UN RAYO DE SOL (23 de marzo de 2013)
Sha la la la la, oh, oh, oh… en la máquina de discos no paraban de cantar Los Diablos. La fuerza de su “rayo de sol” se multiplicaba a las dos de la tarde de aquel día de julio por el calor de los mil rayos y centellas inimaginables. Hacía bochorno y los cielos increíbles de Teruel (sólo una nube blanca se atrevía a navegar por su azul) seguro que se veían mejor bajo la sombrilla o los escasos árboles del recinto. Como Luis no había tenido suerte y sólo tenía el cobijo de su toalla sobre la que estaba tumbado (ni siquiera una triste visera de esas de Mirinda que daban gratis a la entrada), antes de darse la vuelta y ofrecer al implacable sol su abundante pelambrera (muchos chicos llevaban el pelo largo) decidió acercarse hasta el bar y pedirse una Fanta. Como casi siempre, habían quedado los amigos para pasar la tarde en el “Poli”, pero él había preferido adelantarse y comer allí. Se había traído un bocadillo de chorizo pamplonés (ya le advirtió su madre que cuando se lo fuera a comer, con tanto calor y metido en la bolsa de deporte, aquello estaría pringoso, como pasado a la plancha… que mejor se llevara uno de jamón, pero cómo a él le pirriaba el pamplonés…). Luis quiso ir antes porque había calculado que así aún vería a Marisa. Marisa iba sólo por las mañanas al Poli (por la tarde tenía repaso de matemáticas, que le habían caído tres para septiembre y sus padres se habían puesto muy “pesadicos” aquel año con lo de los suspensos). Sobre las dos y media, a la misma hora que “la chica de sus sueños” se iba, también mucha gente dejaba la piscina para ir a casa a comer; entonces, por breves momentos (si la máquina de monedas de los discos estaba callada y no como ese día) desaparecían las risas y los gritos, el colorido de las toallas sobre el cemento y el escaso césped; y los bronceadores de zanahoria; y las revistas… y aquellas bolsas grandes al hombro que llevaban las madres con dos o tres niños cogidos de su cintura…. entonces la calma se adueñaba de todo, parecía hasta rebotar y multiplicarse en la lamina del agua clorada, y Luis tenía la impresión de que el Poli se volvía todavía más pequeño, casi de mentira, como un escenario donde permanecían diseminadas algunas figuritas semi-tumbadas que como él iban desenvolviendo perezosamente sus bocadillos. Aunque algún bañista aprovecha para hacer largos y largos completamente a sus anchas, el Poli entero, con su socorrista y el camarero del bar incluido, entraban en un amago de siesta que pronto se rompería con la llegada del relevo de los bañistas de la tarde. El “Poli” era el diminutivo familiar de la piscina del Polideportivo San Fernando, durante mucho tiempo la única piscina pública (si exceptuamos la de Fuente Cerrada) que había en nuestra ciudad. En el Poli pasábamos muchas horas de aquellos largos veranos, sin Internet ni móviles, los adolescentes de Teruel que “no teníamos pueblo”. Como Luis y los amigos de Luis, chicos y chicas entre chapuzón y zambullida jugábamos al parchís o a las cartas sentados sobre las toallas o, cuando el sol apretaba menos, nos atrevíamos con algún partido de baloncesto. Grupos de adolescentes enredábamos bajo un sol de justicia, picándonos unas pandillas con otras, mirándonos de reojo, probando a bucear con los ojos abiertos…
Luis vuelve a su toalla mientras escucha por cuarta vez la dichosa canción (alguien se está gastando un capital echando monedas). Les guarda el sitio a sus amigos que no tardan en llegar. A Juan, el más inquieto, le falta tiempo para subirse al trampolín y tirarse “de pie”; el resto ya está en el agua (después del viaje desde el centro hasta allí en “el pesetero” están más que acalorados). Juan se tira por cuarta vez, ahora en plancha (¡le ha debido doler!), hace tanto ruido que por un momento se tapa aquel estribillo machacón…. un rayo de sol, oh, oh, oh, me trajo tu amor, oh, oh, oh un rayo de sol oh, oh, oh a mi corazón oh oh oh… Los seis muchachos se secan, alguien saca un balón y deciden ir a la pista; cuchichean tres chicas de otro grupo cercano y les saludan con la mano; ellos caminan entonces más erguidos hasta la cancha de baloncesto, saben que les van a estar mirando mientras juegan y ninguno quiere parecer un perdedor delante de ellas. El juego y las risas se interrumpen; aquella nube del principio se ha vuelto traviesa, más grande, casi oscura. En pocos minutos se prepara una de aquellas tormentas inesperadas de verano: primero unas gotas grandes y pesadas tamborileando a ritmo desigual el cemento, repiqueteando en el agua de la piscina; luego van haciéndose cada vez más y más finas y numerosas; comienzan a oírse los primeros truenos y todo se empapa. Se recogen las toallas, las sillas, las mesas de la terraza del bar, se “recoge” también la gente y en pocos minutos el Poli queda completamente vacío.
Luis y sus amigos salen riendo del Poli; caminan bajo los aleros de las casas para no mojarse todavía más pero la nube de verano se cansará pronto: no han llegado ni al Viaducto cuando el cielo vuelve a ser de nuevo sólo azul. Alguien habla de acercarse hasta la Tropela a comprar pipas y regaliz, incluso alguno de esos cigarrillos sueltos para compartir en la Glorieta… Y el grupo se aleja. Está brillando de nuevo el sol, especialmente para Luis que ha visto por la acera de enfrente a Marisa y sus amigas también camino de la Glorieta… Los Diablos no dejan todavía de resonar en su cabeza: y daré gracias al sol, que me hizo dueño, que me hizo dueño de tu amor sha la,la,la,la, oh, oh, oh… un rayo de sol…
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