Si se piensa bien el patio de luces recuerda a un enjambre: decenas de abejitas sin alas, torpes pero diligentes, apurándose en sus respectivos pisos.
ALBADAS 171-
Si se piensa bien el patio de luces recuerda a un enjambre: decenas de abejitas sin alas, torpes pero diligentes, apurándose en sus respectivos pisos.
ALBADAS 167-170
(Albada 20 de diciembre de 2009)
Cae la nieve sobre los tejados de Teruel. Se diluye entre copos la voz de Sting en If on a winter's night…(disco blandito para recibir de regalo estas navidades) y me dejo llevar por ella mientras apoyo la frente en los cristales helados de la habitación. La noche se ha deslizado suave y decidida frente a mi ventana. Desde la fría calle, nieve y luna terminarán por convertirme en un reflejo, en el rostro borroso de una esfinge. Comparto la querencia del cantante por la estación de la imaginación y los fantasmas: Hay algo del invierno –dice- que es fundamental, misterioso, completamente irreemplazable, algo a la vez deprimente y profundamente hermoso, algo esencial para este mito de nosotros mismos... Coincido también con él en que la Música es mágica, la más espiritual de las artes, la que con más certera puntería llega a tocarnos el alma. Y esta noche helada, de esas de quedarse en casa, nieva en mi Teruel aterido y escucho música. Música en invierno. Música, invierno y… libros: mientras oigo al ex-The Police reinterpretar viejos poemas del siglo XVI y piezas clásicas de J.S. Bach y Schubert ojeo El ruido eterno, escuchar al siglo XX a través de su música, de Alex Ross. Magnífico, inteligentísimo, ameno libro (gracias Fernando por tu recomendación) que sin duda será un estupendo obsequio, y no sólo para los apasionados de la música. Habla Ross del siglo XX, de su historia a través de los artistas contemporáneos, y aquí recuerdo mi alegría al saber que el Ayuntamiento se comprometía a proporcionar locales para que los jóvenes músicos turolenses (nuestros compositores del XXI) puedan ensayar sin tantas penalidades. Ojalá que la Asociación T-Music pueda darnos pronto buenas noticias. También habla mucho el libro de música clásica, y ello me da pie para reclamar de nuevo el que uno de estos años por fin podamos asistir a la inauguración del flamante Conservatorio de Música de Teruel. Mientras llega, prefiero felicitarme por el trabajo de la Asociación Cultural de Músicos de Teruel (AMTE) que acaba de grabar dos CDs con una cuidada selección de las composiciones (1986-2009) de J. M. Muneta para trompeta y órgano; interpretado por el animoso grupo turolense Brillant Magnus y producido por el estimado y también turolense Jesús Puerto, podría ser otro estupendo regalo (y ya van tres). La música está siempre desplazándose desde su punto de origen hasta su destino en el momento fugaz de la experiencia de alguien: el concierto de anoche, el paseo solitario de mañana (Ross dixit), la noche clara de la ciudad nevada, añado yo... El hielo dibuja estrellas en el cristal de mi ventana, hay flores de nieve en el parque vecino y en el aire tibio de la habitación un violín funde los carámbanos, diríase que son notas colgadas del alero, música en invierno
(foto de Mariano Esteban Pradas)
HAY DIAS QUE...
(13 de diciembre Diario de Teruel)
Se ha levantado como siempre alegre. No le cuesta porque es extremadamente generoso, diríase que uno de esos seres luminosos, rara avis desde luego. Pero sin previo aviso esta mañana se le ha encendido otra bombillita mucho menos festiva e inocente, una de esas que vierte sombras (que las hay se lo aseguro); y justo lo ha hecho con la máxima potencia en medio de su cabeza, tan alopécica y brillante como el susodicho foco. El primer destello surge cuando piensa que el día es muy frío y no estaría mal ponerse el jersey burdeos. Como si no llevara ya más de quince años sacando y guardando la ropa del “closet empotrado” de la habitación de matrimonio, (“tan versátil y de amplia estructura interna” según les dijeron al enseñarles la casa) se da cuenta de pronto que todos sus jerséis -el azul regalo de cumpleaños de los niños, su favorito el más gastado de color marrón, el negro de cuello alto que le compró su mujer en las navidades pasadas, el gris-marengo y el burdeos por supuesto…- todos sus jerséis, y sus corbatas, y… toda su ropa al fin, se han ido amontonado poco a poco en los estantes más altos del dichoso y felizmente compartido armario conyugal; tan sólo las perchas con alguno de sus trajes y media docena de camisas han conseguido perpetuarse en la parte más noble del pseudo-vestidor cerrado que tanta ilusión le hizo a su mujer cuando compraron la casa. El segundo fogonazo, menos sorpresivo pero con diferencia mucho más irritante, le ocurre al sacar el coche del aparcamiento. Cierto que a menudo ya se ha topado con el vivales de turno, ése que en vez de ir a pagar primero el ticket y después sacar el coche, lo hace siempre al revés, convencido de que para él no se han hecho normas y tiene perfecto derecho a formar una fila de conductores fastidiados esperándole tras su coche en marcha (el del caradura siempre está en medio de la salida, por supuesto). Y aunque a tipos así, como les decía, ya se los conoce de memoria, esta mañana nuestro buen calvito juraría que le ha parecido ver las comisuras de la boca del caradura sospechosamente mucho más cerca de las orejas… Como no hay dos sin tres, le llega la tercera enseguida, justo cuando se sienta a su mesa y descubre amontonado el trabajo urgente que Perea debería haber entregado el jueves antes de pillarse el moscoso en las pistas de Formigal; rimero de papeles que ahora él tiene inevitablemente adjudicado… Dicen que donde hay mucha luz más oscura es la sombra… y hoy le ha tocado a nuestro luminoso protagonista vivir uno de esos días en la otra cara de la luna y eso que sólo son las doce de la mañana todavía...
FUTURO
(6 de diciembre de 2009 Diario de Teruel)
FRENTE A LA CASA
ALBADAS 162-166
El manzano que plantaron juntos el día de la partida, apenas es ahora una rama esquelética y azul surgiendo entre los terrones agrietados del abandonado jardín. A su lado, tan absurdo, tan sin sentido como un mástil sin enseña, está el otro, el manzano casi centenario que dejó de dar fruto la madrugada en la que el viento se coló por cada rendija de la casa. Tras esa helada tardía de primavera nunca volvieron a tener manzanas en la mesa. Nunca hasta aquella mañana -alguien diría que maléfica- en que se llenó la fuente de porcelana y la casa se perfumó entera. Ella, cuando se iba, lo prometió. Aseguró que les visitaría cada mes de octubre y recogerían juntos las manzanas ambarinas del árbol nuevo. Volvería, sí, que volvería cargada de regalos y noticias. Entre lágrimas de tristeza y nervios, entre besos de despedida y abrazos, les habló de futuras dulces tartas, planeó excursiones, auguró, ya casi perdiéndose de vista en su carroza rosa, risas y juegos frente a la lumbre del otoño… Pero pasaron más de mil amaneceres sin que sus dedos de niña abrieran de nuevo la cancela de aquel jardín. Pasaron primaveras de hojas verdes y cosechas de huertos. Les siguieron otoños de racimos, sarmientos y pámpanos de néctar. Se cubrieron los cielos de lluvias y días de trabajo, pies cansados y horizontes fatigados de tanta espera. Los siete corazones sintieron en invierno la serpiente de la tristeza zumbando cada noche tras la puerta, hasta que el veneno funesto les enfrió a escondidas, uno a uno. Ahora, mientras el mirlo clama desde el arroyo, ella vuelve al fin. La puerta está cubierta de zarzas y dentro de la casa la vida ha escapado de espaldas al sol. Sillas cojas, camas rotas, olor a cerrado y vacio. Mientras el bosque silencioso la envuelve con sus ojos lunares, Blancanieves, la que fue dueña de los espejos, ama de castillos y señora del príncipe azul, busca entre cenizas y estelas aquel viejo y querido sueño al que volver a despertar
La lluvia cae suavemente sobre los jardines de Manchester Square. Como si fuera abril, o tal vez otoño, llueve en un Londres con cielos de grises rizados. No durará mucho: a lo lejos el sol poniente insistirá y abrirá por fin la tarde en un abanico de ondas rosas y amarillas. El viejo Turner, donde quiera que esté, aplaude esta gloria fugitiva de luz que cada día maquina el astro. Luz que no hiere a los ojos, luz mínima como ya dormida. Sólo quedan ellos y el ruido de sus pasos en las salas que se apagan. Cuando la pareja sale por fin del museo, se queda absorta mirando al horizonte. A él, el cielo ardiendo le ha traído a la memoria un reflejo del traje de seda de la muchacha de Fragonard balanceándose sensual sobre el columpio de terciopelo. Y bien porque la humedad del aire anima a buscar refugio, bien porque el recuerdo de aquel arrebatamiento voluptuoso del escarpolette travieso aún le dura en la retina, aprieta la mano blanca más fuerte. Ella le dice que así, tan pasmados, se parecen a los personajes solitarios de Friedrich contemplando absortos las puestas de sol. Luego, antes de empezar a caminar, le cuenta que en su país y también en el de Friedrich el sol es madre, novia y femenina, tan femenina como las estrellas, mientras que la luna es padre y masculino como el más leal de los planetas. Él repite entonces con su acento francés Sonne und Mond, Sonne und Mond hasta tres veces más con los brazos extendidos como un sacerdote egipcio que ha perdido la cabeza, y ella se ríe. Todo sabe a instante: el aire, la luz, los ruidos de los coches a lo lejos, el café humeante que se tomarían, la cama que desharían. Volveremos a vernos, se dicen los dos desconocidos cogidos de la mano. Volveremos a encontrarnos, se dicen dos desconocidos que se separan al final de la avenida. La vida es un instante, vive la vida, le dice ella mientras se guarda en el bolsillo la entrada del museo con las palabras azules y apresuradas que él le ha escrito frente a Manchester Square: todo aquello, lo que quedó acumulado en el silencio. Vuelve a llover sobre Londres bajo la luna de noviembre.
No fue neura pero sí inquietud lo que sentí al leer esta semana en el periódico que “El Ayuntamiento de Teruel apuesta por una reordenación urbanística profunda de la vega del Turia”... Pronto me di cuenta de que el tiempo verbal no era futuro ni tan siquiera condicional, sino que más bien se trataba de un presente desvaído y encima sin financiación, así que respiré aliviada. De tan “profundo” y catastrófico experimento (por muchos premios que le den en el extranjero) quizás, mira por dónde, nos haya librado la funesta crisis. Por eso mismo, por aquello de los costes inasumibles, ni siquiera me pregunté por qué denostamos tanto los usos agrícolas si tener un suelo fértil es un privilegio (que yo sepa, aún no se come el cemento, y por cierto, aviso a navegantes que quieran ser más modernos que nadie: en las ciudades más vanguardistas se empieza a poner de moda levantar las capas hormigón para dejar al aire y libre la tierra). Convencida de su inutilidad, tampoco pedí que me explicaran dónde se nos quedaría la “vega” si en la misma habían de ir los “numerosos equipamientos desde playa artificial, piscinas y otras instalaciones deportivas hasta establecimientos comerciales, oficinas, locales de ocio o espacio para conciertos, manteniendo en su ubicación actual tanto la estación de ferrocarril como la futura intermodal”; supuse simplemente que se hablaba de una “veguita” de juguete, uno de esos rastros que se dejan como muestra para “poner en valor” precisamente lo que nos hemos cargado. Dudé de que el arquitecto que decía “reinterpretar” (¿?) nuestra muy vapuleada huerta del Turia hubiera leído la hermosa descripción que Madoz le dedicó allá por el XIX, ni que hubiera paseado de niño sus riberas o tan siquiera detenido más de dos minutos frente los fantásticos atardeceres desde el óvalo, y por esa misma ignorancia que le supuse, le excusé (me mosqueó más ese afán “desarrollista arrollador” que le ha entrado a nuestro querido Ayuntamiento). En lo que sí me detuve a pensar fue en el título del proyecto: Redes Neuronales, lo llamaban. Precisamente por esos días andaba yo leyendo el libro de F. Mora, Neurocultura: una cultura basada en el cerebro. Al parecer nos tendremos que ir acostumbrando a que el término “neuro” vaya precediendo a la mayoría de las ciencias y manifestaciones culturales (antes le tocó a “sostenible”). Lejos de ser algo snob la propuesta, en el libro aparecía muy bien justificada y sugería un futuro esperanzador. Lástima que al final todas las cosas nuevas y buenas terminen por perder su auténtico significado y su indudable valor por el mal uso y el manoseo: un proyecto que destruye lo bueno nunca debería calificarse de cerebral, sería demasiado desalentador para la inteligencia de todos.
ALBADAS 154-161
Ha estado fuera casi dos meses. Cuando vuelve después del viaje extraordinario, aún lleva prendido en su andar un poco del paisaje de ese país inmenso, olor a sándalo y cielos de color púrpura colgados en la mirada. Paseamos por nuestra ciudad, y sus escaparates son la galería de decenas de fotografías del Festival Teruel Punto Photo. Me sonrío y le digo que se le ve distinto, que se me acaba de ocurrir que sus viajes son como aquellas cámaras oscuras de nuestros bisabuelos, que dejaban una huella borrosa, casi indeleble, curiosamente tan hermosa por ser a la vez etérea y contundente. Sí, y puede que el tiempo de exposición haya sido breve, apenas cincuenta y siete días, pero la sensibilidad, mi sensibilidad, más que suficiente para que la imagen haya resultado de “alta calidad”, me responde él siguiéndome la broma de la fotografía; y continúa, esta vez con gesto y voz demasiado seria: voy a volver, sabes, regreso allí y lo dejo todo, absolutamente todo lo de aquí. En ese todo me incluye a mí también, pienso. Donde uno regresa es siempre a su casa, le digo, te confundes al hablar así, llevas una brújula estropeada. Pero él continúa subrayándolo de nuevo: voy a regresar, regresar donde habitan todos los sures del mundo. Antes de decirnos adiós una bandada de pájaros cruza sobre el viaducto en línea transversal. Los volveré a ver cuando su bitácora sabia, latiendo en el cuerpecillo tan menudo, les haga volver del mediodía. Atardeceres de Bombay, silencio profundo del Ganges, la muerte y la vida navegando en la misma barca. . . indios de sonrisa amable (dicen que los indios casi nunca sonríen de alegría, sino de dulzura). Quizás algún día llegue una carta mía a aquella India lejana, tan hermosa, tan atrayente, tan dramática. . . y buscará un portal entre los dolorosos laberintos oscuros y las aglomeraciones urbanas de colores, allí donde a menudo la vida ni siquiera dura el tiempo necesario para revelar una vieja película 127 , en blanco y negro. Tal vez cuando lleguen los fríos y le escriba, le mande mi foto de este verano junto a Williams B. Arrensberg. Al fin y al cabo, aquel viajero de Úrculo, el solitario de las maletas y el paraguas que tanto me recuerda a mi amigo, nunca abandonó Vetusta pese a estar constantemente regresando, como en mi fotografía.
En el cine, en aquellos domingos infantiles en los que abarrotábamos la sala que olía a tramusos, regaliz rojo y chicle Boomer (aquél que se desenrollaba y te comías a cachitos), he visto La venganza de un hombre llamado caballo. Bastante, muy bastante después, vi El último mohicano (de la que me compré, como casi todos, la banda sonora); y cómo no, un poco antes no me perdí al guaperas de Kevin Costner en Bailando con lobos. Me recuerdo también de niña viendo aquellas películas de ‘Sesión de Tarde’ de los sábados, (Orgullo comanche, El hacha de guerra, Río Grande, Fort Apache, Soldado azul. . .), sentada frente al televisor mientras mis hermanos pequeños jugaban con sus indios y vaqueros. Aquellos indios de plástico iban casi todos a caballo, el hacha o la lanza en la mano, sólo el que parecía el jefe, el que tenía alrededor de la cabeza el tocado de plumas más grande, se sostenía en el suelo, hierático, firme. Me gustaban los indios: aquéllos que llamaban salvajes, hombres y mujeres de largas trenzas oscuras, de movimientos lentos, casi estatuas como la figurita de juguete, y que se entendían sin apenas hablar. Me fascinaba su lucha pese a saber que todo estaba perdido: aquellas viejas películas dejaban una sensación agridulce al terminar que resultaba conocida, quizás porque la vida misma era y es así. Guardo grabaciones de sus canciones rituales y decenas de reproducciones de fotos antiguas: esos rostros serios, facciones hermosas talladas por el viento, miradas profundas que parecen taladrar el papel y acercarse al que las contempla. Tengo libros donde se recogen sus leyendas, estudios sobre su organización tribal, su sabiduría antigua, su respeto y amor por la tierra; páginas al fin donde se cuenta su historia con su grandeza y su masacre. No soy nada original, sé que hay más, que somos muchos más quienes nos sentimos fascinados por la imagen del anciano jefe indio mirando algo que nosotros no alcanzamos a ver más allá del horizonte. Yo, como todos los niños que a nuestro pesar después hemos resultado unos mayores plastas, idealistas y románticos empedernidos, “me colgué” por los luchadores-perdedores, “me hice” del bando de los indios. El IX Encuentro Internacional de pastores, nómadas y trashumantes que se está celebrando este fin de semana en Guadalaviar nos ha traído a un grupo de indios crows de Montana. Venir desde tan lejos hasta nosotros es un lujo (a mí me parece que vienen además desde mi infancia). No sé qué pensarían ellos, nuestros queridos indios, si llegaran a conocernos mejor. Seguro que esta tribu nuestra, la de los turolenses (pequeña, un poco perdida y un mucho perdedora) no les resultaría muy extraña. Tambores lejanos y no tan lejanos: los nuestros son sonidos hermanos.
-Dicen, señoras y señores, que el mundo es inteligible porque no puede haber más árboles que ramas. Aclarémonos pues: de ser cierta esta metáfora se comprende por qué todo, definitivamente y al final TODO, responde a una estructura en que nada se escapa: los mismos códigos genéticos en cada uno de los seres vivos repetidos, multiplicados desde el origen, incluso la propia arbitrariedad y el azar constituyendo la realidad más contundente, categórica, formando parte de la historia de la humanidad ciclo tras ciclo, resumen de la esencia misma del mundo desde su no-existencia hasta ahora. Así pues, aunque la incertidumbre por el desconocimiento de la información nos agobie, al final todo se reduce a un único tronco con múltiples bifurcaciones de ramitas, participando todas de la misma savia. No cabe un mundo ininteligible en el todo: cuando vemos más árboles que ramas hay que reducir, comprimir la realidad hasta hacer de la maraña una única esencia, ésa a la que la física ha señalado una y otra vez (que se lo digan a Newton) como la teoría del todo. Vamos a ver, amigos y amigas, según esto, si todo tiene que ver con el todo, si al final las historias se relacionan y se conectan y terminan por formar una única historia, no caben creencias sino certezas, sólo hay que seguir buscando incansablemente la línea que las une hasta comprender el… De un manotazo Luis movió la ruedecilla del buscador de sintonías de la radio, y en lugar de aquella voz metálica e indiferente (no sabría decir si de hombre o mujer), le salió la risotada de uno de los contertulios de la mañana. Le parecía tener espuma dentro de la cabeza, quizás aún estaba dormido o el reloj se le había parado. Desde la oscuridad que le envolvía por fuera y dentro de la cama, volvió a alargar la mano hacia el único punto de luz: la radio. En todas las emisoras contertulios ávidos de su minuto de gloria con la cara a y la cara b de la misma cantinela: inminente subida de impuestos, Garzón en el banquillo, España a la cola de la recuperación, General Motors dispuesto a vender Opel, tres meses sin acudir a fiestas para los vándalos de Pozuelo, la madre de Pajín que se va, la gripe y la vuelta a los colegios, 420 euros, el nuevo Velázquez… aquellas voces parecían saberlo todo de todo… Se tapó la cara con la sábana, en un gesto tan pueril como eficaz: al fin y al cabo era su primer domingo después de la vuelta al trabajo, y lo de siempre, lo mismo de antes que dejó, aquellas sesiones de cotidianidad, podían esperar... así que volvió a girar la ruedecilla y buscó de nuevo la voz inhumana: -Veamos pues, queridos y queridas oyentes, si la realidad tiene cierto interés es porque en todo conjunto arbitrario de cosas resulta que no todo es común ni todo es diverso… Luis ya volvía a dormir cuando nadie habló.
Cuando quien ha sido todo para ti durante más de sesenta años te suelta a bocajarro la temida pregunta, ésa que sabes con una certeza irremediable que no tardará en llegar, sientes que el metálico y feroz frío que empezó a empaparte hace tiempo ha terminado de una vez por calarte el alma entera, que te ha vencido por fin la sombra, deshaciéndote como un frágil barquito de papel bajo la tormenta. Cuando ha ocurrido, ella ha fingido que no se ha enterado, que simplemente no le ha escuchado, pero obstinada no ha dejado de buscar con la mirada la mirada del marido; en el fondo de las pupilas de Miguel le parece aún descubrir esa chispa que estos últimos meses le ha estado alimentando la esperanza. María en la confusión cree haber perdido el rumbo a la vez que se apagó su estrella, y quiere destrenzar el paso del tiempo, deshacer la realidad presente y agarrarse a cualquier señal. Ahora se aferra al recuerdo, más que nunca al recuerdo, para tenerlo de nuevo, para retenerlo. Recuperar una vida que cae en picado, volver a los días dorados. . . Un septiembre más pasando, y abre las ventanas para dejar entrar en casa el comienzo de invierno. Las viejas y queridas fotografías enmarcadas en plata, las galantes figuritas de porcelana, los relojes de campanadas graves. . . muebles de perfiles familiares, paredes suaves, espejos amigos. . . todo se ilumina con la luz del atardecer. ¿Quién te va a querer ahora, amor? Paseos de la mano en el crepúsculo primaveral, el primer beso bajo el saúco, el miedo al disparate de la guerra, el temblor dulce de dos cuerpos jóvenes en uno, la suerte, el trabajo duro, la risa. . . toda la ternura de una vida destilada en un suspiro: Amor, tu mano en mi mano, esperaremos la nieve azul juntos. Con la llegada de la Luna la habitación se ha vuelto plateada y ha entrado el aire fresco. María ya cierra las ventanas y se abriga cuando oye que la puerta de la calle se abre. Se escucha una sonrisa conocida acercarse por el pasillo. Llegarán ángeles que desvanecen sufrimientos, mariposas de cariño que tintinean y levantan soledades. Es el Amor que espanta olvidos y derrite el hielo. Nunca estaréis solos. Lunes, 21 de septiembre. Día Mundial del Alzheimer.
Con un cierto grado de estupor y otro tanto de bochorno nos sentimos los ciudadanos ante la noticia de que se prevea aprobar la tan esperada revisión del PGOU de la ciudad de Teruel sin acuerdo unánime, sin consenso; es más, que vamos a asistir de nuevo a un nacimiento con dudas sobre la viabilidad de su propio futuro, y que se hace con desgana y con prisas tras una farragosa lentitud burocrática, curiosamente todo ello padecido y escenificado a la vez. Escribo una obviedad al decir que un documento tan importante y que tanto tiempo, esfuerzo y, por qué no decirlo, tanto dinero nos está costando, debería haber tenido al menos un final honroso, digno y por encima de todo ILUSIONANTE. Proyectar una ciudad requiere siempre una gran capacidad de esfuerzo, de seriedad, compromiso y decisión; requiere un diálogo constante entre todos: políticos, técnicos, ciudadanos, asociaciones y, al final y sobre todo, requiere del consenso: porque no es sólo el PGOU para Teruel sino el PGOU de Teruel. Se trata de la hoja de ruta, del camino que vamos a andar todos juntos y nuestros hijos también. Se trata de creer en nuestra ciudad, en la que navegamos juntos en un camino difícil pero apasionante. Y que siempre estemos así, me dice un conocido por la calle . . . y me duele oírlo, me apena que cada día más entre mis convecinos se esté instalando la ironía unas veces, la indolencia otras; la ciudad, la construcción de una ciudad es tarea compartida, pero comprendo que el enfado reiterado ante algo que sabe a otro chasco más, agota a cualquiera. Dicen que las ciudades van madurando a base de las experiencias vividas, que su carácter se va fraguando con los avatares que van sorteando. . . A este paso, Teruel va a tener que recibir de nuevo el título de mártir con semejantes suplicios que nuestros dirigentes (de todos los colores sin excepción) nos hacen pasar. Algo falla en toda esta larga historia, porque en el último capítulo nos encontramos sin un final feliz, sin ese esperanzador “y comieron perdices” que a todos nos hubiera gustado “degustar”. Un Plan de Ordenación Urbana son palabras mayores, muchos intereses, demasiados como para llegar al final con dudas, con improvisaciones; muy al contrario, habría que haberse presentado con un trabajo impoluto por el derecho y el revés, diáfano, limpio, reluciente, como aquellos encajes de bolillos de nuestras abuelas, tan hermosos como resistentes, tan laboriosos como razonados, un trabajo para durar y dejar en herencia. Perplejidad de nuevo, pues, y cansancio, más cansancio. ¡Cómo me cansan ya unos y otros! Lo cierto es que no se puede decir que nos tengan contentos, no. Me refugio en Pessoa: “Lo que sobre todo hay en mí es cansancio y aquel desasosiego que es gemelo del cansancio, cuando éste no tiene más razón de ser que la de estar siendo”.
Suerte en Alejandría
No voy a entrar en hacer mi particular crítica de la película de Amenábar: para eso ya están los especialistas. Tampoco voy a hacer una exégesis de Hypatia: una vez que su figura ha sido divulgada en recreaciones noveladas y especialmente gracias a la película, su nombre sonará durante mucho tiempo, y será admirada por más de los cuatro que lo hacíamos antes tan contentos y satisfechos, cuando por ese sentimiento humano de apreciar en demasía lo exclusivo -tan egoísta como estúpido- las cosas, las personas, incluso las ideas nos parecen mejores y más nuestras por ser menos conocidas. Tampoco voy a hablar de los peligros del odioso fundamentalismo que de manera quizás algo ingenua vemos reflejado en la película. Quería sólo hablar del placer de conocer, y del privilegio, de la enorme suerte, que ha tocado vivir a nuestras generaciones por la facilidad que tenemos para acceder al “gozo del saber”. Y todo esto al hilo de la fabulosa biblioteca que estos días aparece tan real en medio de la oscuridad del cine. Desgraciadamente de la biblioteca legendaria, centro y gloria de la populosa ciudad egipcia sólo tenemos referencias documentales, pero muchos de los libros y descubrimientos de la antigüedad que nos han llegado lo hicieron merced al trabajo que se realizó allí. Y es que “allí”, los más sabios del mundo estudiaban de manera sistemática el Cosmos, el orden del universo en toda su complejidad: filosofía, medicina, astrología, literatura, geografía, matemáticas, biología, ingeniería. . . Entre los millones de estantes, tras las gruesas paredes de la Biblioteca aquellos seres humanos magníficos, aquellos “cosmopolitas” intentaban comprender. Era la ciencia y la cultura reverberando en cada esquina y era el tiempo como suspendido en medio de la suave penumbra de las columnas. . . era la Biblioteca de Alejandría: un mundo en el centro de la ciudad abarrotada y ruidosa. Quizás si el pueblo hubiera sabido de las maravillas que había dentro, si hubiera siquiera imaginado la trascendencia de sus hallazgos, no hubiera permitido su destrucción. Hoy en día la Biblioteca de Babel que anhelara Borges, esa infinita, atemporal y universal biblioteca, la biblioteca de todos y de todo, la tenemos al alcance de la mano. Estas navidades probablemente muchos de nosotros pediremos a los Reyes Magos el primer e-book. En poco tiempo todos tendremos nuestro lector de libros digitales que nos acompañará incluso con las tumbonas frente al mar. Es el placer del saber entre los dedos, el gozo de conocer al alcance de un “clic”. Nos esperan páginas inmensas, millones de palabras, viejas y nuevas en un galopar vertiginoso y más de 1700 años desde que Hypatia cruzó sin saberlo por última vez las puertas de la Biblioteca de Alejandría.
ESCALERICA
Si un fantasma es mucho fantasma, tres fantasmas juntos la Noche de Difuntos charlando en animada conversación en las Cuatro Esquinas, justo en la confluencia con la calle San Juan y al lado mismo de la farmacia (esa del Teruel de toda la vida), resulta ya una provocación. Claro que a esas horas (las cinco de la madrugada) pocos vecinos iban a oírlos. Eso al menos pensaban los fantasmas. Con lo que no contaban era con que María, la revoltosa María, tras pasar dos horas en la cama con los ojos abiertos como platos y un temblorcillo pinzándole el estómago, había decidido levantarse y asaltar la nevera. Salió al pasillo y se dejó guiar por el brillo de las velitas rojas que flotando sobre el aceite la abuela había dejado encendidas en la cocina. Son para los difuntos, hoy es la noche de las ánimas, niña, no hay por qué asustarse, es sólo para que sepan que nos acordamos. Y así, andando casi en tinieblas, descalza para que nadie se despertara, a medida que avanzaba por las baldosas frías los sonidos familiares le iban devolviendo un poquito de valentía. Cuando pasó por la habitación azul, los ronquidos del abuelo dominaban aquella sinfonía de murmullos. El abuelo, precisamente era quien le había contado el viejísimo cuento causa de su pesadilla. ¡Mariiiíca Mariiiiíca, que ya voy por la primera escalericaaa!... A quien le suene la famosa frase ya sabrá cuál era: ése, el clásico que nunca faltaba cuando al atardecer, y por estas fechas de buñuelos y huesos de santo, el abuelo y sus amigos, todos muy chicos, dejaban de jugar al escondite, al churrova, o a las canicas, y “arrepretaos” en las escaleras del cualquier portal competían en contar el relato más terrorífico, la historia más escalofriante… Había insistido María en que se lo contara, que le contara qué hacían de chicos, y a pesar de la advertencia del mayor y la broma del susto final ahora un miedo resbaladizo se le había pegado al sueño. Asomarse a la ventana y verlos fue todo uno. La Luna llena la delató: de inmediato se volvieron los fantasmas hacia ella y las cuencas vacías de mirada terrible se clavaron en sus ojos. Gesticularon los tres en una clara amenaza. El grito infantil rebotó en la pared del comedor, del comedor al pasillo, del pasillo a la puerta de la habitación de los padres y al cabezal de la cama de los abuelos… Cuando la familia corrió a su lado y se asomó a la ventana sólo alcanzaron a ver a aquellas caretas de “fantasmitas de Halloween” riendo y corriendo hacia la plaza del Torico, con sus piernecillas al aire bajo las sabanas arremangadas… Ahora ya ni los fantasmas son como los de antes María, le dijo el abuelo mientras la guiñaba un ojo y la devolvía a la cama…
ALBADAS 135-153
Acuerdo en la cumbre. Consenso franco-alemán y anglo-americano. Los del G-20 en Londres dicen haber encontrado la solución y todos contenemos la respiración. Mientras vemos la reacción de la Bolsa, y leemos la prensa salmón intentando sacar nuestras propias conclusiones, cruzamos los dedos. Nos piden confianza en esta reforma del sistema financiero y nos anuncian el fin de los paraísos fiscales, nos hablan de un billón de dólares (bailan sin acabar de encajar del todo tantos ceros en nuestra cabeza), aseguran con frases y compromisos rotundos el apoyo a las economías emergentes… Da un poco de vértigo pensar que en dos días estos políticos que han encontrado “la fórmula de la recuperación” y se han puesto además de acuerdo para llevarla a cabo conjuntamente; son los mismos que la semana anterior, que el mes pasado, que el septiembre del dos mil ocho, navegaban con la brújula averiada cada uno por un lado… comprenderán nuestra sorpresa, al menos. Si ya está, si éste era el camino y el final del túnel era tan claro, tendremos que pellizcarnos para asegurarnos que no es un sueño, que han aprendido la lección y no van a volver ni crisis ni nada que se le parezca. Tomemos pues aire y esperemos los acontecimientos que confirmen que esta “sobreactuación” de los miembros del G-20, hablando de un antes y un después definitivo, de un paso histórico, responde a la realidad. Mientras tanto y para que la espera no se haga larga, no nos faltarán en papel couché las imágenes de la otra “cumbre”, la de las sonrisas maquilladas de las “primeras damas” (los “damos” no, los maridos de la canciller alemana y la presidenta argentina al parecer se excusaron). Triunfo del glamour tomando el té en el Buckingham Palace o cenando en el número 10 de Downing Street luciendo vestidos y complementos para los fotógrafos (no en balde se la ha llamado también “la cumbre de los bolsos”). Me alegro mucho de que Sonsoles Espinosa, discreta e inteligente esposa de nuestro presidente, haya declinado la invitación de participar en estas reuniones paralelas y sin duda frívolas. Además de denigrantes para la mujer como acompañante-florero, el despilfarro en medidas de seguridad y lujo poco tenía que ver con el objetivo del encuentro y cuando menos ruboriza tal derroche de semejante exhibición. A los cazadores de la prensa rosa les fallaron también la esposa de Sarkozy, Carla Bruni y la esposa de Berlusconi, Veronica Lario, aunque Michelle Obama colmó con creces sus objetivos. A la cita tampoco acudieron las siete esposas del rey de Arabia Saudí, Abdullah Bin-Abd-al- Aziz Al Saud es lo que tiene lo de de la poligamia: ¡que se lleva tan mal con el protocolo!
PACHAMAMA
Ayer se celebró en Zaragoza una manifestación estatal con el lema: Por una alimentación y agricultura libres de transgénicos. Culminaba así una serie de actos realizados en este mes por toda España en contra de su uso y a favor de una autonomía en la alimentación garantizada. El tema es preocupante y coincide además con la polémica surgida estos días ante la negativa de Alemania de seguir utilizando las semillas MON 810, el maíz transgénico comercializado por la multinacional americana Monsanto, amparándose en la cláusula de la Directiva comunitaria que permite la suspensión temporal del cultivo de productos modificados genéticamente por parte de cualquier estado miembro si en cualquier momento tuviera dudas sobre su seguridad. La lucha comercial y de intereses económicos se ha abierto y la gran empresa estadounidense amenaza con iniciar acciones legales si el agricultor alemán no utiliza sus semillas transgénicas. Intento siempre que puedo no tomar una posición hasta que me documento bien o al menos contrasto opiniones en uno u otro aspecto. Pues bien, cuando coloco en dos columnas los pros y los contras sobre este asunto lo tengo muy claro: NO a los OMG. La incertidumbre sobre las consecuencias inocuas de este tipo de experimentos es tan alta que sólo hay que decir que mientras los laboratorios que certifican su inocuidad son los mismos que financian las grandes multinacionales que los producen y comercializan, gran número de científicos ha puesto en cuestión su inocencia y señalado los graves peligros que supone su uso para la salud y la biodiversidad. Me irrita además que nos manipulen diciendo que son la solución al hambre por permitir producir alimentos en gran número y a costes reducidos, cuando lo único que hacen es abrir más la brecha que separa a pobres y ricos, dejando en manos de las multinacionales la decisión de lo que cultivamos y comemos, sometiéndonos a la dictadura de los intereses de unos pocos, que son los que poseen las semillas y se enriquecen con ingresos extraordinarios. Lamentablemente España es el país que más maíz transgénico produce en Europa (80.000 Ha.) y concretamente Aragón el mayor productor de toda la UE. Urge que reconsideremos y corrijamos. Si tenemos en cuenta el cambio del gobierno español en el pasado mes de marzo votando en contra de la Comisión Europea que pretendía forzar a este cultivo a todos los países, esperemos que ahora a esta acertada decisión le siga la prohibición de su producción en nuestro país. De momento también en las Cortes de Aragón se ha admitido una proposición no de Ley de IU sobre el tema. Hay mucho trabajo aún por hacer y mucho camino por andar, por ello son necesarias manifestaciones como las de ayer. Todas las acciones que ayuden a concienciarnos y a preservar la biodiversidad, la salud y la libertad son más que bienvenidas.
SPIDERMAN
Y un día en que llovía mucho, tanto que los cristales parecían ríos trenzados en las fachadas de las casas, decidió imaginarse como sería el mejor de los mundos. Sólo por no aburrirse lo hizo; sólo por eso, que no le influyeron nada, el desamor y el desengaño; que ni siquiera le afectó el desaire y las traiciones de aquellos que le llamaron un día compañero. Me dio su palabra de que empezó a pensarlo sólo por fantasear y hacer el paso del tiempo más llevadero. Sólo por eso. Y así, una de esas tardes cualesquiera de cualquier interminable domingo por la tarde, me contó que se convirtió en un demiurgo caprichoso construyendo el universo. Pensó en alejar de sus criaturas la mirada herida del desprecio y la transparencia de la muerte. Les dotó del olvido del olvido y les ahuyentó los umbrales tendidos al vacío, esos dónde nunca entra el sol, ni el crudo invierno. Llenó los pueblos de poetas-músicos, matemáticos-poetas, astronautas-poetas, filósofos-poetas, sabios-poetas y colocó dos lunas poetisas más; y después, descansó. Recostado en el sillón y satisfecho se dijo que en el mejor de los mundos, en el suyo, no habría jóvenes airados porque todos llegarían a las puertas del cielo sin necesidad de auparse sobre otros ni apostar todo a doble o nada. Además, estaría el olor, aquel perfume envolviendo todo… acercó la nariz a los vidrios empapados de la ventana, la abrió para dejar que le invadiera los pulmones, y decidió que el mejor de los mundos olería a lluvia de mes de abril de una tarde de domingo, cualquier domingo le valdría. Pero casi anochece ya. Y ahí afuera en su jardín del adosado sólo hay humedad y bichos, muchos bichos. Se adivinan los millones de hormigas azules, que murmuran cruzando sus antenas y a oscuras excavan túneles largos, interminables y retorcidos. El silencio es un vacío porque los grillos están mudos todavía. Dejan hileras plateadas, que serpentean brillantes bajo el astro menguante, los caracoles. Una araña transparente, casi liquida como una gota de agua, busca refugio junto a sus zapatillas, justo, justo al borde del infierno. Cuando yo llego aún delira y tiene escalofríos. Me cuenta que sólo le faltaba por inventar el color del cielo cuando sintió la picadura, fuerte y abrasadora, como una centella explotándole en medio de la frente. Aun en el mejor de los sueños, súbitamente, ocurren estas cosas le digo, y cierro la ventana donde la lluvia repicará hasta bien entrado el amanecer, para perderse después, al alba, en la lejanía.
IRIS NARANJA
Tal vez las cosas son siempre las mismas y lo que las hace diferentes son las miradas; o quizás son las cosas las que hacen distintas a la miradas… ¡Vaya trabalenguas que me apliqué la semana pasada, justamente el domingo por la tarde, mientras asistía en la plaza del Torico al homenaje a nuestros campeones de voleibol CAI TERUEL!... Lo cierto es que en la desbordante alegría de los turolenses rodeando al equipo ganador había mucho más que la celebración de una victoria o de un triunfo: todos –y qué conscientes estaban de ello especialmente los generosos jugadores– sabíamos que estábamos viviendo un instante mágico en ese júbilo compartido. Acertó plenamente elSabe al titular a su rap Orgullo naranja, porque precisamente era eso lo que vibraba bajo los porches de la plaza y replicaba desde los serpenteantes leds hacia el cielo todavía claro: el orgullo, la honra de ser turolenses y de que las cosas “alguna vez” nos habían ido muy, pero que muy bien. Hoy, transcurrida una semana ya del acontecimiento, quisiera volver a revivir aquí precisamente aquella tarde estupenda que ha quedado en nuestra memoria individual y colectiva por lo que tuvo para todos de gratificante y alentadora. Aunque me consta que después ha habido más homenajes, y han sido también muchos los que se han acercado a posar junto al CAI Voleibol Teruel (ya dicen que “ir en auxilio del vencedor” tira mucho, y en las fotos junto al ganador siempre parece que su aureola ampara, favorecedora, a cualquiera que se le arrime…), Teruel, el domingo pasado fue distinto y también nuestras miradas diferentes. Porque de la trinchera, un poco deslumbrados por la falta de costumbre a la evidencia del triunfo conseguido, los turolenses allí concentrados sonreímos y cantamos desinhibidos aun sin ser julio vaquillero; allí, junto al querido Torico, en este territorio duro y de gentes habituadas al olvido, el aire fue más vivo el primer domingo de mayo y la euforia nos empapó con la marea a grandes y chicos. Nosotros, los turolenses, a menudo al margen de formar parte de algo y compelidos casi siempre por el albur de la nada, esa tarde pudimos sentirnos parte de un sueño cumplido. Gracias al CAI Voleibol Teruel, jugadores, técnicos y directiva, por darnos esperanza de reflejos ambarinos. Esta vez mi adivinanza del principio tiene fácil respuesta: fueron “las cosas” las que hicieron diferente nuestra mirada. Las cosas bien hechas, las conseguidas con esfuerzo, con ilusión... y sobre todo con profesionalidad y responsabilidad. He aquí un ejemplo para todos (los que salen en la foto y los que nunca lo harán) , así que lo dicho: ¡Gracias por esa inolvidable tarde de iris naranja!
TURNOS
PASOS SOBRE GRIS
He paseado estos días, al atardecer, por la vieja carretera de Cuenca. Es un camino tranquilo, placentero, donde resuenan los pasos, y que para mí, como para muchos turolenses, está lleno de recuerdos infantiles. Muchos de nosotros, cuando los días de aquellos otros mayos calurosos ya alargaban, a la salida del instituto nos acercábamos a la vecina Fuente de la Salud para cazar cucharetas y hacer barcos con los juncos –la llamábamos así, en singular, aunque sabíamos que había varios manantiales más entre las horadadas paredes blancas de las calizas–. Después nos gustaba acercarnos a la otra, a la Fuente del Chorrillo, y pasear por aquella carretera tan cercana, tan inmediata, pero que a la vez tenía para nosotros el halo de lo desconocido y la emoción de la aventura... como esas antiguas carreteras que atravesaban los pueblos y seguían y seguían hasta que la vista los perdía, infinitas para nuestros ojos de niños, pero que nuestra ingenuidad ya presentía como atajos para asomarse al borde del horizonte, prometedores de ciudades encantadas con futuro aún sin estrenar (Donde muere la carretera / qué pocos quedan / donde muere la carretera, / alguien me espera… En aquel entonces la letra de la canción de Petisme hubiera sido una premonición certera y dolorosa). Hoy en día la antigua carretera de Cuenca conserva todavía parte de aquel encanto misterioso de su acequia en alto (recuerdo las leyendas que mi abuela contaba de aquel canal medio escondido entre la maleza y que hacían temblar de miedo a los más chicos cumpliendo con su papel –¡qué sabias sin saberlo las abuelas!– de atemorizar a la chiquillería para no acercarnos al “peligro”). Aunque menos, sigue siendo hoy la carretera de frondosa y refrescante sombra de antaño: le quedan todavía algunos de sus grandes chopos, ahora con la corteza muy arrugada, apenas casi hilvanada al tronco; también sobreviven las golosas zarzamoras, los enigmáticos y mágicos saúcos que perfuman suavemente el aire, las acacias, blancas estos días por la abundante cosecha de flores, castaños de indias, nogales… y cómo no, reposando apacible la impresionante sequoya. Hoy apenas pasan coches, y cuando lo hacen parecen como despistados y van a paso de coche antiguo, a juego con los edificios modernistas que aún bordean las lindes del asfalto. Y, sobre todo, están todavía los huertos, verdaderos oasis entre la cicatriz azul de la carretera, con sus caballones rectos como acariciados por el peine de un ser mágico y gigante, la delicadeza de la verdura surgiendo obediente, el laberinto organizado de las tajaderas y canalillos… Pero se me acaba el espacio sin poder hablar de ellos, del ruiseñor, la curruca, el jilguero, el mirlo, el verdecillo… o del canto de los grillos que me despiden cuando ya me alejo.
Narran estas albadas los pequeños laberintos de la vida cotidiana, a la vez que exponen una forma de mirar, en donde cabe todo, pero especialmente cabe la vida diaria de Teruel, porque Teruel es el protagonista de estas páginas. Yo misma, autora de aquel librito Albadas que tan amablemente prologaba así el poeta Manuel Vilas, me sorprendí al leerlo, pero era cierto que al poner todos juntos, uno tras otro los recortes de los domingos, semana tras semana, me salía algo parecido al diario de un año turolense, una especie de intrahistoria de la cotidianeidad que recuperaba sensaciones y vivencias, enfados, rabietas y también alegrías e ilusiones en, de y por esta ciudad. Volverlas a leer era como sacarlas del olvido, revivir y recuperar del pasado de primaveras a inviernos. Escribir puede que sea lo más parecido a poner tiritas y yodo a lo efímera que es la vida. Todos al encontrarnos con esa olvidada carta de juventud, la vieja redacción del colegio, o con aquellos folios de la carpeta de cartón azul descolorido, al identificarnos de esa manera con nuestro yo de hace un tiempo, nos hemos visto como reflejados desde dentro de un espejo, el espejo de lo escrito. Aquellos periódicos, las páginas amarillas forrando el estante más alto de la librería de vuelta a nuestras manos, nos traen siempre un poco de melancolía, un tanto de asombro, y alguna que otra vez una rabieta… pero siempre están llenos de la complicidad que da el saber que aquellas letras han formado parte de nosotros en algún momento del pasado. Precisamente también de domingo a domingo, sale en el Diario de Teruel la curiosa sección La Máquina del Tiempo coordinada por Mariano J. Esteban. Se desgrana allí cada semana parte de nuestra historia más reciente. Recuperar aquellas viejas noticias nos hace reconocernos o rechazarnos en ese otro Teruel que fuimos… ¿tanto ha cambiado esta tierra o tan poco hemos avanzado? La respuesta cada domingo cuando las lean. Antes de terminar me gustaría recomendar aquí una Web que quizás conozcan. Se trata la página del Ministerio de Cultura en la que progresivamente se va colgando perfectamente escaneada toda la prensa histórica española. Por lo que respecta a Teruel se pueden ya leer más de 33 títulos de periódicos de finales del siglo XIX y principios del XX. Es un verdadero lujo acceder en la pantallita de tu ordenador, cómodamente desde casa, a todo este tesoro bibliográfico con sólo poner en búsqueda la palabra mágica TERUEL. La dirección:
http://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/busqueda.cmd
Leo en Ecologista un artículo de Javier Zarzuela titulado El Movimiento de Transición. Había oído tan sólo referencias de este movimiento nacido hace tres años en el Reino Unido –extendido ya exponencialmente por multitud de países– que ahonda en sobrevivir a las consecuencias de la próxima desaparición del petróleo como energía abundante y barata (cada vez está más cerca el temido “Pico del Petróleo”). Aún no había leído nada detenidamente sobre él; lo hago ahora, y tras un primer momento de perplejidad y luego un bastante de desasosiego –supongo que el que a todos nos entra cuando nos ponemos a pensar más de dos minutos seguidos en estos temas– me detengo en una frase: “Tras la conciencia de nuestra fragilidad, ¿hay alguna alternativa personal o colectiva al miedo? Sobre esa pregunta pivota el Movimiento de Transición”. Terminan por interesarme gratamente sus ideas, especialmente porque no veo que caigan en la búsqueda de quimeras o entelequias de autosuficiencia, ni tampoco en fatalismos o hecatombes, sino que iluminan sus propuestas con cierta dosis de esperanza (Chamberlain, uno de sus ideólogos, habla de “oscuro optimismo”) y mucho de solidaridad. Las convicciones y actividades defendidas por el Transition Towns están fuertemente vinculadas a la iniciativa local y eso me hace pensar (¿me llamará alguien ilusa?) que sería en poblaciones pequeñas e “incluso inteligentes” como por ejemplo Teruel, donde se podrían hacer realidad de una manera tan evidente como ejemplar. En la suma de ocurrencias está la riqueza mayor, y si bien cada iniciativa vecinal tiene su personalidad, todas se nutren de la visión colectiva de un futuro local que esté menos supeditado a la energías, capaz de generar sus bienes básicos y sustentarse en la colaboración de las personas cercanas, es decir ser el resultado de las aportaciones de todos los vecinos; se trata de una visión “inclusiva” de toda la sociedad, donde todos son necesarios. No quieren sus seguidores calificar el movimiento de político, ecologista o de presión, y aseguran que “su poder persuasivo se genera sobre la visión de un futuro posible, el entusiasmo por el reto colectivo y la liberación de creatividad, más que sobre la imagen de un porvenir catastrófico”. Está bien, me digo, es una iniciativa ciudadana, y hoy, en que los políticos cada día decepcionan más, puede que esté ahí el camino y la solución: en los grupos que se conciencian, que piensan, que se comprometen, que crean y creen en el trabajo colectivo y sobre todo positivo. Habrá que saber más del tema, así que les dejo y me sumerjo en el Google a la caza de información.
MAR BLANCO
Ya están aquí las Fiestas del Ángel: vuelven los hermosos días de verano. Y yo alcanzo de nuevo, como en un ritual, el estante más alto y hago balance de pañuelos, fajas, pantalones… Agenciarse las zapatillas más cómodas, coser escudos… gestos repetidos que siento ya vividos. Parecen brillar soles de otros días, pero cada año, cada vaquilla, lleva prendido un color, un tono en el sentimiento diferente. Qué quieren que les diga, y perdónenme la comparación (quien me conozca sabe que no cambio nuestras fiestas por ninguna campanada) pero me pasa igual cada Noche Vieja: que se me juntan a partes iguales la nostalgia y la esperanza, la alegría desbordada con ese puntito del vértigo de la tristeza. Este año me he encontrado un pequeño folleto (de Peñas) con la foto del bueno de Pipo Rodríguez. A Pipo siempre lo recuerdo en vaquillas de color verde, en la alegría de un hermoso y nuevo verde esmeralda: eran años de Vaquilla en que ejerciendo de hermana mayor alguna que otra vez iba a echar un vistazo a los pequeños y me acercaba a la Peña el Ajo… y estaban allí: mis dos hermanos riéndose con sus amigos, y entre ellos el genial Pipo siempre con su sonrisa y pletórico de divertidas ocurrencias. Recuerdo ahora también al añorado Ramón Calvé, y cómo una Vaquilla casi de color púrpura, me di cuenta de que él ya no volvería a elegir los ensogados. Este julio anaranjado no buscará la quietud para pasear Mariano Esteban, ni Carlos Méndez pondrá su sabiduría y su valiente corazón guiando la soga, como un ángel de la guarda de vaquilleros despistados. Y yo, qué quieren que les diga, echaré como siempre de menos a mi querido abuelo que me llevaba de la mano desde la plaza de la Catedral hasta los porches del Torico en aquellas Vaquillas azules de mi infancia, y recordaré las Vaquillas violetas en las que todavía era posible encontrarme tras una esquina con un increíble y estrafalario sombrero, y debajo a mi primo Miguel, ahora prendido en el fulgor de una estrella. Vaquillas de colores, tantos y tan queridos como aquéllos que nos han acompañado… ellos son como las líneas de nuestra piel: bajorrelieves de recuerdos que nos conforman. Con nosotros, porque son nosotros, vendrán de nuevo estas fiestas a poner el pañuelico y nos acompañarán después, en la casa sosegada. La vida es así: dulce y amarga, luz y sombra, un ir y venir de un mar de todos los colores que no alcanzamos a comprender. Es el mar imposible de aquella dulce mariposa: Intenta en vano / posarse sobre la ola / la mariposa.
Escucho la memorable canción mientras escribo estas líneas. La versión de Michael Jackson, claro, porque ha sido en las imágenes que la televisión ha retransmitido de su funeral cuando la he vuelto a oír y qué menos que hacerle el honor de escucharle cantando su canción favorita. Aunque prefiera la vieja versión de Nat King Cole, escuchar a Jackson me gusta y es siempre un placer. Charlie Chaplin compuso Smile (el actor componía casi todas las canciones de sus fantásticas, de sus geniales películas) para acompañar la escena final de “Tiempos Modernos”. En ella suena la melodía sólo una vez, justo segundos antes del the end; es en ese trocito inolvidable, en que Charlot descubre a su compañera triste y la invita a caminar, confiada, por la polvorienta y solitaria carretera que parece conducir a ninguna parte (o hacia todas, quién sabe nada o mejor para qué saber todo). Final resuelto magistralmente para una película que refleja a un Chaplin, que como todos sus contemporáneos –como nosotros mismos que somos ahora y en aquel entonces no-éramos más que inaprensible vacío– no tenía muy claro qué era aquello de los “nuevos tiempos”. Pero Chaplin estaba decidido a regalarnos optimismo y reconfortarnos haciendo que, pasara lo que pasara, nunca nos faltará la ternura de una sonrisa al ver sus películas (cómo resistirse a la fascinante The kid). La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes de que el telón se baje y la obra termine sin aplausos, nos decía... El payaso que pese a la burla sigue bailando, el hombre bueno que se rehace de la mala suerte o de la mentira y pelea mientras sigue caminando… smile, smile… y en la gran pantalla mientras suena la dulce música con dedos sabios dibuja Charlot sobre el rostro de Paulette la amorosa sonrisa. No es solo carpe diem, es algo mucho más profundo en el que se mezcla el afecto generoso de dar y el compromiso contra la injusticia; el poder de una sonrisa es el más fuerte que tenemos: siempre queda prendido algo de su calor en el alma que nos mira, aunque después nos haya negado. Estamos en plenas fiestas, sonriamos pues; hagámosle caso al genial Charlot, y sonriamos… es una magnífica excusa la de nuestras Vaquillas para empezar a practicar… Sonríe aunque te duela el corazón / sonríe aún mientras se rompe… smile and maybe tomorrow / You’ll see the sun come shining through for you”.
Pasaron las fiestas y Teruel se le quedó pequeña. De tan vacía como estaba ahora, de tan tranquila después de la marea de emociones que los tomó en Vaquillas (a él y a la ciudad, que para ambos había habido aventura) se le hacía minúscula, casi opresiva, pese a que nunca en todo el año era más espaciosa, más ilimitada que en verano. A veces le gustaba imaginar que él era su único habitante; especialmente a la hora de comer o más tarde, en la de la siesta, cuando por las calles silenciosas y abochornadas por el calor del mediodía, era él sólo, valiente alunado, quien se atrevía a pasear sorteando farolas y alcorques. Él solamente y… ¡los gatos! que cada vez en mayor número se le asomaban por las esquinas de las calles del centro. Primero para mirarle fijamente, y después para caminar a su lado emitiendo un ronroneo suave. La cosa, que al principio le hizo gracia, le empezó a inquietar cuando su número pasó de la cifra mágica de siete a ocho, de diez a quince, después casi la cincuentena… ¿De dónde demonios habría salido tanto gato? El grupo de felinos, que cada vez más empezaba a parecerse a un ejército de bailarines desfigurados, o a una formación de atletas desfilando antes de una competición fantasma en la que él parecía haber sido elegido abanderado, pisaban decididos el pavimento de la calle Comadre, de la plaza de la Judería, bajaban junto a él por la calle Caracol, casi de puntillas sobre las aceras de los bares de La Zona que todavía desprendían el aroma entre dulzón y nauseabundo de los restos de la fiesta… Despacio, pero sin pausa, sin perder ni un ápice de su majestuosa apariencia, le seguían siempre: se paraban si él lo hacía en los porches de la plaza del Torico, giraban si el torcía por la calle Santiago, o si se metía en un portal para salir por otro, no tardaban en rodearle de nuevo como si tal cosa. Junto al Seminario oyó las chicharras de las vecinas acacias, y un olor a tormenta le aceleró los pulsos. En medio del pánico recordó que el rumor de las terrazas llegaría pronto cuando budas y dioses se refrescaran juntos al atardecer; porque con la luna y tras la lluvia, los seres humanos bajarían por fin de sus casas herméticas e inaccesibles para apoderarse de la calle. Entonces, aquel ejército de gatos no tendría ya más remedio que volver a sus tejados, borrarse completamente de su mente, porque era seguro que sólo estaban en su cabeza, tanto como el recuerdo de aquella despedida de lunes de Vaquilla, cuando antes de perderse en el interior del gran coche oscuro, ella le prometió que algún día viajarían juntos a lugares maravillosos y él le contestó, galante, que le daría igual vivir en el paraíso que en el cuarto de calderas siempre que ella estuviera allí. Pero un verano más se quedó en Teruel, aquel gato loco que se pensaba hombre y prometía amores a las hermosas forasteras.
TRISTEZA
LA VIE EN ROSE
Últimamente al estar de vacaciones y disponer de más tiempo he empezado a practicar un nuevo deporte. A mi novel actividad la he bautizado como a la búsqueda y encuentro de la marca; y puedo asegurarles que no es trabajo baladí en este Teruel nuestro completar con éxito la misión, suele llevar lo suyo, a fe mía... Pero como una es contumaz, aquí me tienen: aún me quedan ganas y días, hasta que se me termine agosto, claro, para salir de expedición e ir más allá del universo de los escaparates y llenar la despensa; es cierto que al principio, cuando oí por primera vez hablar de las marcas blancas y aquello de igual de buenas que las grandes marcas y más baratas porque no hay gastos de publicidad, me resultó simpática la idea; pero la cosa no es tan simple y evidentemente no toda elección debe terminar por reducirse al menor precio. El poder decidir al comprar, el dudar, el acertar o equivocarse también, por qué no, es primordial; es lo que llaman “el derecho de libertad de elección del consumidor”. Y eso mismo, esa libertad, en esta ciudad resulta un tanto limitada, especialmente porque se nos complica con muchas variables más, entre ellas, y especialmente, con la progresiva desaparición del comercio tradicional, ése al que íbamos a comprar cogidos de la mano de nuestras madres (en la otra, ella solía llevar aquellos bolsos de malla de colores en los que parecía caber la tienda entera). Topar con la lata de atún que nos gusta, el detergente que creemos que deja la ropa más blanca o el salchichón con las especias justas para agradar el paladar de la familia. . . encontrar eso y bastantes cosas más se ha convertido ahora en una dificultad, simplemente porque algunas grandes superficies ya no los ofrecen al sustituirlos por sus marcas de distribución; y por otro lado el pequeño comercio, agobiado, ahogado por la competencia, cada vez es más escaso. No es que desconfíe de las marcas blancas y de su relación calidad-precio o prefiera las marcas líderes (sabemos que los medios de comunicación las apoyan públicamente porque son las que les posibilitan el negocio), simplemente lo que defiendo aquí es poder escaparme de ese agobio de la compra dirigida por unos y por otros. Quiero seguir teniendo la posibilidad de llevarme a casa ese aceite que me ha gustado siempre u optar, si lo decido así, por una marca blanca de galletas, pero quiero elegirlo yo. Y sobre todo quiero tener la posibilidad de apostar por los productos locales, porque elegir lo nuestro es la mejor manera de contribuir al progreso de nuestra tierra y conservar la biodiversidad general.