(3 de febrero de 2013)
Yo quisiera luchar contra leones salvajes. Todavía están en su cabeza. Separa despacio el brazo con que su mujer le tiene aprisionado (¡esa manía de dormir cogiéndole del hombro!), apaga el despertador, bosteza, se estremece, no sabe si por la casa helada de las siete menos cuarto de la mañana o porque aún está sintiendo la adrenalina golpeándole los pulsos. La ducha sale casi fría y el ascensor sigue estropeado. Ha vuelto a soñar con leones como cuando era niño y se creía un valiente capaz de engañarlos y vencerlos y salvar a todos y... ¿y qué vas a ser de mayor? le preguntaban, pero el niño que fue no decía nada, apretaba contra su pecho el montón de comics de superhéroes y se buscaba el rincón más tranquilo para seguir leyendo, para seguir soñando.
Hastío de tráfico atascado de las siete y veinte de la mañana, fastidio de amaneceres de neblina con olor a humo, cansancio de soledad acunada por las noticias de la radio… crisis, paro, una canción de amor quizás… otro semáforo en rojo, tedio al sentarse en su despacho.
Cotidianeidad, mirar por la ventana a las horas en punto, volver a enredar papeles, verse obligado a atender las idioteces del jefe… sensación de perdida de tiempo; desencuentros, roces con enemigos pusilánimes pero ruines y tontos. ¿Dónde aquel enemigo noble y poderoso? ¿Dónde el combate emocionante, pétreo, definitivo?
Le agota este gasto de energía continuo, la lucha piel a piel contra lo mezquino y lo inútil, tener que hacer caso a los mindundis de turno.
La vuelta a casa tiene la dulzura de la espera del encuentro con la caricia femenina y el sueño reparador. El coche ignorante de sus enojos cotidianos, se desliza por el asfalto siguiendo la estela de los faros de otros cientos de coches.
Cuando sube en el ascensor (¡por fin arreglado!) recuerda las palabras con que le despidió aquella misma mañana su mujer: Tú preferirías luchar contra leones, amor, pero son bandadas de pequeños mosquitos las que te esperan ahí fuera…¡ y hace falta valor!
O Leaozinho, Caetano Veloso
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