ESTELA
La ciudad este domingo es una fiesta. Y en plena celebración de las Bodas de Isabel de Segura intento recordar cuando fue la primera vez que escuché hablar de Los Amantes. No lo sé; es de esas cosas que los turolenses parece que siempre hemos sabido, que han crecido y se han hecho con nosotros. Quizás la primera persona que me hablara de ellos fuera mi abuela, que tanto gustaba de contarme historias antiguas, cantar romances de princesas cautivas en tierra de moros rescatadas por valientes caballeros o repetirme una y otra vez aquella adivinanza de una señorita muy aseñorada… En realidad, aunque no recordemos quien nos la enseñó, lo cierto es que los niños de Teruel de mi generación nos sabíamos todos desde muy chicos su historia de memoria, con seguridad y muy pocas variantes además. No habíamos leído todavía a Hartzenbusch, claro, ni mucho menos sabíamos quien era Bocaccio; tampoco nuestras queridas abuelas conocían ningún sesudo estudio medievalista sobre “la autentica verdad de los Amantes de Teruel”, pero todos éramos capaces de informar cumplidamente a cualquier forastero que nos preguntara por ellos en los porches de la plaza del Torico, incluso de contar algún que otro chiste inocente sobre ellos. Rara vez y sólo cuando la ocasión lo propiciaba (una actividad extraescolar con el colegio o la visita de algún familiar especialmente interesado) íbamos a verlos, íbamos a visitar a los Amantes. Después de que alguna de aquellas guardesas acudiera con las llaves a abrirnos las puertas del antiguo Mausoleo y recitara una letanía de nombres, datos y supuestas fechas, nos quedábamos todos en silencio contemplando conmovidos las dos figuras blancas, alabastro dormido de manos bordeando la caricia, los dulces rostros… A todos, grandes y chicos, nos impresionaba su serena belleza, aunque nosotros, los más pequeños (y por si aún no teníamos bastante con lo que cohibía aquella antigua capilla en penumbra, totalmente rodeada por los rojos cortinones) lo que pertinazmente buscábamos, entre las rendijas del túmulo cincelado, era la imagen fugaz de las momias enamoradas.
A los niños de hoy puede que vuelvan a ser sus abuelas las que les cuenten la historia de dos de sus vecinos más ilustres, tal vez la lean en los libros o la escuchen en la escuela, pero además van a tener la suerte de vivir esta hermosa fiesta de las Bodas de Isabel; fiesta sabia, llena de colorido y de pasión que poco a poco se ha convertido en un esplendido aliciente para la vida económica y social de nuestra ciudad. También tendrán la oportunidad de visitarlos en el nuevo Mausoleo: por fin ubicados con la dignidad y el respeto que se merecen los Amantes son además cada día más cercanos, más atractivos a sus vecinos, que los visitan puntualmente gracias a las múltiples actividades que su Fundación ofrece durante todo el año. Escuchar con que profesionalidad pero sobre todo con que cariño cuentan sus guías la historia de los Amantes de Teruel emociona a todos y enorgullece a los propios turolenses.
Generación tras generación Isabel de Segura y Juan de Marcilla han formado parte de nosotros; desde siempre ha sido así. Ahí radica el verdadero misterio y la grandeza de su historia: en como un pueblo los ha hecho suyos y, siglo tras siglo, ha sabido transmitir la magia de su amor, el misterio de aquel último beso.
Dice Manuel Cruz del amor: “Dichoso aquel que se haya hecho merecedor de ser amorosamente despedido de este mundo, de quien se puede decir no sólo que amó mucho, que agotó su vida en regalar generosamente ese sentimiento, sino que, a la hora de abandonarla, dejo tras de si un rastro de amor…”
Pues bien, ese rastro, esa huella de amor de nuestros Amantes es tan generosa que hoy, en plena fiesta a su recuerdo, su cariño sigue todavía vivo entre nosotros, depositado y crecido en todos los turolenses, que pasados, presentes y venideros hemos hecho de su historia nuestra memoria y de su esperanza nuestra certeza e ilusión.
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