(1 de mayo de 2011)
Recuerdo bien la tarde de primavera en que todos llevamos al colegio una cuchara de madera, un pedazo de fieltro (suficiente para la lucida pajarita), hebras de lana de colores (melenas imposibles) y cinco escarpias (siempre una de sobra por si se nos perdía alguna). Atareados fabricando el “BCPCCM” –“Bonito Colgador de Paños de Cocina con Cuchara de Madera”– para regalar a mamá, se nos pasó volando la clase de manualidades. Cómo olvidar tampoco el sumo cuidado con que guardamos en el fondo de la cartera el “decorado artefacto” (¡las yemas de los dedos aún con el pertinaz Imedio!”) y lo escondimos en casa hasta la mañana en la que, tras el ¡Feliz día de la madre, mamá!, habíamos de llevarlo hasta el abrazo de la “sorprendida” progenitora. Y así un año y otro, un primer domingo de mayo tras otro, regalo a cambio de sonrisa y beso.
Supongo yo que lo de celebrar el Día de la Madre debe de venir de largo si ya hasta los de nuestra generación, que aún pensábamos más en terminar el álbum de cromos que en lo que nos mandaban hacer los anuncios de la tele (regala a mamá, regala a papá, pide que te regalen a ti…), nos lo tomábamos tan en serio. Supongo también que será porque la cosa va del amor, del tan traído y llevado “AMOR DE MADRE” (así, con mayúsculas, mejor), y en cuestión de “sentimiento tal” no hay tiempo que valga, aunque las formas lo envuelvan diferente e incluso en algunas culturas apenas permitan exteriorizarlo.
Sin embargo, aprovechando la fecha, me gustaría mencionar aquí un hecho preocupante que cada vez más aflige a las “queridas mamás” de nuestros días. Me refiero a esa anulación de sí mismas como persona, con que muchas de ellas entienden que debe ser el amor a sus hijos. Ya dicen los expertos que “las mamás que aman demasiado crían pollitos feroces”, hijos, desde muy pequeños (no digamos ya adolescentes), siempre exigentes, irritados, intolerables, a menudo totalmente insufribles; y algo de eso debe haber si el querer demasiado da como resultado hijos que no saben hacerlo.
Cada vez hay más madres –curiosamente numerosas en hogares donde no falta de nada y se vive con holgura– que se deshacen en excusas ante los “reyes de la casa” por no poder atender todas las reclamaciones y pretensiones que éstos, como “centro del universo”, exigen; madres que un día, cuando no aguantan más, se preguntan angustiadas qué será lo que han hecho tan mal para terminar sufriendo así… si sólo han rodeado de solicitud y cariño al hijo… si sólo han estado noche y día pendientes del menor de sus gestos, de sus más mínimos caprichos… siempre disponibles, siempre sin límites por ellos y para ellos con su mejor sonrisa. Quizás han sido demasiado “buenas”, demasiado utilizables, se dicen mientras asoman por fin las lágrimas de la incomprensión y la ofuscación de sentirse consumidas en la tarea que mejor querían cumplir, la que más les importaba: criar a sus hijos lo mejor posible.
Madres concesivas, bienintencionadas que disculpan los improperios, las malas contestaciones, madres generosas hasta la extenuación para evitar cualquier herida o la experiencia descarnada de la vida, aunque sea ésta al final ineludible para todos, madres agotadas en la tarea de servir de parachoques entre los hijos y el padre, entre los hijos y la escuela, entre los hijos y la vida, madres explotadas, madres desesperadas. Un amor excesivo, que desconoce la firmeza y la fuerza del NO necesario, que no “ve” cómo es realmente su hijo en el hijo idealizado, que confunde “amar de veras” con “amar demasiado”…
Madres rotas y víctimas, madres abnegadas sacadas de quicio, hastiadas, doloridas, madres amargadas que tienen toda una vida por delante de la que han “desaparecido” por los hijos, esa bendita ilusión que se ha convertido en su amargura cotidiana…
Y sí, quizás hoy precisamente porque es su DÍA, pudieran pararse un momento, dejar de correr continuamente detrás de los hijos y quedarse, detenerse en ellas, pensar que el amor conlleva muchas renuncias pero nunca renunciar a sí misma, nunca anularse una misma.
El mejor regalo del “Día de la Madre” tal vez sea el que hoy se haga por fin una madre a sí misma y a sus hijos: desde ya, desde ahora, una madre segura, además de cariñosa, una madre dulce ,valiente, fuerte, libre.
P. S. De los padres, hoy hablar no toca. Otra vez será.