LLUVIA
(29 de enero de 2012)
Las 8 y todos se habían ido ya. Llegaba tarde. Recogí la carpeta y salí disparada. Desde luego la solemne escalinata de la Accademia di Belle Arti no había sido diseñada para bajarla corriendo, saltando casi (faltó poco para tropezarme). La mañana estaba fría en Roma aunque el sol brillaba sobre un intenso azul; ni rastro de nubes. Crucé veloz hacia la Via del Corso dejando la bruma que subía del río a mi espalda. Para cuando llegué a la Piazza Della Rotonda ya se había formado una fila de turistas delante de la entrada. A la derecha, en un cartel que parece diminuto ante la magnitud del edificio se podía leer: Il Pantheon. Aperto tutti i giornni, dalle 8,30 della mattina fino alle 7,30 di sera (orario continuato).
En el interior llevaban ya casi media hora de trabajo: con sus monos blancos, los guantes de látex y las mascarillas, y aquella luz potente, iluminándoles las gafas protectoras, parecían más un batallón de cirujanos en una intervención urgente, que mis compañeros de clase de Restauración y Conservación. Tras mimetizarme con ellos, emprendí la tarea: minuciosa, espaciadamente he limpiado con mimo la piedra volcánica del casetón que tenía en frente. Alguna vez he levantado la vista y he pensado en lo afortunada que era, en lo hermoso de trabajar en armonía todos juntos en el espacio perfecto. Cuando uno penetra en aquella cueva esférica parece que el tiempo se ha detenido y que la única dimensión posible de la realidad es la sensación de estar y ser más que nunca. No importa que tuviera que convivir horas y horas con la avalancha de visitantes, aquel rumor sordo, que allá abajo, en la otra, en la invisible semiesfera inferior del cielo no cesaba de moverse.
Desde los andamios más altos, semejantes a anillos que abrazaran desde dentro la corteza de aquel cosmos, se puede ver caer la luz del círculo abierto al cielo como si fuera una cascada que quisiera hundirse sobre el pavimento, primero blanca e impetuosa y cada vez más dorada y leve conforme avanza la tarde.
Cuando ha sucedido, ya apenas quedaban turistas. Era hora de cerrar y nosotros también terminábamos la jornada. La luz poniente del óculo se ha vuelto de pronto púrpura y la lluvia ha comenzado a descender con ella hasta las baldosas. Hoy he visto llover por primera vez en Roma desde que llegué y ha sido dentro del Pantheon. Llovía en el Pantheon y el agua parecía que era la misma de hace muchos siglos.
El suelo convexo ha conducido el agua hacia el pequeño canal sin ningún problema, nos ha dicho el profesor antes de marcharnos todos a por unas pizzas. (Fragmento del diario de una Erasmus).
(29 de enero de 2012)
Las 8 y todos se habían ido ya. Llegaba tarde. Recogí la carpeta y salí disparada. Desde luego la solemne escalinata de la Accademia di Belle Arti no había sido diseñada para bajarla corriendo, saltando casi (faltó poco para tropezarme). La mañana estaba fría en Roma aunque el sol brillaba sobre un intenso azul; ni rastro de nubes. Crucé veloz hacia la Via del Corso dejando la bruma que subía del río a mi espalda. Para cuando llegué a la Piazza Della Rotonda ya se había formado una fila de turistas delante de la entrada. A la derecha, en un cartel que parece diminuto ante la magnitud del edificio se podía leer: Il Pantheon. Aperto tutti i giornni, dalle 8,30 della mattina fino alle 7,30 di sera (orario continuato).
En el interior llevaban ya casi media hora de trabajo: con sus monos blancos, los guantes de látex y las mascarillas, y aquella luz potente, iluminándoles las gafas protectoras, parecían más un batallón de cirujanos en una intervención urgente, que mis compañeros de clase de Restauración y Conservación. Tras mimetizarme con ellos, emprendí la tarea: minuciosa, espaciadamente he limpiado con mimo la piedra volcánica del casetón que tenía en frente. Alguna vez he levantado la vista y he pensado en lo afortunada que era, en lo hermoso de trabajar en armonía todos juntos en el espacio perfecto. Cuando uno penetra en aquella cueva esférica parece que el tiempo se ha detenido y que la única dimensión posible de la realidad es la sensación de estar y ser más que nunca. No importa que tuviera que convivir horas y horas con la avalancha de visitantes, aquel rumor sordo, que allá abajo, en la otra, en la invisible semiesfera inferior del cielo no cesaba de moverse.
Desde los andamios más altos, semejantes a anillos que abrazaran desde dentro la corteza de aquel cosmos, se puede ver caer la luz del círculo abierto al cielo como si fuera una cascada que quisiera hundirse sobre el pavimento, primero blanca e impetuosa y cada vez más dorada y leve conforme avanza la tarde.
Cuando ha sucedido, ya apenas quedaban turistas. Era hora de cerrar y nosotros también terminábamos la jornada. La luz poniente del óculo se ha vuelto de pronto púrpura y la lluvia ha comenzado a descender con ella hasta las baldosas. Hoy he visto llover por primera vez en Roma desde que llegué y ha sido dentro del Pantheon. Llovía en el Pantheon y el agua parecía que era la misma de hace muchos siglos.
El suelo convexo ha conducido el agua hacia el pequeño canal sin ningún problema, nos ha dicho el profesor antes de marcharnos todos a por unas pizzas. (Fragmento del diario de una Erasmus).