Albada 345



CUENTODE VERANO
 (14 de junio de 2013)
He encontrado el cuadro en el armario del fondo, detrás de un montón de  revistas viejas. Después de mirarlo durante casi toda la tarde, antes de quedarme a oscuras, cuando los rayos del sol  dejan de bajar oblicuos desde el pequeño y  alto  ventanuco, lo he vuelto a envolver  cuidadosamente y lo he dejado en el mismo sitio: en el armario del fondo, oculto tras un montón de revistas viejas. Sé que me espera, que me esperaba siempre.
Llevo varios días subiendo al  granero; se supone que a limpiarlo de tanta  acumulación de antiguallas, aunque más bien lo que he hecho es enredar  hora tras hora sin decidirme a tirar nada. ¿Cómo sacar de allí cualquier cosa? Toda aquella amalgama de objetos inverosímiles, acumulados durante tanto tiempo uno junto al otro,  forman una suerte de paisaje que parece tener vida propia. Me es muy difícil decidirme a romper la armonía y el acuerdo que  transmite  su rotunda existencia; tan  material, tan contundente que casi duele.
Los objetos, la simple presencia de tantas reliquias amontonadas en un orden que se me escapaba,  se  apoderaron  de mi voluntad al poco de llevar varios minutos allí. Estaba convencido de que eliminar de ese escenario mágico uno sólo de sus inanimados habitantes  sería  como cercenar el recuerdo, romper la memoria.
 Un recuerdo y una memoria que no era la mía pero que ahora sí lo es por voluntad de un extraño. El casi desconocido tío-abuelo que me legó la casa y por supuesto aquel  granero repleto de bártulos, no me preguntó si con ellos también quería  hacerme cargo de  todos sus instantes, acumulados  y aguardando (nunca sabré bien a qué o a quién)  bajo dedos de polvo en un altillo atiborrado. Tal vez supo que  nada más entrar allí me turbaría deshacer semejante hechizo  Quizás tuvo claro, aun habiéndome visto  sólo una vez, que sería el único de sus sobrinos-nietos que me  detendría ante sus cosas, que al menos aunque no la entendiera, respetaría aquella exhibición a retazos de una vida (una llamada a una empresa de limpieza me habría  librado al segundo de tantas vacilaciones)
-Todo que hay allí, absolutamente todo, contenido y continente, te lo ha legado a ti, dijo el notario; y mis  primos  disimularon la risa porque ninguno hubiera querido aquella vieja casona de pueblo; mejor las  tierras y los pisos en la capital que les correspondieron a ellos.
Ya se que a estas alturas del relato, cuando quedan pocas líneas para terminar de leer la albada, se estarán preguntando por el cuadro. Que quizás, como habrán sentido un poquito (muy poco, ya lo se) de simpatía hacia este pobre que les habla, estarán esperando que  les diga que era un Goya o un Picasso o incluso, ya que mi tío-abuelo era de gusto un tanto excéntrico, un valiosísimo autorretrato de Arcimboldo repleto de berenjenas y pepinos. Leer que al final, efectivamente, me volví rico y que vivo feliz con una hermosa mujer en esta casona que ahora he convertido en  fastuoso castillo, mientras mis primos se las ven con tierras  que ya no valen nada y  pisos repletos de inquilinos de renta antigua.
Pero no, no les contaré como termina la historia. Al fin y al cabo sólo es un cuento y un cuento tiene miles de finales. Imaginen, si quieren,  ustedes uno: ¡la siesta de un domingo de verano da para tanto!



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