Albada 239









QUERER EN EXCESO
(1 de mayo de 2011)

Recuerdo bien la tarde de primavera en que todos llevamos al colegio una cuchara de madera, un pedazo de fieltro (suficiente para la lucida pajarita), hebras de lana de colores (melenas imposibles) y cinco escarpias (siempre una de sobra por si se nos perdía alguna). Atareados fabricando el “BCPCCM” –“Bonito Colgador de Paños de Cocina con Cuchara de Madera”– para regalar a mamá, se nos pasó volando la clase de manualidades. Cómo olvidar tampoco el sumo cuidado con que guardamos en el fondo de la cartera el “decorado artefacto” (¡las yemas de los dedos aún con el pertinaz Imedio!”) y lo escondimos en casa hasta la mañana en la que, tras el ¡Feliz día de la madre, mamá!, habíamos de llevarlo hasta el abrazo de la “sorprendida” progenitora. Y así un año y otro, un primer domingo de mayo tras otro, regalo a cambio de sonrisa y beso.




Supongo yo que lo de celebrar el Día de la Madre debe de venir de largo si ya hasta los de nuestra generación, que aún pensábamos más en terminar el álbum de cromos que en lo que nos mandaban hacer los anuncios de la tele (regala a mamá, regala a papá, pide que te regalen a ti…), nos lo tomábamos tan en serio. Supongo también que será porque la cosa va del amor, del tan traído y llevado “AMOR DE MADRE” (así, con mayúsculas, mejor), y en cuestión de “sentimiento tal” no hay tiempo que valga, aunque las formas lo envuelvan diferente e incluso en algunas culturas apenas permitan exteriorizarlo.




Sin embargo, aprovechando la fecha, me gustaría mencionar aquí un hecho preocupante que cada vez más aflige a las “queridas mamás” de nuestros días. Me refiero a esa anulación de sí mismas como persona, con que muchas de ellas entienden que debe ser el amor a sus hijos. Ya dicen los expertos que “las mamás que aman demasiado crían pollitos feroces”, hijos, desde muy pequeños (no digamos ya adolescentes), siempre exigentes, irritados, intolerables, a menudo totalmente insufribles; y algo de eso debe haber si el querer demasiado da como resultado hijos que no saben hacerlo.




Cada vez hay más madres –curiosamente numerosas en hogares donde no falta de nada y se vive con holgura– que se deshacen en excusas ante los “reyes de la casa” por no poder atender todas las reclamaciones y pretensiones que éstos, como “centro del universo”, exigen; madres que un día, cuando no aguantan más, se preguntan angustiadas qué será lo que han hecho tan mal para terminar sufriendo así… si sólo han rodeado de solicitud y cariño al hijo… si sólo han estado noche y día pendientes del menor de sus gestos, de sus más mínimos caprichos… siempre disponibles, siempre sin límites por ellos y para ellos con su mejor sonrisa. Quizás han sido demasiado “buenas”, demasiado utilizables, se dicen mientras asoman por fin las lágrimas de la incomprensión y la ofuscación de sentirse consumidas en la tarea que mejor querían cumplir, la que más les importaba: criar a sus hijos lo mejor posible.
Madres concesivas, bienintencionadas que disculpan los improperios, las malas contestaciones, madres generosas hasta la extenuación para evitar cualquier herida o la experiencia descarnada de la vida, aunque sea ésta al final ineludible para todos, madres agotadas en la tarea de servir de parachoques entre los hijos y el padre, entre los hijos y la escuela, entre los hijos y la vida, madres explotadas, madres desesperadas. Un amor excesivo, que desconoce la firmeza y la fuerza del NO necesario, que no “ve” cómo es realmente su hijo en el hijo idealizado, que confunde “amar de veras” con “amar demasiado”…
Madres rotas y víctimas, madres abnegadas sacadas de quicio, hastiadas, doloridas, madres amargadas que tienen toda una vida por delante de la que han “desaparecido” por los hijos, esa bendita ilusión que se ha convertido en su amargura cotidiana…




Y sí, quizás hoy precisamente porque es su DÍA, pudieran pararse un momento, dejar de correr continuamente detrás de los hijos y quedarse, detenerse en ellas, pensar que el amor conlleva muchas renuncias pero nunca renunciar a sí misma, nunca anularse una misma.




El mejor regalo del “Día de la Madre” tal vez sea el que hoy se haga por fin una madre a sí misma y a sus hijos: desde ya, desde ahora, una madre segura, además de cariñosa, una madre dulce ,valiente, fuerte, libre.

P. S. De los padres, hoy hablar no toca. Otra vez será.



















Albada 238








¿PREMONICIONES?


(17 de abril de 2011)




Me manda mi amigo José la copia de la portada de “La Provincia, Diario Independiente” publicado en Teruel allá por un 22 de abril de 1922. La peculiaridad de este recorte de prensa de aquel “otro” abril turolense de hace 89 años radica en que José Torán (fundador del periódico, ingeniero capaz y comprometido, alma inquieta) narra con minuciosidad la visita a Teruel de los “insignes” Ortega y Gasset y Baroja.



Contado pues el encuentro con detalle, y en algunos momentos casi cercano al chascarrillo (no hay más que leer cuando refiriéndose a Ortega nuestro paisano nos confiesa “ me produjo una ligera decepción su manera de vestir. Aquel gabán tan entallado y tan urbano para una excursión en automóvil...!” ), se desliza de pronto –como bien señaló Antonio Pérez en su libro “El modernismo en la ciudad de Teruel”- el poco agrado que los dos visitantes profesaron por la renovación modernista de nuestra ciudad: al pasear por la Plaza del Mercado ( plaza del Torico) protestaron “airados contra alguna fachada que había roto su aspecto tradicional”.




Sin embargo lo que me interesa hoy a mi de esta curiosa página de la historia cotidiana de Teruel no va sobre los gustos estéticos -¿trasnochados?- de nuestros forasteros, sino sobre el pequeño y muy sorprendente dialogo entre el sabio del “abrigo ceñido” y el ingeniero turolense a propósito del futuro de nuestra provincia:


“Yo le hablaba de las posibilidades de esta provincia, de los ferrocarriles que se necesitan, de la unión para conseguirlos; a lo que él replicaba:


-Pero no crea V. que los hombres se unen solamente por conquistar bienes materiales. Los pueblos luchan siempre por un ideal...



-¿Cuál cree V. que puede ser el nuestro?-me atreví a preguntar al maestro.



-Está en su escudo. Vea V. el cuartel del toro y la estrella.



Confieso que me quedé perplejo. ¡coger una estrella! ¿dirigir la vista arriba!...¿Quién sabe?...”



Noticia por noticia pongo al lado del recorte del viejo diario las páginas de nuestra ultimísima prensa de esta semana: el proyecto Galáctica, la construcción del Observatorio Astrofísico del Pico de Buitre... y... y me quedo perpleja claro, casi tanto como el amigo Torán con aquella respuesta un tanto críptica y bastante enigmática del ilustre filosofo. ¿En qué diantre estaba pensando Ortega? ¿Serían premoniciones? Me sonrío yo sola cuando se me ocurre que habría que llamar al director de alguno de esos locos programas de misterios de la tele para qué nos lo aclarará, esos que “hacen” ya a última hora, cuando precisamente en Teruel sólo las estrellas están en la calle... y hablando de horas, es tarde también cuando escribo estas líneas, entre la una y las dos de la madrugada, casi la misma hora de plenilunio en la que se despidieron los tres paseantes a los pies de la Escalinata aquel lejano abril de 1922.



“Ortega y Gasset repetía sin cesar: -Es este un pueblo extraño, muy extraño.


- Y yo celebraba, al separarme de ellos, que nos juzgaran así y que hubieran visto en nosotros un poco de inquietud”


Así termina Torán su escrito y así lo termino yo.

Albada 237


FACILÍSIMO

(10 de Abril de 2011)


Facilísimo: sencillo es escribir sobre el tema y tan inmediato como el no poder evitar que te sacuda un pequeño “achuchón” de indignación al enterarte (mínimo el susodicho “arrechucho” porque a estas alturas, y después de asistir atónitos a barbaridades mayores, “la cosa” no deja de ser casi anecdótica).

Inconsciente: y es que casi te sale la escritura automática cuando escuchas en la radio y nada más levantarte que los eurodiputados no están dispuestos a volar en clase turista ni a congelarse salarios y dietas… No te hace falta ni siquiera terminar de despejarte para hilvanar cuatro líneas en tu cabeza; bueno, en realidad lo que te sale, más que redactar con cierto decoro, es alguna que otra expresión, digamos no demasiado agradable… sobre todo si no alejas pronto de la mente la idea de que esos mismos que se niegan a congelar sus salarios son los que defienden en sus países recortes de sueldos y bajadas de pensiones, claro está, sólo para “nosotros”. ¿Será que “ellos” y “nosotros” son pronombres con sujetos algo más que diferentes y no nos habíamos enterado?, ¿será que los que nos llamamos “nosotros” somos de contextura diferente, de esa naturaleza que lo aguanta todo, mientras “ellos”, los pobrecitos “ellos”, precisan para sus delicados huesos y dulces carnes los mullidos y espaciosos asientos de primera, las nóminas con incrementos, las dietas acumuladas…? ¿hemos creado entre todos, entre “ellos” consentidos y “nosotros” consentidores (no hay más que ver como a alguno se le hace el culo gaseosa –perdón por la expresión- cuando el electo de turno le pasa la mano sobre el hombro) una nueva “especie”?

No: no es tan fácil. Ahora que me he puesto a ello tengo que rectificar: la verdad es que no es tan sencillo escribir sobre semejante asunto. Faltaría espacio, faltaría calma, faltaría un poco de paciencia para elegir con cuidado todo lo que así a bote pronto se me viene a la cabeza, a mí y a muchos más de diferente procedencia porque en este tema, mira tú por donde, los bolsillos de los eurodiputados no entienden de partidos políticos, ni países, al parecer todos hablan la misma y “opulenta” lengua…

Curiosamente el mismo día en que se hacía pública la votación en contra de las medidas de austeridad en la Eurocámara, salía también en la prensa española el sondeo de marzo del CIS. Según el mismo, el paro y la crisis son los principales problemas de los españoles, seguido en tercer lugar por la clase política. No añado aquí tampoco más comentarios; como en el caso anterior faltaría espacio y mucha contención para explayarse sobre tan fastidioso y fatigoso tema.

Sólo, antes de terminar, una reflexión no exenta de cierto buenismo (así que me excuso de nuevo): vivir entre algodones no es bueno para nadie por muy blandito que se viva. No es bueno para “ellos” ni para “nosotros”. Triste gracia ser elegidos para “gestionar” el patrimonio común, para trabajar por el bien de todos y terminar trasteando en una burbuja, con gesto de perdonavidas, y que por no saber ya ni conoce qué es sacarse un billete de autobús, ni que más de la mitad de los que están en esa inauguración no son más que figurines momentáneos, de esos de quita y pon, todos jugando al mismo juego… porque una vez que los de las cintas y el agasajo se hayan ido, la farsa ya no tendrá ni público que la aplauda ni futuro, porque nuestros pueblos están cada día más vacíos y la foto para la prensa lleva impresa la fecha de caducidad…

“Arrojado del paraíso terrenal, Cándido caminó mucho tiempo sin saber a dónde, llorando, alzando los ojos al cielo, volviéndose a menudo hacia el más hermoso de los castillos que encerraba a la más bellaAsí andarán dentro de poco más de alguno de nuestros insignes políticos, claro que sin la inocencia y la honradez del bueno de Cándido. Muchos ya ni reconocerán, después de tanto tiempo, el camino que les va a tocar pisar (los aviones vuelan muy alto, los coches oficiales también). No obstante el olvido será mutuo –¡cómo es la vida al final!– porque el mismo tiempo que han tardado “ellos” en ignorar que son uno de “nosotros”, tardará el pueblo (ocupado como está cultivando su huerto como la criatura de Voltaire) en olvidar sus caras perdidas dentro de la niebla, la misma niebla en la que se alejan esos aviones repletitos de Primera Clase.

ALbada 236

SÍNTOMAS

(3 de Abril de 2011)

“Insomnio”. Pues de eso ando yo sobrao. En la televisión siguen hablando del cambio de hora, del cambio de estación: “Astenia Primaveral” y la presentadora pronuncia la “s” muy larga, inacabable, excesivamente silbante; la palabra se me antoja entonces peligrosa y me viene a la cabeza la imagen de aquella cobra que vi de pequeño en el safari-park… Te mira fijamente, te ¿sonríe?, nunca sabes cuándo te atacará, aunque estás convencido de que si aguantas un poco más delante de ella lo va a hacer, sólo es cuestión de segundos. Cuando aquel día me solté de la mano de mi padre y salí corriendo en dirección contraria, me gané una buena… pero no me importó, ni siquiera lloré; evité y salvé a todos de un disgusto seguro, aunque ellos ni se enteraron. Repito en silencio para acordarme de lo que tengo y luego mirarlo en internet: asstenia, assstenia, assssteniaa primaveraal!!!... ¡Pero qué le pasa a este crío que ni come ni dice nada, todo el día tumbado en el sofá! oigo gritar a mi madre. Acaba de salir de la cocina, ha visto el plato sin tocar sobre la mesa. Y se lo pregunta a mi padre, no a mí que ni la miro... y los dos, mi madre y yo, hacemos como si estuviera hablando de otro que no estuviera allí, y, por supuesto, yo ni le contesto; mi padre, que hace más de diez minutos está perdido felizmente en su siesta dentro del viejo butacón de orejas, parece despertar pero sólo remueve un poco los pies sobre el puf. Ella no espera respuesta de ninguno de los dos; es más, tampoco ha sido una pregunta. Tal vez, me digo, sabe algo, quizás se ha dado cuenta de mi ansiedad; adivina, con ese sexto sentido que tienen las madres, esta congoja que se me ha metido dentro, justo a la altura del comienzo del estómago… que me llena tanto, que me baila como un saco repleto de mariposas y no me deja espacio para comer, ni ganas para hablar... este sinvivir que me ha convertido en un alma en pena. No te vas a ir de aquí sin comer al menos el segundo, esta vez sí, esta vez sí me lo me lo dice a mí, y me mira a la cara, me señala con el dedo… ¡No tengo hambre, mamá, no me entra nada, además tengo que irme ya, que he quedado…! Salgo volando del comedor y llego hasta la puerta de la calle antes de que me alcance… Déjale al chico, mujer… no ves que ya es mozo y está en la edad de festejar… ay, los amores… pero si tú a sus años también Es la voz de mi abuela y sus historias, pero mi portazo me deja la frase sin terminar.

“¿Estás a gusto?” le he dicho cuando he vuelto de la barra con las dos coca-colas. Y me he sentado al fin frente a ella, la mesa de fórmica blanca y su sonrisa más blanca aún entre los dos… y… y… y yo creo que esta vez ya no me ha temblado la voz, aunque de pronto me hayan entrado así como unas pocas ganas de echar a correr, como aquella vez… aquella vez cuando el safari ese… pero sólo fue un momento, un chispazo apenas, porque su risa ha detenido todo lo de fuera y ha dejado colgados a cámara lenta mis latidos de a mil por hora… ¿Tendrá razón la abuela y tendré algo más que “el mal de primavera?”