Las diez y veinticinco
(publicada en mayo de 2006)
Domingo por la mañana. Teruel vacío. Forasteros que se echan a la plaza como niños al patio del recreo. y un bar, dónde hay un bar? ¿Dónde venderán jamón?, alguno, el más resuelto, el menos despistado, el que más prisa tiene por marcharse, puede ser.
Y nosotros a dos metros del asfalto: a pesar de las calles vacías, presencia que se oye con más intensidad que en la puesta del pañuelo en los calores de julio. Los sé allí, no son seres inventados: Tras las paredes de sus casas - todavía algunos duermen- empieza a oler a café y a gel de ducha.
Como hace unos meses (dos, tres, más??) el reloj de la torre de la Catedral sigue marcando impertérrito, solemne, con la misma precisión con que el sol cada día ilumina sus ladrillos, con la misma certeza con que adivinamos que si hay nubes no veremos las estrellas , las diez y veinticinco.
La eternidad de lo efímero susurra Borges, el instante, la negación del tiempo...El tiempo se deja manosear dulcemente por las palabras, es presa fácil, resultón sin ser coqueto dicen, los poetas lo saben, lo conoce los filósofos.
Mientras el reloj de la torre una flecha en las diez, la otra a y veinticinco. El más chusco comenta que hemos entrado en el nuevo año con una hora y treinta y cinco minutos de retraso en nuestro único reloj público, ése que ya no hace tic-tac en la penumbra y el silencio de la torre.
Pienso en el título del libro que recién acaba de presentar Manuel Vilas, y que me espera abierto en la mesa, la página doblada.
Panero y Ezra Pound, mis dos poetas locos, juegan a balancines con las agujas del reloj de la torre. Con un guiño me lo han dicho: es la hora.
Domingo por la mañana. Teruel vacío. Forasteros que se echan a la plaza como niños al patio del recreo. y un bar, dónde hay un bar? ¿Dónde venderán jamón?, alguno, el más resuelto, el menos despistado, el que más prisa tiene por marcharse, puede ser.
Y nosotros a dos metros del asfalto: a pesar de las calles vacías, presencia que se oye con más intensidad que en la puesta del pañuelo en los calores de julio. Los sé allí, no son seres inventados: Tras las paredes de sus casas - todavía algunos duermen- empieza a oler a café y a gel de ducha.
Como hace unos meses (dos, tres, más??) el reloj de la torre de la Catedral sigue marcando impertérrito, solemne, con la misma precisión con que el sol cada día ilumina sus ladrillos, con la misma certeza con que adivinamos que si hay nubes no veremos las estrellas , las diez y veinticinco.
La eternidad de lo efímero susurra Borges, el instante, la negación del tiempo...El tiempo se deja manosear dulcemente por las palabras, es presa fácil, resultón sin ser coqueto dicen, los poetas lo saben, lo conoce los filósofos.
Mientras el reloj de la torre una flecha en las diez, la otra a y veinticinco. El más chusco comenta que hemos entrado en el nuevo año con una hora y treinta y cinco minutos de retraso en nuestro único reloj público, ése que ya no hace tic-tac en la penumbra y el silencio de la torre.
Pienso en el título del libro que recién acaba de presentar Manuel Vilas, y que me espera abierto en la mesa, la página doblada.
Panero y Ezra Pound, mis dos poetas locos, juegan a balancines con las agujas del reloj de la torre. Con un guiño me lo han dicho: es la hora.
16 julio 06
Ultreia et suseia
Un hola, qué tal y una sonrisa pueden alegrarnos el día a cualquiera. Creo que no hay momento en que se salude más gente en esta ciudad que en las Vaquillas –todavía en el poso de la retina–. Y es que a mí me dirán lo que quieran, pero cada vez más amigos, más vecinos de toda la vida se marchan de aquí y sólo los vuelvo a ver para las fiestas. Aunque bien pensado, para hablar de saludos también me valdría cualquier otra estación del año en Teruel, porque mientras en las grandes ciudades el saludo a un “conocido” puede llegar a ser un acontecimiento por lo inusual del encuentro, no ocurre aquí lo mismo… eso es lo que tiene el vivir en una ciudad pequeña: que todos nos conocemos, de alguna manera todas las caras nos “suenan”… caminas por la calle y podrías hacer como aquel Abu Talha que salía por la mañana al mercado no para comprar sino sólo con el propósito de saludar, entendiendo que el Salam, el saludo de la paz, acrecienta el amor y fortalece el alma. “Más allá, más arriba” sonaban también por aquel entonces las voces encontradas de los peregrinos a Santiago. Y es que el saludo es mucho más que una práctica común de cortesía, más que una costumbre inmanente a una cultura, más que una de esas normas de la sociedad que ya desde la familia adquirimos todos a sabiendas de que aquel miembro que “osase” ignorar alguna de sus leyes tendrá como pena la marginación y la exclusión. El Saludo, así escrito, con mayúsculas y en singular –como lo pudiera hacer el mismísimo Parménides, maestro en transformar lo cotidiano y vulgar en abstracto y universal–, es un recurso poderoso. El saludar supone armonía con el prójimo, amabilidad y afecto, pero también se saluda al que no soportas… una contradicción que se salva porque hay saludos de tantas clases como sentimientos nos despierta el prójimo. Saludar de malas maneras, con indiferencia, puede herir profundamente. Negar el saludo, no responder al mismo, tiene tanto de ruptura total que pocas palabras podrían decirlo mejor que ese silencio. Duele comprobar, y más en ciudades pequeñas como la nuestra, la desgana del saludo o el despiste simulado del que antaño te daba palmaditas en la espalda, cuando al parecer le convenías. Un tratado se podría hacer sobre el saludo... sí, pero es verano, estamos de vacaciones y hay mucha gente a quien saludar hoy en Teruel.
23 julio, 06
MATIZ
El color es luz decía Newton. Y a cada ciudad su color: luz de la arrebolada Albarracín, destellos de la dorada Valderrobres, brillo marfileño de Alcañiz, resplandor perla en Cantavieja, fulgor de la broncínea Mora de Rubielos... hermosas sus luces, hermosos sus colores. La historia y especialmente las condiciones naturales del terreno han tenido siempre mucho que ver con el aspecto final de nuestras urbes; en ellas, grandes o pequeñas, las huellas del hacer de sus habitantes las han ido configurando a lo largo de los años; por otra parte el predominio de un material determinado sobre los demás –y como ejemplo, nuestra mudéjar arcilla– han determinado también su aspecto y las han teñido y signado, como si de una suave y flexible piel se tratase. Piel que cubre los edificios y pavimentos, pero también epidermis sutil que nos envuelve a nosotros, a nuestro día a día, vestido protector, a veces caparazón, bajo el que vivimos y respiramos... El color de nuestro entorno, entendido como dimensión de la existencia, va a proporcionarnos, sin que seamos muchas veces conscientes de ello, sentidos de seguridad, de gozo, de identidad, de lugar y afecto.... y esto lo saben muy bien los arquitectos y urbanistas. Rojas arcillas, blancas calizas miocénicas rodeando las muelas turolenses bajo el azul primigenio, inimitable.... y dentro Teruel bulle, se estremece, parece desentumecerse en una metamorfosis de la que todos somos testigos. Y a mí me preocupa ese color gris, más bien el no-color gris, que comienza a cubrir temeraria y progresivamente nuestra ciudad. Ahora que no se depende ya del material constructivo más cercano, ahora que la cultura local se abre a nuevas posibilidades y nuevas concepciones, el color de las ciudades más que nunca se nos presenta como el fondo de lienzo sobre el que pintar nuestras vidas y por ende, tanto técnicos como autoridades políticas, tienen un importante compromiso en la construcción de nuestro “ambiente urbano”. Porque el color afecta... y si no ¿por qué tengo que entornar los ojos cada vez que miro a la Catedral y veo un borrón amarillo a mi izquierda? ¿O por qué me quedo perpleja del colorismo infantil no apto para todos los públicos (¿¿??) de la fuente de la plaza de San Juan? Definitivamente prefiero darme un paseo hasta la torre de San Martín y fijarme en las dos verjas cuajadas de campanillas que hay junto a ella. Colores de flores, luces que no necesitan de enchufes ni de cables bajo el pavimento... sólo se me ocurre dar las gracias a esos ciudadanos que las han encendido.
30 julio 06
MERCADO DE LOS JUEVES
Admito que no soy una experta. Mi madre si lo es, y mi amiga Pilar, que en esto parece que todas las mujeres, no importan clases ni edades, sienten una atracción irresistible ante la sola imagen de unas hileras con toldos. Pero yo no y me digo para animarme que será porque en contadas ocasiones he ido. Y me excuso por mi horario, por que cada vez me vuelvo más zen y compro y acumulo menos... El caso es que apenas conozco el mercadillo de los jueves. Algo me dice que saber manejarse entre los puestos, encontrar las gangas, acertar con las compras, regatear con gracia y efecto, volver satisfecho a casa con el “trofeo”...es mucho más que cuestión de costumbre o de insistencia. Hay que valer, hay que “saber”, claro, ¡seguro que es eso¡. Aprovecho este primer jueves de vacaciones y espero pacientemente en el paso de cebra de la Nevera para acercarme hasta los puestos. Me han asesorado bien : ropa cómoda y nada de tacón, prohibidos bolsos/mochila (el monedero cerca del corazón), y sobre todo procurar ir pronto, antes de las doce, pues los chollos, las oportunidades, desaparecen tempraneros ante las diestras y versadas compradoras que ojo avizor lo recorren cada jueves… ¡ah! y sobre todo, ir sin prisas, que la cosa consiste en pasar y volver a pasar, mirar y remirar y en revolver la mercancía -arriba y abajo van los montones de ropa- , y en regatear, claro, regatear con insistencia y a ser posible con gracia, que para todo hay clases. Nada mas bajar las escaleras del Arrabal reconozco el puesto aquel que tanto me asombraba de niña : sujetadores de tallas imposibles y enormes fajas color carne, como armaduras forrando la delicada piel, como burkas del revés, banderas extendidas sobre alambre de ese tenderete con historia…y siguiendo los apretados pasillos : zapatos, un adiós rápido, de costado, con dos vecinas que avanzan decididas en dirección contraria a la mía, ropa, más ropa, un saludo, más zapatos, bolsos, sonrisa entre el bullicio a una antigua compañera, bisutería, menaje de cocina, otro saludo y una charradica con dos amigas que hace tiempo no veía, más ropa, plantas y flores, empujones, cortinas, dos besos al niño de una prima que ya ni conocía, más bolsos y un puesto de baratijas…Y la fruta, la verdura, las aceitunas y encurtidos, los frutos secos y dulces y más ropa y los huevos…y tres charradicas más al otro lado de la carretera, que ya me han dicho que allí algunos tienen hasta número para pedir la vez…Típicos mercadillos de cualquier pueblo, no hace falta ser un Andy Warhol por la Sexta Avenida ni pasear por Portobello Road…dicen que aquí también es posible encontrar algún tesoro…microcosmos de gente y de ritmos, encuentros inesperados, caras conocidas, olores diferentes…y tomar algo fresco ¡al fin!, antes de volver a casa con los gritos de los vendedores pegados al sudor de la camiseta : “¡qué lo regalamos todo, Mariaaaaa!”
6 agosto 06
UN MEDIODIA DE AGOSTO, CUALQUIER MEDIODIA
Video de Celentano cantando Azzurro
Il pomerriggio. El calor del medio día que parece salir del fondo de la tierra. Derretidos los sentidos, mientras esperamos que el sol decida reclinarse y se apoye de una vez por todas sobre el borde rojo del horizonte. Siestas en cuartos oscuros, apenas roces, sobremesas perezosas del verano... un agosto más, un verano más. En la plaza del Torico tan sólo una paloma subida sobre la fuente; la pareja de turistas hace fotos: recuerdos de pequeños toros dando de beber a una paloma ebria de lágrimas antiguas. A ratos hasta el silencio consigue oír el agua, transparencia que cae ininterrumpidamente sobre el corazón de la ciudad, como un suero dormido e inmortal desde el principio de los tiempos. Teruel se esconde del aliento sudoroso de la canícula que, fiel y fiera como un perro, la espera jadeando bajo la ventana. Al fondo a la derecha, el viaducto es una inmensa estepa, piélago que flota navegando hacia el Ensanche. Calles medio vacías, barrios que sueñan en voz baja. El sol de invierno que todo lo hace dulce, el sol rico del otoño, son el mismo sol que ahora se te pega a las pestañas, la gran estrella que deja en silencio casas, avenidas y plazas… Sólo en algún oblicuo e irregular callejón del Arrabal, juegan en la oquedad solitarios tres niños: las playstation, mil planetas de colores, mil soles, en sus manos. Monótono se oye el canto de las cigarras, como un mundo que cayera rítmicamente a golpes sobre los toldos bajados, sobre las persianas entornadas de las casas en fila de la Fuenfresca. Una sombra lenta, apenas de puntillas, hormiguita perseguida por relámpagos amarillos, cruza bajo los Arcos mientras se oye hervir el asfalto de la carretera de Alcañiz… Más arriba, en San León palpitan los balcones con hojas de geranios... Azzurro il pomeriggio e troppo azzurro e longo per me, canta bajo en el CD Celentano… Vértigo existencial… resplandor y sombra… luz dentro de los ojos… Se acerca el atardecer festivo, vestido ligero de claridad fresca. La perpetua luna llenándose se asoma a la ventana y ve la foto al fin de la noche… mientras el ser humano de la habitación dormido, como caído en la derrota de la eternidad, aguarda.
13 agosto 06
TERRAZAS DE VERANO
Definitivamente parece que refresca. Comienza a atardecer y un aire suave, algo tímido, ha bajado hasta el asfalto. Los humanos decidimos por fin dejar los cuartos oscuros y salimos a la calle peinados con colonia leve de verano. Antes, más valientes, han salido ya los niños menos chicos; hace rato que se cansaron de jugar y de gritarse mientras perseguían al balón; meriendas con sabor a polo de limón en el Parque de los Fueros. Pasean abuelos con pasitos cortos, pasean las parejas con cochecitos de niños, cochecitos estrenados por conductores sin L. Y se llenan al fin las terrazas de los bares. Las mesas libres comienzan a escasear en ese triángulo mezcla de gente joven y no tan joven junto al parque antes llamado de la estrella. En la plaza del Torico se oyen bajar las persianas de los comercios mientras los camareros atienden esquivando sillas y sombrillas ya apagadas. Las terrazas en Teruel, esas que tan poco tiempo se dilatan en el año, tienen prisa ahora por vivir y estarán ocupadas hasta bien entrada la noche. Estar a la fresca –¡por fin¡– tomarse unas cañitas, la tertulia amable y distendida con los amigos, las risas cercanas y conocidas en las mesas de al lado… mirar y saberse mirado formando parte de ese ritual que cada año se repite en un escenario que nos parece ya tan familiar como el cuarto de estar de nuestra casa… Algunas terrazas nos ofrecen una rara calma, una atmósfera curiosa en la que las diferentes culturas que habitan nuestra pequeña ciudad se entremezclan con sabores a café y cubata, con gusto a chupito, mojitos y caipirinhas… En general son espacios amables las terrazas de Teruel, lugares donde son todavía posibles los encuentros y las confidencias en voz baja. Un pero sin embargo –siempre hay un pero, claro–: la excesiva uniformidad de todas ellas. Apenas diferenciadas por su ubicación, es evidente la falta de espacios con personalidad propia. Creo que a todos nos gustaría elegirlas y encontrar en ellas algún carácter diferenciador aparte de su localización… descubrir sorpresas entre sus veladores, la posibilidad de escuchar alguna vez música en vivo –en aquellas terrazas en que no se moleste a los vecinos, que las hay–, tertulias (¿por qué no?), decoración cuidada, cartas esmeradas con especialidades inusuales, originales –es verano, son vacaciones y el mar esta a 100 Km.: la imaginación puede refrescar como la brisa– … Ya sé que pido demasiado, que casi sueño con terrazas imposibles colgadas en áticos sobre la noche turolense… Redondos iris de gato brillan en la oscuridad del tejado de enfrente, esas lunitas imposibles que me miran y bostezan.
20 de agosto
Leer en el silencio
Tomar el café de la mañana del domingo y ojear la prensa en cualquier bar del Ensanche en silencio, abstraídos a medias como un pequeño dios Jano bifrontal, –las dos puertas entreabiertas– atentos a la lectura y a ese conocido que toma el cortado a tu lado... es un gesto en el que hay tanta magia, tanto de hechizo o de sortilegio como de poder. El habitual leer en silencio, aislados, como reunidos por dentro, nos parece tan normal que no nos paramos a pensar en el universo tan complejo que encierra. Pero no siempre fue así, es más, hasta bien entrado el siglo IX la lectura se realizaba siempre en voz alta y lo inhabitual era encontrar personas que no pronunciaran las palabras al leer (las bibliotecas de aquel entonces eran espacios ruidosos, a veces de alboroto donde se oían mucho más que los leves teclados de los portátiles que hoy murmuran en las nuestras). Cuenta San Agustín en sus Confesiones, cuánto le impresionó descubrir en su colega San Ambrosio a un lector fuera de lo común: cuando leía, sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba en el sentido. Porque al sabio Agustín no se le escapaba la importancia de aquel hecho tan extraordinario: al fin el lector se encuentra cara a cara con el autor del libro, sin intermediarios; con toda la libertad que da el pensamiento y la íntima concentración, al fin puede detenerse, releer con calma, disentir, incluso conversar internamente con las palabras no pronunciadas, y hacerlo sin los impedimentos que implicaba antes la lectura compartida en voz alta; la relación del lector y el autor pasa a ser íntima, casi secreta, sin ningún tipo de restricción... la complicidad es absoluta, el resultado sólo dependerá de la entrega del lector y la esplendidez del escritor... Terminaba pues aquí, con este gesto que ahora vemos tan habitual, mucho del control y el dogmatismo en la lectura de los textos sagrados de aquel entonces; comenzaba también una nueva manera de difundir ideas sin “asesoramientos de sabios” ni censuras de los oyentes; el nacimiento de este “lector independiente” –un peligro para los fundamentalismos– sería un paso decisivo hacia la libertad del alma, hacia nuestra propia autonomía... El gran poeta sueco Ekelöf lo recordaba: Es el silencio lo que debes de escuchar, / el silencio oculto tras los apóstrofes, tras las alusiones / el silencio de la retórica / o de la llamada forma poética perfecta /... lo que yo he escrito / lo he escrito entre líneas”... Ésta es la maravillosa libertad, la magia, el poder de la lectura. Privilegio que ahora disfrutas tú mismo, lector, este domingo de verano, porque leyendo formas parte de una multitud, de una hueste que antes y después de ti seguirá leyendo en silencio para no seguir viviendo callada.
27 agosto, 06 (17)
TE LO HE DICHO
Serrat canta "Más que a nadie"
Que te quiero más allá de la vida con la muerte, más allá del amor con el olvido, canta Serrat en la radio. El coche se desliza rápido por la autopista y el sol que no se ha ido de vacaciones. Me voy de mi ciudad, esta ciudad que llaman del amor. La música sigue, el cantante desgrana una a una palabras envueltas en punzaditas suaves directas al corazón. Decir te quiero en medio del tedio, ese que nos mata y que nos muere día a día... Que te quiero más que a cualquier otra cosa, y vuelve la imagen de ayer tarde cuando los vi de soslayo y se me quedaron grabados a fuego en la retina: cómo pasó su mano él sobre el antebrazo de ella, apenas un roce, mientras le hablaba, los dos sentados en la terraza de aquel bar, muy ancianos, ancianos con el final esperándoles ya de pie, siquiera a la vuelta de la esquina, con la mano en la manivela de la puerta. Miles de canciones de amor, pura poesía aquilatada en ese gesto leve, caricia de un segundo más que a nadie y más que a nada, que te quiero. Hay historias preciosas y gozosas, historias que no tienen final y que por eso son felices. Borges lo sabía y por eso amaba Las mil y una noches, libro sin desenlace, libro feliz al fin.... Desde niños todos somos sabios en esta ciudad nuestra. Creo que en eso sí somos diferentes los turolenses, que les llevamos ventaja, sí señor, a todos. Porque hemos entendido la historia y conocemos más que nadie sobre el Amor y la Muerte, sobre la Vida y el Olvido... porque sabemos de la soledad del viento pasando entre los cabellos de Isabel, descendiendo mientras sube hasta San Pedro, sabemos de su silencio blanco, secuencia detenida de un camino que no cesa, que se repite una y otra vez en cada vida. Te lo he dicho con el pan de cada día, que te quiero, como nunca te han querido... te lo he dicho recreándome en la suerte, Isabel avanza cada paso más cerca del borde de ese abismo bajo la tibia mirada azul de un dios. Que te quiero, te lo he dicho con el sol y los cometas, te lo he dicho con el agua luminosa, que te quiero y no hay nada que hacer. Y dicen que para después de la muerte sólo resta la vida eterna, Isabel... por eso date prisa mientras todavía resuenan en tus oídos sus palabras, mientras aún te acaricia él, apenas un roce de un segundo, sentados juntos: te lo he dicho, que te quiero como nunca nadie te ha querido, más que a nadie y más que a nada.
SUSURROS
La hermana de mi abuelo sentía una antipatía tal por las fotos que se transformaba en pánico cuando veía que el objetivo de una cámara se dirigía hacia ella. Y cada vez que esto ocurría –celebraciones familiares no faltaban- su carrera para esconderse se convertía en fiesta para nosotros, los más pequeños… (A quién de niño no le ha inundado esa muda risa, carcajada silenciosa a la vez feroz y despiadada ante el incomprensible comportamiento de nuestros mayores…). Nunca supe la razón de aquella fobia, si bien es cierto que tampoco nunca lo pregunté y mi curiosidad quejosa lo lamenta ahora. Muchos años más tarde recordé a aquella mujer cuando leí entre asombrada y fascinada al genial Juan Rulfo. Su recuerdo puso, sin proponérmelo, rostro a la madre del hijo de Páramo: “ Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido por los bordes… pero fue el único que conocí de ella… Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosas de brujería…”. Y precisamente no de una fotografía, sino de multitud de ellas, me encuentro rodeada ahora. Fotos de rostros amables y queridos, sonrisas, paisajes y soles ya eclipsados de las vacaciones del año 6. Imágenes que llenan el vacío entre el pasado del descanso, siempre demasiado corto y aún a la vuelta del recuerdo, y el futuro cotidiano ya presente. Esta vez me ha dado tiempo a rescatarlas de la cámara digital y pasarlas al papel; no quería que me ocurriera como las de aquel otro verano, que aún todavía pasan veloces, muy de tarde en tarde, por la pantalla del ordenador, como en un calidoscopio de recuerdos al compás de clics… Miraré las fotos, haré más fotos… como un homenaje a la eternidad de lo efímero (sonreiría Borges) y tampoco me esconderé del objetivo pese a malas caras y absurdas coqueterías… aquella asustadiza tía-abuela no se imaginaba lo que me hubiera gustado volver a encontrarme este domingo, tantos años después, con sus hermosos ojos y sus manos grandes… Porque la memoria es frágil y el tiempo parece deslizarse deprisa cuesta abajo; porque todos tenemos momentos para vivir y una ocasión para recordar; porque “hay un tiempo para el anochecer bajo la luz de las estrellas, /y un tiempo para el anochecer a la luz de la lámpara (el anochecer con el álbum de fotos)”… fotos como susurros de la eternidad de T.S. Eliot.
AT LAST
(Etta Janes cantando "at last")
Está esperando en la estación de autobuses. Estación de autobús de cualquier ciudad. Pongamos la nuestra, por ejemplo. Aún careciendo de la romántica pátina de las viejas y fragorosas estaciones de tren, también en estos lugares se palpan –y se apilan como maletas– emociones y sentimientos... Mientras mira y le miran, en medio del trasiego de viajeros y equipajes, del hormigueo de pisadas con prisas y manos que aguardan, le parece escuchar un musical acento de voces caribeñas; sonríe porque le viene a la memoria aquella entretenida película del director cubano J. C. Tabío “Lista de espera”, en la que un grupo de personas aguardan por un tiempo que parece eterno la llegada de un autobús que siempre llega lleno... película de convivencia, historia optimista en la que lo mejor de cada uno sale poco a poco a la luz conciliándoles definitivamente con ellos mismos. Con algo más de atención, no le es difícil ver aquí también pasiones y esperanzas desconchando las paredes; abrazos tiernos y besos que sonríen; tristezas que parecen dejar su huella aferrada para siempre en el suelo de baldosas grises... todo por un hueco vacío en el andén, inmenso y definitivo para el viajero al que nadie espera, sentimientos presentidos que impregnan el aire siempre enrarecido de cualquier estación de autobús. Pero el que espera vuelve bruscamente a la realidad y ve ahora sólo viajeros cargados con sus maletas; y cómo “el fácil acceso a los andenes” que alegremente anunciaba la página web de la Estación, parece haberse olvidado de las escaleras mecánicas que rara vez ya ve funcionar… y cómo “las modernas instalaciones” con su cuadro electrónico anunciando entradas y salidas es un recuerdo que hace meses no se “enciende”... Mientras, aquel otro gran panel de cerámica con la vista antigua de nuestra ciudad saludando esperanzada al viajero, apenas se adivina ahora ... tapado por el locutorio de cabinas de metacrilato y cables de ordenadores (sin duda habría sitios mejores para que Internet, ese otro autobús vertiginoso, nos transportara con los nuestros). Fuera de la estación, en la entrada peatonal del sur, una estructura de hierro verde lleva más de tres años absurdamente de pie, en un proyecto de terraza inacabada y perpetua, y en la salida norte, pegado a la pared, un absurdo caballete de madera sujeta cables y enchufes más tiempo y más cerca de los juegos infantiles del que debería ser prudente... El ruido del motor de un autobús acompaña a Etta James que dentro de su cabeza canta alborozada: At last my love has come along / My lonely days are over / And life is like a song... y al que espera se le olvida todo menos sus ojos que ya puede ver “por fin” a través de la ventanilla.
ARGOS
Esta semana ha aparecido en las pantallas del televisor de todas las casas: el hombre golpeaba una y otra vez salvajemente al pastor alemán atado con cadenas. Una paliza brutal que parecía no tener más final ni más propósito que el de la muerte del indefenso animal. Un hecho inexplicable e injustificable por más que sus familiares y amigos gritaran que él era su dueño y hacía lo correcto, es decir lo que le venía en gana... Y arropado en el juicio por sus vociferantes cómplices, ironía incomprensible, han sido los denunciantes los que han tenido que salir del juzgado protegidos por la policía. La pareja, contenido el aliento ante el exabrupto hiriente de la masa, ante la intimidación y la bravata violenta, bajaba los ojos entre asombrada y atemorizada... Todavía nos ha dado tiempo de ver en el informativo la imagen fugaz de dos manos enlazadas sobre el vientre de la mujer embarazada rodeada de barbarie. Desde luego que a esas caras desencajadas de los vecinos y ese rostro hosco y oscuro del apaleador complacido nunca les será posible sentir el calor de la lágrima mágica de Ulises; la pena y la fascinación resbalando por su mejilla ante la visión tras veinte años de su viejo y fiel perro. Tampoco ningún Argos les reconocerá tras tan larga ausencia, ni agachará sus orejas y decidirá que por fin ya es hora de descansar en el Hades porque su amo ha vuelto, porque su amo ha regresado... Quien tiene la amistad de su perro sabe que la soledad le será menos blanca, menos ruidosa. Quien cuenta con el cariño y la confianza de su perro sabe que nunca le faltará una tierna mirada, ya que él, pase lo que pase, nunca falla, jamás traiciona ni abandona, ni siquiera exige. Hay historias conmovedoras de perros, historias que a veces te hacen estremecer, porque intuyes la pequeñez de tu universo humano, porque descubres que creyéndote inmortal en tu realidad de cada día, dueño absoluto el Hombre de este planeta, nada es tan real como la existencia de ese perro que echado a tu lado te lanza una mirada de soslayo... Compañero, camarada de esta vida, no más que un paso tras otro, sobre los dos giran los mismos soles día tras día, las mismas noches e idéntico crepúsculo... en un mundo sin memoria y sin tiempo... La violencia, la ceguera, la brutalidad, el egoísmo pesan en algunos tanto que no les dejan ver el horizonte. Definitivamente y pese a los muchos años que me ha costado admitirlo –más que los que al amigo Odiseo le costó regresar junto a su Penélope–, ya sé que no hay Ítacas para todos; los hay que ni las sueñan.
INERCIA Y AZAR
Decía Richard Gould : “cuanto mayor sea el índice de riesgo, tanto más se comparte”.
Durante miles de años, en las sociedades primitivas, era la generosidad la que garantizaba que en tiempos adversos fuera posible sobrevivir. No había jefas, ni jefecillos, solo la lucha por vivir un amanecer tras el anochecer; la cosecha, la despensa que hoy parecía asegurada, podía convertirse de pronto en nada, y conforme a ese principio se actuaba en reciprocidad, previendo el índice del riesgo .
Hoy en día el azar parece haberse evaporado de nuestras vidas. No hables de generosidad, te dirán que bastante tenemos con llegar a fin de mes; no hables de solidaridad, que el sueldo llega para lo que llega, y las vacaciones y la alegre primavera en la tienda de la ciudad de al lado también importan lo suyo.
Pertrechados en lo cotidiano, no vemos mas allá de nuestras narices, que siguen como zanahoria la idea del progreso ilimitado. No quedarnos atrás.
Como un reflejo - porque no son mas que nuestro propio reflejo, no lo olvidemos- la mayoría de nuestros políticos se sonreirían si les preguntáramos por el azar. Instalados en la segura maquinaria de los partidos, creada por la propia democracia, se sienten seguros. La inercia garantiza. La inercia les garantiza.
Prepotencia y desilusión se unen a un tiempo. El discurso hueco es recibido con aplausos porque nos viene bien; es lo que esperamos, no pensar, la inercia, la inercia...
Pero aunque olvidado, el azar sigue ahí, y lo que hoy es blanco bien puede cambiar de color a la vuelta de la esquina.
¿Qué tiene que ver esto con Teruel? Poco y mucho, me atrevo a contestar; poco porque por propia experiencia los turolenses sabemos que el azar siempre pasa de largo por esta ciudad...y mucho porque la inercia corre ya por nuestras venas cual patrimonio genético.
Y sobre la generosidad...
14 mayo 06
FANTASMAS DE SOLARIS
“X estuvo aquí”, frase una y otra vez escrita, grabada, pintarrajeada en cualquier monumento que se precie, en el árbol que aún resiste, en el descorchado portal del edificio más viejo y absurdo de la ciudad... no importa, cualquier sitio es bueno, hasta las hojas del tratado de física prestado por la biblioteca... unas iniciales, una fecha y el rito está cerrado.
Nos apremia a los humanos acercanos a lo imperecedero; es vocacional, casi inhumano por lo irracional y doloroso del intento; se nos escapan las manos en perseguir prender el tiempo, en procurar perdurar en el recuerdo. Decía Borges que la memoria no se limita a restaurar las cosas que recuerda, sino que las transforma, deformando irremisiblemente el original. Nos recreamos en la memoria, nos volvemos a crear, fantasiosos, imaginando aquél que en generaciones venideras descifrará nuestro mensaje, en una quimera que nos permitirá vivir un segundo de su vida como segunda vida, como fantasmas ocupas de una historia de S. Lem.
Hace tiempo busqué esa frase en las paredes de los tejados de la catedral de Teruel. Pero Baroja no la escribió allí, o al menos yo no la supe encontrar; prefirió hacerlo en su libro La Nave de los Locos, mientras merendaba “un poco de pan y queso y una botella de vino” contemplando los tejados de nuestra ciudad, la luz del sol en sus torres del ladrillo... Porque justo aquel pasaje era el puente tendido desde la temporalidad de la memoria de mi abuelo carpintero-campanero y el personaje Fuster de la novela. Ésa era su frase, que me afané en buscar entre desconchones y un poco de miedo a las alturas. Un pintor que el recuerdo y el ingenio del autor transformaron en excesivo retrato de quien yo bien recordaba y quiero; pero le agradecí a Baroja la simple pista del apellido: un fustero, un carpintero merendando con el entrañable escritor en el tejado de la catedral de Teruel una tarde de primavera. Porque Baroja, efectivamente, estuvo allí.
28 mayo, 06
La lira de Axuracenturix
Asterix, Obelix, los demás... apuesto a que al final de la cena, los intrépidos galos van a descolgar al bardo del árbol y le pedirán que les acompañe con su estrambótica lira en “la canción”; canción coral de amigos, que cerrará el círculo casi mágico de la fiesta.
La música, la más completa de las artes, la más sutil, la más emocionante, la más divina...la MÚSICA, la más poderosa. Himnos que recrean patrias imaginarias, canciones apenas musitadas por labios de soldados ya entregados, compases coreados con fuerza en la vanidad del triunfo, o más triviales, esas estrofas que confortan al equipo preferido, ( ¿terminaremos todos por aprendernos la nueva versión del “opa” para la selección nacional? )
En el principio de los tiempos, dicen los libros de texto, la poesía nació unida a la música, y ambas destinadas al baile, un baile litúrgico y sagrado. La canción era vehículo para impregnar la memoria del pueblo con los valores de convivencia, con los modelos de comportamiento aceptados. Ritmo y palabra también lo fueron de la revolución: los poetas eran, son todavía, los primeros en caer... el poder sabe de su Poder. Con el tiempo, siguen explicándonos los manuales, la estética consiguió desprenderse de ideologías. Pero aún están muy cerca melodía y literatura. Sólo la más exacta fórmula matemática es comparable a la perfección de una canción en que música y poesía están presentes a la par.
Esta tarde suena estupenda la música en el Milenium, compañera de minutos de descanso, de la charla distendida.... está ahí como una amiga más... alguna vez suenan canciones de los ochenta y se me escurre un recuerdo suspendido en el tiempo; y me alegra comprobar que mucha poesía entra en los jóvenes oídos apenas sin darse cuenta, cómplice del compás, porque todavía hay canciones que la llevan prendida, canciones suyas, buenas canciones.
Y pienso, o más bien sueño, mientras me termino la cerveza, en lo estupendo que sería apurar el día e hilvanarlo con la noche en mi ciudad, una tarde cualquiera este último domingo de mayo, escuchando el segundo movimiento de “La Inacabada” de Schubert en el nuevo y sólo imaginado todavía flamante auditórium de la ciudad de Teruel . (Diez primeros minutos de la Inacabada)
La lira de Axuracenturix
Asterix, Obelix, los demás... apuesto a que al final de la cena, los intrépidos galos van a descolgar al bardo del árbol y le pedirán que les acompañe con su estrambótica lira en “la canción”; canción coral de amigos, que cerrará el círculo casi mágico de la fiesta.
La música, la más completa de las artes, la más sutil, la más emocionante, la más divina...la MÚSICA, la más poderosa. Himnos que recrean patrias imaginarias, canciones apenas musitadas por labios de soldados ya entregados, compases coreados con fuerza en la vanidad del triunfo, o más triviales, esas estrofas que confortan al equipo preferido, ( ¿terminaremos todos por aprendernos la nueva versión del “opa” para la selección nacional? )
En el principio de los tiempos, dicen los libros de texto, la poesía nació unida a la música, y ambas destinadas al baile, un baile litúrgico y sagrado. La canción era vehículo para impregnar la memoria del pueblo con los valores de convivencia, con los modelos de comportamiento aceptados. Ritmo y palabra también lo fueron de la revolución: los poetas eran, son todavía, los primeros en caer... el poder sabe de su Poder. Con el tiempo, siguen explicándonos los manuales, la estética consiguió desprenderse de ideologías. Pero aún están muy cerca melodía y literatura. Sólo la más exacta fórmula matemática es comparable a la perfección de una canción en que música y poesía están presentes a la par.
Esta tarde suena estupenda la música en el Milenium, compañera de minutos de descanso, de la charla distendida.... está ahí como una amiga más... alguna vez suenan canciones de los ochenta y se me escurre un recuerdo suspendido en el tiempo; y me alegra comprobar que mucha poesía entra en los jóvenes oídos apenas sin darse cuenta, cómplice del compás, porque todavía hay canciones que la llevan prendida, canciones suyas, buenas canciones.
Y pienso, o más bien sueño, mientras me termino la cerveza, en lo estupendo que sería apurar el día e hilvanarlo con la noche en mi ciudad, una tarde cualquiera este último domingo de mayo, escuchando el segundo movimiento de “La Inacabada” de Schubert en el nuevo y sólo imaginado todavía flamante auditórium de la ciudad de Teruel . (Diez primeros minutos de la Inacabada)
4 junio 06
GOMINOLAS DE FRESA
Hay fiestas en este barrio de unifamiliares donde ahora vive; hay circo y feria, vaquillas y discomóvil; y grandes plataneros que hacen luces con su sombra en las aceras; y un parque sin setos, y también está ese paseo pintado de verde que tanto le gusta a la más chica y a su bici de colores; hay también tormentas (esta mañana y anoche por lo menos), fuertes y atronadoras. No ha ido nunca a las fiestas de este barrio, que aún no siente como suyo. Siempre le pasa lo mismo a cada cambio de escalera, al aprenderse otros nombre de calle, de ciudad... son muchos años los que sopesa la memoria.
En su barrio, el suyo de verdad, cortaron uno a uno los árboles de la placeta, (sí, también aquél donde había un corazón con unas letras suavecitas...) y tampoco se ven niños jugando -se diría que van juntos árboles y niños-; algunos padres llevan a los suyos de la mano al viejo colegio, siempre demasiado deprisa para los críos..., sonríe el viejo.
Del Centro a la Fuenfresca hay un largo trecho que él rellena con recuerdos de su viaje por el norte, exiliado de aquella España de pasodoble y maleta de madera con cuerda; sin quererlo, caminan imágenes que se le agolpan y dibujan corazón adentro. A veces, viendo las noticias, se reconoce en los ojos acuosos y asustados del que sale a duras penas del cayuco.
Desde un balcón abierto, la televisión encendida. Rotunda, afirma que estos días se ha hablado en el Debate del estado de la Nación sobre la necesidad de aplicar una política lo más efectiva posible para disuadir a los inmigrantes ilegales. También estos días, continúa, a la Unión Europea le entra la premura de patrullar por mar y aire las costas del África Occidental.
Quieto y estático, el abuelo doblará la última esquina en las calles de primavera de su nuevo barrio.
En el Instituto del tercero de sus nietos, el Segundo de Chomón, cuentan experiencias del pasado emigrante de las familias...
“Todos somos emigrantes” le ha dicho el pequeño mientras juntos repasan fotos y cartas amarillas. Hoy el abuelo se sonríe y decide al fin acercase al kiosquillo de la esquina para comprar chucherías a los nietos, como lo hizo aquella fría mañana en Mannheim, venciendo la nostalgia y el recelo, por los caramelos de los hijos.
11 junio 06
NEQUID NIMIS
Extremadura es preciosa. De ella me traje cigüeñas y cielos brillantes, calles y casas solemnes, solitarias y crípticas, como guerreros antiguos; paisajes con árboles color verde musgo -inolvidables olivos y alcornoques-, un asombroso Vostell en Malpartida... y atrapé también una cita -sorpresa, encuentro y frase a la vez-: palabras casi borrosas escritas en el columbario de Mérida. En ella Diógenes de Enoanda, recordaba y agradecía sus enseñanzas al maestro Epicuro. Fue el encuentro con un viejo conocido en el lugar más inesperado... o quizás no, quizás la sombra de un ciprés era el sitio exacto. Se preguntaba Emilio Lledó qué se escondía entre las líneas de Epicuro para que se convirtiera tan pronto en una filosofía maldita. Lo cierto es que retomando sus escritos, en una lectura reposada, alejada de ideas preconcebidas, descubrimos un filósofo atemporal, muy cercano a las preocupaciones del hombre actual, revolucionario en sus aseveraciones y cuya clara inteligencia nos dio ya en el siglo III a C. respuestas a un problema clave como es el desmoronamiento ambiental de nuestro planeta y la atroz injusticia social que padece la humanidad. Podemos hablar claramente de un ecologismo epicúreo y recoger sus interesantes teorías sobre la tierra como casa común de toda la humanidad. El mismo Henry David Thoureau retomó las palabras del filósofo cuando afirmaba que un hombre es rico en proporción a las cosas de las que puede prescindir.
El pasado día cinco celebramos el Día mundial del Medio Ambiente. Se discute en esferas internacionales sobre desarrollo sostenible, se hacen campañas municipales para reciclar, reducir desechos, ahorrar agua y energía... y es verdad: llevamos puntualmente el papel al contenedor azul, el vidrio al verde... ponemos la alcachofa a la ducha... cerramos el grifo al lavarnos los dientes... pero lo cierto es que seguimos sin plantearnos seriamente que los altos niveles de consumo en los que nos movemos en el mundo llamado desarrollado son ya insostenibles a la par que el sistema económico en que se apoya es alarmantemente injusto...
Todas estas acciones están bien, pero no van a resolver el tremendo “apuro” en el que TODOS nos encontramos, un callejón al que no intentamos buscar salida simplemente porque la bandera del estado de bienestar la tenemos bien izada sobre nuestras vidas y nadie está dispuesto a renunciar a nuestros hábitos consumistas. Porque no se trata sólo de adoptar una serie de costumbres más o menos “ecológicas”, sino de una nueva actitud cooperativa y comunitaria, una transición a una forma de vida más sencilla, que reinvierta la riqueza personal de manera más solidaria. Una filosofía transgresora como lo fue la de Epicuro en su tiempo, ejercicio de libertad individual y conciencia social dispuesta al cambio radical que apueste de una vez por todas por un mundo justo y sostenible, un mundo, como decía Gandhi, en el que “quienes podamos vivir más simplemente deberíamos permitir que otros, simplemente, puedan vivir”.
NEQUID NIMIS
Extremadura es preciosa. De ella me traje cigüeñas y cielos brillantes, calles y casas solemnes, solitarias y crípticas, como guerreros antiguos; paisajes con árboles color verde musgo -inolvidables olivos y alcornoques-, un asombroso Vostell en Malpartida... y atrapé también una cita -sorpresa, encuentro y frase a la vez-: palabras casi borrosas escritas en el columbario de Mérida. En ella Diógenes de Enoanda, recordaba y agradecía sus enseñanzas al maestro Epicuro. Fue el encuentro con un viejo conocido en el lugar más inesperado... o quizás no, quizás la sombra de un ciprés era el sitio exacto. Se preguntaba Emilio Lledó qué se escondía entre las líneas de Epicuro para que se convirtiera tan pronto en una filosofía maldita. Lo cierto es que retomando sus escritos, en una lectura reposada, alejada de ideas preconcebidas, descubrimos un filósofo atemporal, muy cercano a las preocupaciones del hombre actual, revolucionario en sus aseveraciones y cuya clara inteligencia nos dio ya en el siglo III a C. respuestas a un problema clave como es el desmoronamiento ambiental de nuestro planeta y la atroz injusticia social que padece la humanidad. Podemos hablar claramente de un ecologismo epicúreo y recoger sus interesantes teorías sobre la tierra como casa común de toda la humanidad. El mismo Henry David Thoureau retomó las palabras del filósofo cuando afirmaba que un hombre es rico en proporción a las cosas de las que puede prescindir.
El pasado día cinco celebramos el Día mundial del Medio Ambiente. Se discute en esferas internacionales sobre desarrollo sostenible, se hacen campañas municipales para reciclar, reducir desechos, ahorrar agua y energía... y es verdad: llevamos puntualmente el papel al contenedor azul, el vidrio al verde... ponemos la alcachofa a la ducha... cerramos el grifo al lavarnos los dientes... pero lo cierto es que seguimos sin plantearnos seriamente que los altos niveles de consumo en los que nos movemos en el mundo llamado desarrollado son ya insostenibles a la par que el sistema económico en que se apoya es alarmantemente injusto...
Todas estas acciones están bien, pero no van a resolver el tremendo “apuro” en el que TODOS nos encontramos, un callejón al que no intentamos buscar salida simplemente porque la bandera del estado de bienestar la tenemos bien izada sobre nuestras vidas y nadie está dispuesto a renunciar a nuestros hábitos consumistas. Porque no se trata sólo de adoptar una serie de costumbres más o menos “ecológicas”, sino de una nueva actitud cooperativa y comunitaria, una transición a una forma de vida más sencilla, que reinvierta la riqueza personal de manera más solidaria. Una filosofía transgresora como lo fue la de Epicuro en su tiempo, ejercicio de libertad individual y conciencia social dispuesta al cambio radical que apueste de una vez por todas por un mundo justo y sostenible, un mundo, como decía Gandhi, en el que “quienes podamos vivir más simplemente deberíamos permitir que otros, simplemente, puedan vivir”.
25 junio 06
MOUNA
Son mujeres. Y podría no decirlo –qué importa eso, me dirán frunciendo el ceño algunos/as– o podría dejarlo para después mencionándolo de pasada... pero no, no quiero, me sienta bien decirlo, escribirlo con mayúsculas: son MUJERES. Aventureras unas, elegantes y silentes otras, valientes e inteligentes todas ellas, que han abierto camino. Nos visitan estos días y con su presencia, acompañada de la lógica expectación que suele producir ver en persona a “los famosos de la tele”, se inaugura oficialmente una nueva edición de la Universidad de Verano de Teruel. Son periodistas de larga experiencia profesional, que han sabido encontrar espacio en el mercado laboral, demostrando con su esfuerzo que la igualdad de oportunidades y el reconocimiento de la propia capacidad es todavía posible independientemente del género.
Por sus palabras, testimonios compartidos, sabemos de su empeño y adivinamos que muchas veces fue desvelo. Carmen Sarmiento, apoyada en la barandilla del edificio universitario turolense, nos sonríe desde la fotografía del Diario, pero la mirada se me desvía como un imán hasta sus ojos y sus manos, porque allí es donde noto su fuerza. La reportera nos habla de la feminización de la pobreza, de la subordinación y marginación de la mujer en todas las culturas, incluida la nuestra... y sigue desgranando una tras otra cifras alarmantes, dramáticas condiciones de vida, apenas casi subsistencia, y nos cuenta del valor de esas mujeres anónimas para sacar adelante familias enteras pese a su propia vida. Ella las ha conocido, sabe personalmente de su dolor y sufrimiento, de su tristeza ... y a la vez de su coraje, heroicidad anónima del día a día.
Al escucharla me acuerdo de esa niña que ahora vive con nosotros. Le he dado un nombre, le he imaginado un nombre y unos rasgos inventados porque no quiero olvidarla. Me es mas fácil así, para que no sea solo un dato, una anécdota. Para que nunca lo sea. Hace pocos días supimos de su mutilación. Y es que no hace falta irnos a Somalia donde más del 98 % de las mujeres sufren la ablación, ni a Sudán (98%), ni a Etiopía (85%), ni al Senegal... porque aquí mismo tenemos a Mouna. Apenas ¿diez? ¿once años? Once, puestos uno tras otro en fila: un largo tren de días mágicos, de alegrías, de inocentes esperanzas, truncadas incomprensiblemente. Para ella, porque me faltan palabras, copio los versos que Petisme sin duda le cantaría: “Conocí a una mujer con mirada de espejo, / en su luz sonámbula me lavé las heridas. /Aunque tus ojos Mouna los cubrieran de sal/ un manantial serían que fluye con violencia./ Lágrimas como brasas. El futuro es mujer”, Mouna.
PAISAJES DE FRIEDRICH
Por detrás del horizonte se afana el explorador; casi no se le oye pero sí le vemos: mochila al hombro, zapatillas de marca, la botella del agua en la cintura. A su lado el mes de julio y sus esperadas vacaciones. No recuerda si “eso” lo leyó en un libro hindú. “Eso” es que dondequiera que el hombre pone el pie, pisa siempre cien senderos, cien caminos entrelazados y viejos, casi sin señales, olvidados y mil veces recorridos. Y él está allí por fin en su viaje místico. Al menos así se lo vendieron en aquella conocida agencia de viajes, especialista en ofertas estupendas y grandes viajes alternativos con destinos nacionales e internacionales.
Y porque no se creía aventurero había querido elegir como guía de viaje un laberinto de Chartres, un mandala, un místico cristiano, una rueda de la Vida Tibetana, quizás un derviche bailarín enamorado de la luna o los chamanes del Perú, un yogui o tal vez un enigmático esquimal de Alaska, un indio del Guatemala, Sai Baba de la India... cualquiera le servía, a muchos citó, por muchos preguntó a aquel empleado gris de la agencia de viajes que con gesto huraño consultaba las ofertas de última hora.
Pero está solo en su viaje... frente a sí y tras de sí fijo el horizonte –lógica borrosa– y el chistoso Auden susurrándole al oído : “La soledad es la condición necesaria del hombre”. El explorador hace señales a las luces de la desierta carretera y piensa en sus compañeros de oficina: Luis, con la familia en el apartamento de la playa; Pilar, con la que no le hubiera importado perderse por las calles de Praga ; Manolo, Juan... y él allí, con su cacareado viaje hacia dentro de sí mismo. Mi pobre y admirado explorador, esforzado buscador, impenitente viajero: no equivocaste el destino, ni te confundiste de camino, quizás te faltó sólo pararte un poco y escuchar tu silencio. También hay viajes en el catálogo de esa agencia con destino a corazones que queremos y que nunca visitamos, pero esa superoferta con destino a nuestra propia conciencia a precios asequibles y válida para todo el año, esa que tú elegiste, suele quedarse desierta.
CONTANDO HASTA TRECE
El presidente de la Peña Los 13 está sentado en su sillón; corre el aire a través de los visillos; fuera, en la plaza, se adivina al Despiste montando la carpa. La sonrisa amplia de siempre y el brillo en los ojos todavía joven a sus ochenta y ocho años. En la mano el mando del televisor y la atención en el Alemania / Italia del Mundial. Dicen que ser delantero centro o jugar de defensa de cierre te lleva a menudo a la impotencia, a la soledad, al abandono y al miedo; que es en el centro del campo donde el universo gira sobre ti y consigues verlo, al fin, todo claro... nítidamente adivino yo ahora a Miguel Gea, este turolense que ha jugado toda su vida en punta del ataque, que no se ha olvidado de su equipo y no ha perdido nunca de vista lo que ocurría en el resto del campo de juego. Él y sus compañeros crearon la primera peña vaquillera allá por el año 43 del pasado siglo (¡¡!!). Como un equipo de amigos se/nos uniformaron “Los 13” y nos trajeron del norte pantalones y blusas blancas, nos protegieron con el pañuelico sanferminero –aunque aquí el indiscutible director de lidia es el Ángel Custodio– idearon los primeros escudos y programas peñistas, contaron con la primera orquesta, César y sus amigos de Cella, y fueron también los primeros en salir con la charanga bailando por las calles y la plaza del toros... En muchas otras cosas fueron pioneros. Hoy en día, que tanto se lleva inaugurar y figurar, Miguel Gea se me presenta como ejemplo de amor incondicional a su ciudad, llaneza y sencillez. Hombre cordial y abierto, humilde, comprometido y con esa ironía dulce que da la sabiduría al fondo del alma. Siempre ha huido de protagonismos: él, que dirigió un equipo que eligió un lema romántico y soñador para tiempos duros de posguerra –su ”todos para uno y uno para todos”– ... él, que hace que me sienta segura jugando en el medio campo, una más en la Vaquilla, haciendo la fiesta con mis vecinos y amigos, todos juntos. Termina el apasionante partido, la competitiva Italia acaba de meter dos goles a la rocosa Alemania. Mi tío me cuenta entonces divertido cómo se puso el nombre a la primera peña vaquillera: ¿Qué nombre nos pondremos? se preguntaron Victoriano Cortés, Joaquín Pérez, los hermanos Vicente y Manuel Maicas, Domingo Salesa, Tomás Esteban, Manuel Ibáñez, Antonio Martín, Venancio Larraz, Antonio Ortega, Francisco Torregrosa, Carlos Teruel y Gea... que, espíritu jovial y burlón, siempre ocurrente, contestó divertido: “Muy sencillo, nos contamos : uno, dos, tres.... y trece... pues ya está, “Los Trece” Y el número al parecer les dio suerte, nos dio suerte a los turolenses y a las Vaquillas que comenzaban una nueva marcha, un nuevo rumbo, en el que aún navegamos todos, en el que aún jugamos todos.
El presidente de la Peña Los 13 está sentado en su sillón; corre el aire a través de los visillos; fuera, en la plaza, se adivina al Despiste montando la carpa. La sonrisa amplia de siempre y el brillo en los ojos todavía joven a sus ochenta y ocho años. En la mano el mando del televisor y la atención en el Alemania / Italia del Mundial. Dicen que ser delantero centro o jugar de defensa de cierre te lleva a menudo a la impotencia, a la soledad, al abandono y al miedo; que es en el centro del campo donde el universo gira sobre ti y consigues verlo, al fin, todo claro... nítidamente adivino yo ahora a Miguel Gea, este turolense que ha jugado toda su vida en punta del ataque, que no se ha olvidado de su equipo y no ha perdido nunca de vista lo que ocurría en el resto del campo de juego. Él y sus compañeros crearon la primera peña vaquillera allá por el año 43 del pasado siglo (¡¡!!). Como un equipo de amigos se/nos uniformaron “Los 13” y nos trajeron del norte pantalones y blusas blancas, nos protegieron con el pañuelico sanferminero –aunque aquí el indiscutible director de lidia es el Ángel Custodio– idearon los primeros escudos y programas peñistas, contaron con la primera orquesta, César y sus amigos de Cella, y fueron también los primeros en salir con la charanga bailando por las calles y la plaza del toros... En muchas otras cosas fueron pioneros. Hoy en día, que tanto se lleva inaugurar y figurar, Miguel Gea se me presenta como ejemplo de amor incondicional a su ciudad, llaneza y sencillez. Hombre cordial y abierto, humilde, comprometido y con esa ironía dulce que da la sabiduría al fondo del alma. Siempre ha huido de protagonismos: él, que dirigió un equipo que eligió un lema romántico y soñador para tiempos duros de posguerra –su ”todos para uno y uno para todos”– ... él, que hace que me sienta segura jugando en el medio campo, una más en la Vaquilla, haciendo la fiesta con mis vecinos y amigos, todos juntos. Termina el apasionante partido, la competitiva Italia acaba de meter dos goles a la rocosa Alemania. Mi tío me cuenta entonces divertido cómo se puso el nombre a la primera peña vaquillera: ¿Qué nombre nos pondremos? se preguntaron Victoriano Cortés, Joaquín Pérez, los hermanos Vicente y Manuel Maicas, Domingo Salesa, Tomás Esteban, Manuel Ibáñez, Antonio Martín, Venancio Larraz, Antonio Ortega, Francisco Torregrosa, Carlos Teruel y Gea... que, espíritu jovial y burlón, siempre ocurrente, contestó divertido: “Muy sencillo, nos contamos : uno, dos, tres.... y trece... pues ya está, “Los Trece” Y el número al parecer les dio suerte, nos dio suerte a los turolenses y a las Vaquillas que comenzaban una nueva marcha, un nuevo rumbo, en el que aún navegamos todos, en el que aún jugamos todos.
ACRÓBATAS CELESTES
Aquí están por fin. Tras el largo invierno de nuevo. El cielo de Teruel los ha recibido sereno como todos los años, imperturbable ese azul tan nuestro, apenas desteñido de color blanco- nube.
Pero no puede disimular por mucho tiempo y se le escapan sonrisas disfrazadas de plumas a este cielo nuestro... porque: ¿qué serian los atardeceres de verano sin ellos?, ¿cómo nos enteraríamos nosotros, tan afanados de invierno, que había llegado la primavera sin su albada festiva y vivaracha?
Son los mismos vecinos que año tras año volvieron y nos encontraron. Leales, legales, nos saludan a los que seguimos aquí, a los de siempre... Durante los meses más descuidados, esos días con más ganas de vivir, nos acompañarán con sus piruetas acrobáticas cual mísiles inofensivos a ras del suelo o adormecidos en lo mas alto de la bóveda , acunados por las suaves corrientes de aire, abatidos en el ocaso.
Aves que saben bien que si cayeran, les seria ya imposible retomar el vuelo porque sus atrofiados pies apenas sirven para sujetarse al nido....Pájaros que no visten el azul irisado ni la hermosa cola ahorquillada de la golondrina pero... ¡haced la prueba! : es emocionante pasear por las calles de Teruel buscando sus casas de barro, apretadas bajo los tejados y aleros y cuánto más si llevas a un niño de la mano... pronto se convertirá la mañana del domingo en un juego apasionante : descubrirlos, contarlos, buscar la vida en cualquier grieta, bajo cualquier hueco y probar a respetarla.
Vencejos, hechos para volar infatigablemente; vencejos de ojos grandes, oscuros y redondos, de mirada casi humana; ¿cómo nos verán verano tras verano, a setenta kilómetros por hora?...esos diminutos turolenses volando sobre nosotros no tan pequeños -al menos así nos lo creemos-, cruzando de prisa el viaducto, apresurados al trabajo, al instituto, a la compra - las torres siempre de vigías-, sentados en las terrazas de la plaza del Torico...¿Y si una primavera no nos encontraran? Y si no volvieran? Ni lo pienso. Vencejos, vértices de la luz.
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