Albada 243



RECUERDA...
(29 de mayo de 2011)

...que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, recuerda. El tío Ben le repite al tímido Peter Parker ese recuerda y tiempo después el héroe tomará esta consigna como emblema de su vida. Esa es mi virtud y mi perdición, añade él a la frase, consciente de la renuncia y el sacrificio que supone aceptarla.
De todos sus portentosos compañeros Spider-man es con diferencia mi preferido. Quizás porque siempre ha sido el “más humano” , el primero que se cuestiona las razones de esos poderes que se le han “adherido” sin pedirlos, y de regalo junto a ellos, ese deber moral de estar siempre al servicio de los demás, en el que no valen excusas ni vacaciones, amores ni rencores; de hecho él es el único de los superhéroes que en un arranque de honestidad consigo mismo renuncia a serlo para intentar luchar en esa otra batalla: la de alcanzar la felicidad aunque sea la felicidad de un “hombre normal”.

Tras las elecciones estamos asistiendo, como cada cuatro años, al nacimiento de un considerable número de “poderosos” (aunque de momento, y durante algunos días, casi todo sean suposiciones sobre quien dejará de tener “facultades especiales” y pasará a ser uno más, o sobre quien será el afortunado de ser morador de ese pequeño Olimpo plagado de “cargos”).

Ahora bien, siguiendo con el símil del hombre-araña, si a los nuevos inquilinos del “monte de los dioses” les diera por pensar y actuar tan consecuentemente como al bueno de Spider-man, quizás se verían atrapados por un considerable número de inquietudes morales; a lo mejor ni dormirían toda la noche de un tirón al concluir que ese “mayor poder” no está destinado para su provecho sino exclusivamente para favorecer a través de ellos a la mayoría; porque para los elegidos precisamente lo que va a significar es sólo mayor deber, mayor esfuerzo o, visto desde el lado positivo, mayor satisfacción personal por cumplir con su obligación… tal vez entonces pudiera ocurrir que algunos se dieran cuenta de que la “bicoca” no es tal “chollo” y dudaran un tiempo antes de decidirse a aceptar el “puesto”(¿me paso de ingenua?).
A nuestros futuros, ilustres y satisfechos, políticos poseedores de “potestades especiales” no les he tildado antes de “super” ni de “héroes” entre otras cosas porque ellos SI que han solicitado -aunque sea vía voto de listas cerradas- el que se les concedieran los…“poderes”. Pero si hacemos caso al sabio tío de Spider-man resulta que aunque efectivamente no lo sean, a todos nos gustaría en esta aventura que lo fueran “un poco” y que hicieran por nosotros lo que es tarea obligada de cualquiera de ellos a diario: hacer el bien, cambiar lo que se pueda para mejorar “el mundo”, prevenirnos de los peligros, acabar con las injusticias y los malos, dar su castigo merecido a tiranos y opresores y ser famoso, y ser admirados, y ser aclamados… Mientras nosotros, con nuestros superpolíticos al mando, tan tranquilos y tan ricamente viviendo nuestras vidas, ocupándonos de los afanes propios y cotidianos sin tener preocupaciones ajenas de “cargos” que hacen mal su trabajo o simplemente ni lo hacen.

He comenzado esta albada con una frase de un personaje de cómic y acabo de escribir el final feliz que podría ser el de cualquier otra historieta. Dicen que un cómic representa valores de la vida real elevados al superlativo. Pero no hablemos más de “super” , no queremos obligar a nadie a aceptar el papel de “héroe”: lo cierto es que en la vida real “bastaría” simplemente con hombres y mujeres que fueran buena gente, gente honrada y preparada en la que se pueda confiar, personas que procurasen con inteligencia y sentido común conseguir lo mejor para todos, que su prioridad fueran los demás y no los intereses propios.

No sé si es pedir demasiado, no se si esa reflexión del inicio sobre la obligación de ser Más-Responsable consecuentemente con el grado del Mayor-Poder que se tenga la considerará seriamente alguno de nuestros políticos. Me gustaría pensar que si. Me alegraría además, sobre todo y especialmente, por los chicos y chicas del Movimiento15-M, y también por qué no decirlo, más particularmente o egoístamente si quieren, por lo que nos toca a nuestra ciudad y a nuestra provincia.

Albada 242











OLVIDOS CONSENTIDOS
(22 de mayo de 2011)



Si ayer le hubieran preguntado a T. cuántas patas tiene una hormiga, o si tiene o no antenas, hasta pudiera haber dudado. Esta mañana no.
T. se ha pasado toda la noche soñando con hormigas. Ahora, todavía tumbado sobre la cama, puede recordar sin dificultad hasta el más mínimo detalle del insecto (potentes mandíbulas, garras ganchudas, ojos compuestos).



Está perplejo, o incluso puede que aún esté casi dormido. Confusamente piensa T. que su sueño no es el sueño de un adulto; sin duda está fuera de lugar, porque si todo fuera como debiera, un hombre nunca soñaría con hormigas, sólo los artistas y los niños lo hacen. Él hace años que ya las ha olvidado. A T. hace cientos de generaciones de hormigas que ya le han olvidado.



Ellas (las hormigas) y ellos (los niños) comparten universo, pertenecen a una misma realidad diminuta y lejana. Unos y otras habitan una distante y apartada existencia que los mayores, inmersos en su propia crisálida, ignoran. Ellos, los pequeños humanos, se pasan horas mirándolas fascinados. Agachados o en cuclillas, casi al mismo nivel la cara del hormiguero, las ven ir y venir, afanosas, aplicadas. Ellas, himenópteros de negro charol, arrastran de un lado a otro pesos increíbles, se entregan a encarnizadas batallas fraticidas, corren enloquecidas hasta adentrarse en el primer agujero que se topan.
Esos mismos niños, cuando se cansan de observarlas, aburridos las empujan con palitos, las atrapan en vasos de cristal, las inundan, las aplastan a pisotones. Esas mismas hormigas, cuando la noche envuelve con su aire tibio el jardín, avanzan en fila india hasta la ventana abierta, y suben con fiereza a las camas de las pesadillas de los niños, a los que potentes mandíbulas les hacen gritar despavoridos.



T. se despereza, los sueños se han quedado en la cama bajo las sábanas revueltas. Mientras se ducha piensa que es una suerte que a medida que crecemos nos olvidemos de jugar con las hormigas.


Tras la ventana cerrada, en el jardín, los hormigueros están en plena efervescencia. También sus habitantes prefieren que los humanos adultos juguemos a otras cosas.




Albada 241







MI CHICA DE LA BICI


(15 de mayo de 2011)

Les contaré que fue en la hora más calurosa del día. Sus voces me sacaron de ese sopor del mediodía que te abriga con un dulce e inestable duermevela. La primera vez que la vi, como digo, hacía mucho calor –a pesar de que aún estábamos en primavera– y era la hora de la siesta. Iba despacio, en grupo; charlaba animada con un par de chicas más que pedaleaban a su mismo nivel, abarcando todo el ancho de la calle, vacía de coches en aquellas horas. Un poco más atrás, esta vez en fila y ocupando estrictamente la zona reservada para bicicletas, iban otros dos chicos que de vez en cuando les hablaban, o casi gritaban. Todos parecían divertidos y sus risas se solapaban, atropellándose sobre las paredes gastadas de los antiguos palacetes, repicando en los cristales de los balcones cerrados, perdiéndose, por fin, entre las pilastras de los portales adintelados…


Aquel día, aquel primer día, pude contemplarla largamente, primero de frente, luego de espaldas, incluso al final me tropecé entusiasmado con su perfil cuando, al llegar a la plaza, el grupo giró hacia la calle de la derecha y desapareció de mi vista. Siempre me he preguntado cómo no había sabido antes de ella, cómo había podido vivir cada uno de mis días anteriores sin conocerla. Quizás porque hacía poco tiempo que frecuentaba aquel barrio antiguo de la ciudad y andaba como despistado; quizás porque en realidad nunca la había visto. Sí, era eso: la casualidad había sido cruel conmigo y no me había permitido verla antes; de otra forma no habría podido nunca dejar de reparar en ella, de otro modo no habría podido olvidarla.


A partir de entonces, la esperé cada día en la esquina del viejo caserón que daba comienzo a la calle. Quieto, en silencio, la veía pasar unas veces acompañada, muchas otras veces sola, pero siempre montada en bicicleta.
Iba y volvía; se perdía al final de la plaza y aparecía de nuevo un tiempo después por cualquiera de las pequeñas callecitas que desembocaban allí... y entonces (¡sí!) al encaminarse ya de retorno a su casa pasaba muy cerca de la esquina donde la esperaba yo, paralizado, inmóvil, palpitándome el corazón como nunca antes me había pasado. A veces era muy tarde cuando regresaba y lo hacía muy deprisa; eran esas noches en que yo oía también lejanas músicas y la suponía de fiesta con sus amigos de la Universidad; esas noches, aunque el cansancio me cerrara los ojos, yo la esperaba en pie junto a la puerta de aquel palacio ruinoso del principio de la calle, leal vigía, firme vigilante. Los sábados por la mañana, sin embargo, la veía aparecer pedaleando muy despacio, esta vez el cestillo de la bici cargado de fruta y no con los acostumbrados libros.



Por mi parte yo nunca me movía de la acera; pegado a la pared no me atrevía tan siquiera a hacer un intento por acercarme. Además, pensaba, siempre sobre aquella bicicleta hubiera sido muy difícil abordarla, colocarse frente a ella (llegué a tener un curioso sentimiento bipolar, un amor/odio por aquella máquina de dos ruedas que tan pronto me la acercaba rápido como me la alejaba con la misma diligencia veloz). Les confieso también que más de alguna vez sentí unas irrefrenables ganas de salir corriendo detrás de ella, de echarle un pulso a su bicicleta y ponerme a su lado en una loca, loquísima carrera… ¡todavía no sé cómo me contuve!



Pasaron lluvias, pasaron otros mediodías sofocantes, pasaron noches de fiesta y compras en mercados… Pero un día sucedió… un día ella paró su bicicleta justo frente a mí. Fueron quizás segundos, pero me parecieron siglos enteros, eternos, en los que no me moví, ni pestañeé, sólo seguí mirándola arrebolado.
Les diré ahora, que la primera vez que por fin la contemplé con los pies en tierra, fue precisamente entonces, cuando ella dejó su bicicleta apoyada en la pared... se me acercó… me habló… y... ¡me acarició!
Sería por mi torpeza de ser aún un cachorro, sería porque el flechazo hacia mi nueva dueña me impedía ser más avispado, el caso es que yo nunca había imaginado que mi chica de la bici se hubiera fijado en mí ya hace tiempo, justamente aquel caluroso mediodía en que me pilló desperezándome sobre la acera.
Ahora, ventajas de ser el perro de una chica “sobre ruedas”, voy a todas partes en el cesto de su bicicleta y les confieso que lo que más me gusta de mis continuos y divertidos viajes es cuando mi ama enfila rápida la “conocida” calle y paso junto al antiguo caserón... entonces, olfateando el aire –hocico al viento– lanzo dos ladridos al cielo lleno de felicidad, embriagado de velocidad...



Albada 240





SNACKS Y CIA


(8 de mayo de 2011)

Ahora que el espectáculo sale al aire libre y las terrazas ocupan metros y metros de la piel más festiva de la ciudad, el aspirante a escritor se siente más voyeur que nunca. Fin de semana. Atardece. Elige la más llena de gente y consigue la última mesa libre. A duras penas contiene las ganas de sacar la moleskine roja (siempre caprichoso, pidió a los hijos para su cumpleaños que se la compraran de ese color) y la vieja cómplice montblanc (regalo de novios). Cuando el camarero ya le ha servido la cerveza y los snacks –así los llama su mujer desde que estuvieron en aquel crucero– mira alrededor y suspira satisfecho.



A veces, como ésta, tiene suerte y en lugar de las habituales frituras de pseudo-maíz y patatas con sabores, en el pequeño plato ovalado brillan rutilantes una docena de olivas (lustrosas, hermosas aceitunas de verde suculento, tierno, carnalidad cetrina rodeando al duro corazón). Su mujer, con mohín de desagrado tuerce la boca; le gustan bien poco las aceitunas, tanto como le encantan a él; es un aperitivo ordinario, a menudo demasiado salado, le dice, y encima con el incordio de tener que sacarse los huesos de la boca con los dedos, ese desagradable gesto, tan poco fino… y luego el espectáculo continuo de los restos repelados a la vista de todos, allí, presidiendo el medio del velador…



Para cuando ella se ha puesto la chaqueta sobre los hombros y lleva ya la tercera queja (¡qué aburrimiento estar allí parados, y encima con lo que está refrescando la tarde!), él ya ni finge escucharla: ha puesto en marcha su sentido favorito, ese que a fuerza de horas y horas de práctica ha conseguido dominar a la perfección. Observa y disimula, aguza los oídos, se pone las gafas de sol, a veces toma notas y otras aparenta mirar concentrado el plato de las aceitunas… Nadie, salvo su mujer que cada día lleva peor lo que ella llama “manías”, repara en sus “maniobras”.



Esta tarde, como quiera que ha comenzado a leer el último libro de Javier Marías, le ha dado por reparar en las parejas. Las narraciones de amor siempre dan mucho juego, se venden bien, piensa. Y no es que espere encontrar en las mesas vecinas a la “pareja perfecta” protagonista de la historia del “maestro”, pero se ha ido poco a poco entusiasmando al coger al vuelo alguna frase perdida. Las expectativas pintan bien, como un torrente se le amontonan imágenes de desencuentros, celos y traiciones, historias rotas, malentendidos... material de primera mano para escribir su propia novela. Sin levantar la vista comienza a tomar notas.



No te quiero, no aguanto más, aquel amigo, démonos un tiempo, pensarlo, dolor, sé razonable, intentémoslo de nuevo, no te quiero, no aguanto más, por qué no me lo dijiste, aquel compañero, no te quiero, no aguanto más… aquel verano que te quedaste sola, tu compañero, el más joven, no te quiero, no aguanto más; tu familia te indispone contra mí, mentira, celos, saturada, culpa, no te quiero, no aguanto más… intentémoslo de nuevo, él no fue nada, no te quiero, no aguanto más, una tontería de verano, lágrimas, besos… perdón, sigamos, no te quiero, no aguanto más
La página de la pequeña agenda está casi llena y él sigue escribiendo sin levantar la vista... tiene ya todos los datos del desamor y el reencuentro de la pareja de al lado, aunque hay algo que no le encaja, algo que chirría entre aquellas frases cogidas a vuela pluma…
Ya no te quiero, no aguanto más… cuando lo vuelve a oír sabe que son esas palabras, precisamente esas, las que no van con la historia de amoríos con final feliz. Alza la vista y ve a su mujer repitiéndolas en voz muy baja mientras se levanta: son sus palabras las que se han colado en la historia, las que no se ajustan, y él apenas ha reconocido su voz, tan acostumbrado a oírla todo el tiempo…



Ahora la mujer del aspirante a escritor se aleja. El la mira atónito y en su descuido deja la agenda sobre el plato repleto de huesos de aceitunas. Los ocupantes de las mesas vecinas siguen sus historias; la de él, la suya que no escribirá nunca, acaba de empezar.