UN TIPO MUY OPTIMISTA
(24 de junio de 2012)
Ya lo decía mi madre cuando era bien pequeñito: “hijo lo que tú eres es un optimista incorregible”. Y yo, qué quieren que les diga, empecé a darle la razón desde el mismo instante en que supe que significaba esa palabra. Recuerdo por aquel entonces que hechos como que llegara a casa tan contento, eufórico, con mi balón roto y desinflado (pero ¡recuperado!) después de haberme pegado con media docena de gamberros del barrio, sumían a mi madre en un estado extraño; era cuando se le ponía cara rara, al menos eso me parecía a mí cuando se quedaba como pasmada, mirándome embobada mientras me curaba con mercromina las heridas, o con hielo los chichones de la cabeza. A mí, si les soy sincero, lo que me hacía gracia era ver su carita alelada reflejada en los múltiples espejos del armario del baño: de frente, de perfil, por detrás… ¡cómo una proyección en cinemascope sólo para mí! Aunque con la que no podía contener la risa (me mordía los labios para que no se diera cuenta) era con mi abuela. Cuando ya acostado me daba el acostumbrado beso de buenas noches en la frente siempre repetía lo mismo: “hijo mío, lo que tú tienes es un optimismo galopante, y eso no se cura con árnica, ya se encargará la vida ya…” y se santiguaba con mucha ceremonia, y se alejaba dando traspiés, golpeándose las canillas de sus delgadas pantorrillas con todas las esquinas del los muebles del pasillo, avanzando a oscuras y repitiendo una y otra vez la misma cantinela: “¡Dios y sus santos le protejan, Dios y sus santos le protejan! “
No sé yo si en el cielo harán mucho caso a las recomendaciones de una abuela, pero de siempre, desde que yo recuerde, me he sentido así de confiado. Nunca he dejado de reconocerlo, es más, estoy plenamente convencido de que soy, como bien pronosticó mi madre y corroboró siempre mi abuela, un optimista pertinaz y manifiesto.
Me acuerdo que cuando un verano me desvalijaron el piso, fui yo quien tuve que advertir a mi afligida mujer, y hasta a la misma policía, que lo que nos había pasado “era de lo más normal… ¡con la cantidad de pisos que roban aprovechando que sus dueños están de vacaciones, a alguno le tenía que tocar!”
Dicen mis amigos que podría pasarme un camión por encima, sacarme las tripas y yo aún le daría las gracias. Bien, no voy a explicarles aquí que clase de amigos tengo, que se les ocurre semejante final para mi pobre barriga, pero si les reconoceré que muchas de las cosas que a otras personas les molestan o les llegan a enfadar a mí sólo me producen, como mucho, un ligero estupor… no puedo remediarlo… ya lo decía mi madre...
¡Qué más quisiera yo que ser como mis amigos! (a los que por cierto, no veo desde que hicieron la regulación en la Financiera y el paro no me llega ya ni para invitarles a las copas y el café). Les confieso que alguna vez (al menos para que la gente no me siguiera mirando tan raro como mi madre) he tratado de enfadarme; como cuando me atracaron en la calle, y encima de quitarme todo el dinero me hicieron un buen agujero en la entrepierna. Pero no lo conseguí: ¡cómo ponerme furioso con aquel infortunado que por no saber, no sabía ni hablar: “tuuuu, desgaciaaaó, ya mastasando toqueties encima o te rajo” me dijo mientras le temblaba todo; y, claro… ¡normal!... cuando le di los dos euros le entró tal pataleta, que perdió el pobre la compostura, la mínima dignidad imprescindible para cualquier ladrón que se precie (para todo hay que valer y ser un profesional). Ya sin control de sus actos, la emprendió a machetazos conmigo… pero no fue capaz el mentecato de darme ni siquiera a la séptima intentona… tan perjudicado estaba que se resbaló en aquella mierda de perro (ya perdonarán ustedes), cayó de bruces arrastrándome del brazo y yo mismo me alcancé con su navaja en el pie. Otro que me “alcanzó”, y además de pleno, fue el posible origen de la causa de la caída, el perrito faldero de aquella vieja. La susodicha anciana que casualmente paseaba a su perro por allí, creyó que era yo el que atacaba a aquel chalao que aún seguía gritándome desde el suelo “¡desgasiaooó” desgasiaooó!”. Achuchó su minicancerbero a la persona equivocada, y excitado, furioso, se le afilaron los dientes al cánido enano mientras se enzarzaba conmigo como si hubiese visto al mismísimo diablo.
Ya les digo yo a usted de antemano que no se preocupen, que el mordisco no fue nada… unos puntos… “Nada importante”, le dije a mi mujer. “Nada de vida o muerte”, le dijeron a mi mujer los médicos del Hospital, aunque supieron bien asegurarle, con radiografías incluidas, que aquello era definitivo, que lo de tener hijos, o siquiera maniobrar para intentarlo era ya cosa que no iría con nosotros, o más bien “sólo conmigo” me preciso muy claramente mi mujer después.
No les negaré que el hecho de no poder tener sexo, o siquiera una esposa a la que abrazar de noche me dejó un tiempo bastante “confundido”. Claro que como me digo yo a menudo, eso sólo fue el principio de una vida más, mucho más sosegada, y menos, mucho menos estresante… ¿cómo les explicaría yo?… al fin y al cabo, créanme, al fin y al cabo sin esas necesidades se vive… ¡mucho más LIBRE!
Y hablando de vivir, hace ya un año que por esta crisis nuestra, soy uno más de tantos que han vuelto a casa de sus padres. La abuela ya no está con nosotros, pero hay noches como ésta que aún creo oír sus pasos y sus jaculatorias a trompicones por el pasillo; entonces me doy media vuelta en la cama y le canto a mi almohada aquello del inefable Brian: always look on the bright side of life…, muy despacio, claro, y ¡sin silbar, qué no son horas!
Pero me perdonarán; ustedes me disculparán, creo que no voy a tener más remedio que dejarles de manera inesperada. Oigo como si crepitará un fuego muy cerca; el calor se cuela por las rendijas de la puerta de mi habitación.
Tengo un presentimiento, casi una certeza: quizás mamá, con sus despistes por la edad, se olvidó anoche de apagar la cena. Juraría que esto que siento dentro de mis pulmones sabe como a humo...
Afortunadamente sólo estamos a dos alturas de la calle… definitivamente ¡debían escuchar a la abuela desde el cielo!
Tengo un presentimiento, casi una certeza: quizás mamá, con sus despistes por la edad, se olvidó anoche de apagar la cena. Juraría que esto que siento dentro de mis pulmones sabe como a humo...
Afortunadamente sólo estamos a dos alturas de la calle… definitivamente ¡debían escuchar a la abuela desde el cielo!
Me he reído mucho con tu albada... y escribiría en su necrológica: "un optimista menos"
ResponderEliminarla "moda positiva"... puede hasta convertirse en una trampa, en una broma de mal gusto.. en todo caso desmitificar (o intentarlo)siempre es "positivo" jajaj... las dictaduras siempre se ja llevado mal con los protestones...¡seamos protestones, pues!
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