Albada 340






PETER
(19de mayo de 2012)


De día trabajo, y, por las noches, bebo, escribía Philip Larkin; me despierto en la oscuridad y, en la oscuridad, miro, seguía el poema. La noche puede ser tan larga que a veces no termina nunca aunque esté blanco como arcilla, el cielo. Despertar de la noche puede que te lleve toda una vida, o puede que toda la vida lleve la noche cosida a tus talones y nunca llegues a ver los muebles que habitan este cuarto absoluto y definitivo, funda gris de lo cotidiano. Él, de momento, sólo sabe que cada día se va haciendo más mayor, la niñez es un recuerdo que resbala por encima de su cabeza rala, y al acostarse reza a Peter para olvidarse de las pesadillas diurnas.

Y un anochecer va Peter y se le aparece con su flauta de Pam, con la sombra recobrada y ese gorrito con pluma roja; y le propone volar a Nunca Jamás y él, entonces, le dice que le lleve.

Y Teruel se va volviendo cada vez más pequeñito mientras distingue a través de tejados, transparentes como el cristal, a su jefa dormida a pierna suelta, repantigada entre almohadones y edredones a cuadros comprados en Ikea; y se fija en su tendero de siempre haciendo cuentas sobre la vieja mesa del almacén, y ve a la vecina chismosa dormida con el mando de la tele sobre regazo; y al alcalde, también dormido, en la parte de atrás del coche oficial que le lleva y le trae de cualquier viaje; y descubre a dos amantes juntos y despiertos, y a un enfermo también despierto, y a un niño que tiene pesadillas llamando a gritos a su madre… y Teruel… ¡Teruel ya casi ni se ve!

Y se alejan cielo arriba, los brazos extendidos, las piernas estiradas, rozándose con los vencejos que duermen acunados por el aire; y se pierden más allá de la primera estrella, y luego de la segunda y después de aquella otra, la de la esquina más lejana. Y Peter, que va volando delante, de vez en cuando vuelve la cabeza para hacerle un guiño mientras le habla de Los Niños Perdidos o de como asusta el garfio de plata del Capitán Hook.

El vuelo dura tanto, o quizás tan poco, que no sabe contar el tiempo que ha pasado cuando le saluda el suave tintineo. Campanilla es más brillante, más hermosa y mucho más pequeña de lo que hubiera imaginado: apenas alcanza a sujetarse de su oreja y susurrarle que le siga ahora a ella… el sonar de las campanas se va dibujando más fuerte, más ingrato hasta convertirse en un desagradable timbre que desaparece cuando su mano derecha alcanza al fin el despertador: el trabajo espera. Van de casa en casa carteros y médicos terminaba el poema de Larkin.

1 comentario:

  1. Soñar no tiene precio aunque las "pesadillas" te intentan atraer de nuevo a la tierra .

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