Albada 349




HEROES                                                                              


Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil, también…” cantaba allá por los años treinta un impertérrito y mordaz Carlos Gardel en  Cambalache. El resto de la letra de aquel viejo  tango se sigue adaptando como un guante a   nuestros días, pareciera que la hubieran escrito hoy mismo para nosotros: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón…”
Afortunadamente, para vacunarnos del sarcasmo desesperanzado, saber de  vez en cuando de  la existencia  de  algunos seres extraordinarios nos reconcilia con la vida y nos hace mantener encendida la creencia de que  “no todo puede ser igual”. Precisamente esta misma semana, aunque  lamentablemente a raíz de su asesinato, hemos conocido la importante labor que realizaba el biólogo  español  Gonzalo Alonso Hernández.
Con gran valor y eficacia venía trabajando  en la defensa de uno de esos delicados y frágiles  territorios donde todos (aunque no sepamos ni siquiera situarlos en un mapa) nos estamos jugamos el futuro.  
El Parque de Cunhambebe por el que luchaba es el segundo más grande de Brasil. Se trata de una importantísima masa de bosque atlántico original, cada día más escaso y raquítico (va desapareciendo a  velocidad de vértigo) imprescindible para el equilibrio del planeta y especialmente valioso porque en él se “refugia”   multitud de fauna y vegetación en vías de extinción que no se encuentra en ningún otro lugar. El bosque atlántico está considerado  prioritario entre los intereses mundiales de conservación ya que su ecosistema  es uno de los más diversos y biológicamente ricos que existen.
La historia de esta  fabulosa región como  Parque de 38 mil hectáreas no es muy larga, ya que las autoridades brasileñas lo constituyeron como tal  hace tan sólo ocho años, pero la labor  en su creación y posterior implantación ha sido ingente. Hay que señalar especialmente como uno de su logros el que se consiguiera desarrollar  un modelo consensuado para la defensa del territorio que implicaba especialmente a los propios habitantes, en ultima instancia los más interesados en que “su tierra” no fuera esquilmada y tuvieran que asistir, como en muchos otros lugares del Amazonas, al empobrecimiento y destrucción de sus bosques, al robo y agotamiento de sus recursos hídricos  y en definitiva a su propio final como pueblo.
No debió  gustar mucho este plan a las mafias y explotadores  caciques de la zona: el biólogo español que colaboraba tan activamente en los programas gubernamentales de Brasil, especialmente en   la protección de los valiosísimos  abastecimientos de agua potable que  guarda el Parque (trece de las más importantes cuencas hidrográficas de Brasil como las Lajes Dam Cuenca se encuentran parcialmente en él)  se convirtió en el  “enemigo” a batir. Su defensa del agua y sus denuncias sobre la caza de animales en vías de extinción y  la quema  de  árboles le valieron múltiples amenazas que han terminado finalmente, como  hemos sabido esta semana, en  su asesinato (también se sustrajo su ordenador personal donde guardaba  datos e importante información de sus denuncias).
A Gonzalo Alonso Hernández le acribillaron a tiros en su casa  y después le arrojaron a una cascada de esas aguas que  tanto defendió, en un último acto de venganza y  advertencia para los que como él en un futuro quisieran seguir defendiendo el Parque.
Siglo veinte cambalache  problemático y febril  el que no llora no mama y el que no roba es un gil. Dale que va, dale nomas que alla en el horno  nos vamo a encontrar. No pienses mas, sentate a un lao  que a nadie importa si naciste honrao . Es lo mismo el que trabaja noche y día como un buey que el que vive de los otros que el que mata que el que cura  o esta fuera de la ley”… Así termina el tango y así podría terminar esta historia si no fuera porque el brillante trabajo  de héroes anónimos y valerosos como  Gonzalo servirán sin duda  de ejemplo para que otros pocos valientes como él continúen su camino.
 Un homenaje a todos ellos  desde aquí. 




Albada 348



EL REMO
(4 de agosto de 2013)

La mañana estaba fría cuando  saltó dentro de la barca. Sólo de un vistazo la cara azul del mar le confesó al pescador tantas cosas que a punto estuvo de dar media vuelta y volverse. Blanca y pequeña, como el diente de leche de un niño chico, su casa  aún se divisaba  junto a la orilla; pero no quiso escuchar: la llamada añil era tan fuerte, tan hermosa que sus brazos remaron más rápidos aquel día, y aquel día también, pese a las aguas inquietas, la pesca fue abundante y fácil.
La tormenta anunciada se desató al atardecer. Comenzó como siempre empiezan las más terribles de las tormentas en el mar: apenas unas gotas cayendo a  ritmo lento y esa tranquilidad mentirosa extendiéndose por toda la superficie del agua, extrañamente sin olas. Era  un desasosiego calmo, como si toda la vida  estuviera estancada  dentro de un inmenso recipiente en equilibrio, a punto de  rodar y romperse en mil pedazos.
Un poco antes de que media docena de delfines danzaran frenéticamente junto a la barca, el pescador ya había recogido  las redes y comenzado a  remar hacia la costa.
Entonces sucedió. No sintió horror ni  miedo, tan sólo un atronador torbellino que le arrancó violentamente  hacia el cielo. Después, la oscuridad y de nuevo aquel silencio húmedo y blando.
La arena le cegaba los ojos y la sal le escocia en la garganta. Cuando se sobrepuso al dolor,  se vio a si mismo varado sobre la playa. De su barca no quedaba  más que un remo que  aún sujetaba entre sus puños; de su casa frente a él, tan blanca y tan pequeña como la sonrisa de un niño, sólo se veían  ruinas. 
Furioso, se encaró al océano y alzó el remo amenazante: ¡Maldito mar, qué me has quitado todo lo que yo tenía! ¡Juro que nunca más volveré a verte! ¡Me marcharé lejos,  allá donde tú no estés, dónde nadie haya visto tu belleza traicionera! ¡Encontraré un lugar en que ni siquiera sepan para  que sirve este remo!
En la búsqueda de su nuevo hogar, el pescador visitó  remotas aldeas y  en todas ellos preguntaba mientas enseñaba su viejo remo: ¿Sabes para que sirve esto? ¿Sabes, acaso, como se llama? Nunca obtuvo un no por respuesta, sólo el asombro de todos los desconocidos que encontraba. ¡Pero si tú  eres pescador! ¿Por qué  nos  preguntas eso?, le decían extrañados. ¿Cómo, si tu vida es el mar, pretendes olvidarte  de ella? , le contestó un día un anciano. ¿Acaso quieres perderte a ti mismo? ¡Piensa que por mucho que te alejes siempre llevarás en ti lo que tú eres!, le aseveró seriamente.  
Pero el pescador era pertinaz. Decidido,  seguía recorriendo centenares de caminos, hablando con  nuevos hombres y mujeres, aunque nunca  conseguía perder el rastro del mar  ni de su oficio.
Después de años  de indagaciones y andaduras llegó a los pies de una gran montaña. Nadie vive  arriba, le dijeron  en el valle. El pescador  cansado de no encontrar  quien no supiera para lo que servía su remo decidió irse a vivir allí, solo, alejado de todo y, sobre todo,  del ingrato mar.
La montaña,   alta y poderosa, le fue acogiendo en sus entrañas a medida que avanzaba hacia la cumbre. Dejo atrás robles, hayedos, pinos… avanzó entre los olorosos matorrales de las  frías praderas. Luego pisó la nieve y oyó el grito de las águilas.  Su corazón, palpitaba al compás del esfuerzo.
Tras el último repecho, cuando por fin se irguió para respirar junto al borde de la cima,  el pescador se quedo petrificado. Frente a él y mucho  más allá de lo que la vista le alcanzaba ¡todo el horizonte era mar!, ¡su dulce y azulado mar!