuente de porcelana y la casa se perfumó entera. Ella, cuando se iba, lo prometió. Aseguró que les visitaría cada mes de octubre y recogerían juntos las manzanas ambarinas del árbol nuevo. Volvería, sí, que volvería cargada de regalos y noticias. Entre lágrimas de tristeza y nervios, entre besos de despedida y abrazos, les habló de futuras dulces tartas, planeó excursiones, auguró, ya casi perdiéndose de vista en su carroza rosa, risas y juegos frente a la lumbre del otoño… Pero pasaron más de mil amaneceres sin que sus dedos de niña abrieran de nuevo la cancela de aquel jardín. Pasaron primaveras de hojas verdes y cosechas de huertos. Les siguieron otoños de racimos, sarmientos y pámpanos de néctar. Se cubrieron los cielos de lluvias y días de trabajo, pies cansados y horizontes fatigados de tanta espera. Los siete corazones sintieron en invierno la serpiente de la tristeza zumbando cada noche tras la puerta, hasta que el veneno funesto les enfrió a escondidas, uno a uno. Ahora, mientras el mirlo clama desde el arroyo, ella vuelve al fin. La puerta está cubierta de zarzas y dentro de la casa la vida ha escapado de espaldas al sol. Sillas cojas, camas rotas, olor a cerrado y vacio. Mientras el bosque silencioso la envuelve con sus ojos lunares, Blancanieves, la que fue dueña de los espejos, ama de castillos y señora del príncipe azul, busca entre cenizas y estelas aquel viejo y querido sueño al que volver a despertar





Incluyo aqui el relato de Leopoldo María Panero en el que esta inspirado mi escrito:


Blancanieves se despide de los siete enanos ( Leopoldo María Panero)

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos."Así se fundó Carnaby Street" 1970








FOTOGRAMAS

(15 de Noviembre , 2009 )












La lluvia cae suavemente sobre los jardines de Manchester Square. Como si fuera abril, o tal vez otoño, llueve en un Londres con cielos de grises rizados. No durará mucho: a lo lejos el sol poniente insistirá y abrirá por fin la tarde en un abanico de ondas rosas y amarillas. El viejo Turner, donde quiera que esté, aplaude esta gloria fugitiva de luz que cada día maquina el astro. Luz que no hiere a los ojos, luz mínima como ya dormida. Sólo quedan ellos y el ruido de sus pasos en las salas que se apagan. Cuando la pareja sale por fin del museo, se queda absorta mirando al horizonte. A él, el cielo ardiendo le ha traído a la memoria un reflejo del traje de seda de la muchacha de Fragonard balanceándose sensual sobre el columpio de terciopelo. Y bien porque la humedad del aire anima a buscar refugio, bien porque el recuerdo de aquel arrebatamiento voluptuoso del escarpolette travieso aún le dura en la retina, aprieta la mano blanca más fuerte. Ella le dice que así, tan pasmados, se parecen a los personajes solitarios de Friedrich contemplando absortos las puestas de sol. Luego, antes de empezar a caminar, le cuenta que en su país y también en el de Friedrich el sol es madre, novia y femenina, tan femenina como las estrellas, mientras que la luna es padre y masculino como el más leal de los planetas. Él repite entonces con su acento francés Sonne und Mond, Sonne und Mond hasta tres veces más con los brazos extendidos como un sacerdote egipcio que ha perdido la cabeza, y ella se ríe. Todo sabe a instante: el aire, la luz, los ruidos de los coches a lo lejos, el café humeante que se tomarían, la cama que desharían. Volveremos a vernos, se dicen los dos desconocidos cogidos de la mano. Volveremos a encontrarnos, se dicen dos desconocidos que se separan al final de la avenida. La vida es un instante, vive la vida, le dice ella mientras se guarda en el bolsillo la entrada del museo con las palabras azules y apresuradas que él le ha escrito frente a Manchester Square: todo aquello, lo que quedó acumulado en el silencio. Vuelve a llover sobre Londres bajo la luna de noviembre.









EL SINCROTÓN PERDIDO



Hay ministros y ministros. Por tener que no se diga, pues tenemos ministros de todas las castas, pelajes y condiciones. Como los ministerios que presiden: los hay de primera, los hay de segunda y los hay, aunque pocos lo digan y todos lo sepan, totalmente innecesarios aunque al parecer decorativos; los hay bocazas o prudentes, los hay relumbrones incluso los que diríase invisibles. Uno de estos últimos, perdón, una, de la que apenas se sabe o se dice nada, es la ministra de Innovación y Ciencia, Cristina Garmendia ­­­-¿cuántos de los que me están leyendo recuerdan ahora mismo su cara juvenil, su melena rubia, o si conserva todavía en el hablar ese tono cantarín de los de su tierra donostiarra?- Pues bien, esta seria científica, experta en biomedicina y biofarmacia, ha tenido esta semana que salir de su habitual mutismo para defender, con una sonrisa y un discurso harto difícil de mantener, el presupuesto asignado a su departamento; presupuesto que, siendo generosos, podríamos tildar de “escaso”, por no utilizar la fea palabra “cicatero”. Pese a que también el Sr. Rodríguez Zapatero haya intentado persuadir a la comunidad científica de que no existe reducción alguna, y que con un hábil disfraz contable terminara asegurándoles que el presupuesto asignado había subido un 0,2 %, al parecer, ni la tímida ministra ni el animoso presidente han logrado convencerles. Puede que estos científicos, investigadores, rectores de universidad… sean más listos de lo que cree nuestro señor presidente; pero lo cierto es que para todos –incluso para los que no conocen el nombre ni la cara de la ministra- debería ser preocupante que cuando se ha dicho por activa y por pasiva que el futuro de Europa, y más concretamente el de nuestro país, pasa por sustituir el boom del ladrillo por el apoyo decidido a las I+D, resulta que el ministerio que más recortes ha sufrido (un 15 %) sea el de la señora Garmendia. Que la Ciencia y la Sociedad del Conocimiento fueran piezas clave de nuestra economía y que España formara parte del grupo de países líderes en Investigación, Desarrollo e Innovación, fueron objetivos que desde el principio se marcó el Gobierno y más concretamente el Ministerio de Innovación y Ciencia. Con esa ilusión y esperanza, a pesar de no ignorar las múltiples dificultades, celebramos todos su creación allá por el 2008. Quizás fuera todo una alucinación. Esperemos que ahora los sincrotrones, esos aceleradores de partículas productores de la más pura luz, esa misma capaz de atravesar la materia, no tengan que quedarse a oscuras y nosotros con ellos a dos velas.









NEURO Y NEURAS

(8 de noviembre de 2009)






No fue neura pero sí inquietud lo que sentí al leer esta semana en el periódico que “El Ayuntamiento de Teruel apuesta por una reordenación urbanística profunda de la vega del Turia”... Pronto me di cuenta de que el tiempo verbal no era futuro ni tan siquiera condicional, sino que más bien se trataba de un presente desvaído y encima sin financiación, así que respiré aliviada. De tan “profundo” y catastrófico experimento (por muchos premios que le den en el extranjero) quizás, mira por dónde, nos haya librado la funesta crisis. Por eso mismo, por aquello de los costes inasumibles, ni siquiera me pregunté por qué denostamos tanto los usos agrícolas si tener un suelo fértil es un privilegio (que yo sepa, aún no se come el cemento, y por cierto, aviso a navegantes que quieran ser más modernos que nadie: en las ciudades más vanguardistas se empieza a poner de moda levantar las capas hormigón para dejar al aire y libre la tierra). Convencida de su inutilidad, tampoco pedí que me explicaran dónde se nos quedaría la “vega” si en la misma habían de ir los “numerosos equipamientos desde playa artificial, piscinas y otras instalaciones deportivas hasta establecimientos comerciales, oficinas, locales de ocio o espacio para conciertos, manteniendo en su ubicación actual tanto la estación de ferrocarril como la futura intermodal”; supuse simplemente que se hablaba de una “veguita” de juguete, uno de esos rastros que se dejan como muestra para “poner en valor” precisamente lo que nos hemos cargado. Dudé de que el arquitecto que decía “reinterpretar” (¿?) nuestra muy vapuleada huerta del Turia hubiera leído la hermosa descripción que Madoz le dedicó allá por el XIX, ni que hubiera paseado de niño sus riberas o tan siquiera detenido más de dos minutos frente los fantásticos atardeceres desde el óvalo, y por esa misma ignorancia que le supuse, le excusé (me mosqueó más ese afán “desarrollista arrollador” que le ha entrado a nuestro querido Ayuntamiento). En lo que sí me detuve a pensar fue en el título del proyecto: Redes Neuronales, lo llamaban. Precisamente por esos días andaba yo leyendo el libro de F. Mora, Neurocultura: una cultura basada en el cerebro. Al parecer nos tendremos que ir acostumbrando a que el término “neuro” vaya precediendo a la mayoría de las ciencias y manifestaciones culturales (antes le tocó a “sostenible”). Lejos de ser algo snob la propuesta, en el libro aparecía muy bien justificada y sugería un futuro esperanzador. Lástima que al final todas las cosas nuevas y buenas terminen por perder su auténtico significado y su indudable valor por el mal uso y el manoseo: un proyecto que destruye lo bueno nunca debería calificarse de cerebral, sería demasiado desalentador para la inteligencia de todos.















CAMBIO INTERESADO

(Domingo 22 de noviembre de 2009)



Porque siempre fue un perdedor y empezaba a comprender que aquello nunca cambiaría; porque ya pasada la treintena no tenía visos de pasársele esa angustia que la soledad le regalaba desde la cama vacía; por la rabia contenida que él disfrazaba de prudente calma; por no ser tan admirado ni querido, ni tan siquiera considerado como a todas luces él se merecía; por eso, y porque le gustaba escuchar a Abba y cantar a voz en grito Fernando mientras se duchaba… por todo eso y porque aquella mañana de otoño se había visto más calvo, más barrigón y solo que todas las mañanas anteriores de su vida, decidió que había llegado de una vez por todas la hora del CAMBIO. Frente al espejo -“yes, if I had to do the same again, I would, my friend Fernando”- repitió en voz alta la última estrofa de la canción y convino consigo mismo que aquel era el momento perfecto para empezar a… hacerse el interesante. Sabía que le costaría, que no le iba bien el papel de estrella encontradiza con su natural dicharachero y campechano (aquella ex-novia lo llamó ordinario), pero preveía confiado que todo era cuestión de tiempo, y que el efecto se multiplicaría rápido en el momento en que hubiera conseguido convencer de su cambio tan sólo a unos cuantos; estaba convencido de que en su pequeña ciudad, en donde las etiquetas propias y ajenas se colgaban a todos durante y hasta el final del viaje, un individuo al que se empieza a calificar de interesante se hace popular rápidamente (la fama, esa mancha de aceite tan pringosa como ingobernable). Se aprendió al dedillo el papel. Llevaba tiempo estudiando la pose de más de uno de ellos: reconocía la autoridad de sus andares como demorados, con esa elegancia de la languidez (nunca bajo ningún concepto demostrar nerviosismo, prisas o falta de control). Debería ser displicente con el subalterno, escaso de ademanes , escueto de palabra en el trato con la gente que vería a diario; con postura erguida y expresión perdida mientras esperara en el banco o en la frutería; incrédula y hosca mientras leyera el periódico en la cafetería... desde luego siempre ese silencio revestido de autosuficiencia al salir de la película o del teatro de turno (no olvidar frecuentar el máximo número de actos culturales) y sobre todo, por encima de todo, no sonreír ni saludar a cualquiera. Reír apenas lo justo (otra cosa sería la camaradería cómplice que se podría permitir con los de su nueva “clase”, pero eso ya vendría después). Definitivamente conseguiría ser uno de aquellos tipos “interesantes” alrededor de los cuales todos bailan embobados, a los que todo les es permitido y perdonado, incluso la mala educación y la contestación agria y arisca… Aquellos “insociables” que son los amos del cotarro sin apenas mover un dedo… Todo eso lo tenía claro ya, lo único que le faltaba era decidir a qué partido político se “agarraría”…






2 comentarios:

  1. Preciosa imagen de cabecera tuya y del yayo. Me encanta esa foto (con tu pelo corto), las luces que entran por las ventanas, el brillo de los muebles, los jerseys de lana...

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  2. Vaya, enhorabuena, así no tendré que leerte cada dos o tres semanas, cuando el diligente cartero me amontona en el buzón un rimero de periódicos atrasados.

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