IN MEMORIAM
(28 de ocutbre de 2012)
F. Nietzsche: El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.
Cuentan los que estuvieron en Ginebra el 27 de octubre de 1553 que la ciudad amaneció lluviosa y destemplada. En la Colina de Champel la pila de leña era escasa, y varias de sus ramas de encina aún reverdecían; la gente allí reunida acertó al pronosticar un largo suplicio para el reo, tortura que todavía se hizo más insoportable cuando al mediodía el viento comenzó a soplar con fuerza y apagó las llamas de algunos leños. Tras tres horas de horrenda agonía en la que el fuego fue consumiendo, lento e implacable, piel y huesos, Miguel dejó escapar al fin una suplica: “ Ay misero de mí, que no puedo acabar al fin mis días en esta hoguera! ¿Es que las doscientas coronas de oro que me robasteis al meterme preso contra toda ley y el collar de oro que me arrancasteis del cuello no os bastaban para comprarme unos buenos troncos, traerlos aquí y acabar conmigo mejor, pobre de mi?”. Atado a la estaca del suelo con una cadena de hierro, tenía el cuello rodeado por cinco vueltas de una gruesa soga que le sujetaba a la altura de las rodillas “el libro” (su libro) condenado como él a “morir” quemado. Dicen que algunos de los presentes, aterrados de tan inhumano tormento, arrojaron fardos para acortar la insoportable escena.
Lamento tan dantesco comienzo. Claro que son más divertidos los recordatorios de los nacimientos, o las medallas o los premios en metálico (aunque estos últimos algún valiente “consecuente” los rechace, ¡chapeau J. Marías¡); pero aunque la excusa sea un año más el triste aniversario de su ejecución, pienso que nunca hay que perder la oportunidad de hablar de Miguel Servet: se trata de una persona tan admirable, de la que se puede aprender tantas y tan buenas cosas, que cualquier razón es oportuna para que su vida aparezca en las páginas de los periódicos, incluso quinientos años después de dejarnos. Si por casualidad a alguien se le despierta la curiosidad y decide interesarse por él estaría más que justificada esta albada.
El nombre de Miguel Servet siempre irá unido al derecho de libertad de conciencia y a esa generosidad espiritual que no se puede arrebatar porque es lo que hace que la vida tenga sentido y propósito. La soledad del sabio, el sufrimiento y la muerte, no pudieron con él. Es un ejemplo para todos, como bien dice su biógrafo Fernando Solsona, por la lealtad a sus convicciones, por la fidelidad a sus amigos (a los que no quiso delatar, lo que hubiera aminorado mucho la dureza de sus jueces) por la línea recta de su vida y de sus trabajos, por la claridad de sus ideas, por la tenacidad y heroicidad en defenderla…
En su excelente libro (éste afortunadamente escrito después de que fuera liberado su autor) “El hombre en busca de sentido”, Viktor Frank nos confiesa por propia experiencia que uno de los mayores tormentos que se sufría en los campos de concentración nazis no era el hambre ni los castigos físicos, si no que consistía en rebajar la autoestima como persona del prisionero a limites extremos: uno llegaba a ser consciente de su propia “mezquindad” al tener que reconocer a diario, en lo más íntimo, su cobardía, su miedo, su egoísmo; saber que al final valores como la solidaridad, la abnegación, el amor o la piedad resultan para ti nada ante la propia necesidad de la subsistencia; que tú nunca serás capaz de renunciar a ese trozo de pan que te salva, pero que también salvaría a otro compañero si se lo entregaras, era vivir cada día un acabamiento como persona que terminaba por socavar lo mas hermoso de la dignidad humana. “Después de todo lo visto y vivido, los escasos afortunados que regresamos, gracias a una cadena inexplicable de fortuitas casualidades o auténticos milagros, estábamos férreamente convencidos de que los mejores de entre nosotros no llegaron a casa.”
No todos somos héroes, no todos resistimos igual, y sí, es cierto que a los mejores casi siempre les aguarda la soledad, la incomprensión y como dice un buen amigo mío, ¿por qué será que a los que “molestan” los matan?, pero nunca hay que dejar al menos de intentarlo. Hoy que no se quema a nadie en la hoguera, todavía hay cosas que matan en vida como silenciar, ningunear, desterrar. El fanatismo y sobre todo la intolerancia saben ocuparse bien de los que no están de acuerdo y pretenden tener criterio propio.
Y porque hoy, afortunadamente, también hay héroes anónimos que desde la barricada del día a día, desde el cotidiano devenir, saben levantarse y cuidar del legado de aquel Serveto, del derecho a pensar diferente y poder decirlo, vaya en este nuevo aniversario un homenaje a ellos en el recuerdo del epitafio del ilustre hijo de Villanueva de Sigena: “Miguel Servet, geógrafo, médico, fisiólogo, que ha merecido la gratitud de la Humanidad por sus descubrimientos científicos, su devoción a los enfermos y la indomable independencia de su inteligencia y de su conciencia”