ALBADAS 41-50

BODAS

Esperaba Isabel, ventana entreabierta pese al cierzo. Esperaba Diego vagando entre los olivos viejos del sur. Esperaban juntos en la distancia soportando a duras penas la exigencia del destino; detenido el instante en la ignorancia de un mortal dolor; inmensa y letal la tristeza en los augurios de su primera despedida. Esperamos los turolenses la llegada de las Bodas y el recuerdo de aquel beso que no pudo ser en vida. Teruel, la pequeña ciudad sobre un río que se hace grande hacia el Este. Teruel, donde aún repican las campanas aguardando días de fiesta, donde el sol hace estrellas multicolores de sus torres y la luna llena las teje con un hilillo fino y transparente de líquida melancolía. Nuestra querida ciudad de cuerpo frío que se lanza a la vida siguiendo las amorosas huellas de sus más dulces y tristes vecinos. Recordados, consolados, acompañados Amantes, soñando todos juntos con vosotros en una boda que no pudo ser. Sabor amargo al final del camino en mi Teruel inmóvil de humo y resonante de azules. Temblarán tambores en la noche negra y volverán desde el ayer presagios en certezas, pero hoy, torrentes de pasiones han cruzado por los siglos y las calles de la ciudad de Isabel y Diego. Hoy, los soles de otros días iluminan al amor y a la vida que vuelven a buscar cobijo y regocijo en nuevas nupcias. ¡Qué mejor quietud para casarse que Teruel! ¡Que mejor ciudad que la nuestra, marcada por el amor, testigo, y seguidora del rastro de pasiones, para festejar la vida! Hagamos entre todos una carrera contra el sino, volvamos del revés la suerte de nuestros desventurados Amantes: que sea la hermosa Teruel donde se casen siempre y cuando quieran los enamorados, invitémosles, acojámosles, que las ilusiones de ese día queden atrapadas en los cielos y las calles de nuestra ciudad, ya su ciudad. ¿Cómo se nos dice ahora que tendremos un decreto en el que se limitarán las bodas en el Ayuntamiento, en la casa de todos, a dos días al mes (el primer viernes de mes, de 17 a 20 horas, y el primer sábado, de 10 a 13) excluidas las temporadas festivas y el mes de agosto? Frías y escasas cifras para el amor si se hacen cuentas… ¿Porqué estas miserias? ¿Cómo puede Teruel poner límites cuando deberíamos ser la ciudad que acogiera más eventos, más celebraciones y fiestas que ensalcen al amor? Puede que en otras ciudades lo hagan así, puede que sea más cómodo para algunos restringir y prohibir, pero no olviden esos mismos que aunque lo es en la esperanza, también en el amor Teruel es sabia y no queremos volver a ver desesperar a más amantes.


NO

De acuerdo que es difícil decir no. Decirlo es poco popular. Un “no” te señala y a veces hasta te estigmatiza. Es, si se quiere, poco inteligente ir contracorriente. A nadie le gusta la reacción negativa de los otros ante nuestro no y claro, nos protegemos, lo evitamos. Pero como el quietismo no es mi fuerte, ni he aprendido de aquel Bartleby, el oficinista del relato de Herman Melville a “preferir no hacerlo” y negar el mundo, por eso mismo digo aquí que NO y negando me señalo yo misma. Un NO desde el corazón, como una Isabel imaginaria que hubiera sobrevenido del amor al desencanto de una boda no elegida. Un NO desde el entendimiento y la reflexión sobre una tierra a la que se quiere. Y digo aquí que NO, que NO quiero un Teruel abocado al infradesarrollo por culpa de políticas miopes, interesadas y partidistas. No quiero mi provincia vendida a la presión urbanística. No quiero lamentar la calamidad de un impacto nefasto de un mal llamado desarrollo. Digo NO a un futuro para mi gente hipotecado a fundaciones, empresas y lobbies económicos. NO a un progreso exógeno sobre el avance y la mejora de lo local. NO a la especulación. NO a entresijos y presiones inconfensables. NO a manosear y degradar palabras como sostenibilidad, ecología y medio ambiente hasta dejarlas vacías y corrompidas. NO al todo vale, si nos vale a nosotros ahora. NO a la ley del rodillo y del que habla sobra. Porque sobrar por sobrar no sobramos ninguno ni ninguna en esta tierra nuestra, a veces espesura de espinas y amargo silencio. Y desde ese silencio de la meditación cavilosa me da vértigo pensar en el abismo insalvable que va muchas veces entre las buenas intenciones y los hechos constatables. Buenos propósitos, “en tres niveles: medioambiental, económico y social” leo en los periódicos del jueves y los tres conceptos etéreos me van calando como esa nieve que apenas cayó este invierno. Y vuelvo al principio de esta Albada con un “de acuerdo”, asumiremos la bondad de voluntades e intenciones, daremos por válidas determinaciones y empeños. Pero estaremos expectantes, velaremos desde el espejo de la verdad para que no se conviertan en intereses vendidos al asfalto, el cemento y la rapiña. Porque en esta tierra el lobo hace tiempo que es sólo la sombra nocturna y graciosa de su aullido y los que quedamos aquí soñamos todavía con paraísos perdidos y risas junto a la chimenea encendida.

HORTUS AMOENUS

Mi admirado profesor Federico Torralba fue un pionero en sus clases de Arte Oriental en la Universidad de Zaragoza. Recuerdo especialmente aquella tarde en que nos explicaba la esencia y el alma del jardín zen. Fue un nacimiento a realidades que ni nos imaginábamos, un atravesar hacia la perfecta nada de la mano juiciosa del maestro. Hace ya años de eso y por aquel entonces ni él ni mis compañeros hubieran supuesto que aquel hallazgo que nos sabía tan mágico y nuevo como la juventud que estábamos estrenando, llegaría a disolverse hasta convertirse en esos pequeños jardincillos de sobremesa vendidos en bazares: fina arena blanca con piedrecillas rugosas de colores, rastrillos de juguete envueltos en plástico con su manual de instrucciones pertinente… Quizás a alguno de ustedes ya se lo regalaron y saben de lo que les hablo. En todo caso no se molesten porque la intención del regalo es más que loable, ya que no en vano el jardín japonés está hecho para la contemplación y el goce en la belleza de la naturaleza, y sobre todo para servir de vehículo a la meditación. Mucho se podría hablar de la filosofía zen, que muy a menudo rastreo tatuada en los rostros de los turolenses, pero yo quiero hablar ahora de ese hermoso y particular “jardín para contemplar”, de ese “privilegiado jardín para meditar” que tenemos escondido a simple vista en nuestra ciudad. Casi justo en el medio del Teruel de siempre, visto desde arriba, contemplado en la distancia desde la altura hasta el suelo, pudiéndolo bordear, recorrerlo a vista de pájaro como si fuéramos las golondrinas que bailan entre los pilares que lo enmarcan. Inaprensible en la distancia como un tesoro y a la vez tan cerca como el abrazo de un amigo, nuestro particular jardín zen está ahí abajo, en ese mar de ondas y olas rizadas que podemos ver bajo los dos viaductos. Belleza geométrica hermosísima en sus caballones perfectos repletos de verdura fresca. Toda la vida palpitando bajo nuestros dos puentes, como un pequeño y frágil corazón verde. Un auténtico lujo, en medio del asfalto, para la vista, para el recuerdo, para nuestro regocijo y disfrute. Un magnífico y espléndido regalo a tamaño natural, cuidado por unos sabios desconocidos con herramientas de las de verdad, que manejan con precisión milimétrica en su pura intuición. Belleza de siempre y vida nueva creciendo en cada estación. Huertos milagrosamente conservados, amorosamente trabajados en el centro de Teruel.

ALFARES DORMIDOS

Cuentan que allá por el año 1404, Don Martín I el Humano, a la sazón duque de Monblanc y Rey de Aragón, escribió una carta al Baile General de Teruel haciéndole un encargo muy especial. Al parecer, a este rey de apodo tan compasivo le gustaba el colorido brillante y elegante de los azulejos fabricados por los artesanos de Teruel, así que, ni corto ni perezoso, le encargó a nuestro paisano que le enviara una buena provisión de dichos baldosines para mayor embellecimiento y ornato de su palacio real en Barcelona. El diligente funcionario turolense –que ya entonces los había, créanlo– transportó tan delicada carga con caballerías hasta la vecina Valencia y de allí los embarcó eficientemente hacia la cosmopolita ciudad catalana. Aunque trabajoso, no era sin embargo aquella petición del rey un capricho que extrañase a su empleado, ya que numerosos palacios y casas reales se embaldosaban en aquellos años con cerámicas hechas en esta ciudad, a pesar de que ya la azulejería valenciana y la catalana tuvieran su predicamento. Pero calidad y prestigio mandan, y nuestro Teruel debía ser por aquel entonces el no va más en eso de la alfarería, algo así como la “factory fashion” más “cool” del momento, sin preysler que la anunciara ni inmejorables vías de comunicación que la propiciaran, que en el medioevo eso de las excusas no servían como ahora. Pero el tiempo pasa para todo y para todos, y hoy, aquellos alfares orgullo de nuestros ancestros, dormitan fuera de su emplazamiento original, cubiertos de capas protectoras y polvo gris, enormes e incómodos testigos albergando no se sabe bien qué sueños de futuro… Algo tendrán que decir en esto de los alfares los próximos programas electorales, alguien se tendrá que comprometer... porque de aquel “excepcional conjunto alfarero de los siglos XIII y XV” que los periódicos proclamaban allá por el 2003, ya nunca más se supo. Se volvió a perder una nueva oportunidad para que Teruel tuviera un magnífico e importante recurso cultural y turístico; otra vez no se fue sagaz ni avispado, ni siquiera justo, con las posibilidades que la ciudad nos brindaba, y estos restos se quedaron también suspendidos en promesas. Se acaba de inaugurar la exposición “Tierras de Frontera”. Recuerdos, de nuevo, de aquella época en que Teruel fue más que un proyecto de grandeza. Me acercaré a verla, disfrutaré seguramente, pero no podré olvidar que tal como se sale de la ciudad, carretera de Alcañiz adelante, esquinados y silenciosos duermen los alfares medievales de Teruel.

DEMOGRACIA

Coll, el que recientemente se nos fue, aquel bajito entrañable que pensaba mucho y bien, la definió perfectamente: Demogracia: humor del pueblo. En raras ocasiones el pueblo puede disfrutarla, pero cuando excepcionalmente sucede se llama demogracia a Dios. Y nos hace sonreír la ocurrencia del genio del bombín. Aunque lo hacemos con una sonrisa amarga y seria porque sus palabras encierran tanta verdad como que últimamente se nos están quitando ya las ganas de guasa a la “multitud”, a la “gente”, al que sencillamente llaman “pueblo”… Y como muestra, el enojo de esta semana, la poca gracia que nos hizo el oír al senador del PNV –no merece citarse aquí su nombre y encima con negritas– sus exabruptos e impertinencias sobre Teruel Existe. No pensó, claro, este representante del país, que antes de hablar hay que saber lo que se dice. Pensar antes de hablar, pensar antes que actuar, nos enseñaron de niños, e imagino una escuela fabulosa donde el sabio Heidedegger, mirando con ceño fruncido y dando golpecitos irritados con su bastón de caña en el suelo, hace recitar al iletrado e impúber senador que “el pensar” tiene que aprender primero a conocer lo que le queda reservado y guardado. No debe olvidar su señoría ni el resto de los miembros de las Cámaras Alta y Baja, no deben perder de vista alcaldesas y presidentes, que la responsabilidad de su gestión implica también alejarse de manipulaciones, trapicheos y chanchullos para con estos movimientos sociales que expresan libremente y con todo derecho sus denuncias contra las injusticias y hacen honestas propuestas de reforma. Esto debe ser así por respeto a la propia voluntad de los ciudadanos, e incluso por la propia subsistencia del político, ya que en su inteligencia no se les escapará que estos movimientos son poderosas fuerzas de transformación de la democracia y cada día lo serán más. “Demasiados cocineros estropean el plato”, dice el refranero; alguien tiene que administrar, me dirán, y efectivamente, porque para ello están las urnas y los POLITICOS con mayúsculas cuya voluntad debe ser siempre estar al servicio del bienestar y del progreso de todos. Es tan absurdo como irresponsable llegar a la dicotomía y la crispación, y no preciso nombrar aquí a Hobbes ni hacer ninguna otra cita para argumentarlo, ya que el simple sentido común nos dice que todos nos necesitamos. Somos, en definitiva, multitud organizada ante el mismo destino incierto, ante los mismos dilemas (háblale más que diría Coll).
LA GRAPADORA

Sobre la bandeja de la impresora descansan por fin las hojas. Apenas un leve gesto de desagrado cuando comprueba que la grapadora está vacía. Abre el cajoncito segundo de la izquierda de su mesa y la mano temblorosa busca a tientas entre el tipex y la calculadora hasta palpar la caja alargada con las grapas cobreadas. Como siempre, se ha levantado al amanecer y con su taza de café al lado ha seguido desgranando, una a una, frases en el teclado. Pero el de hoy es un día distinto, irrepetible, porque lo ha terminado, ordenado y finalmente grapado con aquellos hierrecitos mínimos de color rojizo. Desde el flamante equipo de música que le regaló el más pequeño de sus hijos suena el adagio del Concierto nº 1 de Max Bruch, un violín brillante y la orquesta al fondo volcada hacia el horizonte, como lo está su ventana abierta al mes de marzo de esta primavera anticipada de Teruel. El hombre acaricia los papeles mientras piensa que ahora alguien más que la soledad se acordará de su nombre, alguien más que los azarollos de flores blancas de aquel camino cercano a Aldehuela. Pasa rápido con el pulgar las hojas de su vida escrita, como pasan los domingos amarillos de invierno y la ausencia en esta ciudad pequeña. Aquél que fuera funcionario modelo, compañero ocurrente de cañas y partida de guiñote con carajillo, se había amargado y alejado de todos desde el mismo momento en que salió de su oficina, justo el día que lo jubilaron. No quiso irse a Zaragoza con los hijos y se quedó aquí, convertido en aprendiz de escritor de memorias por decisión propia. Se sentía solo hace mucho tiempo, paseando por las calles vacías del invierno turolense, perdido por los callejones de los atardeceres tranquilos. Le pesaban más aún las horas cuando el día alargaba y los chillidos de los vencejos hacían coro a las risas en los columpios. Salió a dar su paseo. Milimétricos pasos contados desde el banco junto al Pegaso hasta el final de la calle que bordea el Colegio Ensanche, y vuelta al banco despacito. Como cada tarde, todo calculado, pero hoy, vuelve a decirse, es distinto, porque aquel montón de folios grapados están allí, en el último cajón de su escritorio, y sabe que son el fin de un paréntesis, la obsesión liberadora. Sentado en el banco oye la televisión a través de la puerta abierta del bar. Los hinchas del Liverpool cantan su mítico himno. El bramido colectivo en el estadio parece sacado de los barracones de los obreros del pasado: You’ll never walk alone y el viejo suspira mientras al fin sonríe y decide entrar a tomarse ese café, el primero desde su retiro con sus antiguos compañeros de trabajo.


SECRETO

No es por ser desagradable, pero te recuerdo que el lunes está a la vuelta de la esquina, se lo digo y me sonríe. Esperaba descansar un poco, me contesta, sentarme con las piernas en alto, sobre la silla vieja de la cocina, por las varices, ya sabes, pero la tarde se me ha pasado volando entre planchar los montones de ropa de los críos y luego los cristales del comedor… Y como cada fin de semana, sé que no ha podido darse ni diez minutos de descanso, de silencio, de no pensar. Ya descansaré cuando duerma, me contesta. Mi amiga trabaja en un centro comercial del barrio del Ensanche de Teruel. Hace ya tiempo que vengo preguntándole ante su mirada asombrada, lo que por tantas veces comprobado, empieza a ser un misterio para mí: que en este supermercado de nuestra ciudad las dependientas –casi todas son mujeres– y también ellos, siempre sonríen. Las veo intercambiarse comentarios de simpatía de caja a caja cuando les falta la moneda pequeña o les falla el código de las lechugas; me fijo en las miradas de apoyo en la pescadería ante el boquerón escurridizo que resbala por las manos; ni una mala cara llevando el pesado palet cargado con el agua mineral, colocando el pan caliente en las estanterías. Hagan la prueba ustedes y fíjense, que no es cosa de un día ni de dos esa sonrisa… Y le digo a mi amiga que algún secreto tendrán, que me lo diga... y ahora es ella la que se ríe a carcajadas y me llama loca. El poder de la sonrisa es un título que se repite en la biblioteca de la vida, betseller de un Umberto Eco de a pie, mil veces reimpreso en nuestras caras, fórmula mágica y secreta, consejo compartido a voces una y otra vez para el amigo con problemas. Todos sabemos de su fácil contagio, sabemos que una sonrisa es como abrir una ventana a la brisa en una habitación cerrada, que es la estrella que al fin podemos alcanzar… frases y más tópicos y también hechos comprobados a diario. Vencida, porque mi amiga no suelta prenda y no para de reírse de lo que ella llama una más de mis ocurrencias, la dejo en su casa peleando porque termine de merendar el más pequeño de sus hijos. El horizonte de la ciudad detrás de mí comienza a transformarse; alguien, sin preguntarnos, lo ha trenzado de hilos naranja y rosa; y de vuelta, y envuelta en una más de nuestras irrepetibles puestas de sol turolenses, me felicito por saber de estos grandes seres humanos como mi amiga y sus compañeras que, además de reírse de sí mismas, saben sonreírle a la vida, venga ésta como venga.


EL BOMBO

Recuerdo que fue en una comida familiar cuando les oí si sería posible encontrar las dos enormes pieles que les sirvieran de parches. La verdad es que pensé que no seguirían con la idea –a veces en el café de sobremesa se escuchan cosas tan brillantes como imposibles–. Fue al cabo de unos meses en otra comida festiva, cuando les volví a oír hablar sobre ello; ahora el problema era dar figura y cuerpo a la enorme caja, doblegar la madera en formas redondas y dulces capaces de hacer cantar suave al viento vibrante, casi como hacen esas grutas que tallan los mares fuertes de color verde metal. Creo que cuando empezaron a hablar de los cien metros de cuerda necesarios para tensarlo y los vi preguntándose de qué forma conseguirían el toque perfecto, el más profundo, el más hermoso, es cuando empecé a prestarles atención. Me imaginé cómo sería ese sonido para mi ciudad, quebranto de un silencio huidizo y expectante, comienzo del clamor de centenares de tambores chocando contra el cielo y rebotando sobre el silencio rojo de mi torre preferida... Al final, la brillante pintura negra y la cuerda blanca tensada a fuerza y en vilo sobre la piel temblorosa, dieron el aspecto definitivo y magnífico a aquella idea que emocionó a mi padre y mis hermanos. En 1987 el bombo estaba ya listo para su presentación oficial. Costó llevarlo hasta la plaza de la Catedral, no en vano pesaban lo suyo esos 2,24 metros de diámetro y su 1,34 de altura. Dispuesto allí, rodeado de gente curiosa en aquella su primera Rompida de la hora, era un misterio cómo sonaría, cómo teñiría el aire su primer toque para Teruel. Y cuando lo hizo fue música honda e intensa, que recordaba el estallar del alma antigua de nuestra ciudad. Dispuesto para todos, aquel bombo ganador de Guinness sirve desde entonces para lo que había sido hecho, y cada año espera humilde que un Domingo de Ramos alguien se acerque y le avise que queda ya poco. Alguien que le limpie lo oscuro de los días de espera, amorosamente, casi en una caricia. Su nacimiento fue lento, de creación intuitiva, un trabajo de artesano medieval que avanzaba decidiendo conforme creaba su obra. En la intrahistoria de la ciudad a veces suceden esas “cosas”. Más adentro de las fachadas de las casas, en el fondo de los corazones turolenses, surgen de pronto ideas que nos van creciendo hasta que ya no son nuestras porque parecen tener vida propia y son otros los que las protagonizan, los que las hacen vibrar… ideas pequeñitas, que se antojan grandes cuando llegan a formar parte de esos signos y estrellas de Teruel. El viernes volverá a sonar el bombo, temblará el pecho cuando la silenciosa mano haga resonar su voz solar.
DOMINGO DE RESURECCION

Primero probó con el pingüino de peluche. Sabía que le gustaban esos animales tan patosos como heroicos, lo habían comentado juntos viendo documentales, estrechados tras la sobremesa, hace ya mucho tiempo de ello es cierto… y buscó una sonrisa de complicidad en el recuerdo. Después, en el desvelo de la noche, tuvo que reconocer que había sido tan patética como ridícula la idea del muñeco. Aquel nuevo peluquero le dijo, con un guiño, que con el cambio de peinado los años que se había quitado de encima se los quedaba él en el suelo. De vuelta se miraba al trasluz de los escaparates, y se erguía un poco buscando el reflejo del tinte; llegó a casa pensando que le gustaría, pero dormitaba ya en el sillón frente al televisor, el cansancio de todo el día acumulado sobre las sienes. Eligió el color oscuro por aquello de que adelgaza; ropa nueva y cara combinada con el blanco espectacular de sus dientes tras la visita a la clínica del anuncio. Pero el contraste no fue mayor que la rapidez con que se apagó la sonrisa tras el primer gesto de extrañeza, muy lejos de ironías quiso pensar más tarde, ojos abiertos en la madrugada. Intentó cenas y velas, probó gimnasios y saunas, y entonces fue cuando planeó el viaje. Transformar por unos días paisaje y horizonte. ¡En plena Semana Santa y tuvo suerte con el hotel! pensó que era buena señal. Eligió la ciudad que siempre se les antojó mágica, la Teruel prometedora que nunca tuvieron oportunidad ni tiempo de conocer; y se dijo que escuchar juntos y abrazados el rumor de fondo de sus estrellas sería lo justo, el final perfecto a su agónica lucha por recobrar ilusión y risa . La ciudad estaba espléndida: tambores, inciensos y túnicas de colores al atardecer; y tras el silencio, el cristal de la luna verde sobre la torre de San Martín… ¿qué más podían pedir, si hasta las calles parecían abrazarles? Pero al apagarse el día apartó suavemente el rostro del suyo y la almohada volvió a ser ese cosmos infinito que les separaba. Por la mañana cruzó la plaza y le pareció soñar palomas blancas de Domingo de Resurrección. Los sones telúricos recorrían como una corriente las vértebras de la ciudad. El bar estaba lleno de otros forasteros que apenas se diferenciaba de aquella figura dolorosa sin lágrimas de porcelana… quizás tan sólo su mirada en el vacío, que se hundía tras el latido del güisqui en el corazón del hielo.

NOTAS

Por aquel entonces, estudiar música en Teruel era más que un empeño. Sin conservatorio, sin escuelas, ni siquiera media docena de pianos en toda la capital, apasionados como el inefable Modesto Linares o la incansable Maria Luisa Mayo –¡qué estupenda labor la de estos dos precursores!– se las veían y deseaban para conseguir que a los turolenses nos fuera posible conocer a una Euterpe tan lejana como buena amiga, o que algún privilegiado descubriera en aquella musa de rostro alegre su auténtica vocación. Aprendí también por aquel entonces, que cada nota, que cada silencio, eran tan importantes como el resultado final; que un semitono puede hacer chirriar el todo; que un violín que resbala se oye más que toda la orquesta tocando al compás. Sin citar a Cirlot, ni las claves del simbolismo musical, me vale este recuerdo para hablar de nuestra ciudad como melodía, como composición rica y llena de matices que todos estamos componiendo aún sin saberlo. Porque cada lugar tiene su “aire” diferente y exclusivo. Te dijeron: “Suena bien Teruel, vamos a verte y nos lo enseñas” y estos días lo has paseado con tus amigos, optimista irredento, explicando los “porqués” de cada obra y los “quieros” de cien proyectos... Y mientras les contagias con entusiasmo del “son” mágico de tu ciudad, esquivas como buenamente puedes esas otras notas disonantes que para desespero tuyo parecen escucharse hoy mucho más fuerte que cuando distraído caminas al trabajo. Te lamentas, porque definitivamente aquí parece que nos hemos olvidado de los detalles, de aquellas pequeñeces que hacen el todo de una población dándole su encanto y armonía. Y oyes diminutas notas discordantes que estropean la mejor melodía, esas que siempre se dejan para otro día porque no dan titulares ni son noticia, adoquines rotos que nunca pensaron en arreglarse, pintadas que jamás se borraron, fachadas desconchadas, aceras con disparatadas baldosas que rara vez son iguales, ese cartel olvidado que a fuerza de pasado ya anuncia desvaríos, el banco partido, la señal torcida y oxidada, el árbol tronchado, las laderas-basurero, los malos olores, las fuentes sin agua, los coches sobre las aceras, las obras interminables, restos de “apaños” por recoger que tardaran meses en desaparecer, esos cuatro pasos nunca dados para tirar el plástico en la papelera, la vieja nevera arrojada en el primer barranco… y suma y sigue por parte de todos. Teruel es todavía “abrazable” te dicen los amigos, y por eso, porque todavía es posible abarcarla y hacerla sonar de maravilla, sueñas con encontrar la partitura perfecta para un Teruel que se escuche tan sublime como se merece.

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