(Palacio de las Dueñas. Limonero)
MEMORIA DE LUNA
(27 de enero de 2013)
Estos días azules… 27 de enero y la primera luna llena de un año que apenas acaba de nacer. En el coche todos guardan silencio, sólo ella, muy bajo, repite de vez en cuando la misma pregunta; su voz, pese a ser tan débil, tan pequeña, tiene aún un poco del calor risueño de su querido sur. A aquel intermitente reflejo de sol de mediodía nadie le contesta: bajo las sombrías cumbres del norte, mientras el ruido de la huída detiene la vida y la noche, acaricia él con dulzura sus ancianas manos.
El sol apenas tira de su espalda mientras la frontera negra urge a cada kilómetro que avanzan. Durante el camino ha visto escalar cada vez más alto aquella luna y con su resplandor escaparse también a la oscuridad la última esperanza. Ya la helada luz se ha adueñado de las sombras y ha ribeteado de blanco la silueta de la multitud.
Éxodo. Grupos de hombres y mujeres avanzan a pie entre los coches lentos como seres disformes cargados de corazones tristes. Se acercan al final todos juntos, oprimidos de silencio, fugitivos del miedo; intentando ocultarse inútilmente de aquella luna henchida. ¡Impasible y perfecta luna de enero que dibuja a pincel con las sombras de los árboles diminutos puentes sobre el asfalto! La frontera se anuncia definitiva tras la última curva.
En estas lentas noches de invierno una luna así, redonda, confiada, cae sobre el paisaje replegado de frío con sus dedos de brillante escarcha y lo convierte en postal de cuento. La luna llena siempre parece de cuento,”de mentiras”, como si con ella al final nunca nos pasara nada de verdad… como si la guerra y la muerte que aquel apenado desfile dejó atrás sólo fueran un mal sueño y no se les hubieran pegado a la piel y agarrado al alma. Pero ella, allá en lo alto, brilla ausente.
Tiene algo de aprendiz, de novata esta primera luna del año; el poeta la mira subir y subir al cielo. ¿Cuándo llegamos a Sevilla?, ¿Llegaremos pronto a Sevilla? vuelve a preguntar la madre enferma. Y el hijo, bueno y dulce, entretiene el desvarío con historias de gatos de Lope que se dan atracones de lunas. Comienza a llover y la noche se queda sin luz, el camino chapotea de nubes y recuerdos.
El sol apenas tira de su espalda mientras la frontera negra urge a cada kilómetro que avanzan. Durante el camino ha visto escalar cada vez más alto aquella luna y con su resplandor escaparse también a la oscuridad la última esperanza. Ya la helada luz se ha adueñado de las sombras y ha ribeteado de blanco la silueta de la multitud.
Éxodo. Grupos de hombres y mujeres avanzan a pie entre los coches lentos como seres disformes cargados de corazones tristes. Se acercan al final todos juntos, oprimidos de silencio, fugitivos del miedo; intentando ocultarse inútilmente de aquella luna henchida. ¡Impasible y perfecta luna de enero que dibuja a pincel con las sombras de los árboles diminutos puentes sobre el asfalto! La frontera se anuncia definitiva tras la última curva.
En estas lentas noches de invierno una luna así, redonda, confiada, cae sobre el paisaje replegado de frío con sus dedos de brillante escarcha y lo convierte en postal de cuento. La luna llena siempre parece de cuento,”de mentiras”, como si con ella al final nunca nos pasara nada de verdad… como si la guerra y la muerte que aquel apenado desfile dejó atrás sólo fueran un mal sueño y no se les hubieran pegado a la piel y agarrado al alma. Pero ella, allá en lo alto, brilla ausente.
Tiene algo de aprendiz, de novata esta primera luna del año; el poeta la mira subir y subir al cielo. ¿Cuándo llegamos a Sevilla?, ¿Llegaremos pronto a Sevilla? vuelve a preguntar la madre enferma. Y el hijo, bueno y dulce, entretiene el desvarío con historias de gatos de Lope que se dan atracones de lunas. Comienza a llover y la noche se queda sin luz, el camino chapotea de nubes y recuerdos.
N.B.: Antonio Machado y su madre cruzaron la frontera francesa la noche de 27 de enero de 1939 en un éxodo lamentable, lleno de riesgos y calamidades, desde Barcelona. La ciudad estaba siendo ya bombardeada por el ejército nacional y el desconcierto y el pánico se habían adueñado de todo. En Coulliure el día 22 de febrero de ese mismo año, sin luna en el cielo, moriría el poeta. Tres días después lo haría también su madre, Doña Ana Ruiz, la niña que aún soñaba cielos de Sevilla. En el bolsillo del gastado abrigo de Machado se encontraría en un trocito de papel arrugado su último verso... estos días azules y este sol de la infancia.