CUENTODE VERANO
(14 de junio de 2013)
He
encontrado el cuadro en el armario del fondo, detrás de un montón de revistas viejas. Después de mirarlo durante
casi toda la tarde, antes de quedarme a oscuras, cuando los rayos del sol dejan de bajar oblicuos desde el pequeño y alto
ventanuco, lo he vuelto a envolver
cuidadosamente y lo he dejado en el mismo sitio: en el armario del
fondo, oculto tras un montón de revistas viejas. Sé que me espera, que me
esperaba siempre.
Llevo
varios días subiendo al granero; se
supone que a limpiarlo de tanta
acumulación de antiguallas, aunque más bien lo que he hecho es enredar hora tras hora sin decidirme a tirar nada. ¿Cómo
sacar de allí cualquier cosa? Toda aquella amalgama de objetos inverosímiles,
acumulados durante tanto tiempo uno junto al otro, forman una suerte de paisaje que parece tener
vida propia. Me es muy difícil decidirme a romper la armonía y el acuerdo que transmite su rotunda existencia; tan material, tan contundente que casi duele.
Los
objetos, la simple presencia de tantas reliquias amontonadas en un orden que se
me escapaba, se apoderaron de mi voluntad al poco de llevar varios
minutos allí. Estaba convencido de que eliminar
de ese escenario mágico uno sólo de sus inanimados habitantes sería como
cercenar el recuerdo, romper la memoria.
Un recuerdo y una memoria que no era la mía pero
que ahora sí lo es por voluntad de un extraño. El casi desconocido tío-abuelo
que me legó la casa y por supuesto aquel granero repleto de bártulos, no me preguntó si
con ellos también quería hacerme cargo
de todos sus instantes, acumulados y aguardando (nunca sabré bien a qué o a
quién) bajo dedos de polvo en un altillo
atiborrado. Tal vez supo que nada más
entrar allí me turbaría deshacer semejante hechizo Quizás tuvo claro, aun habiéndome visto sólo una vez, que sería el único de sus
sobrinos-nietos que me detendría ante
sus cosas, que al menos aunque no la entendiera, respetaría aquella exhibición
a retazos de una vida (una llamada a una empresa de limpieza me habría librado al segundo de tantas vacilaciones)
-Todo
que hay allí, absolutamente todo, contenido y continente, te lo ha legado a ti,
dijo el notario; y mis primos disimularon la risa porque ninguno hubiera
querido aquella vieja casona de pueblo; mejor las tierras y los pisos en la capital que les correspondieron
a ellos.
Ya
se que a estas alturas del relato, cuando quedan pocas líneas para terminar de
leer la albada, se estarán preguntando por el cuadro. Que quizás, como habrán sentido
un poquito (muy poco, ya lo se) de simpatía hacia este pobre que les habla,
estarán esperando que les diga que era
un Goya o un Picasso o incluso, ya que mi tío-abuelo era de gusto un tanto excéntrico,
un valiosísimo autorretrato de Arcimboldo repleto de berenjenas y pepinos. Leer
que al final, efectivamente, me volví rico y que vivo feliz con una hermosa mujer
en esta casona que ahora he convertido en
fastuoso castillo, mientras mis primos se las ven con tierras que ya no valen nada y pisos repletos de inquilinos de renta antigua.
Pero
no, no les contaré como termina la historia. Al fin y al cabo sólo es un cuento
y un cuento tiene miles de finales. Imaginen, si quieren, ustedes uno: ¡la siesta de un domingo de
verano da para tanto!
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