FUE
(13 de mayo de 2012)
Fue pero nadie le creyó. Fue porque aquella madrugada tuvo sed y se levantó de la cama para ir a la cocina. Fue porque sin saber el porqué giró la cabeza hacia el ventanal y le pareció que algo extraño había fuera. Y fue porque abrió el balcón, y salió, y resultó que estaba allí mismo, delante de él. A pesar de que la lluvia formara una agitada cortina azul que le empapaba, aunque el alba todavía no hubiera arrinconado alguna estrella desvaída, lo cierto fue que en la delgada línea de mar frente a su casa, allí, estaba.
Contempló con nitidez la silueta del mascarón en lo alto del tajamar y las velas azotadas por el viento de Poniente. Distinguió con claridad el crujir de madera de su enorme esqueleto y el golpear sincrónico del oleaje contra la proa. Un olor acre con sabor oscuro se le metió por la nariz y sintió como se le agarraba a la garganta toda la profundidad de las simas del océano mientras no se sorprendía al reconocer su gusto familiar.
Aquella primera vez que lo contó le dijeron que sería un sueño, una alucinación, quizás la edad avanzada, o que él (¡él, que siempre había sido hombre de bien!) bebía demasiado. Pero no era todo aquello, no, simplemente fue, aunque nadie le creyera.
Todo el mundo debería saberlo: un barco fantasma, varado fuera de los sueños, tiene los colores menos densos y apretados y en él todo parece apresurado, como si se fuera a disolver, sin posible remedio, en menos de lo que dura un parpadeo. Es lo que tienen los esbeltos veleros encantados, que tal como aparecen (así como de sopetón) son capaces de perderse entre el viento y la neblina en menos de cinco o quizás siete segundos. En cubierta, ni rastro de marineros, ni si quiera en lo más alto del castillo de popa un capitán Straten blasfemando en holandés en Viernes Santo.
Viejo marinero vadeando rascacielos, esperó aquella segunda vez y no se lo pensó dos veces: una virada por avante y el barco ya balancea. Hundido en el fondo del asfalto de la calle el bergantín aguarda a que suba la marea, mientras él, que también espera la espuma de las olas en sus pies, abraza el palo de mesana. Se le eriza la piel cuando — ¡al fin! – las velas se izan poderosas, entre turbonadas y rociones las tensa el viento que sale de los portales de las casas. Golpean las jarcias los cristales de las ventanas cerradas. Él también se fue.
N.B.: Según se recoge en las últimas noticias de nuestro periódico local, la policía está intentando tranquilizar a la población: “A pesar de que son muchos los testimonios de los vecinos de Teruel que afirman haber avistado un barco fantasma, atracado al amanecer entre nuestras torres, podemos afirmar con total rotundidad que hasta el momento no se han encontrado pruebas irrefutables sobre su existencia, ni mucho menos de que sea ésta la causa de la alarmante desaparición de vecinos en nuestra ciudad. El mar aún está muy lejos, ha afirmado al terminar sus declaraciones el máximo responsable policial”.
(Collage José Manuel Ubé)
No hay comentarios:
Publicar un comentario