ALBADAS 21-30


24 sept.06
ATAPUERCA



Salgo de la conferencia que Juan Luis Arsuaga acaba de impartir en el Museo de Teruel. Me pongo a escribir estas líneas ya de noche, mientras comienza a llover suavemente sobre la pequeña ciudad… Aún tan recientes las palabras del paleontólogo, no me resulta difícil evocarlas… y es que al final, y como siempre suele ocurrir cuando de Ciencia (con mayúsculas) se trata, la Filosofía (también con mayúsculas) termina por inundarlo todo. Y el famoso científico, cuya calidad humana delata el tono amable de su voz y el sentido del humor que a veces le aflora sin previo aviso, no se substrae de ello y en esa guisa, alumnos todos de una universidad imaginaria, nos brinda en este atardecer turolense casi de otoño, la posibilidad de reflexionar nuevamente sobre la Humanidad. Porque pasado, presente y futuro no son más, nos dice, que “una historia que no ha terminado”. Y pienso que es una suerte: la sala está rebosante de caras conocidas (estamos los de siempre, claro) pero también de otras caras mucho más jóvenes (eso me anima, abre una pequeña espita de esperanza). Es indudable que el tema de la paleontología, el hablar de nuestros orígenes, nos termina por “mover” y “movilizar” a todos… Y mientras en nuestros asientos escuchamos complacidos hablar de los yacimientos únicos de Atapuerca –donde vagaron los Homo Antecessor, Heildelberghensis y Sapiens– e imaginamos esa “montaña mágica” que plantea día a día nuevos desafíos y fantásticos descubrimientos, no se nos olvida que allá abajo, en las salas del museo, oscuras como cavernas para la ocasión, rodeados de paneles didácticos, juegos interactivos e imágenes virtuales, están también las réplicas de sus esqueletos fósiles y las huellas de sus manos en un bifaz original. Es de justicia: reconocimiento científico internacional para Arsuaga y su inestimable equipo de científicos; agradecimiento por sus magníficos descubrimientos y la calidad de sus investigaciones; pero también gratitud y satisfacción para todos por haber sabido hacernos partícipes de su labor, de su entusiasmo y de sus conocimientos, que en definitiva somos nosotros mismos. Casi al cerrar el ordenador me resulta cuando menos curioso descubrirme una ligera melancolía… será el sonido de las gotas de lluvia golpeando la ventana de esta buhardilla a la que yo también llamo mi cueva, o ver al fondo la oscuridad y el árbol pardo que sigue allí solo... escalofrío de unos ojos, los míos, mirando mas allá, la misma mirada en otro rostro hace ocho mil años, ojos nómadas en cuevas, ojos expectantes, rastreando, indagando en la incertidumbre y la perplejidad a través de una lluvia oscura como la de esta noche.
1 de octubre, 2006


EL EFECTO SHARAWADJI

El domingo pasado la calle San Juan parecía una bulliciosa serpentina de colores y sonidos; la novedad del alegre alboroto es lo que más me llamó la atención de la feria de saldos, aquel mercadillo repentino ofrecido cordialmente por nuestros comerciantes. No parecía mi ciudad de los domingos por la mañana… sacudida desde su mismo centro, se asemejaba más a aquella ciudad de antaño, la que recuerdo de mi infancia, donde pese a ser menos los coches y menos los vecinos, sin embargo la ciudad se “oía” todavía. Careciendo afortunadamente del exceso de ruido de las grandes urbes y aunque a veces se generen esporádicas quejas o conflictos, Teruel de tan silenciosa pasa a ser aséptica, de tan callada dijérase que es casi muda… su paisaje sonoro se va borrando lentamente hasta diluirse en una nada que envuelve y a veces hasta asfixia. Porque a menudo no es el silencio sino el vacío lo que se escucha bajo estas hermosas torres de ladrillo…Haciendo memoria, así como existen archivos de imágenes y sucesos, es muy difícil saber del sonido de otras épocas en nuestra ciudad. Pero bueno, siempre podemos hacer la prueba y preguntar a los más mayores: ¿a qué sonaba Teruel cuando tú eras niño, abuelo? Nos hablarán probablemente de la animación de esos negocios y tiendas todavía a pie de calle, del reclamo del afilador en los soportales de la plaza, de aquel inefable Kiko, vendedor de cupones que pregonaba su mercancía con una sonrisa cantarina… de bailes y bandas de música en la Glorieta, de niños jugando por las plazas “a tú la posas”, del dulce sonar de las hojas agitadas de mis queridos y perdidos álamos blancos de la placeta las monjas… y nos hablarán del lenguaje de las campanas pregonando lances y eventos o siendo melodiosos testigos del paso de las horas sobre los relojes de sol –afortunadamente todavía el Campanico de las diez menos cuarto sigue acudiendo todos los días puntual a su cita– serán seguro sus recuerdos, evocaciones de una ciudad viva y vivida… Y ¿cuál es la “identidad sonora” de nuestra ciudad ahora? Quizás reflexionar en su valor simbólico nos ayudaría a entenderla mejor y a gestionar positivamente su futuro entre TODOS... Yo por si acaso busco en el Google más cosas sobre el efecto Sharawadji. Mientras tanto, el silencio, tan necesario y tan querido porque es el que en definitiva da la belleza al sonido (sin él no seria más que ruido), espera en la ciudad de Teruel llenarse de la música de la vida muchas más mañanas de domingo, o de lunes… no sé, pero algo habrá que hacer, quizás dejar que suene mucho más la imaginación.

DETALLES

Josep Pla viaja en el asiento de al lado. Casi inadvertida, la chispa de sus ojillos cucos –de tanto sonreír por y para dentro– son dos lucecitas que se asoman curiosas por la ventanilla del autocar. La Cittàslow que imagino para Teruel pasa como una vieja cinta de cine, mágica y fascinante ante los dos: lectora y escritor. Hay humanos que se adelantan a su tiempo; lo fue Pla y ahora sus vecinos de Pals, Begur y Palafrugell le siguen el camino en su intención de ser declaradas las suyas las primeras “slowcities” del país. Teruel, que al ser capital de provincia lo tenía ciertamente más difícil, ni siquiera lo intentó, de eso ya hace años, casi cuatro, pero es otra historia, y urge pasar página, porque aquí, junto a los rojos Mansuetos y las blancas calizas sobre el Turia, es hoy un día de fiesta, y hay otoño y alegría en las casas. Aprovecho el asueto y recorro de nuevo el hermoso Ampurdán con su libro y compañía –“Viaje en autobús”, título ciertamente recomendable– . La sonrisa brota fácil tras cada punto y aparte. Y es más que imaginación, es recuerdo, ya que este verano sí que pude oír las golondrinas a la hora del absintio, bajo las colinas rosadas, esas colinas de Santiago Rusiñol “tendidas hacia el reflujo abisal del mar”… Y me quise llevar –claro– para mi querida ciudad, algo de aquel zumbar de abejas, un trozo de ese amor a una tierra no tan diferente de la nuestra; porque nadamos ambas allá donde la medida es el hombre todavía, y nos inspiramos entre el encanto de las viejas piedras. Además, me digo optimista, vamos avanzando en direcciones paralelas: y es que hoy, alguien ha tenido un detalle encantador. Un detalle que no anda tan lejos de ese comercio de calidad, cercano, tradicional, considerado y cuidadoso que forma uno de los pilares fundamentales de las cittàslow. Porque como si de un viaje en el tiempo se tratara, he vuelto a encontrarme de pronto en una de aquellas cuidadas pastelerías de Torroella de Montgrí –visita ciertamente recomendable también–, pero esta vez en mi Teruel, dónde además de un variado, apetitoso y exquisito “género”, me sorprende la panadería Sanz con una encuesta a los clientes… ¡Está bien!, me digo: recabando ideas, solicitando impresiones, pareceres y gustos sobre empanadas e ingredientes… ¡Es estupendo!, y me felicito, porque el pequeño detalle conlleva mucho de trabajo futuro y sobre todo abunda en la idea del comercio local comprometido, involucrado, cómplice con el desarrollo de su entorno, una de las señeras de las cittàslow… “Ciudades lentas” de las que me gustaría hablar más otro día, pero no ahora, porque Pla acaba de guiñarme un ojo y el autobús se pone en marcha.
AYER DE ESTA SEMANA

Ocurrió en Teruel, allá por el año 73. Pasaba en toda España y a todas horas, pero para ellos la primera vez fue ese domingo en la Glorieta, en los bancos desgastados y romos por el uso, justo junto aquellas barandillas de la barbacana de ladrillitos rojos y enredaderas por techado; y lo fue una anochecida de principios de octubre: el corrillo de chicos y chicas reían las ocurrencias del gracioso del grupo. Apurando los últimos días de vacaciones, cercano ya el día de la cosecha de los hermosos frutos del membrillero y sintiendo todos, aunque fuera allá muy al fondo, también un poco de la nostalgia amarilla del otoño. Porque la mayoría de ellos dejaría pronto Teruel, unos para trabajar, otros para comenzar la Universidad… y tardarían en volverse a ver así, todos juntos... Las voces malcaradas, oscuras y agrias, saliendo de entre la sombra del pilar más escondido, gritando secamente: “documentación” y el posterior “no están permitidas las reuniones de grupos de más de ocho personas en la calle, ¡disuélvanse inmediatamente! sorprendieron a aquellos adolescentes; les sonaron tan insólitas, tan ajenas a ellos mismos aquellas palabras, que quisieron pensar que no se las decían… en parte porque era la primera vez que alguien les gritaba de semejante forma, en parte también por la incongruencia, por la absurda y disparatada orden y porque aún tenían todavía pintada en la cara la sonrisa del último chiste del inefable Enrique. Han pasado los años y la historia contada en la sobremesa a los hijos, no deja de tener algo de esas “batallitas del abuelo”, mientras cierta chispa contestataria y atrevida brilla en los ojos de los padres, a los que los más jóvenes de la casa escuchan con benevolencia. “No pienso lo mismo que tú, pero daré hasta la última gota de mi sangre por defender que tú puedas pensar como piensas... era un lema, un principio, casi un precepto para aquellos universitarios de finales de los setenta, y los hijos se miran de reojo y piden el postre, algo parecido podría decir en sus rimas su rapero preferido, piensan. En ese momento la televisión proyecta la imagen de políticos españoles zarandeados, insultados y amenazados exigiendo libertad, pidiendo poder continuar su reunión y salir a la calle sin miedo a ser agredidos. Antes, las imágenes del funeral de Anna Politkovskaja, la periodista asesinada por su honestidad y valentía, por su posición crítica… ocurrió esta semana del 8 al 15 de octubre del año 6…¡del siglo XXI, claro!… ¡Y parece que fue ayer aquel domingo!
SALIR DE CASA


Comienza a oscurecer más pronto en la ciudad. Se diría que al fin y afortunadamente comienza el frío, que las cosas vuelven a su orden natural, a ser como debieran ser; lo decían y lo dicen los más viejos que suspiran aliviados: que ese calor en este tiempo no era bueno… Y es que hasta las hormigas de Buñuel andaban locas almacenando granos de mentira. Porque al fin y afortunadamente también, apetece ponernos ya nuestro gastado jersey de andar por casa, ese fiel de cada invierno, el más suave atuendo que espera en el fondo de armario, “dado de sí” como la vida misma. Y tras la ventana, la mirada que se vuelve blanda y apacible, observa que ha empezado a llover ¡por fin!- y se nos ocurre que las primeras lluvias prometerán joviales excursiones en busca del rosado rebollón; nuestros vecinos del Reino ya casi suben, parece oírseles en el reverso del horizonte del pinar, con sus cestas de mimbre ávidas y alborozadas. Pero pasará enseguida la corta salida otoñal al campo porque Teruel está entrando como cada año en esas tardes de invierno, y mucho antes del veintiuno de diciembre los árboles ya estarán desnudos. El jazz nos ha acompañado en el inicio, como una puerta magnífica y brillante , y también ha habido gospel y una obra de teatro, y dos películas nuevas en nuestros dos cines, y tres exposiciones, y la videoconferencia del filósofo famoso y más conciertos y un monólogo de humor –que no falte el humor nunca por favor, que hay que acaparar muchas sonrisas para sobrevivir en estos páramos–, comenzaron las originales jornadas “en su tinta”... y no sé… casi seguro que me olvido de algo…por ejemplo de esa pista de hielo en la glorieta (¡qué estupenda idea!)... Quedan largas tardes a la salida del trabajo, y viernes y sábados y domingos para vivir en mi ciudad… Me prometo a mi misma mantener la esperanza, ante tan buen comienzo, ilusionarme con lo que Teruel vaya a regalarme. Confiada en que el frío me traiga la sorpresa y me convierta en espectadora admirada y entusiasta, gratamente impresionada por una programación cultural y de ocio de calidad y excelencia, y por qué no, con propuestas innovadoras y alguna vez arriesgadas…porque estas largas tardes y frescas noches turolenses bien lo merecen… merecen arriesgarse alguna vez y salir de casa. En el cómodo sofá me esperan a la vuelta Gamoneda y un estremecedor verso de Randall Jarrell.
DE SOMBRAS

La Fuenfresca tranquila y silenciosa, apenas algún ruido de cacharros a través de la ventana abierta de cualquier cocina. Ayer el vecino, al meter el coche en el garaje, dejó las luces largas encendidas y se acercó deprisa, casi atropellado –lloviznaba un poco– hasta la puerta grande de metal. Un hecho trivial dentro de la banalidad de otros muchos que se hacen al cabo del día y que sin embargo le dejó perplejo, desconcertado, porque aún siendo ya de noche, mientras bajaba la ligera rampa que separaba su coche del garaje, descubrió de pronto al testigo de su sombra; a medida que avanzaba, ella lo hacía a su vez, casi veloz y enorme como esas lunas llenas de tormenta, hasta encontrarse ambos cara a cara irremediablemente, apenas tocándose sus frentes imposibles. Un efecto óptico, pensó, pero estaban allí: penumbra contra penumbra bajo los focos cegadores de su coche: justo juntas su sombra y su “evidencia física”, acaso ambas lo mismo, las dos al lado de la puerta blanca del garaje, las llaves en la mano tintineando todavía cerca de la cerradura. Y casi no supo distinguir si el escalofrío fue suyo o el reflejo de aquella precisa forma oscura en la que se reconoció admirado. Decía T. S. Eliot que “el género humano no puede soportar demasiada realidad”. Pero lo cierto es que sin leer sus Cuatro Cuartetos, sin que nos lo recuerden los mundos inventados de las películas de Matrix, sin que las cavernas de Platón, ni las sombras del Purgatorio agolpadas alrededor de Dante nos lo susurren, todos lo sabemos. Lejos citas de admirados maestros, fuera referencias, no las necesitamos para sentir alguna vez lo mismo que aquel vecino sintió. Porque “ser” de pronto lo que somos nos deja fascinados, casi paralizados. Dicen que en las pequeñas ciudades como la nuestra es más fácil. Dicen también que los urbanitas de las metrópolis se vuelven autómatas y grises porque la luz del neón nos les deja ver su sombra. No sé, quizás haya que reivindicar un Teruel para el encuentro con uno mismo, inventar un “camino a Soria” como el de Urrutia, quizás necesitemos un Machado que cante dulcemente a las riberas del Turia perdido entre calizas y arcillas. Y es que nunca somos del todo reales ni verdaderos nunca, eso debió pensar el vecino cuando cerró apresuradamente la puerta del garaje, apagó las luces de su coche y subió hasta la tibia cocina de su adosado en la Fuenfresca.

POR LOS LÍMITES


Cuentan que entre los griegos los castigados a la pena máxima eran los “apátridas”; indefensos, desvalidos, a los que ningún pueblo ni siquiera aldea podía cobijar, se les condenaba a vagar por los caminos y bosques a merced de la intemperie, merodeando lumbres y moradas prohibidas. Expuestos a todos los peligros que la barbarie les deparara, la ciudad había dejado de ser para ellos la diosa protectora. Se les había expulsado del hogar, de aquel paraíso de calles y plazas precisa y preciosamente limitadas por edificios y murallas. En poco hemos cambiado desde aquellos míticos helenos: la ciudad sigue siendo hoy todavía ese manto acogedor con que en el fondo todos anhelamos cubrirnos, amparo ordenado, tranquilidad en lo cotidiano y lo accesible, a veces en lo prosaico, donde aspiramos a vivir sin desconcierto. Pero a mí que me gusta viajar y contemplar albatros desde cualquier faro, se me antoja pensar que es posible encontrar en Teruel, mi ciudad, algo más que el microcosmos que acota extremos junto al caos del confuso “exterior”. Así que como una desterrada antigua viajo Teruel desde sus bordes, lo recorro atenta la mirada y la actitud alerta. La prueba es fácil y posible cualquier domingo de este otoño que al fin comienza a ser: adentrarse en sus barrios y salir después a los caminos para jugar a encontrar paisajes desconocidos, contar olas imposibles en la piel de San Julián desde el Cerro de los Alcaldes, anotar en la retina vistas carmesí desde Santa Bárbara, asomarse al vértigo de los Monotes por los Mansuetos, leer las líneas sin escritura de la luz desde las solitarias trincheras del Pinar, respirar la vega junto al camino del Carburo o entornar los ojos ante las doradas copas de los chopos a los pies del Jorgito y la ciudad ibérica... y al final volver, girar los hombros para regresar y adentrarse de nuevo en la ciudad buscando entre sus callejas las cruces escondidas, las cruces grabadas en las paredes de piedra del convento de las “monjas de abajo”, cerrando así el artificio mágico de un domingo cualquiera en Teruel, laberinto y regalo de los dioses, que nos espera borrada en mitad de cien caminos.
DE AMABILISIMO CORAZÓN


Cándido quizás sea el último espíritu de la niñez que nos abandona. Pocas veces nos visitará ya una vez adultos… si acaso se aposentará un ratito en nuestro corazón cuando nos enamoremos o pasará veloz y gozoso a nuestro lado mientras descubrimos los primeros copos de nieve en el amanecer. Ojos joviales del Ingenuo, confiados y esperanzados, que son incapaces de ver nada malicioso ni perverso. Puede, seguro que puede, que haya seres que consiguen pasar por la vida así, que sonríen y tú los miras, y te producen un ligero aturdimiento porque te dan ganas de preguntarles cuál es ese maravilloso secreto que sólo ellos saben y que les hace nacer esa sonrisa, esa paz confiada de sus caras… Una especie en extinción y verdaderamente difícil de encontrar la de nuestros inefables Cándidos. Rara avis especialmente en ciudades pequeñas donde la selva se hace más peligrosa y más densa para estos atípicos seres que, sin ellos saberlo, destacan su blanco a contraluz. Y es que hay un arma que se sabe manejar con especial fruición y habilidad entre los nativos de las urbes: la maledicencia, acompañada a menudo con un espléndido arnés de envidia y celos; es el hierro de resultados fulminantes, que nos ataca por igual a todos pero de efectos letales entre aquéllos de los nuestros más sensibles o inocentes. Temibles convecinos los de los cándidos que hacen dura, muy dura la terrible vida de provincias para ellos, tan sólo arropados con el ligero escudo de su proverbial buena fe y optimismo. Termina Voltaire su libro con un rotundo “para nada sirven las desdichas” –contradiciendo al Leibnitz conformista– y tras habernos contado las mil y unas desventuras de aquél a quien la naturaleza “dotó de un carácter amabilísimo… bondad de corazón, siendo igual en él la solidez de juicio y la sinceridad… tal vez por eso le llamaban Cándido”. Nada nos dice el filósofo de que hubiera otros como aquel joven, pero podríamos aprender a reconocerlos entre nosotros, los nuestros, los de Teruel. Verlos en ese conductor de autobús que a veces tararea una canción, o en esa dependienta risueña del Mercadona que nos devuelve cada día el cambio, en el periodista que aún cree en las declaraciones de los políticos, en el muchacho que acaba de comprar ilusionado ese “boli que dibuja sonrisas” de la campaña que enviará juguetes a los niños del Tercer Mundo, o piensa de nuevo en apuntarse a “Payasos sin fronteras”… Son “los optimistas” de la película del serbio Paskaljevic, cándidos de nuestros días que siempre sobreviven a las ilusiones perdidas.
LIBROS VIEJOS

Si a la palabra “viejo” la conceptuamos de venerable y estimado, bien me vale este calificativo para acompañar a los dos facsímiles que ojeo este domingo : el volumen que de su “Diccionario” le dedicó Pascual Madoz a Teruel (1845-1850) y la colección de la “Miscelánea Turolense”(1891-1901) de Domingo Gascón y Guimbao. Allí, en estos dos recomendables libros, está desgranada de primera mano mucha de la historia cotidiana de los últimos siglos de nuestra ciudad. Al leer la descripción que de ella hace Madoz sorprende descubrir en el corazón de aquel Teruel decimonónico una plaza, la Mayor o la del Mercado, en la que no estaban aún el inefable pilar y nuestro querido Torico ­– enamorado perseguidor de estrellas – presidiendo la vida de los turolenses; talismanes prendidos en la memoria colectiva, que de tan nuestros parece que han formado siempre parte del latido de la ciudad. Y es que en realidad la fuente, que ahora tapada y debidamente protegida de los posibles “riesgos de la reforma” de la plaza, aguarda expectante y soñadora – como nosotros – las próximas inauguraciones y cortes de cintas, lleva aquí tan sólo desde 1858. Bien, no pasa nada porque símbolos y realidades de hoy no lo fueran apenas hace un siglo. Me pesa, me preocupa más comprobar al pasar las páginas de la obra de Gascón como nuestra ciudad, como nuestra provincia, ha tenido siempre en su sentir más profundo e íntimo, en su temblor más secreto, esa visión de exasperante e irritante inmovilidad, una mar en calma chicha invadiéndolo todo, a la espera de una ola confiada al futuro a la que unirse y deshacer así el irritante horizonte… ¿Qué pensarían aquel optimista Domingo Gascón y sus amigos regeneracionistas turolenses de principios del XX si por un momento volvieran al Teruel de nuestros días?. Ellos si que ojearían con más empeño que yo las páginas de los periódicos y no sé que exclamarían cuando conocidas palabras como ferrocarril, carreteras, desarrollo industrial, atraso cultural y falta de infraestructuras y más atraso y más olvido les volvieran a saltar a la vista… no sé, quizás aún confiados sintieran la misma esperanza de antaño, esa turbada y exaltada emoción por una promesa que también les fue hecha entonces…. ¿Serán siempre las diez y veinticinco en nuestra ciudad? ¿Alguna vez comenzaremos a saber más que de planes, proyectos, programas y sociedades gestoras? ¿Comenzaremos a sentir soplar el viento en las velas por fin? Cierro el libro de la Miscelánea, porque creo que definitivamente ya lo había leído. Seguiremos escribiendo todos juntos la segunda parte.
SIN COMPLEJOS

“¡Culturetas!, menos libros y más caña”…”tanto hablar de libros no puede ser bueno”, es copia textual de las frases que en la Metrópolis del pasado miércoles recogía Toni Losantos a propósito de un par de comentarios que alguien le hizo en la calle sobre las referencias que a la lectura se dan a menudo en estas secciones del Diario de Teruel. Lo cierto es que tampoco me han extrañado, ya que no son más que un reflejo de lo que últimamente y a nivel nacional se vuelve a escuchar mucho otra vez, de nuevo otra vez. Culturetas, progres y otros términos por el estilo con un sentido recriminatorio, casi de reproche, fueron corrientes a mediados de los ochenta, un menosprecio de muchos quizás por lo que ellos mismos habían tal vez querido ser y, sobre todo, por quienes, de una manera u otra, habían propiciado, con su actitud, un renovado interés por la cultura, aunque muchas veces fuera de manera sesgada y un tanto sectaria, quizás residuos de un cierto estalinismo y también de cierto autodidactismo e improvisación. Y surgió la banalización en la televisión y en los gustos de la gente, culebrones, programas de cotilleo, el fomento de las mal llamadas “fiestas populares”, best-seller sin calidad pero bien gruesos y de bonitas tapas para el regalo ocasional o el navideño, y en definitiva el vaciado de cualquier vida intelectual, la comercialización de todo lo más profundo y la creación paso a paso de una sociedad ambigua y trivial… todo un marasmo que hoy tenemos delante de nuestras narices y que ni aun mirando hacia otro lado logramos dejar de ver. “Dar caña” como piden, combatir en los ambientes que tan bien conocemos de nuestra ciudad, de una provincia como la nuestra en la que tan fácil es colgar carteles de “progre” o “cultureta” a quien nos place, es decir a quienes no son de los nuestros… Combatir, sí, y hacerlo con todas las ganas y toda la convicción de que somos capaces, y hacerlo además, y por qué no, junto a un poema de Trakl, una página de Proust, Tucidides o Cervantes, una reflexión de Kant… todo ello es mucho más que un privilegio… Privilegio de no desconfiar de la cultura, de no mofarse desde no se sabe bien qué pedestal… Seguiremos leyendo pues bajo las estatuas, porque bien dice George Steiner que “los que queman los libros, los que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. ”





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