(23 de diciembre de 2012)
María se ha empeñado en acompañarme hasta la estación y esperar conmigo la llegada de mi tren. De nada sirve que le diga que no hace falta, que además se le va a hacer tarde para comer. Va cargada con una pesada bolsa. María es una gran aficionada a los libros de autoayuda y esta mañana se ha pasado un buen rato en la biblioteca.
–Pero no te equivoques –dice con la cara ligeramente sonrosada por la vergüenza– no es para mí ¿eh?, a mí no me gusta que me ayuden, no lo necesito, a mí lo que me gusta de verdad es ayudar a la gente; y no sabes lo útiles que pueden llegar a ser estos libros, lo que se aprende y cuantos problemas hay en esta vida… ¡si cuando leo todos esos casos que cuentan casi me pongo a temblar!
Por no saber vivir su vida vive mi amiga todas las vidas que se le cruzan y se le antojan; aun cuando vayan en dirección contraria a la suya sabe hacerse bien la encontradiza y agarrar la que le parece más oportuna, la más interesante para vivirla.
Yo viajo mucho sola. O al menos lo intento, viajar sola quiero decir; me entusiasma ese silencio apenas roto por el ruido monótono y repetitivo del tren mientras puedo tranquilamente observar por la ventanilla; me gusta ver pasar la vida fuera de los cristales y verme a mi quieta por dentro, detenido todo instante de existencia mientras que el otro todo sigue pasando, sucediendo, ahí fuera. Algo así debe ser la muerte, pienso entonces, nada trágico, nada doloroso, un simple detenerse mientras el resto continua.
Si le comentara estos pensamientos míos a María seguro que sacaría de su bolsa dos o tres volúmenes y no dudaría en leerme varios capítulos enteros, y entonces yo le diría que no me gusta que me ayuden, que no lo necesito, que lo que a mí me gusta es vivir en los demás. Pero por ahora no digo nada, estoy demasiado cansada, la bolsa de libros de autoayuda me empieza a pesar demasiado. Afortunadamente el tren acaba de llegar y puedo dejarla en el portaequipajes encima de mi asiento. Cuando el tren se aleja miro por última vez hacia el andén de la estación vacía.
–Hola, me llamo María– y sonrío a mi vecina de enfrente, una mujer de mediana edad que no deja de mandar frenéticamente (¡qué interesante!) uno tras otro mensajes con su móvil.
MI MENSAJE: ¡FELIZ NAVIDAD Y FELIZ 2013 PLENO DE ILUSIONES! TERESA
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