ALBADAS 31-40




ESCALERA DE JACOB


Ya empieza a ser de noche cuando sale de casa. A veces las aceras brillan. Su vecina la guapa sale un poco antes o un poco después; lleva un abrigo claro y se pierde en la plaza. Todos van decididamente a algún lugar y nadie habla. Una mujer camina lentamente dando el brazo a un anciano. Algunas veces piensa que se oye una voz que susurra y que es sólo un sueño, como en el hospital, cuando Tim Robbins pregunta si está muerto, en la Escalera de Jacob. El profesor a lo largo de la avenida Sanz Gadea, con la película de la noche flotando ante sus ojos todavía; le queda un buen trecho hasta llegar a la universidad, pero tiene tiempo. Entra en la cafetería de siempre a tomarse su primer café de siempre y dar una ojeada rápida a la prensa como siempre. Los primeros sorbos de su escueto desayuno casi se le atragantan cuando lee aquello de que un museo son “cuatro paredes para exponer el patrimonio”; la cucharilla que antes giraba mecánicamente golpea ahora despacio la suave porcelana de la taza mientras lee el rifirrafe de unos y otros, política de la mala, bajo la mirada irónica de nuestras sempiternas torres, bajo la bóveda de las estrellas mudéjares dibujadas milimétricamente sobre paredes rojas, nuestro otro cielo turolense... y va bebiendo pura demagogia –que ya ni siquiera se disfraza de artificio– con los últimos sorbos del café. En su recuerdo aparecen entonces los muchos museos que recorrió siendo un estudiante de Historia de Arte, con los apuntes bajo el brazo del inefable maestro Gonzalo Borrás... y acodado en la barra del cálido bar turolense añora de pronto, casi con apremio, aquellos meses de invierno al terminar sus estudios, días de mochilero con el Interrail... toda Europa bajo sus pies, dispuesta y gozosa de ser caminada cada palmo de su piel. Museos, bares y estaciones eran la vida de aquellas magníficas ciudades, nada cerrado, sino jóvenes orbitando alrededor de estos soles, ilusiones en el aire. Pero allí, en el periódico, la otra noticia. Esta vez ha habido consenso y medallas para todos, la ley de Dependencia saldrá adelante ...y allí también en un recuadro del papel una llamada a los turolenses para que se hagan voluntarios... aún le da tiempo a acercarse... piensa... además: ¿por qué no?, hasta las diez y veinticinco no comienza su primera clase y es “una pequeña parte de su tiempo libre”... Entra al hall, folletos informativos y sonrisas de los organizadores, y se sorprende al ver que un abrigo claro descansa sobre un sillón.




HD107146

En medio del insomnio de esas horas tranquilas, la buscas en las fotografías de la revista. Casi como un iris dorado brillando en medio de la oscuridad y el vacío, así te aparece por fin la estrella HD107146. Imagen evocadora y misteriosa, profundidad de esa mirada imaginada hecha de polvo cósmico como tú mismo, lector, tan hermosa como lo son siempre las nebulosas, las ingentes cantidades de helio e hidrógeno flotando a un ritmo no se sabe bien bajo qué batuta celeste, gigante y poderosa, asteroides gaseosos, sólidos planetas de roca y núcleo metálico, NEOs amenazantes, cuerpos helados... cometas azules inaprensibles... Y hasta aquí, porque hay que parar de imaginar: ¡tanta belleza incontrolable produce vértigo! Porque si lo piensas despacito y si además lo haces en las soledades de la noche, nadie en la calle, apenas un gato silencioso y el aire jugando al escondite con las esquinas desconchadas, los tuyos durmiendo tranquilos... y tú arropada en la tibia casa, con la frente pegada contra el frío cristal que da al cielo, si lo haces así... entonces vas a notar que te empieza a latir dentro esa indefinida congoja de siempre, que te late cada vez más fuerte, esa zozobra agridulce que de continuo ha sentido la humanidad cuando miraba hacia arriba desde muy dentro. La pequeñez ante una armonía incomprensible, incontrolable, tal vez inalcanzable... Por encima de nuestras cabezas, maravillas presentidas girando en la bóveda celeste con nosotros dentro, soles que siguen brillando aunque no los puedas mirar; claro que todo esto visto y vivido desde nuestra estrella, 4.000 millones de años más vieja, más querida y maltratada que la jovencísima HD107146... visto desde una calle cualquiera del inefable Teruel... casi nos da un escalofrío sentirlo. Y amanece, alguien en la calle enciende la radio de un coche, se escucha despacito la canción de Moby y Amaral, esa canción de moda que esconde una frase secreta y tremenda. Mientras, tú sigues aquí, mirando ahora las hojas del calendario; pensando que si hay un mes que pasa rápido, es Diciembre. Porque apenas ha terminado el puente este domingo, ya están aquí las otras estrellitas, esas colgadas en los árboles y las farolas de las calles, esas que hacen imaginar a nuestros niños universos brillantes, galaxias de colores y regalos, cosmos en los que orbitan caramelos y dulces para los que no hacen falta telescopios.












CANDIDATOS

Empieza a haber ya cierto revuelo en la capital. Hay un alboroto de nombres caídos, como esas últimas hojas de los plataneros de la Fuenfresca bailando en un remolino sordo. Hay una agitación disimulada, también susurros, en esos otros que abrigan esperanzas de saltar, saltar despacito como batracios de colores escurridizos y brillantes que de momento callan su gruesa voz. Hay listas de candidatos que circulan bajo mano y que cambian nombres, loterías y apuestas con premio en la primavera por nacer, justamente ahora en estas fechas de regalos y luces de colores... y mientras las elecciones están cada vez más cerca, todos compramos las uvas de la suerte...¡cada uva un suspiro y un deseo! Que esto no es sino el preludio de la obra cumbre de la democracia, anuncio de melodías, ilusiones y compromisos ya conocidos, todos lo sabemos; pero como un rito inexcusable, aún con el corazón niño de promesas (porque nunca aprenderemos, afortunadamente), todavía bajamos la cabeza y acercamos el oído... y atendemos con cuidado a la vieja armonía que tarareamos de memoria. Mientras, en los pequeños pueblos de nuestra provincia la vida sigue. Allí el día a día madruga más que en otros sitios cubiertos de asfalto; allí amanece más temprano y lo hace con esa luz helada de las auroras turolenses, albadas sobre verdes escarchas que pronto el sol transforma en tibieza sobre páramos y sierras, en tejados relucientes sobre masías perdidas donde revolotea escondiéndose algún estornino despistado. Y pienso en los alcaldes de esos pequeños pueblos, para los que no hay recompensas de presidencias ni consejerías, pienso en su esfuerzo por ilusionar a sus vecinos, cada vez menos vecinos, en su soledad cuando se quedan solos al frente como soldados en primera línea, defendiendo a sus gentes, confiando en que todo se arreglará. No hay tiberios ni peleas sordas por ocupar su puesto. Cuesta encontrar candidatos para estas listas. Cuesta encontrar a estos hombres y mujeres en el laberinto de vacíos de nuestro hermosísimo y a la vez terrible territorio. Pero siempre están ahí. Los mejores siempre están ahí. Citaría nombres, daría datos, pero todos ellos no caben en este pequeño espacio y se merecen honores mayores. Salve pues a ellos y a ellas, alcaldes de pequeños pueblos, gracias por estar ahí sin sueldos ni prebendas, gracias por amar esta tierra nuestra, tierra de nieve detenida al llegar al mar, tectita gigante metida en su cristal de memoria histórica, memoria de un olvido del que queremos despertar.










PARENTESIS

O lo que es lo mismo: un alto, una parada de todos y de todo. El tiempo silencioso se detiene esta noche y mañana, estos días de fiesta. Nos lo dice el calendario oficial, y más claro y más alto los anuncios de la televisión y los escaparates engalanados y espléndidos para la ocasión. Y en este paréntesis detenido, es cuando más nos urge tener amigos divertidos con los que salir de copas en las frías noches; cuando descubrimos que nos apremia tener vecinos amables a los que felicitar, cariñosos y leales compañeros de trabajo con los que intercambiar amigos invisibles y brindis delante de la admirada jefa… que es ahora, en fin, en este tiempo destinado por no se sabe bien qué mandamiento no escrito –y casi inhumano por lo fiero y despiadado de cumplir–, cuando todos debemos sentirnos felices y queridos, cuando nos hallamos más obligados a tener una familia unida y armoniosa con la que cenar y cantar algún villancico alegremente desentonado que amortigüe el ruido de las panderetas del piso de arriba. Es un sueño, claro; es una película de final feliz para todos los protagonistas… nos queremos comprar una fantasía imposible con lazos de colores que nos ofrecen por doquier pero que no encontramos en ninguna tienda, que ni siquiera venden entre las infinitas ofertas de la Internet. Y es que más que necesidad de regalos, más que deseos de consumir, más que ambiciones de lujosos viajes, estas fiestas lo que nos generan es horror a la soledad. Huir de la derrota frente a la desolación y el aislamiento, escapar de ser un fracasado emocional, no permitir, no dejarse estigmatizar por la sociedad al no responder al patrón, al arquetipo cada día más irreal de hombre y mujer siempre felizmente realizados… Porque hay que ser uno más de los que brindan frente a la ventana; porque hay que reflejarse en ojos lunares, lunas oscuras tan falsas como la estrellita más alta de árbol de Navidad. La nostalgia y el miedo en estos días se nos vuelven más amargas, casi insoportables por no poder ni siquiera enseñarlos, hielo negro. Y mientras esperamos despistando a que pasen las fiestas, al viejo Scrooge le descubren sus tres fantasmas el verdadero antídoto para la tristeza de la Navidad: humor y risa combinados a partes iguales, mezclados al cincuenta por ciento. Sonreír con dulzura y sin rencor ante recuerdos como los del cuento de Dickens: “La escuela no está completamente desierta -dijo el Espectro-. Queda en ella todavía un niño solitario, abandonado por sus amigos. Scrooge dijo que le conocía. Y sollozó.”









DOCE

Campanadas para Teruel. Doce “ojalás”, “inshallah”, o “dios lo quiera” para nuestra ciudad en un año 7, número mágico como todos pero un poco más para los que les tocó el gordo en la muy cercana Soria. Ojalá – de nuevo la interjección – la ocasión nos hubiera visitado a nosotros también, pero ya que la diosa Fortuna tomó hacia el norte, dirección al Duero (habrá que regalarle un nuevo GPS), nos toca ahora sumirnos en suspiros de año nuevo, en campanadas y en uvas de la suerte. Y pregunto alrededor por deseos como el genio de una lámpara cualquiera. El primero me lo apuntan mis vecinos: que todos esos planes, que esos convenios, que de tanto verlos en la prensa confundimos ya hasta los nombres, se hagan realidad, que sean más que promesas. El segundo deseo viene de gente joven: que podamos contar con una universidad con futuro. El tercero me lo dicen los mismos jóvenes pero también sus padres: tener un centro cultural, un espacio de expresión donde poder escuchar conciertos, asistir a obras teatrales, proyecciones y actuaciones con dignidad y calidad. Cuarto deseo sin comentarios: que la ciudad tenga por fin un Plan General de Ordenación Urbana acorde con un desarrollo sostenible. Y me indican otros: quinto que Platea se llene y que así se consiga el sexto: que el empleo y el crecimiento ordenado genere un aumento de población. Séptimo: que las comunicaciones con Zaragoza, Valencia y Madrid sean rápidas y seguras. Octavo: que aumente la calidad de vida de la ciudad empezando por los pequeños y más importantes detalles: no al gris, sí a rincones limpios, al tráfico razonado, a plazas para convivir bajo los árboles. Noveno: comercio tradicional de calidad, hacer de Teruel una slowcity que entusiasme a los turistas. Y sigo con el décimo: la vega del Turia recuperada, un Life para Fuentecerrada y las zonas periurbanas respetadas y valoradas (efectivamente, creo que son tres). Y añado yo aprovechándome de ser la transcriptora los dos últimos deseos: Parque de las Arquetas (recuerdo una conocida frase: “lo hicieron porque nadie les dijo que era imposible”) y el deseo doce, el último pero quizás el que más tiene de alegoría: que en el presupuesto municipal del 2007 se contemple el arreglo del único reloj público que posee la ciudad, el reloj de la torre de la Catedral, para que no seamos “la ciudad de las diez y veinticinco” eternamente y podamos los turolenses celebrar con confetis la llegada de muchos Años Nuevos tomándonos las uvas al son de sus campanadas… quizás así podamos empezar a hacer realidad estos deseos y muchos más entre todos.












EL TERCER REY

Subía ligera las escaleras con toda la energía que le daban sus pocos años. Los niños tienen una fuerza prodigiosa, pensaba el hombre de gafas mientras resoplaba intentando no rezagarse. La niña empujó una puerta en la pared de la torre y corrió por el pasillo entre el tejado y el muro de la nave más alta de la iglesia. Aquel ser de ojos azules, que a veces más parecía un duendecillo que la niña atenta y responsable que llamaban Maruja, se paró de pronto en la cuarta ventana y sacó del bolsillo una llave grande. Giró como la seda aquella vieja llave. Antes de entrar, la niña encendió la vela. Estaba seria, concentrada. Era la mayor de los hermanos, la encargada por su padre de acompañar a aquellos estudiosos de gafas y papeles bajo el brazo… a ella sola se le había confiado enseñarles aquel tesoro que todos sabían pero que muy pocos conocían. A la luz de los ojos de una niña el artesonado de la Catedral de Teruel era un prodigioso universo de colores, un firmamento lleno de estrellas, dragones, leones y sirenas. Sentía vivas aquellas cabezas visionarias que la miraban desde las tabicas de los faldones; le parecía oír el galope y el chocar de las lanzas en los torneos de los engalanados caballeros…y más adelante, contemplando arrebolada el alicer de la derecha, escuchaba la dulzura de las violas de los músicos y juglares…las hermosas danzarinas parecían bailarle a la luz temblorosa de la vela… Y mientras aquellos hombres tan serios tomaban notas y hacían dibujos, Maruja buscaba una por una entre aquellas mágicas pinturas a su tercer rey. La niña había descubierto a uno serio al que llamó Melchor, a otro rubio con arpa que se le antojó Gaspar, pero le faltaba encontrar al querido Baltasar. Eran pocas las veces que podía subir y debía darse prisa…sólo ella sabía que era allí, en aquel cielo oculto a la vista de todos por la bóveda de yeso, donde los reyes magos esperaban cada año la noche mágica de su regreso a la ciudad. Maruja tampoco lo encontró aquella mañana. Un día sonó aquel trueno enorme. Su abuela volvió de misa de nueve con el abrigo y la mantilla completamente blancos. La bomba que había caído en la Catedral no causó víctimas. Sí hizo derrumbarse definitivamente la cubierta de yeso que lo ocultaba. Maruja salió de Teruel, como casi todos los vecinos de la ciudad, andando carretera adelante en dirección a Segorbe. Cuando volvió, tras terminar la guerra, no buscó ya a su tercer rey. Mi tía Maruja –con la energía de sus ochenta y tantos años y sus hermosos ojos azules– me lo contó así la pasada noche de Reyes.












VERGÜENZA

Dicen que el engaño no sería nada sin una disponibilidad importante por parte de la víctima. Mundus vult decipi, ergo decipiatur, el mundo quiere ser engañado, luego debe ser engañado, dice la conocida frase, y aquí nos podíamos enredar hablando horas y horas sobre la estupidez humana y la falsa inocencia del perjudicado. Porque es cómodo dejar pasar las cosas, esbozar una media sonrisa, levantar los hombros y darnos la vuelta; es sencillo dejarse engañar para refugiarse en la seguridad de la cotidianidad, cerrar la puerta de casa y dejar fuera volando en remolinos la mentira y la irresponsabilidad. Y es que el cinismo va abriéndose paso tan irremediablemente y tan poco a poco como cada otoño el viento desnuda los árboles. Nos acostumbramos a su esqueleto gris-plata y pasando “pasamos”… Francamente ahora nos asombraría, nos sonaría hasta extraño oírlo: escuchar a cualquiera disculparse, a alguien pidiendo perdón porque se equivocó, asumiendo su responsabilidad porque no estuvo a la altura, porque patinó, se columpió, porque metió la pata hasta el fondo; alguien, al fin, sintiendo vergüenza por jugar con la credulidad y la buena fe de la gente, reconociendo su incompetencia. La verdad normativa que dice y publica a los cuatro vientos que todo está bien, que todo se ha hecho y está cumplido, que los errores no son tales porque son simples problemas de interpretación, apreciaciones que hay que precisar… palabras y más palabras de la verdad oficial, y todos asintiendo porque eso supone “non problem”, no significarse, no estigmatizarse y quizás “subirse al carro del poder” también algún día. Como a cualquiera, me gusta que si la televisión se estropea el técnico la arregle, no que me cobre y siga sin verse; me hace sentirme bien y reconfortada si invito a mis amigos a un restaurante y la comida está estupenda. No me gustaría ir a la peluquería y salir con el pelo de color azul si yo lo he pedido rojo. Valoramos la profesionalidad y a quien hace bien su trabajo; cualquier trabajo, siempre que esté bien hecho, es digno del mayor respeto y admiración. Porque es como deben de ser las cosas: bien hechas. Y más si cabe debería ser así en la política, porque representa uno de los mayores honores y compromisos a los que puede dedicar su esfuerzo un ciudadano: servir a su comunidad. Y si nos equivocamos o si no valemos, si lo hacemos mal y no servimos, tendremos que empezar por reconocerlo y asumir errores. Ser honestos y enseñar con el ejemplo a ser honestos a nuestros hijos. Empezar a tener sentido común y vergüenza, una sana vergüenza.












LLUVIA

Mi sobrino Aitor guarda uno de sus regalos de cumpleaños todavía sin estrenar. Puede que este domingo tengas suerte, no sé, le digo yo, haciéndome la despistada cuando me pregunta inquieto… y le cambio de tema y le hablo entusiasmada de una fantástica pagina web que he encontrado con juegos “que son muy chulos” y que se los puede bajar gratis y que ya verá… son “una auténtica pasada” y le hago un guiño cómplice mientras sonrío. Al cerrar la puerta, resuenan mis pasos por las calles sosegadas de este Teruel en el que no nos llueve desde un lejano día de noviembre; oigo mis huellas bajo las estrellas de este cielo de invierno que se olvidó de la nieve y siento, tras un absurdo escalofrío, que yo también la echo de menos, que desde hace meses vengo notando, como todos, que me falta. La busco hacia el confín, en ansiosa y dulce espera, más allá de los vuelos de los pájaros, pero sólo baja la nube gris de la añoranza y el humo de chimeneas. Mirar la lluvia tras la ventana abierta, o acelerar a la carrera sorteando los charcos, notar manantiales azules corriendo bajo los pies mojados, protegernos bajo cualquier alero del chaparrón, con la risa un poco floja y respirando agitados la emoción del agua; los ojos más vivos, húmedos también como el tiempo y el aire… La lluvia… Es bonita hasta en cómo suena su nombre: la lluvia. Oler a lluvia. Respirar lluvia. Ver a través de la lluvia encenderse las rojas arcillas y resplandecer las calizas blancas que bordean la ciudad… la vega, que reluce de un verde oscuro desde el Óvalo mientras platea alegre el Turia bajo los altos árboles… Un chaparrón de colores, luces y aromas sobre nosotros… recuerdos de infancia chapoteando con botas de plástico a la salida del Juan Espinal… Oír caer la lluvia suave bajo el rebozo de las sábanas antes de levantarnos; sobrecogerse por el aguacero y los rayos cruzando el horizonte desde la Muela; la lluvia dulce, la lluvia fuerte, la lluvia enojada… hinchando al fin de vida a raíces secas y flores tristes… Cierro los ojos y vuelvo a sentir que florecen los girasoles. Y me pregunto a quién queremos engañar y cuánto nos va a costar reaccionar. Que algo no marcha como siempre está claro, no se le escapa a Aitor ni a sus pequeños amigos, aunque ellos no tengan un paraguas con recuerdos de lluvia como yo... ellos sólo tienen su primer paraguas, aún por estrenar.








FONDO

Me paseo despacio por el Museo del Palacio Episcopal de Teruel. Siento debilidad por la pintura gótica, en especial por sus fondos, con esos paisajes repletos de árboles y de campos incansablemente trabajados por diminutas figurillas vestidas de vivos colores, con esas montañas escarpadas de horizontes imposibles sobre el abismo que siempre se sugieren en la parte más alta del cuadro. Me gustan estas tablas primitivas por sus cielos desvaídos en los que el pintor ha dibujado siluetas de pájaros de tamaño aterrador si se acercaran, pero sobre todo me fascinan por sus ciudades color plata y rosa salpicadas de ventanas y atalayas, con algunas cabecitas asomándose curiosas mirando al espectador, sus pupilas apuntando tan directas a las nuestras que casi sería posible reconocerse tras una celosía del siglo catorce. Está allí plasmado reiterativamente el gusto por el detalle cotidiano y la grandeza de las cosas pequeñas del día a día, un reflejo sublimado en esas pinturas a veces demasiado ingenuas y de perspectivas difíciles. Porque siempre detrás de los grandes temas religiosos, tras crueles martirios de santos, vírgenes dulces de misericordia, anunciaciones con ángeles de hermosa melena y dolientes crucifixiones, suelen aparecer, medio escondidas, las gentes y las ciudades coetáneas del artista. Las casas y las calles emergen llenas de vida, idealizadas en sus siluetas de torres y altos tejados, y nos hacen presentir tras cada puerta una Ítaca con Ulises de largos vestidos y mallas medievales. Es un contorno de ciudad mágica e inventada la que veo esta tarde invernal y fría en el museo, pero si me fijo bien y observo de nuevo el fondo del cuadro, descubro que la silueta de las ciudades inolvidables de aquellos maestros del pan de oro no era muy diferente del perfil de nuestro Teruel de hoy. Y es que Teruel visto desde el Jorgito o llegando desde la carretera de Zaragoza, subidos a la ermita de Santa Bárbara, o desde los miradores de los Mansuetos, es todavía una silueta mágica, una isla del tesoro. Tierra inmaterial de la buscada Thule, tesoro perseguido por planes sin concierto, proyectos de macro urbanizaciones… Ladrillo y más cemento, especulaciones… Parece que un borrón amenaza ese horizonte mágico. Protejámoslo, guardémoslo como un paraíso proustiano, porque es el perfil de un Teruel tan entrañable, tan querido, que cualquier turolense podría dibujarlo de memoria en una sola línea y recorrer después con los ojos cerrados su contorno, como el de una piel amada y conocida.










MEMORIA

“En invierno no tenemos otro sitio donde estar” y empiezo citando a un joven de Teruel cuyo nombre desconozco. Sé que podría ser cualquiera de los muchachos con los que me cruzo a diario camino del trabajo, uno de esos que se ríen a gritos en grupos que invaden aceras enteras o uno de mis aplicados compañeros de la EOI. Cualquiera sí, cualquier vecino mío y de esta ciudad que dice felicitarse por haber crecido y llegar a treinta y cinco mil. Un ciudadano con voz de persona mayor recién estrenada y aún un poco chirriante, como su moto nueva tuneada en fosforito, uno al que le gusta Doble V o Toteking, uno quizás sin derecho a voto todavía, uno que a veces se pregunta qué diablos quiere la vida de él que no acaba de entenderla o ella de entenderle. Futuro que ya es realidad. Rebeldía sin límite de velocidad. Y por eso, porque sus palabras suenan más suaves, casi inaudibles, pese a sus algazaras y el volumen a más de ocho desde el que cantan Fito, Pereza o Marea, he leído con mucha atención la frase entrecomillada y el resto de explicaciones en la prensa de esta semana. Todo ello a propósito de sus locales de reunión y de la revisión sobre la ordenanza de ruidos que el ayuntamiento de nuestra capital anuncia. “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos” y sigo con las citas, esta vez del ínclito Borges, de su Elogio de la sombra. Encierran las comillas toda la sabiduría del escritor argentino pero, bien mirado, también podía él haber firmado la primera frase de esta albada: podría ser cualquier Jorge Luis, uno más (y nada menos) de los jóvenes de nuestra ciudad, ciudadanos que se quejan porque “no tienen sitio donde estar”. Desmemoriados, no pensamos que ellos somos nosotros, un nosotros pasado y un nosotros por venir. Olvidamos pronto que un día tuvimos 17. La eternidad de lo efímero tiene precio en la cuenta corriente que nos hace adultos. Retomemos la memoria en este año de elecciones. No pasen por alto nuestros políticos a los adolescentes y jóvenes turolenses en sus programas electorales, aunque aún no les voten. Y no se descuiden después en cumplir lo prometido. Jóvenes que son nuestro reflejo, y campanadas bulliciosas a veces atronadoras que anuncian un futuro posible para Teruel. Les veo sentados en el parque, auriculares al mp3, cabezas moviéndose a ritmos lentos y ojos cómplices: nobody said it was easy… canta Coldplay.








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