AVENTURERO
(3 de diciembre de 2011)
M. sabe que hoy en día ya no quedan mares anónimos que surcar, países por descubrir, indígenas que deslumbrar. Piensa que su tiempo debería haber sido mucho antes y que inexplicablemente algo falló cuando se cuadró la fecha de su nacimiento: éste se produjo demasiado tarde (unos cinco siglos más o menos tarde, calcula él). Desde niño siempre quiso ser el primero en ver, el voluntario para probar lo desconocido, el atrevido al que no le importaba intentarlo todo. Alma de aventurero le llamó su abuela cuando a altas horas de una noche, mientras todos dormían, salió a la calle para enterarse del porqué no dejaban de ladrar Sultán y Lea; un incorregible imprudente le gritó su profesor de química cuando casi hace estallar el matraz al calentarlo. El recuerdo le hace estremecer y se sube el cuello del abrigo. Además también se siente destemplado por el frío. Desde hace seis días se ha instalado la niebla en la ciudad y las luces de Navidad, enmarañadas sobre las ramas de los árboles del Paseo, tienen un brillo extraño, una luz húmeda, que más que felices fiestas parecen anunciar el paso de una aterida procesión. Cuando el autobús gira la curva y enfila la Avenida ve salir del cine a diez o doce personas; el grupo se disgrega pronto: ya es tarde y ni los neones encendidos de los escaparates consiguen acallar la promesa de la cena caliente y las zapatillas en casa. Ya apenas queda nadie en la calle.
Conducir un autobús nocturno es lo mas parecido a llevar el timón de un velero por los inhóspitos mares del Ártico, o al menos así se lo quiere imaginar M. mientras observa las manos del conductor vestido de uniforme azul. Las puertas se cierran tras él y aquella nave de metal se aleja hacia las otras orillas de la ciudad. Él, por su parte, recala en la salida de emergencias de un gran edificio. Ser vigilante de noche de unos super-almacenes haría las delicias de muchas personas, se dice sonriendo. El cigarrillo en la puerta con Jesús, su amigo vigilante, es breve, lo justo para comentar las novedades del día: el resultado de la semifinal del partido, lo poco que ha salido el sol hoy y la reforma laboral que se anuncia. Se despide de él como cada noche, con un chasquido del pulgar e índice y continua calle arriba. Se oye tras la esquina el ruido del camión de la basura vaciando los contenedores. Dentro del ascensor se le ocurre que a veces se siente como ese farero que al mirar al horizonte nota el peso enorme y desproporcionado de su torre vigía. Varado en medio de los miles de caminos que dibuja la espuma del océano, M. ha encontrado, sin embargo en su trabajo de cada noche, el territorio imaginario de las mágicas historias de su infancia, el viaje a lo desconocido de adolescente.
Desde la emisora se divisa gran parte de la ciudad; incluso, cuando las noches no son como ésta, llenas de niebla, se alcanzan a ver las luces de Aeropuerto. Mi amigo M. enciende la señal de “on” y se lanza a explorar las ondas azules. En su viaje no está solo: tiene como compañeros a otros muchos que como a él no nos ha conseguido atrapar el sueño. Juntos, trotamundos inquietos, navegaremos por el país interminable y nunca conquistado de la Radio y será esta noche de nuevo la Aventura.
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