(20 de mayo de 2012)
Fueron juntos a la tienda de móviles. Al de Lucía ya no se le cargaba bien la batería; y tenían puntos de sobra, le dijo ella, se los cambiarían los dos por esos más modernos con los que poder mandarse whatssapp y conectarse a Internet, tan rápidos, tan duraderos, tan inteligentes (aquí a ella, entusiasmada, ya le brillaban un poquito más los ojos). Siempre te ha gustado todo lo que suene a nuevo, a última tecnología, le contestó él mientras se dejaba llevar.
Por no tener otro remedio ni teléfono, claro, ha intentado “entenderse” con el dichoso smartphone; ha llegado incluso a mandarle mensajitos a Lucía, mensajes cortos y absurdos como te veo luego o te espero en casa (¡cómo si no supieran los dos que se iban a ver después en casa!).
Marta le ha dicho que de este mes no pasa, que así no pueden seguir, que no va a esperarle toda la vida. Aquello suena más que otras veces a ultimátum. Él calla, pero una vez solo para el coche en el arcén de la carretera que comunica los dos pueblos. El mismo se avergüenza de ser tan cobarde, se aborrece cada día más por no ser capaz de decirle a su mujer que desde hace dos años se está viéndo con Marta, una chica del pueblo de al lado, esa rubita que trabaja en la oficina de La Caja, y que quieren irse a vivir juntos.
Varias veces se ha armado de valor y lo ha intentado, pero nunca ha aguantado más de dos segundos los ojos de Lucía. Recuerda que un domingo del pasado invierno, mientras estaban cenando, estuvo a punto, pero al levantar ella la vista del plato, sólo consiguió atragantarse con la sopa y mancharse la camisa.
La camisa... precisamente, ahora, le molesta en su bolsillo aquel dichoso móvil de última generación. De pronto se decide; resolutivo exclama: ¡ahora! Y se atreve porque piensa que hoy o nunca, porque cree que Martita esta vez parecía hablarle muy en serio, y porque… porque escribir un mensaje para dar una mala noticia siempre es más fácil que hacerlo mirando una mirada. De algo han de servir todas estas tecnologías, piensa.
Escribe con todas las letras (nada de ktl o lo snto), muy despacio, mientras le tiemblan los dedos, confunde las teclas, se le sale el corazón: “Te dejo, ya no estoy enamorado de ti. Es definitivo… y… no me llames, ¡voy a quitarme el móvil!”
Lo primero que ha sentido es ese olor a química de hospital. Disimula, cierra los ojos, hace como si no la hubiera visto. Por más que lo intenta no recuerda si aquello ocurrió antes de enviarlo. Como de costumbre finge, disimula.
La habitación está en penumbra y apenas distingue la cabellera morena inclinada sobre su cama. Ahora ella ya le está sonriendo, se levanta, abre las persianas, entra la luz. A quién se le ocurre parar el coche de esas maneras, casi en medio de la carretera, le dice. Menos mal que no te ha pasado nada, magulladuras… el médico ha asegurado que el shock del golpe pasará pronto… el otro coche no iba muy deprisa, aunque al nuestro… ya ves ¡siniestro total!... por salvarse sólo se salvo… ¡tu móvil!, me lo acaban de dar en recepción… Y lo saca como si fuera una varita mágica del bolso. Sus manos finas y expertas lo encienden, lo manipulan. Por cierto, ¡fíjate!, aquí tienes todavía un mensaje sin salir…a ver… pero él, asustado, ya no la escucha, ha vuelto a cerrar los ojos y parece dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario