Albada 326

(Palacio de las Dueñas. Limonero)

MEMORIA DE LUNA
 (27 de enero de 2013)

Estos días azules 27 de enero y la primera luna llena de un año que apenas acaba de nacer. En el coche todos guardan silencio, sólo ella, muy bajo, repite de vez en cuando la misma pregunta; su voz, pese a ser tan débil, tan pequeña, tiene aún un poco del calor risueño de su querido sur. A aquel intermitente reflejo de sol de mediodía nadie le contesta: bajo las sombrías cumbres del norte, mientras el ruido de la huída detiene la vida y la noche, acaricia él con dulzura sus ancianas manos.
El sol apenas tira de su espalda mientras la frontera negra urge a cada kilómetro que avanzan. Durante el camino ha visto escalar cada vez más alto aquella luna y con su resplandor escaparse también a la oscuridad la última esperanza. Ya la helada luz se ha adueñado de las sombras y ha ribeteado de blanco la silueta de la multitud.
Éxodo. Grupos de hombres y mujeres avanzan a pie entre los coches lentos como seres disformes cargados de corazones tristes. Se acercan al final todos juntos, oprimidos de silencio, fugitivos del miedo; intentando ocultarse inútilmente de aquella luna henchida. ¡Impasible y perfecta luna de enero que dibuja a pincel con las sombras de los árboles diminutos puentes sobre el asfalto! La frontera se anuncia definitiva tras la última curva.
En estas lentas noches de invierno una luna así, redonda, confiada, cae sobre el paisaje replegado de frío con sus dedos de brillante escarcha y lo convierte en postal de cuento. La luna llena siempre parece de cuento,”de mentiras”, como si con ella al final nunca nos pasara nada de verdad… como si la guerra y la muerte que aquel apenado desfile dejó atrás sólo fueran un mal sueño y no se les hubieran pegado a la piel y agarrado al alma. Pero ella, allá en lo alto, brilla ausente.
Tiene algo de aprendiz, de novata esta primera luna del año; el poeta la mira subir y subir al cielo. ¿Cuándo llegamos a Sevilla?, ¿Llegaremos pronto a Sevilla? vuelve a preguntar la madre enferma. Y el hijo, bueno y dulce, entretiene el desvarío con historias de gatos de Lope que se dan atracones de lunas. Comienza a llover y la noche se queda sin luz, el camino chapotea de nubes y recuerdos.


N.B.: Antonio Machado y su madre cruzaron la frontera francesa la noche de 27 de enero de 1939 en un éxodo lamentable, lleno de riesgos y calamidades, desde Barcelona. La ciudad estaba siendo ya bombardeada por el ejército nacional y el desconcierto y el pánico se habían adueñado de todo. En Coulliure el día 22 de febrero de ese mismo año, sin luna en el cielo, moriría el poeta. Tres días después lo haría también su madre, Doña Ana Ruiz, la niña que aún soñaba cielos de Sevilla. En el bolsillo del gastado abrigo de Machado se encontraría en un trocito de papel arrugado su último verso... estos días azules y este sol de la infancia.





El tontodromo o dónde late el corazón




EL TONTODROMO O ALLÍ DÓNDE LATE EL CORAZÓN

Cada vez se parecen más unas ciudades a otras. La piel de las calles y plazas que envuelve el día a día de sus habitantes se ha cubierto de los mismos negocios y las mismas oficinas, mientras idéntica tiranía del tráfico rodado canaliza cualquier resquicio de su espacio. Las fachadas, los escaparates, el mobiliario urbano… todo tan igual que si por un momento uno cierra los ojos y olvida la ciudad donde se encuentra al volver a mirar puede darle el nombre que se le antoje, imaginar el lugar que quiera ya que toda la singularidad que caracterizaba a las urbes (grandes o pequeñas, da igual) está desapareciendo.

Nos quedan nuestros centros históricos. Mal que bien aún intentan conservar un poco del sabor de la historia y de la estela de sus habitantes por sus calles.

Es precisamente la huella, el rastro diario de ellos, lo que hace la ciudad y le confiere su esencia y diferencia. En el centro de Teruel todavía persisten recuerdos de esa naturaleza tan íntima y particular, fruto de cientos de turolenses que año tras año lo vivificaron con su paso cotidiano, sus entradas y salidas a tiendas, oficinas, terrazas de cafés… sus encuentros fortuitos y sus paseos habituales en los días de fiesta.

La plaza del Torico y la calle San Juan se despliegan sobre nuestra ciudad recostada como la columna vertebral de un gran animal dormido. Muchas generaciones hemos andado una y otra vez la “línea sinuosa” de esos metros arriba-abajo y abajo-arriba. Recuerdo que en mi adolescencia a dicho recorrido se llegó coloquialmente a llamarlo el “tontodromo”, debido a las horas y horas que se “gastaban” caminando sus porches y aceras a paso “de paseo”; charrando mientras quizás esperábamos la hora del cine o simplemente deshilvanando con risas las horas perdidas. En grupos (generalmente de chicas o chicos solos y algunos, los más joviales, mixtos) aquella especie de desfile festivo nos permitía a la gente más joven de Teruel “socializarnos”, contando además con el aliciente poder ver, si había suerte, al chico o a la chica que te gustaba e intercambiar miradas o algún tímido saludo.

Era quedar con los amigos las tardes del sábado y domingo en los porches de la Plaza del Torico o los más mayores, si el presupuesto se lo permitía, en el mismísimo “Goya” (genuino bar hoy desaparecido que tenía entrada por la calle Nueva y la calle San Juan) y desde allí comenzar el deambular de uno a otro lado con los consiguientes encuentros con las otra “pandillas errantes”; un rito que no solía faltar, especialmente cuando el ambiente estaba más animado era la “patada” a la pared al llegar al final del recorrido del porche (a la altura del Tozal, justo en la farmacia de Maruja Salvador)

En aquel paseo había paradas obligatorias como los carros de las “cacahueras” conveniente y estratégicamente situados bordeando la plaza, o la visita a las tiendas de chucherías Casa Ros, Dominguín o incluso hasta la Tropela (al comienzo del Viaducto, cuando el paseo se hacia más largo y se finalizaba en la Glorieta).
Los escaparates de las tiendas y comercios, entonces en abundancia y variedad (casi podía encontrarse de todo sin salir de la plaza) también entretenían la tarde de vagabundeo: pararse a ver los escaparates de Ferrán (los de La Sucursal en los días previos a Reyes era un imán ineludible para los más pequeños), Elipe, Tejidos el Torico, El Bolo, Juderías, Muñóz o La Dulce Alianza (algún caramelo, alguna chocolatina o pastel) o aquella librería que hacía esquina con la calle Mariano Muñoz, pequeñísima y oscura donde una mujer mayor con un enorme bocio nos vendía calcomanías y las cosas más peregrinas que pidieras (nunca entendí como aquel sitio tan pequeño almacenaba tanta y variopinta mercancía).
La edad marcaba también los hábitos y los centros de interés de nuestro “tontodromo”: La Ferrera, el Electroter, el Evaristo, eran futbolines y boleras donde grupos de chicos quinceañeros se perdían durante horas; el Sindical, el Teruel, el Dorado, el Pedralva, Los Juncos… significaban para los más mayores un par de cañas que solían terminar con las bravas en La Parra o la media docena de sardinas compartidas en el Plata.
Aquellos escaparates, locales de inocentes juegos, carros de chucherías y bares y como no las primeras discotecas (El Java y el Osiris donde la música y el baile cobijaban los primeros besos que los porches de la plaza nunca deberían ver) eran marcas de calor y luz en nuestro cotidiano recorrer el corazón de la ciudad, sortilegios al aburrimiento de los fríos atardeceres domingueros.

Hoy, aquel paseo reiterativo y repetido ya es pasado, historia personal, recuerdo. Se olvida demasiado fácilmente el ritmo de aquellos pasos juveniles y quedan sólo algunos pedazos de su cadencia en la memoria.
Callejear con vocación de flâneur provinciano; rostros que se vuelven y saludos que se precipitan suavemente en las columnas romas de granito, el Torico como siempre testigo amable y consentidor… el eco de las risas juveniles… cae la noche y se vacía la plaza; la calle San Juan es un silencioso baja y sube hasta las fuentes donde restalla el agua y se apresura un noctámbulo tardío. Todo un mundo de emociones duerme, duerme también la ciudad su corazón antiguo de porches y risas, de farolas y confidencias para reinventarse en sueños cada nuevo amanecer.





Albada 325

 (Detalle de Sueño de Dante al momento de la muerte de Beatriz, D. G. Rossetti)

ESPERA 
(20 de enero 2013)


Si hubo una vez una mujer amada por encima del todo y de la nada esa fui yo, Beatrice Portinari. Ni las promesas del cielo ni las amenazas del infierno hicieron decaer el delirio de mi amante el gran Dante Aliguieri, hijo predilecto de la muy noble ciudad de Florencia; ni siquiera mi silencio. Todavía desconsolado llora mi muerte. En aquel tiempo nadie conocía el gran secreto sólo guardado en los corazones de los elegidos: los profundamente enamorados sienten que cuando se miran a los ojos se están tocando. Esa fue mi esfera del Paraíso, la auténtica verdad que yo le pude mostrar. Antes hubo una, acaso fue sólo una: aquella fugaz mirada junto al puente. Pasaban los cisnes lentos como el verano y toda la ciudad, vestida de fiesta, brillaba como fondo de nuestro primer retrato. Y cuando sucedió, pálido y turbado, te quedaste tan inmóvil que tal cual parecías una gentil estatua ornando el pretil del sagrado Arno.
Acabo de escribirte, en el reverso de un folio utilizado, un poema: la historia de Beatriz y Dante. Como hacía en la universidad, cuando destilaba en tinta las horas entre clase y clase, sentado en aquella cafetería frente a tu facultad, despeñando, cigarro y pluma en cada mano, miradas por las ventanas nubladas de vaho y humo. Espiando tu salida mientras espacio y tiempo pasaban detrás de los cristales… y después, ese ir corriendo a tu encuentro y esconder en un descuido entre tus libros mi colección de palabras dulces y simples como un hundir lento que se deslizará por tu cuello.
Hace frío en la cocina. Los platos en la mesa puesta llevan ya demasiadas horas; las velas están consumidas. Cuando transcurra el tiempo y me hayas olvidado, dijiste. Y yo te vuelvo a escribir poemas en folios reciclados, te sigo esperando. La cena fría, la botella de vino entera en la nevera… tú brindando lejanos paraísos. Será extraño despertar siempre sin ti, Beatrice, mi muerte, mi dolor. Toda mi vida te lloraré desconsolado. 

        Encuentro de Dante y Beatriz, H. Holiday

Albada 324

 

LA NUEVA CUÑADA
(13 de enero de 2013)

Estas Navidades  hemos estrenado cuñada y todos estamos tan contentos. Guapa, con un rostro interesantísimo,  una mezcla curiosa entre Carlota, la hija de Carolina de Mónaco y nuestra  propia princesa Letizia.  Aquella vieja foto en cuestión nos la hizo un tipo bajito y gordo que pasó por allí justo en el momento en que mi cuñada  nos decía a voz en grito: ¡poneos todos juntos,  vamos sonreíd,  a ver más juntos, qué salen cortados los de los lados! No fue  una instantánea, posamos pacientemente todos. Estábamos  en la calle,  a punto de volvernos cada uno a  nuestra casa; los coches con las maletas  dentro, las despedidas con sus abrazos y besos  de rigor  hechas, la vista y el ánimo ya más pendientes del camino de regreso y de la prisa por  la vida que continuar. Alguien, no recuerdo quién, mencionó lo de la foto y que sería un buen recuerdo para mamá. La estrafalaria mujer de mi hermano mayor sacó entonces  del bolso la máquina y  comenzó a organizarnos. Es cierto que estábamos todos. Rara vez coincidimos, pero esas navidades habían sido especiales, eran las primeras en  las que no estaba papá  y ninguno quisimos faltar.
 Aquel hombre que  pasó en ese preciso instante, inevitablemente debió escucharla (ella gritaba siempre, no hablaba), se nos quedó mirando y con un mero gesto de la mano derecha se ofreció a hacernos  la foto.  Mi cuñada, encantada, le cedió sin pensárselo dos veces la cámara y vino a  unirse rápidamente al impaciente grupo que ya llevaba demasiado rato con la sonrisa puesta para el objetivo. Qué no se ponga a mi lado, por favor, qué no se ponga a mi lado, murmuré entre dientes cuando la vi cruzar la calle como un obús con collares y avanzar corriendo hacia nosotros, una inevitable y certera  bola de nieve,  una tarta pringosa y rancia a punto de estallar en plena cara. Afortunadamente se colocó entre mi hermano Vicente y Raúl, el más pequeño de los sobrinos (casi un bebe). El  gordito  amable fue rápido  en su misión  de perpetuarnos para la historia familiar y pronto cada uno estuvimos inmersos, como islas  flotantes con horizontes diferentes, en medio del tráfico frenético de la autovía. Anochecía, los faros de los coches pasaban rápidos a nuestro lado y todo quedaba ya atrás, todo excepto nuestra imagen en negativo en la película 100 ASA   de la cámara de una cuñada plasta.
Convenientemente enmarcada,  mi madre recibió aquella foto y le concedió el privilegio de presidir la habitación más importante de la casa. Desde la vitrina del aparador con espejos biselados   del salón-comedor, quince caras sonrientes la saludan  cada vez que saca  brillo al marco de plata. La decimosexta cara no sonríe, o si lo hace es imposible que la veamos porque está girada hacia un lado: es como ese rostro de mujer vuelta a lo oscuro del famoso cuadro La Familia de  Carlos IV.  
En cada fiesta la foto ha sido siempre objeto de algún comentario y ha pasado de mano en mano durante aniversarios y cumpleaños. Raúl al que  le está cambiando ya la voz y  ha empezado a afeitarse, la mira y le da la risa, sobre todo porque a su lado, la tía Pilar  vuelta por completo hacia él, sujeta con una mano el grueso collar de perlas y con la otra aparta de él  los bracitos del sobrino revoltoso (antes deshacerse el grupo de la foto, ya se oyó el ruido de las cuentas  rebotando una a una sobre el suelo, deslizándose como un brillante río de colores calle abajo).   
Estas Navidades, a la foto le ha salido una cara. Mi cuñada harta de no tener rostro y de los comentarios jocosos de alguno de la familia  ha aprendido a manejar el Photoshop. Se ha apuntado a un curso completo e intensivo en su Residencia “SeniorSoldeluxe”  y es toda una experta.  A la antigua foto escaneada  le ha pegado un hermoso rostro sonriente. Sobre sus hombros girados, la nueva cuñada  aparece más radiante que ninguno de los que estamos allí fotografiados; más joven, más guapa, de ninguna manera  es ella aunque “la tía Pilar”  afirma (o más bien grita) que lo es y para probarlo señala  en la nueva  foto su famoso  collar de perlas minuciosamente pintado sobre el cuello. En todo caso, como decía al principio  nadie se ha quejado y todos seguimos (esta vez también la tía Pilar) tan contentos.   




Albada 323





UNA PIZCA DE FILOSOFIA
(6 de enero de 2013)


Sólo una dosis mínima, porque algo grande hay que tomarlo poquito a poco, como hacen los gorriones cuando en la calle revolotean alrededor del festín inesperado. Picotear tan sólo, y más terminando como terminan hoy las vacaciones, tan iguales a otras muchas y a la vez, este año, tan especiales, tan distintas a ninguna. Yo las llamo las fiestas del deseo porque Navidades, Año Nuevo y Reyes son, con diferencia, las fechas del calendario en que más deseos por día generamos y verbalizamos. Primero están todos esos buenos deseos de paz y felicidad, generosos anhelos de días en buena compañía que no cesamos de enviarnos por correo electrónico, sms o directamente a besos cuando nos encontramos en el super o en la panadería. De la misma forma que estoy convencida de que la gran mayoría de ellos lo son de corazón y llevan toda la fuerza y la intención de que así sean, pienso que a los de la otra parte, a los de la minoría falsa y malintencionada, afortunadamente se les ve ver venir de lejos, y lo más inteligente, si se puede, es no dedicarles ni un segundo.

Llega rápido, casi sin avisar, ese 22 de diciembre y pocos serán (hasta los que no compran lotería) los que no maquinan que se comprarían con el orondo premio o aunque fuera con su aproximación. Siguen después los deseos menos materiales, pero mucho más difíciles y ambiciosos, de las doce uvas; un rosario de proyectos y afanes para el año por estrenar en el que todo lo bueno lo creemos posible. Después, ya en la recta final, está ese capricho, el antojo que unos Reyes generosos se podrían permitir si se “estiraran”… total si sólo se trata de pedir… ¡hasta lo mismo hay suerte con El Niño!
Deseo tras deseo se llega al siete de enero con la sensación no sólo de fatiga por tanta comida interminable, sino también con una íntima y sutil percepción de empacho ante la formidable lista de “yo quiero” que en tan poco tiempo hemos sido capaces de pergeñar.
Según el concepto clásico del deseo que nos han venido enseñando, éste siempre se ha vinculado al objeto y, en consecuencia, se decía que es más feliz el que no desea algo porque ello implica que no sufrirá por su carencia. Sin embargo no todos opinan así. La ataraxia de los epicúreos no proponía “no desear”, sino que las pasiones nunca llegaran a dominar el espíritu hasta conseguir turbarlo.

Filósofos actuales como Deleuze profundizan en el concepto y nos animan a desear; defienden que el concepto de deseo no se define por la falta del objeto concreto sino que por el contrario el inconsciente es una imparable fábrica y el deseo es ante todo producción, elaboración y en definitiva: creación. Añade además Deleuze otra consideración muy interesante cuando precisa que lo que deseamos nunca es el objeto en si, sino “un conjunto”; es decir ese mundo en que el objeto va inevitablemente arropado. Concepto éste que tan bien sabe utilizar la publicidad, la cual nunca podrá hacernos deseable un objeto “per se”, en abstracto, de manera teórica, sino que nos lo presentará rodeado de un estudiado montaje con música, color y luces sugerentes, lugares y gentes atractivas… La publicidad construye el deseo y nosotros, en realidad, no queremos el objeto que se nos vende sino poseer todo el mundo que lo engloba: finalmente, y sin darnos cuenta, terminamos por creer que con la posesión del objeto vamos a conseguir también toda su construcción, esa realidad inasequible que lo rodea y conforma.
Parece muy fácil desear, decir quiero esto o aquello, pero realmente es lo más difícil. M. Larrauri, siguiendo con el razonamiento Deleuze, nos lo explica: “porque desear implica la construcción misma del deseo. Formular la disposición que se desea, que mundo se desea para que sea el mundo que te conviene, el mundo que aumenta tu potencia, el mundo en el cual tu deseo discurra. El deseo se convierte de esta manera en el objetivo del desear, es un resultado, es en si mismo virtuoso”.
Bueno, es lo que tiene “picotear” en la filosofía: que descubres cosas y…. claro, visto así el deseo, si como nos dice Deleuze es elaborar, crear, concebir la plenitud de lo que realmente queremos aunque esto conlleve la dificultad de valorar y decidir, la ardua tarea de la construcción misma del deseo, estos días de fiesta podrían haber sido una excelente oportunidad de mejora y crecimiento personal… Quizás las próximas navidades, si aún estoy a tiempo, me esforzaré más y “me pediré algo”.
¡Feliz y pleno de deseos Año 2013 a todos!