Albada 231



LUNA OSCURA

(27 de febrero de 2011)


Él había sido siempre un tipo corriente. Un tipo que podía adjetivarse de vulgar si al calificativo le quitáramos el cariz de grosero o zafio y lo dejáramos sólo en común, normal… El tipo era tan “convencional”, tan del montón que podía pasar desapercibido no sólo en medio de una reunión dentro de un pequeño espacio con una docena de personas alrededor, sino también entre cientos, o por qué no, miles de individuos más, todos semejantes a esos iguales que componen el noventa y nueve, coma, nueve por ciento del género humano… ¡Hasta en el infinito pasaría inadvertido!

Pero –siempre hay un “pero” afortunado en medio o al principio de cualquier vida gris– nuestro espécimen, como en aquellos cuentos de hadas madrinas con regalos, había recibido desde antes del nacimiento el don valiosísimo de “escuchar”; y bien escrito está anterior al nacimiento porque fue para su madre refugio de penas y confidente de tristezas, que el quedarse tan tempranamente huérfano, aún ni nacido, es lo que tiene de tiranía.

A una infancia quieta y una adolescencia tranquila le siguió un camino casi recorrido antes de comenzado. Eso sí, ya desde párvulos fue el único que atendió hasta el final las recomendaciones de “la seño” (ese no salir atropellado de la clase sin abrocharse el abrigo, sin anudarse la bufanda a veces le costaba…), el cómplice atento de las chicas de clase de segundo (una de ellas le dio el primer beso), el último en abandonar las larguísimas asambleas en la universidad atento a la palabra final de aquel discurseador de turno, si no el más inspirado sí el más pertinaz.

Ahora, ya en la treintena, pese a su aspecto fútil, su más que insinuada curva de la felicidad, los pantalones algo caídos y una nariz ocupante quizás de una parte excesiva de lo que sería oportuno corresponderle a una cara, pese a las premonitorias entradas a ambos lados de la frente y pese a su piel de un opaco blanquecino… continúa teniendo el gesto contenido y la mirada suave, detenida, que hace prenderse en él a cuanta persona le habla.

No sabe nada de coaching, ni de aquellos escuchadores japoneses que hicieron de su don un beneficio; ni siquiera es consciente de que, como al “Quintero de la tele”, su silencio abrazador hace decir al hablador lo que jamás se hubiera ni siquiera atrevido a pensar y mucho menos confesar. No sabe tampoco que al fin y al cabo lo que todo el mundo (de cualquier edad y condición) desea, es que alguien se pare y le escuche. Sus oídos en cambio sí que saben de miles de historias que la soledad y el anonimato le han confiado sin esperar juicios ni consejos, sólo pidiéndole que preservara sin romperse y por unos instantes ese sutil hilo de la comunicación, del saberse escuchado.

Aquel tipo normal trabaja como es normal en cualquier oficina normal. Tras su mostrador, atento y profesional, ayuda con el formulario al primero de la fila. Y aquel primero de la fila le desgrana uno a uno sus problemas, sintiéndose cada vez mejor y sin saber bien por qué lo hace… Quizás el camarero (otro escuchador) del bar que frecuenta está demasiado ocupado últimamente vigilando que no se fume en el local, quizás es que últimamente también en su facebook ya nadie ni siquiera le “clica” en el me gusta, quizás en la familia se va con demasiadas prisas… Afortunadamente el tipo corriente del mostrador, el del don, el escuchador, es como una luna oscura en la que brilla sin verse el sol... nunca llegará a estrella, pero siempre nos caldeará un poquito ese universo que algunos llamamos alma.



MOCHUELO_AVE_DEL_AÑO_2011.mov

Albada 230



¿Y SI?
(20 de Febrero de 2011. Bodas de Isabel en Teruel)



–¿Y si no hubiera actuado como se supone debía de actuar? ¿Y si no hubiera hecho como todo el mundo esperaba que hiciera? ¿Y si...? Les he negado su felicidad una y otra vez aún a costa de su dolor, de mi dolor, dolor adormecido porque me he dejado sumergir cada noche en el sueño reparador acunado y protegido por la inconsciencia de lo que se suponía lo correcto, desoyendo llantos de la estancia contigua, desoyendo mi corazón, desoyendo a la vida. Y si todos hemos hecho lo que se esperaba de nosotros, y si la moral y la virtud han presidido cada uno de nuestros actos, cada una de nuestras penosas negaciones ¿por qué este castigo, por qué este arrepentimiento?
Nada que reprocharle al AMOR en esta historia, nada que echarle en cara. Tan sólo... quizás ese “tan sólo” fuera que existiera, que hubiera sido. Cuatro letras y es capaz de cambiarlo todo, subversivo amor, desestabilizador amor que rompe esquemas y sistemas, que altera órdenes sociales fieramente amarrados, toque leve que mina rígidas costumbres, resquebraja castillos de normas y decencias... Tan pequeño que habita en un dulce pecho y es artífice de la mayor desventura...
¡Pero de nada, de nada de ello es culpable AMOR esta vez!: Aquí Amor ha sido correcto, se ha doblegado a la moral, al bien pensar, ha callado y ha concedido, ha sepultado durante los años de espera su impaciencia y al final ha envuelto su silencio en el amparo dulce de Thánatos. Salgamos pues, todo está hecho. Y actores somos.
–Bien has comenzado diciendo “actuado”, pues tan sólo actores somos, amigo. Y tan bien te veo en tu papel que ya sólo llamarte padre sé en esta historia. Historia re-vivida en la gente de Teruel, entregada a ella año tras año; historia contada siglo a siglo, su historia que hoy hacemos nuestra. Y yo, ahora ya Isabel, hija obedientísima tuya, Don Pedro de Segura, te aseguro, padre mío, que con gusto cambiara el guión y te desobedeciera. Que ni de fábula moralista, ni de tragedia con triste desventura quisiera ser protagonista. Y ya que ni transgresores como Eco y Narciso fuimos, ni atrevidos en placeres como Eurídice y Orfeo, me duelo como tú de esta triste desventura nuestra.
Y si fuera verdad que amor omnia vincit, ahora en las calles de esta ciudad dolida convertiría tragedia en rebeldía, cambiaría tristes metáforas por alegría... Pero dices bien, Pedro de Segura, llamemos ahora a mi amado Juan y salgamos ya, todo está hecho. Y actores somos.






Albada 229



(Eleonora Carrington)

MAL MENOR
13 de febrero de 2011

Pese a que ahora es tan fácil tirar de hemeroteca y encontrar los consabidos donde dije digo, digo diego… da igual, eso al parecer no cambia nada ni es obstáculo para que la desvergüenza campe por sus respetos y además alegremente. Ya no asombra tanto la desfachatez de los que como sistema practican el engaño y el ser un caradura/aprovechado, como otras dos cosas: una, el que lo hagan –mentirnos–conscientes de que los que les escuchamos o leemos sabemos tanto como ellos que lo que dicen no es cierto, y dos, el que les aguantemos impertérritos tanta hipocresía que en el fondo (más bien en la superficie) nos está tratando simple y llanamente, una y otra vez, de imbéciles. Ganas dan de desconectar la radio o cerrar el periódico en medio de “algunas declaraciones” que hacen enrojecer no sé bien si de rabia o de vergüenza (quizás las dos a la vez).
Y sin embargo ahí estamos todos: unos como espectadores y padecedores del embuste y el chanchullo de turno, y los otros intérpretes más o menos aparentes, histriones que al final de la función saludarán guarecidos en la altura de las tablas del escenario y arropados por el aplauso de sus acólitos y asalariados compinches.

Este comportamiento que venimos padeciendo en la política española en todas las esferas y jerarquías, y en los espabilados de todas las siglas (¿qué fue de aquello, cómo se llamaba ¿ideas/ideales/ ideologías?) se reproduce como en una cascada en el resto de la sociedad; no hace falta ir a la prensa o a la televisión y asomarse a los personajes públicos, basta mirar un poco de reojo alrededor (¿quizás mirar de frente no resultaría prudente?) y comprobar que se han ido quedando por el camino mucha de la dignidad, la integridad y la honestidad que nos ilusionaba a todos.

Qué es el reflejo y qué la realidad, daría para muchas páginas, pero lo cierto es que, sea donde sea, cuando falta la ilusión difícil es que las cosas marchen como debe ser. Conseguir que se nos despegue de una vez este incómodo traje de desencanto resignado tal como está el panorama, quizás sea pedirles mucho a los candidatos que nos “aleccionarán” (ya nos están aleccionando) en la próxima visita a las urnas.
Pidámosles algo más real, más necesario para que dejen de tratarnos como estúpidos que les siguen el juego. Pidámosles por ejemplo que sean sinceros. No queremos de nuevo campañas publicitarias de fuegos fatuos, marketings para bobos que no son más que una vuelta de tuerca más de esa separación (evidente, honda, preocupante) entre política y sociedad. Que nos dejen respirar tranquilos, sin más mentiras que fingir creer, que caminen a nuestro lado, al ras del suelo, con los mismos zapatos de antes de ser elegidos. Si ellos lo hacen así, si algo de eso que llamaban Integridad comienza a ponerse de moda y contagiarse, quizás empecemos todos a dejar de considerarlos como el menor mal inevitable y podamos llevar lo cotidiano más levemente.

Albada 228



HAMELIN
6 de febrero de 2011

El gran momento está por llegar. La cita es a la una y media. Vuelve a sacar el folio del interior del sobre con sello oficial y relee alto y claro por enésima vez: “Deberá Ud. comparecer a las 13,30 hs. en…” Sonríe al escucharse. Aquella voz, que las paredes desnudas le devuelven con eco, suena muy bien, se oye inmejorable: las sílabas perfectamente articuladas, el tono en su punto justo, amigable y serio a la vez.
El esfuerzo había merecido la pena. Desde que se levantó aquella mañana, consciente de que por fin había llegado el día, no había dejado de recordar las clases de su circunspecto maestro de dicción, a las que estuvo acudiendo durante más de tres años todos los lunes, miércoles y jueves a la salida de la Facultad. Porque, aunque su padre se empeñó en mandarlo a aquella ciudad y matricularlo en Empresariales, él –que pasaba desde niño horas enteras en la cocina del pueblo, pegado a la radio encendida de la abuela– nunca había renunciado a su verdadera vocación, a su talento.
Hasta que sucedió el gravísimo incidente que le separó definitivamente de su vida de estudiante, fueron muchas horas modulando la voz, aprendiendo a respirar, a controlar los silencios… hasta que consiguió magnificar sus ya extraordinarias dotes. Del resultado, del mágico resultado, sólo su peculiar mentor y él habían sido conocedores… hasta hoy a las trece treinta.
Si la venganza tenía una historia, la suya arrancó en aquel horror que aún tan joven le culpó siendo inocente. Había prometido desquitarse un día, y éste era el día y ya casi ésta la hora: convertiría su voz en confidente que acariciara al escucharse, sería implacable tanto que arrastraría al oyente más allá de las palabras, dejándolo inerme, sin más voluntad que la que él le ordenase....
Dos guardias le vienen a buscar a la celda. Pronto estará ante jueces y abogados. Todos, absolutamente todos se le someterían. Para después tenía ya bien calculados los siguientes pasos: sería fácil hacerse con el control de la megafonía en los grandes almacenes y más fácil todavía quedarse con sus cientos de compradores (bastaría con elegir el tono más tentador e insinuante); luego cambiar a una voz más confidente desde la emisora de radio; la televisión vendría después con alguno de esos discursos políticos de amplia audiencia “prometedor e ilusionante” … y seguir, seguir... cada vez sería más fácil y él más fuerte… seguir hasta tener a todos indefensos, obedientes a una sola voz: la suya.
El acusado se acerca al micrófono, carraspea levemente y casi en un susurro, un suspiro apenas, comienza, tras el apremio del juez, su declaración : probando, un, doss, treeesss, probaando, probaaandoooooooo……….